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TEORÍAS Y METODOLOGÍAS DEL ESTUDIO DE
LAS RELIGIONES
Material preparado por Francisco DIEZ DE VELASCO UNIVERSIDAD DE LA LAGUNA Este material electrónico tiene licencia Creative Commons Reconocimiento - NoComercial - CompartirIgual (by-nc-sa) |
1) El problema de la necesaria diferenciación
frente a la teología y a las opciones confesionales
2) El problema de la terminología:
el vocabulario del análisis histórico religioso
3) El problema de analizar ciertas experiencias
religiosas: el "asalto a la razón"
1) El problema de la necesaria
diferenciación frente a la teología y a las opciones confesionales
y los modelos religiocéntricos
Uno de los grandes problemas a los que se enfrenta la
disciplina a nivel mundial es el de su configuración de un modo
claramente diferente del de las opciones de tipo confesional. No se
trata de revivir un viejo debate entre ciencia, religión y teología
que algunos estiman superado desde comienzos del siglo XX. Por el contrario
se trata de pugnar por constituir una aproximación que sea capaz
de ofrecer algo diferente de lo que, a comienzos del siglo XXI, las teologías
(ya necesariamente en plural) tienen la vocación de ofrecer. Si
a finales del siglo XIX el referente era la teología cristiana (o
mejor dicho las diferentes teologías desarrolladas por los diversos
cristianismos europeos, en cada contexto nacional estudiado), el marco
estallado y globalizado de nuestro tiempo requiere la mirada plural. Se
estudia la religión desde presupuestos confesionales en muy diferentes
ámbitos, y la mirada no puede concentrase solamente en el cristianismo.
Ni tampoco la indulgencia o el compromiso. Hemos de ser conscientes de
que el peso de la reflexión teológica cristiana, fundamental
en la construcción de lo que es el modelo universitario occidental
(convertido en común en casi todo el mundo)
ha minado, salvo
momentos particulares, la sensibilidad de muchos investigadores de las
religiones hacia los productos teológicos del cristianismo.
A su vez la teología se desdotó de muchos de sus argumentos
más dogmáticos a partir de la primera mitad del siglo XX,
lo que ayudó a una convergencia de actitudes y la renuncia de la
mutua beligerancia.
Pero el mundo actual asiste al florecimiento de universidades
y centros de investigación patrocinados desde muy diferentes religiones.
La Iglesia Católica cuenta con numerosísimas universidades
en las que se ofrecen no ya estudios teológicos, sino la ya citada
ambigua denominación de ciencias religiosas. Las universidades budistas
desarrollan enseñanzas sobre budismo en las que la línea
que separa el endoctrinamiento en una verdad religiosa del estudio no confesional
no se plantea (o se plantearía como una falsa frontera). Parecidos
problemas encontramos en universidades islámicas o en los centros
y programas educativos que muchas nuevas religiones están poniendo
en marcha (por ejemplo la Iglesia de la Cienciología). Cuando el
famoso divulgador del yoga y el hinduismo en Occidente, Paramahansa Yogananda,
hablaba del yoga como la ciencia de la religión en la segunda década
del siglo XX estaba ilustrando una situación que hoy se ha multiplicado:
la confusión entre el estudiar lo que se cree (y lo que los demás
creen partiendo de la propia creencia) y el estudiar creencias sin enseñar
a creer. No es posible que los educadores católicos llamen ciencias
religiosas a lo mismo que llamaba Yogananda la ciencia de la religión;
el islam quiere ser ciencia lo mismo que los estudios cienciológicos
no pueden menos que, hasta en el nombre, postular ser otro tanto. Y si
el
nombre ciencia se resiste y no se puede estirar para convertirlo en creencia,
se ofrece una definición nueva de ciencia bajo el argumento de la
limitación de su uso común. Pero multiplicidad es incompatibilidad
si la perspectiva es la teológica, la del que usa el estudio de
las religiones y la religión como medio de apuntalar su fe y creencias
frente a los demás (o contra los demás). De ahí que
resulte no ya anacrónico sino de la más plena actualidad
el discutir sobre la diversidad de enfoques que ha de tener una disciplina
no confesional frente a las necesariamente confesionales. A pesar de la
pugna centenaria que muchos teólogos (cristianos) han protagonizado
para defender el carácter equiparable (antes decían que superior)
de su disciplina, se trata de una falsa vía (y el debate ha sido
muy enconado y ha habido muy importantes teólogos o para-teólogos
liderando la investigación en historia de las religiones en muchos
lugares y momentos). Pero aceptar como pares, como iguales, a teólogos
cristianos (como en muchos casos se ha estado y está haciendo y
se ha hecho en Europa y América, por una falta de sensibilidad eurocéntrica
hacia las diferencias que, por ejemplo, no se produce respecto de pensadores
provinientes del hinduísmo o del islam, donde el abismo de puntos
de vista es mucho más notable) puede llevar, con la inevitable y
deseable mundialización y globalización de la disciplina
a encontrarnos en pie de igualdad en cualquier foro de carácter
científico (supuestamente) con integrantes de grupos religiosos
variados como ufólogos, astrólogos o clérigos diversos
para los que un debate académico no se entiende más que como
un medio de expresar sus creencias, ofrecer testimonio y ganar prosélitos.
Aunque en historia de las religiones caben convergencias entre el objeto
de estudio y el sujeto que estudia, la situación antes expuesta
contribuiría a la perversión de los límites de la
disciplina de un modo difícil de aceptar desde una posición
metodológica incluso laxa.
La historia de las religiones se diferencia de forma
clara de la teología y aunque parecen dedicarse a un mismo campo,
la óptica del estudio es científica en un caso y no científica
en el otro; las características de la segunda pueden servir de contramodelo
para definir la primera.
La teología tendería a ser:
a) normativa y moralista: una de sus finalidades es la
determinación del bien y del mal, entendidos como adecuaciones a
la "verdad" religiosa.
b) exclusiva: se basa en la revelación (o fuertes
argumentos de posesión de la verdad de impacto similar); la comparación
con otras religiones tiene la finalidad de determinar el grado de adecuación
de las demás al mensaje de la propia que se estima como único
verdadero (o a lo sumo como el más evolucionado y perfecto).
c) esencialista: busca la esencia (revelada o transmitida
tradicionalmente) de la religión propia, despreciando generalmente
las manifestaciones históricas estimadas como imperfectas.
d) originalista: el mensaje revelado tiene visos de intemporalidad,
las manifestaciones históricas se suelen estiman como degeneraciones
de un mensaje primordial y verdadero (en ocasiones equiparado a la religión
natural).
Frente a esto el enfoque de la historia de las religiones
(ciencia de las religiones, estudio de las religiones...) tendería
a ser:
a) no moralista: no busca extraer conceptos de moral
práctica, ni criticar las formas religiosas de una sociedad dada
por muy alejadas que resulten de la moral en la que se enculturó
el investigador. La finalidad del análisis histórico-religioso
es comprender la práctica religiosa en el contexto social que le
dio origen y quizá gracias a ello mejorar el conocimiento de la
sociedad y en última instancia del ser humano como ser histórico
(por medio de la comparación, por ejemplo, de la presencia de prácticas
parecidas en culturas diferentes), no instaurar reglas de moral universal
(a diferencia de lo propuesto, por ejemplo, por el ateísmo
científico).
b) no exclusiva: la historia de las religiones se basa
en el respeto por las creencias ajenas y requiere una actitud no dogmática
por parte del investigador a la par que libertad personal para enfrentar
los muy diversos problemas que pueden jalonar una investigación.
Ha de renunciar tanto a una actitud de fobia hacia cualquier religión
(incluida la propia en la que se enculturó o por la que ha optado)
como a la actitud apologética encubierta que consiste en buscar
en el análisis histórico-religioso un medio de establecer
"científicamente" la verdad esencial de las propias creencias. Un
contraejemplo lo ofrece el padre W. Schmidt (Ursprung der Gottesidee,
12 vols., 1912-1954), que dedicó su vida a intentar demostrar que
el monoteísmo era la fase religiosa más antigua de las culturas
humanas (partía de la creencia que los politeísmos eran desviaciones
de la religión natural, revelada en los orígenes de una humanidad,
necesaria y naturalmente monoteísta) para lo cual cribó,
olvidó e invalidó los casos que no se adecuaban a sus intereses.
c) diversa y no esencialista: la historia de las religiones
parte de la constatación de la diversidad
de las experiencias religiosas y sus manifestaciones históricas.
Las experiencias religiosas se analizan como productos de la sociedad y
el momento en que surgen, sin enjuiciarlas en esquemas generales de revelación
o similares. Así, por ejemplo, las obras de San Juan de la Cruz
han de estudiarse como productos de unas condiciones históricas
determinadas y no como cumbres de la revelación divina (aunque sí
como cumbres del pensamiento místico cristiano). El respeto hacia
el objeto de estudio (las religiones) impide plantear de un modo militante
la existencia de una religión verdadera (o una interpretación
verdadera) donde radique la explicación última de la esencia
del fenómeno religioso.
d) histórica: enmarcada en una temporalidad y
espacialidad determinada (lo que no quiere decir que la comparación
se rechace).
La historia de las religiones, por tanto, presenta unos
caracteres bien diferenciados de la teología: las interpretaciones
teológicas se convierten en aproximaciones imaginarias y religiocéntricas
(surgidas
en el seno de los esquemas interpretativos y las cosmovisiones de religiones
específicas), susceptibles de ser analizadas como contingencias
culturales, como desarrollos ideológicos de culturas determinadas;
la teología pasa así de la categoría de rival a la
de objeto de estudio para la disciplina.
2) El problema de la terminología:
el vocabulario del análisis histórico religioso
Los problemas de terminología atañen al
núcleo mismo del quehacer del especialista en el estudio de las
religiones: a la configuración de un vocabulario religioso consensuado.
Religión es un término que ha sido definido
de modos extremadamente diversos y sobre el que no existe todavía
un consenso suficiente a pesar de que, por ejemplo, se dedicó el
XVI congreso de la Asociación Internacional de Historia de las Religiones
(desarrollado en Roma en 1990 y que contó con casi medio millar
de participantes) a debatir el tema "La noción de religión
en la investigación comparada".
La definición fenomenológica según
la cual la religión es un "fenómeno universal, innato y congénito
al hombre que hace del ser humano un homo religiosus" y que convierte
a las religiones humanas en manifestaciones de esa facultad innata del
hombre presenta unos ribetes esencialistas rechazables pero que redimensionan
la polémica al plantear que la religión parece existir más
allá de sus manifestaciones históricas o privadas.
Otras definiciones:
. Edward Tylor (1832-1917): en su Primitive Culture
(2 vols., 2º ed. 1873) cap. 11: "A minimum definition of religion,
the belief in Spiritual Beings" / "Una definición mínima
de religión: la creencia en seres espirituales"
. Émile Durkheim: (1858-1917) "una religión
es un sistema solidario de creencias y prácticas relativas a las
cosas sagradas, es decir separadas, prohibidas, creencias y practicas que
unen a una misma comunidad moral llamada iglesia, a todos los que se adhieren
a ella". Las formas elementales de la vida religiosa, 1912.
. Clifford Geertz (1926-2006): una religión es
1) un sistema de símbolos que obra para 2) establecer vigorosos,
penetrantes y duraderos estados anímicos y motivaciones en los hombres
3) formulando concepciones de un orden general de existencia y 4) revistiendo
estas concepciones con una aureola de efectividad tal que 5) los estados
anímicos y motivaciones parezcan de un realismo único. "La
religión como sistema cultural" 1966, retomado en La interpretación
de las culturas
. Carlos Marx (1818-1883) "el hombre hace la religión;
la religión no hace al hombre ... pero el hombre no es un ser abstracto
que ocupa el mundo desde fuera. El hombre es su propio mundo y es también
el estado y la sociedad. Este estado, esta sociedad producen la religión,
una conciencia invertida del mundo ... El sufrimiento religioso es, a la
vez, expresión del sufrimiento real y una protesta contra el sufrimiento
real. La religión es la expresión de las criaturas oprimidas,
el sentimiento de un mundo sin corazón y el espíritu de una
situación desespiritualizada. Es el opio del pueblo. El pueblo necesita
abolir la religión, su felicidad ilusoria, para recuperar su verdadera
felicidad". Una crítica a la filosofía del derecho de
Hegel, 1844
. Max Weber: no se atrevió a definir el término
religión
. Robert Bellah (1927-2013) Religion in Human Evolution:
From the Paleolithic to the Axial Age, Harvard University Press,2011,
retoma dos de las anteriores (Durckheim y Geertz):
."La religión es un sistema
de creencias y prácticas relativas a lo sagrado que amalgaman a
quienes adhieren a ellas en una comunidad moral" (problema ¿qué
es lo sagrado?... lo no ordinario..)..
."Religión es un sistema de
símbolos que utilizado por los seres humanos establece vigorosos,
penetrantes y duraderos modos y motivaciones que otorgan sentido reativo
a la idea de un orden general de existencia"
(No hay mención a seres sobrenaturales en la definición
no porque estén ausentes en las religiones sino porque en algunos
casos no están presentes y por ello incluirlo en la definición
la limitaria su eficacia)...
Multiplicidad/pluralidad: Frente a esta hipótesis del hombre "biológicamente" religioso se levanta el postulado del ateísmo según el cual la religión no solo no es innata sino que es una pura invención humana. Ante estas formas unilaterales (y puntualmente caricaturescas) de entenderla, la religión en su vertiente social resulta un modo de regir la convivencia por medios que no son siempre necesariamente la justificación de la desigualdad y el dominio (aunque en muchos casos sea así). La ecología de las religiones ha mostrado que la religión resulta un factor muy eficaz de consensuar la adaptación cultural al ecosistema (por medio de tabús y otros mecanismos de protección que minimizan la acción antrópica sobre ciertos recursos escasos o vitales). En sociedades en las que la desigualdad social no está muy desarrollada la religión cumple el papel de consensuar decisiones y ofrecer un marco referencial de comportamientos y normas que permita minimizar los conflictos. Pero, además, la religión ofrece un marco mental de explicación del mundo, un sistema de referencias que sirve para ubicar por medio de los ritos, los mitos-leyendas o la teología particulares de cada cultura al ser humano en la sociedad y el entorno natural por medio de la forja de explicaciones imaginarias. Las religiones han creado modelos para comprender el papel del seer humano en la tierra, el problema del mal y del bien, de la muerte, de la diversidad (de sexos, de inteligencias, de apariencias, de destinos), de la identidad grupal. Lo suelen hacer de un modo diverso tanto entre ellas como respecto a lo que la ciencia ha ido estableciendo como aceptable, aunque en algún caso explicaciones (e intuiciones) de índole religiosa que parecieron delirantes durante decenios cuando la investigación científica ha traspasado ciertos límites han cobrado un nuevo interés como demuestran, por ejemplo, los trabajos de F. Capra sobre la física de lo infinitamente pequeño.
El término religión, por último,
nos introduce en otro problema de la disciplina. La cultura occidental
directamente dependiente en muchos casos de la herencia greco-latina ha
mantenido términos (por ejemplo religión) acuñados
en una sociedad determinada complejizando el campo semántico pero
sin llegar a anular algunas de sus acepciones más etnocéntricas.
Se plantea por tanto un problema de muy compleja solución que es
la excesiva dependencia de la historia de las religiones respecto del
lenguaje religioso europeo. Los instrumentos de análisis al
uso dependen en gran medida de la generalización de términos
que en la religión de la que fueron tomados (generalmente provienen
del lenguaje teológico cristiano, pero también del etnográfico)
tenían un significado muy concreto pero que, al aplicarlos a otras
religiones y otras realidades, pueden llegar a enturbiar la comprensión
de las mismas.
No se ha construido un lenguaje científico propio,
se depende de palabras y conceptos "insider" con una historia muy larga
ejemplos: =Religión --
religio
(religare -Lactancio/Tertuliano- / relegere -Cicerón-)
=Rito --ritus--rita
=Dios -- deus -- deva (*deiwo- luminoso-celeste) ¿es
un nombre aplicable a todo ámbito o tendrímos que diferenciar
contextos, por ejemplo, lingüísticos?
=Creer -- credo -- shraddhâ (*kred) crédito-creencia
(entre dioses y humanos... luego entre humanos-prenda de confianza -Benveniste-)
Más delicado aún resulta el empleo de
términos occidentales para religiones no occidentales que no parecen
conocerlos. Por ejemplo el propio término religión que
parece que no tiene razón de ser evidente (como sí ocurre
en nuestra cultura en que casi de modo intuitivo somos capaces de reconocer
qué sería religioso) para grupos humanos en los que lo sagrado
y lo profano no están escindidos como en nuestro pensamientos dependientes
de la modernidad (y la separación Iglesia-Estado). Incluso se puede
caer en malentendidos al intentar aplicar conceptos con un significado
actual bien establecido a culturas que los poseen pero para los que no
quieren decir lo mismo: rito tal y como lo entiende un especialista en
el estudio de las religiones no significa lo mismo que ritus entre
los romanos o rita entre los védicos.
No menos complejo resulta definir lo que es un dios,
máxime cuando, como en el caso de religión que acabamos de
esbozar, el vocabulario latino, teñido de la caracterización
del cristianismo coloca ante nuestros ojos un filtro de interpretaciones
que generan una radical incomprensión, por ejemplo del papel de
la divinidad en el politeísmo o la falta de divinidad en el jainismo
o en algunos budismos. La opción por la definición tanto
del término dios como del de religión no puede menos que
constituir una pequeña traición a un objeto de estudio que
se malinterpreta por la maraña que generan las palabras, cargadas
de historia, de tal modo que muchos investigadores (por ejemplo Max Weber)
renunciaron a intentarlo.
El indudable problema terminológico, que han avivado
los abusos en la aplicación de las comparaciones interculturales
ha terminado resolviéndose de modo provisional con la consolidación
de un lenguaje especializado al uso del especialista en el estudio de las
religiones que posee un cierto grado de indeterminación al no haber
consenso unánime ni definiciones precisas, pero al que no se puede
renunciar todavía al no existir una alternativa viable. Pero
no resulta útil tomarse esta dependencia conceptual como un elemento
definitorio de la prescindibilidad de la disciplina, ni como un motivo
de flagelo que incapacite para el análisis y la comparación.
3) El problema de analizar ciertas experiencias religiosas: el "asalto a la razón"
Pero si la aproximación científica al estudio de la religión suele discurrir por unos derroteros que minimizan, por medio de concentrar la mirada en lo social (e histórico) ciertas características de la experiencia religiosa, a nadie escapa que el mundo religioso puede presentar vertientes en que quedan superados los instrumentos de la razón (y el logocentrismo).
La psicología ha desarrollado principalmente dos enfoques para intentar penetrar en la comprensión de este tipo de experiencias religiosas. La psicología profunda, que parte de los estudios de C.G. Jung intenta explicar el parecido que se constata entre prácticas religiosas (ante todo orientales) y ensoñaciones de psicóticos que jamás tuvieron conocimiento de dichas prácticas. Esta hipótesis explicativa sostiene la existencia de un nivel inconsciente profundo (denominado colectivo por ser en esencia no egótico), que funcionaría por medio de imágenes de índole simbólica (denominadas arquetipos) que serían por tanto inter-(o trans)culturales (por surgir de regiones del inconsciente situadas al margen del ego personal y no susceptibles de haber sido modificadas durante la enculturación familiar-grupal). La psicología humanista, las perspectivas desarrolladas por Abraham Maslow, la herencia junguiana, las incertidumbres sobre la mente humana generadas por los experimentos en laboratorio con sustancias psicodélicas (hasta su ilegalización) y luego los desarrollos de las neurociencias aplicadas a la religión (la neuroreligión) han terminado consolidando en Estados Unidos una escuela (discutida) pero activa y con gran impacto popular (entre los afines a las religiones new age) denominada psicología transpersonal. Plantea la existencia de un nivel transpersonal (más allá del ego), que se alcanza por medio de técnicas de meditación, por la ingestión de sustancias psicodélicas o por otros caminos y cuyo conocimiento forma (o formó en algún momento) parte del entrenamiento sagrado en numerosas religiones (y conformó creencias y mitos). Las detalladas gradaciones en las experiencias transpersonales estudiadas han llevado a defender a los especialistas la existencia de niveles (los más profundos y complejos) en los cuales se superan los condicionantes culturales y se accede a experiencias de índole muy semejante, lo que unificaría en cierta medida el lenguaje más profundo presente en muchas religiones. En ambos casos se trata de aproximaciones hipóteticas no exentas de problemas (tendiendo a construir lenguajes cercanos a los teológicos en ocasiones), aunque tienen el valor de intentar encarar los más refractarios mundos de la religión íntima (ante la que el reto de la neuroreligión y sus métodos es clave).
El mayor problema para analizar estas experiencias religiosas es que son difícilmente reductibles al lenguaje racional y científico, desvelándose así otro de los grandes retos de la disciplina que es desarrollar los instrumentos que permitan reflejar (aunque sea de modo incompleto o aproximado) estas vivencias, sin las cuales el estudio de las religiones/ la historia de las religiones fracasará en su vocación holística (es decir que busca comprender los fenómenos religiosos en sus diversas y complejas manifestaciones). Pero para llegar a esto parece imprescindible que la disciplina se libere del fuerte prejuicio eurocéntrico y religiocéntrico consistente en el desprecio de las experiencias extraordinarias (de conciencia alterada), claves en las religiones extáticas. Resulta una premisa inexcusable para ser capaces de comprender correctamente prácticas fundamentales de las religiones asiáticas, africanas, australianas o americanas o de formas religiosas como el chamanismo. Si bien se resisten a ser comprendidas con los instrumentos habituales del análisis histórico-religioso (generalmente forjados para el estudio de las religiones occidentales), esta inadecuación no es razón suficiente para soslayar o negar llanamente el interés de las complejas especulaciones místicas o extáticas presentes en la mayoría de las religiones.
El caso de la mística resulta ejemplificador puesto que incumbe a experiencias subjetivas no comprobables por el investigador que se aventura a estudiarlas; el nexo de unión entre el analista y la experiencia analizada es generalmente el lenguaje literario que además no parece estar diseñado para expresar este tipo de fenómenos de un modo correcto (hecho del que son bien conscientes los escritores místicos). Se trata de reflejos de un mundo diferente, de una alteridad que parece tener unos cauces de manifestación alternativos, ante los que se desatan prejuicios velada o abiertamente religiocéntricos y etnocéntricos que se permiten defender una disección entre experiencias místicas verdaderas y falsas, superiores e inferiores, puras e impuras y que, en algunos casos, han querido plantear criterios a la hora de determinar el modo legítimo o abusivo del empleo del término místico. En muchos casos se ha partido de la hipervaloración de la experiencia mística, entendida como el más alto grado del compromiso religioso, y por tanto estimada accesible únicamente a una elite privilegiada compuesta por muy pocos individuos. Esta idealización ha llevado generalmente a la incapacidad por parte de los analistas para aceptar que en ciertas religiones (generalmente las más ajenas) puedan desarrollarse experiencias místicas de modo masivo o incluso acabado. Como tantos otros conceptos del análisis histórico-religioso el término mística posee un campo significativo muy influido por la herencia cristiana (en la que se engloban desde el punto de vista ideológico buena parte de los investigadores del tema), marcada por la primacía del individualismo de la experiencia y por el monoteismo y que por tanto suele aceptar como místico lo que en otras tradiciones afines puede resultar comparable (misticismo musulmán, judío o hindú monista) pero rechaza lo que no se rige por esas pautas. Resultaría improcedente según esta visión una experiencia mística que superase el plano de lo meramente individual, como ocurre en los trances colectivos, que se entenderían como degeneraciones desvirtuadas de la verdadera mística. Otra vía de desvalorización de experiencias místicas proviene de la graduación valorativa de los medios utilizados para ponerlas en marcha: la ascética rigurosa y la elección (imaginaria) por fuerzas sobrenaturales se suelen aceptar como mecanismos correctos mientras que actividades ajenas o marginales en la tradición religiosa occidental como la ingestión de sustancias psicodélicas o la inducción por la danza o la música se estiman como vías dudosas (lo que lleva a una desvalorización genérica de la extática). Como vemos los escollos para analizar el fenómeno místico son muchos, pero tanto estas experiencias, como las especulaciones mitológicas complejas o los mundos imaginarios que se construyen en la meditación pertenecen al patrimonio religioso humano y han de ser objeto de estudio por el especialista en el estudio de las religiones aunque para ello haya de renunciar a los límites seguros de la metodología habitual.
Nos enfrentamos también al reto de la liminaridad
metodológica a la hora de emprender trabajos de campo. Resultan
evidentes los problemas que plantea el análisis de este tipo de
experiencias religiosas, que conforman territorios límites desde
el punto de vista metodológico. Se plantea la difícil posición
de elegir entre estudiar desde fuera este tipo de fenómenos
(perdiendo así la fuerza de la experiencia personal) o hacerlo
desde dentro (con la posibilidad de caer en la aceptación de
los argumentos y cosmovisiones de quienes se estudia).
Como ejemplos surgen los casos algo extremos de investigadores
como Michael Harner (y su Foundation for Shamanic Studies http://www.shamanism.org
donde se proponen cursos de entrenamiento para ser chamán y se venden
objetos para realizar rituales chamánicos) o de Josep Maria Fericglá
(que organiza cursos de autoayuda y autosuperación para el público
en general, http://josepmfericgla.org).
Han pasado de estudiar el chamanismo en calidad de antropólogos
a practicar las técnicas chamánicas (creyendo convertirse
en una especie de chamanes "new age"). En las novelas de Carlos Castaneda,
también se evidencian los problemas que puede plantear para el investigador
el creer (transformarse en un converso) en lo que se está estudiando.
Aunque cualquier investigación que intente ahondar
en este tipo de temas, o en general en los relativos al análisis
de experiencias religiosas, encuentran escollos a la hora de avanzar sin
adentrarse, en alguna medida, en la cosmovisión de quienes se estudia.
En el estudio de las religiones la aplicación
de la observación participante plantea no pocos interrogantes que
sólo pueden resolverse en última instancia encarando de un
modo contextual (caso a caso) la situación en aras de la eficacia
investigadora (en un juego de roles en el que los investigadores sobre
religiones se suelen encontrar en una compleja liminaridad metodológica
quizá en mayor medida que en otros temas).