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TEORÍAS Y METODOLOGÍAS DEL ESTUDIO DE
LAS RELIGIONES
Material preparado por Francisco DIEZ DE VELASCO UNIVERSIDAD DE LA LAGUNA Este material electrónico tiene licencia Creative Commons Reconocimiento - NoComercial - CompartirIgual (by-nc-sa) |
Uno de los grandes problemas a los que se enfrenta la
disciplina a nivel mundial es el de su configuración de un modo
claramente diferente del de las opciones de tipo confesional.
No se trata de revivir un viejo debate entre ciencia,
religión y teología que algunos estiman superado desde comienzos
del siglo XX. Por el contrario, se trata de pugnar por constituir una aproximación
que sea capaz de ofrecer algo diferente de lo que, a comienzos del siglo
XXI, las teologías (ya necesariamente en plural) tienen la vocación
de ofrecer. Si a finales del siglo XIX el referente era la teología
cristiana (o mejor dicho las diferentes teologías desarrolladas
por los diversos cristianismos europeos, en cada contexto estudiado),
el marco estallado y globalizado de nuestro tiempo requiere la mirada plural.
Se estudia la religión desde presupuestos confesionales en muy diferentes
ámbitos, y la mirada no puede concentrase solamente en el cristianismo.
Ni tampoco la indulgencia o el compromiso. Hemos de ser conscientes de
que el peso de la reflexión teológica cristiana, fundamental
en la construcción de lo que es el modelo universitario occidental
(convertido en común en casi todo el mundo)
ha minado, salvo
momentos particulares, la sensibilidad de muchos investigadores de las
religiones hacia los productos teológicos del cristianismo.
A su vez la teología se desdotó de muchos de sus argumentos
más dogmáticos a partir de la primera mitad del siglo XX,
lo que ayudó a una convergencia de actitudes y la renuncia de la
mutua beligerancia.
Pero el mundo actual asiste al florecimiento de universidades
y centros de investigación patrocinados desde muy diferentes religiones.
La Iglesia Católica cuenta con numerosísimas universidades
en las que se ofrecen no ya estudios teológicos, sino la ya citada
ambigua denominación de ciencias religiosas. Las universidades budistas
desarrollan enseñanzas sobre budismo en las que la línea
que separa el endoctrinamiento en una verdad religiosa del estudio no confesional
no se plantea (o se plantearía como una falsa frontera). Parecidos
problemas encontramos en universidades islámicas o en los centros
y programas educativos que muchas nuevas religiones están poniendo
en marcha (por ejemplo la Iglesia de Cienciología). Cuando el
famoso divulgador del yoga y el hinduismo en Occidente, Paramahansa Yogananda,
hablaba del yoga como la ciencia de la religión en la segunda década
del siglo XX estaba ilustrando una situación que hoy se ha multiplicado:
la confusión entre el estudiar lo que se cree (y lo que los demás
creen partiendo de la propia creencia) y el estudiar creencias sin enseñar
a creer. No es posible que los educadores católicos llamen ciencias
religiosas a lo mismo que llamaba Yogananda la ciencia de la religión;
el islam quiere ser ciencia lo mismo que los estudios cienciológicos
no pueden menos que, hasta en el nombre, postular ser otro tanto. Y si
el
nombre ciencia se resiste y no se puede estirar para convertirlo en creencia,
se ofrece una definición nueva de ciencia bajo el argumento de la
limitación de su uso común. Pero multiplicidad es incompatibilidad
si la perspectiva es la teológica, la del que usa el estudio de
las religiones y la religión como medio de apuntalar su fe y creencias
frente a los demás (o contra los demás). De ahí que
resulte no ya anacrónico sino de la más plena actualidad
el discutir sobre la diversidad de enfoques que ha de tener una disciplina
no confesional frente a las necesariamente confesionales. A pesar de la
pugna centenaria que muchos teólogos (cristianos) han protagonizado
para defender el carácter equiparable (antes decían que superior)
de su disciplina, se trata de una falsa vía (y el debate ha sido
muy enconado y ha habido muy importantes teólogos o para-teólogos
liderando la investigación en historia de las religiones en muchos
lugares y momentos). Pero aceptar como pares, como iguales, a teólogos
cristianos (como en muchos casos se ha estado y está haciendo y
se ha hecho en Europa y América, por una falta de sensibilidad eurocéntrica
hacia las diferencias que, por ejemplo, no se produce respecto de pensadores
provinientes del hinduísmo o del islam, donde el abismo de puntos
de vista es mucho más notable) puede llevar, con la inevitable y
deseable mundialización y globalización de la disciplina
a encontrarnos en pie de igualdad en cualquier foro de carácter
científico (supuestamente) con integrantes de grupos religiosos
variados como ufólogos, astrólogos o clérigos diversos
para los que un debate académico no se entiende más que como
un medio de expresar sus creencias, ofrecer testimonio y ganar prosélitos.
Aunque en historia de las religiones caben convergencias entre el objeto
de estudio y el sujeto que estudia, la situación antes expuesta
contribuiría a la perversión de los límites de la
disciplina de un modo difícil de aceptar desde una posición
metodológica incluso laxa.
La historia de las religiones se diferencia de forma
clara de la teología y aunque parecen dedicarse a un mismo campo,
la óptica del estudio es científica en un caso y no científica
(podríamos incluso decir que pseudocientífica) en el otro;
las características de la segunda pueden servir de contramodelo
para definir la primera.
La teología tendería a ser:
a) normativa y moralista: una de sus finalidades
es la determinación del bien y del mal, entendidos como adecuaciones
a la "verdad" religiosa (o a la "religión natural").
b) exclusiva: se basa en la revelación
(o en fuertes argumentos de posesión de la verdad de impacto similar);
la comparación con otras religiones tiende a derivar en la finalidad
de determinar el grado de adecuación de las demás al mensaje
de la propia que se estima como único verdadero (o a lo sumo como
el más evolucionado y perfecto) (tiende a un evolucionismo religioso).
c) esencialista: busca la esencia (revelada o
transmitida tradicionalmente) de la religión propia, despreciando
generalmente las manifestaciones históricas estimadas como imperfectas.
d) originalista: el mensaje revelado tiene visos
de intemporalidad, las manifestaciones históricas se suelen
estiman como degeneraciones de un mensaje primordial y verdadero (en ocasiones
equiparado a la religión natural).
Frente a esto el enfoque de la historia de las religiones
(ciencia de las religiones, estudio de las religiones...) tendería
a ser:
a) no moralista: no busca extraer conceptos de
moral práctica, ni criticar las formas religiosas de una sociedad
dada por muy alejadas que resulten de la moral en la que se enculturó
el investigador. La finalidad del análisis histórico-religioso
es comprender la práctica religiosa en el contexto social que
le dio origen y quizá gracias a ello mejorar el conocimiento
de la sociedad y en última instancia del ser humano como ser histórico
y social (por medio de la comparación, por ejemplo, de la presencia
de prácticas parecidas en culturas diferentes), no instaurar reglas
de moral universal (a diferencia de lo propuesto, por ejemplo, por el ateísmo
científico). No busca determinar la verdad religiosa o graduar
las religiones de mejores a peores...
b) no exclusiva: la historia de las religiones
se basa en el respeto por las creencias ajenas y requiere una actitud
no dogmática por parte del investigador a la par que libertad
personal para enfrentar los muy diversos problemas que pueden jalonar una
investigación. Ha de renunciar tanto a una actitud de fobia hacia
cualquier religión (incluida la propia en la que se enculturó
o por la que ha optado) como a la actitud apologética encubierta
que consiste en buscar en el análisis histórico-religioso
un medio de establecer "científicamente" la verdad esencial de las
propias creencias. Un contraejemplo lo ofrece el padre Wilhelm Schmidt
(Ursprung
der Gottesidee, 12 vols., 1912-1954), que dedicó su vida a intentar
demostrar que el monoteísmo era la fase religiosa más antigua
de las culturas humanas (partía de la creencia que los politeísmos
eran desviaciones de la religión natural, revelada en los orígenes
de una humanidad, necesaria y naturalmente monoteísta) para lo cual
obvió los casos que no se adecuaban a sus intereses (se trataba
de una aproximación basada en preconceptos).
c) diversa y no esencialista: la historia de las
religiones parte de la constatación de la diversidad
de las experiencias religiosas y sus manifestaciones históricas.
Las experiencias religiosas se analizan como productos de la sociedad,
el momento y el lugar en que surgen, sin enjuiciarlas en esquemas generales
de revelación o similares. Así, por ejemplo, las obras de
San Juan de la Cruz han de estudiarse como productos de unas condiciones
históricas determinadas y no como cumbres de la revelación
divina (aunque sí como cumbres del pensamiento místico cristiano).
El respeto hacia el objeto de estudio (las religiones) impide plantear
de un modo militante la existencia de una religión verdadera (o
una interpretación verdadera) donde radique la explicación
última de la esencia del fenómeno religioso.
d) histórica: enmarcada en una temporalidad
y espacialidad determinada (lo que no quiere decir que la comparación
se rechace).
La historia de las religiones, por tanto, presenta unos caracteres bien diferenciados de la teología: las interpretaciones teológicas se convierten en aproximaciones imaginarias y religiocéntricas (surgidas en el seno de los esquemas interpretativos y las cosmovisiones de religiones específicas), susceptibles de ser analizadas como contingencias culturales, como desarrollos ideológicos de culturas determinadas; la teología pasa así de la categoría de rival a la de objeto de estudio para la disciplina.
Cabe preguntarse si la teología no se podría
clasificar como una pseudociencia (en una relación parecida a la
de la astrología respecto de la astronomía).