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TEORÍAS Y METODOLOGÍAS DEL ESTUDIO DE
LAS RELIGIONES
Material preparado por Francisco DIEZ DE VELASCO UNIVERSIDAD DE LA LAGUNA Este material electrónico tiene licencia Creative Commons Reconocimiento - NoComercial - CompartirIgual (by-nc-sa) |
a) Planteamientos introductorios
Historia de las religiones es una de las posibles denominaciones
de una disciplina que intenta sistematizar, analizar y comprender los hechos
religiosos de un modo integral, crítico, científico,
neutral y no religiocéntrico (no confesional). En la línea de los que se expone en la página web de la asociación internacional dedicada a la cuestión, la IAHR.
Las religiones, la religión, corresponden en nuestra
cultura a un campo conceptual de comprensión inmediata aunque
de difícil definición. La cuestión se complica cuando
se intenta globalizar y aplicar estos términos a las vivencias de
algunas sociedades no occidentales para las que las diferencias entre lo
sagrado y lo profano, lo religioso y lo no religioso son tan tenues que
no resultan perceptibles más que desde el exterior y gracias al
bagaje de los instrumentos de análisis forjados principalmente por
la ciencia occidental (que justamente pueden estar
desvirtuando lo que se intenta estudiar).
Si resulta difícil definir
religión al margen del etnocentrismo (que suele mantener
larvada también la opción por algún tipo de religiocentrismo),
no menos complicada está resultando la consolidación académica
de la disciplina que intenta estudiarla (y un ejemplo especialmente ilustrativo
lo ofrece nuestro país).
Estudiar religiones es adentrarse
en un tema complejo y en el que, además, se puede chocar con la
incomprensión
de estudiosos ubicados en diferentes campos de estudio que ponen en duda
la licitud de los enfoques específicos de una disciplina que se
intente plantear como autónoma. Además cualquier aproximación
enfrenta la dificultad de estudiar lo que se cree (o lo que otros creen,
o han creido), pero de un modo que resulte
diferente de cualquier opción
teológica o confesional (que se podrían caracterizar incluso
como opciones pseudo-científicas), de un modo suficientemente
neutral, con una óptica "científica" (con los problemas que
el término plantea). Parece dedicarse al mismo ámbito que
las diferentes teologías: la religión. Pero tras esa semejanza
se esconde una diferencia fundamental, que es la que marca la óptica
de la primera frente a las segundas:
enseñar creencias sin enseñar
a creer, estudiar la religión pero sin predicar, ni moralizar,
ni endoctrinar, ni dar testimonio de la superioridad de nuestras creencias
propias.
Una difícil tarea para la que la formación
en métodos y en teoría puede ser un instrumento de gran utilidad,
aunque no resulte sencillo y requiera un esfuerzo de reflexión y
presente problemas y retos.
b) La necesidad de la reflexión metodológica
Estudiar e intentar calibrar y comprender la extraordinaria
diversidad y riqueza de las religiones del mundo, fundamental en cualquier
aproximación que busque superar las constricciones de un análisis
monocultural y de índole teológica y tratar de utilizar de
un modo no caricaturesco la comparación, llevó a una temprana
puesta en duda de algunas certezas, que podríamos llamar hoy etnocéntricas
o religiocéntricas: a la quiebra de los modelos coloniales
de entender las relaciones con los objetos (-sujetos) de estudio por parte
de algunos especialistas. Hay que tener en cuenta que, salvo casos excepcionales
de los que el Japón es notorio (y tienen una presencia de la disciplina
muy importante), esos "diferentes" fueron víctimas de la colonización,
y sus religiones sometidas al asalto del cristianismo en sus diversas iglesias
y acepciones, convertida la labor de misión (y la disciplina teológica
de estudio-transformación de la diversidad religiosa, la misionología),
además, en una forma de sustentar el privilegio y el poder por parte
de los colonizadores (incluso por la violencia).
Podríamos enfocar los orígenes de esta
posición de apertura hacia la diferencia en el siglo XIX
cuando irrumpen en el panorama de la investigación las religiones
de la India (y en general de "Oriente"), no ya como meros ámbitos
del análisis anticuario (al estilo de la comparación indoeuropea
promovida desde los estudios de William Jones (1746-1794), tan lingüística
y erudita y que privilegiaba lo más antiguo, centrándose
en lo védico frente a lo posterior conceptualizable como reciente
y por ello contaminado-degenerado) sino como sistemas religiosos perfectamente
vitales (no percibidos como en decadencia) y en plena transformación
y adaptación a las modernidadades, ofreciendo caminos nuevos en
la experiencia religiosa. Permitían lanzar también una mirada
más matizada hacia lo que podían parecer con anterioridad
experiencias aberrantes en grupos entendidos como "marginales" incluso
dentro del mismo cristianismo (por ejemplo algunos místicos) y en
general ponían de relieve la importancia que la introspección
y la meditación han tenido y tienen en diferentes tradiciones religiosas.
Esta apertura, que preludiaba un cambio en las mutuas
relaciones entre religiones, por lo menos en el nivel de los discursos,
se generalizará más allá de los ámbitos académicos
de modo claro en la década final del siglo XIX. Resulta muy significativo
que se produjese en 1893, en una de las firmes patrias de la libertad
religiosa, Estados Unidos (en Chicago), la reunión del Parlamento
Mundial de las Religiones (World's Parliament of Religions). Lejos
tanto de las iglesias dominantes de Europa como de los territorios impermeabilizados
por la duda del Viejo Continente, la reunión marcó una puesta
en común desde unas bases de apertura al diferente replanteando
la exclusividad de cualquiera de ellos, por medio de compartir la palabra,
renunciando a los fuertes discursos de la certeza y negando el espejismo
del absoluto universalismo vehiculado desde la mirada excluyente de una
única
opción estimada con visos de total hegemonía de futuro. También
mostró algo que difícilmente se podía soslayar: la
fuerza de la variedad de las religiones y la innecesaria e imposible
ordenación jerarquizada de las mismas (ni siquiera a la hora
de intentar estudiarlas). De hecho se atisbaba la necesidad de una nueva
mirada global (una mirada-mundo) sin hegemonías de principio,
que desde el territorio abigarrado de las religiones parece más
fácil de entender quizá que a golpe de estadística
económica: es lo que luego quedará manifiesto tras la descolonización,
el proceso que quizá haya provocado la mayor crisis en los modelos
de pensamiento occidentales, obligando a repensar privilegios, lo que no
resulta sencillo (limitación de los pensamientos postcoloniales
y decoloniales). De hecho todavía no se ha resuelto, y ni siquiera
atisbado, una vía coherente de planteamiento no hegemónico,
lo que potencia la crisis de las ciencias humanas y sociales, es
decir, las que tratan, justamente, a los seres humanos y sus culturas en
interacción.
Esta posición de apertura a la diversidad de culturas
y tradiciones, donde el individuo se singularizaba en un entorno religioso
marcado por la multiplicidad (la diversidad religiosa no ha hecho más que multiplicarse, solo hay que abrir los ojos), se manifestó muy pronto en reflexiones
eruditas que derivaron en ambiciosos análisis sintéticos
de los que resulta quizá ejemplar el libro tan actual (reimpreso
de modo sistemático a pesar de ser más que centenario) de
William James (1902), Las variedades de la experiencia religiosa,
que marca un modelo de enfrentar el estudio de las religiones muy americano,
primando particularmente los
valores experienciales individuales
caracterizados por la diversidad de opciones en juego.
Pero esta apertura efectiva y en pie de igualdad ante
la diversidad religiosa que caracterizó el Parlamento Mundial de
las Religiones no tuvo clara continuidad hasta 1993, cien años después,
con la reunión, de nuevo en Chicago, del ahora denominado Parlamento
de las Religiones del Mundo (Parliament of the World's Religions). En esos
cien años que nos enmarcan significativamente los Parlamentos de
las Religiones (casi en tanto que destellos entre "tiempos perdidos"),
el brutal colonialismo y las derivas totalitarias soterraron las posibilidades
de generalizar miradas plena y respetuosamente igualitarias hacia la religión
(a pesar de que las bases estaban puestas desde 1893).
El paréntesis del mundo bipolar de la quiebra
de las convivencias, la disolución de los "grandes" colonialismos
y de una guerra fría en la que no parecía haber mejor lugar
para la religión que entre los instrumentos de la geopolítica
(con la fortaleza del ateísmo científico
como modelo de entender el tema en el bloque soviético), fue seguido
por una década de apertura entre la caída del muro de Berlín
y el 11S, y quizá desde 2001 por un confuso replanteamiento
de las posiciones culturales, políticas y religiosas de privilegio
como resultado de la preeminencia estadounidense (y su defensa del modelo
multirreligioso y la terrible violencia
de algunos de sus críticos).
En cualquier caso estos problemas de geoestrategia,
que tanto influyen en las reflexiones intelectuales, y en particular las
que se construyen en torno al mundo de las religiones, no parecen haber
desviado la mirada de apertura hacia la diversidad transformada en experiencia
fundante a la hora de plantear cualquier reflexión sobre la religión
que ambicione superar las vaguedades de los lugares comunes (y aquí
resulta necesario citar expresamente las críticas a la caricaturesca
posición de Huntington sobre el choque de civilizaciones). Pero
justamente el método resulta un instrumento clave para no perder
el norte entre tanta diversidad, para no dejarse llevar en exceso por las
constricciones del presente y los caprichos de quienes, al financiar a
la academia, pueden sentirse tentados de exigirle que hable su cambiante
idioma (o de los estudiosos que pueden sentirse tentados por los discursos
de lo que se estima políticamente correcto por ser lo que más
apoyo puede concitar).
De hecho la reflexión sobre el método es
la que permite reivindicar y defender la existencia de un campo autónomo
de investigación y práctica docente que no sea parcelado
entre otras diferentes disciplinas más hegemónicas y prestigiosas
(cuya específica disciplina de estudio opto por denominar historia
de las religiones, pero sin fanatismos ni apropiaciones por parte del
colectivo de historiadores, ni ningún otro). Aunque defender esta
posibilidad de autonomía disciplinar no quiere en absoluto decir
que la religión sea un ámbito autónomo o sui generis,
que se baste en sí mismo para explicar lo humano (como podría,
por ejemplo derivarse del planteamiento de algunos defensores del homo
religiosus y de la fenomenología de la religión).
En la sola religión no se hallaría ni siquiera la explicación
exclusiva de comportamientos que parecen derivados de patrones de creencias
y visiones del mundo, que en buen número de casos, resultan diáfanamente
comprensibles por medio de criterios de geoestrategia, economía,
política (o una combinación multifactorial en la que la religión
actúa como mero pretexto o acicate).
Aunque las reflexiones sobre el método pueden
parecer monólogos yuxtapuestos y algo repetitivos de generación
en generación no por ello resultan menos significativos ya que suelen
también configurar baluartes para prevenir que caiga en el olvido
otra de las claves fundamentales de la disciplina, la exigente apuesta
por satisfacer las necesidades de explicaciones generales que el
estudio de la religión requiere y que no son tan fáciles
de sostener en la actualidad, pues en cierto modo hacerlo es navegar contra-corriente.
Requiere mantener una ambición de aproximación generalista
al estudio aún cuando haya que trabajar en un mundo dominado por
las miradas de los especialistas. Esta ambición ha podido
llevar a muchos a estimar que la historia de las religiones es una disciplina
caduca, démodée, producto de una rancia e inútil
"erudición europea" digna de ser enterrada junto con las obras de
sus últimas vacas sagradas (en la línea de las lecturas muy
críticas contra Mircea Eliade que, por otra parte, fue capaz de
la notable hazaña de adentrarse en los baluartes de la intelectualidad
norteamericana con un programa intelectual muy ajeno). Curiosamente no
es en los países de Europa donde más numerosos son los colectivos
de investigadores sobre el tema (sino en Estados Unidos y Japón,
que tienen las asociaciones científicas dedicadas al estudio de
las religiones más nutridas).
Cabe preguntarse si los problemas de definir
religión no invalidan cualquier intento de conformar
de modo consensuado una disciplina científica homologable.