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HUMILDAD ONTOLÓGICA Y MUERTE

Copyright: Jesús Avelino de la Pienda.Universidad de Oviedo
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RESUMEN

La idea directriz de este trabajo es trazar las coordenadas de una visión de la muerte. Para ello se parte de un análisis de lo que el autor llama "humildad ontológica" del hombre. No se trata de la humildad moral por no ser voluntaria. Tiene dos dimensiones: una material y otra cultural. Se aborda el ser del hombre como un todo y se intenta poner de manifiesto sus ataduras al mundo cósmico y al mundo de las culturas. El hombre no sólo habita en la materia, sino que es material; no sólo crea y tiene culturas, sino que vive enculturizado. El objetivo de todo el estudio es comprender mejor el momento de su muerte.

La religación al mundo material se concreta en sus ataduras al planeta Tierra, en su humildad geográfica". La misma palabra "hombre" recoge en sus significado originario esas ataduras: homo, "hijo de la tierra". No sólo hijo de la Gran Tierra , sino también de la tierra chica: su casa, su pueblo, su isla, etc. Esta filiación terrestre se alarga en una filiación de alcance cósmico. De esta manera, toda la materia le concierne.

Su cuerpo individual es un sistema abierto, que se ensancha en un cuerpo cósmico y comunitario. Su cuerpo real no acaba donde su piel. Es un sistema vivo, a través del cual la materia exterior se hace carne en un proceso ininterrumpido, se individualiza y se hace persona: se hace inteligencia y sentimiento, odio y amor.

El hombre es también siempre y a la vez "hijo de una cultura". Esta le ofrece la forma concreta de vivir en esa Tierra Madre y tierra chica. Vive su filiación terrestre a través de su filiación cultural. No existe el hombre natural, el hombre meramente hijo de la tierra. Sólo existe el hombre enculturizado, el hijo de la tierra a través siempre de una cultura determinada. Esta religación constituye su humildad cultural, que también llega a ser en él de orden ontológico. La cultura también se hace carne y se hace persona. Pensamos y sentimos siempre desde una cultura.

Ambas religaciones, material y cultural, constituyen la humildad ontológica. Desde ella traza el autor una visión de la muerte y del Más Allá.

Pero el hombre no sólo aparece como un sistema abierto en cuanto a su cuerpo. También lo es en cuanto espíritu. La apertura es la nota definitoria de su espíritu. Esta se ensancha ilimitadamente hacia el infinito, de manera que nada finito la puede colmar. Tal vez por eso el hombre ha soñado tan frecuentemente con algún tipo de inmortalidad, que lo arranque de la finitud de todo lo material.

Sin embargo, varias culturas han desarrollado la idea de la resurrección. En ellas el hombre desea ser inmortal, pero no a costa de perder definitivamente su religación al mundo material. La materia de su cuerpo le es demasiado querida como para perderla para siempre. El autor reinterpreta este deseo del que muere desde la idea de la humildad ontológica , poniendo de relieve las incoherencias de la idea de la resurrección difundida por la fe cristiana en Occidente.

La humildad cultural condiciona el modo de interpretar y sentir la muerte. Por eso a tantas y tan diferentes visiones de la muerte. No existe una visión verdadera de la muerte. Todas tienen su verdad.

Se desarrolla la relación dialéctica vida-muerte con el objetivo de resaltar el sentido positivo de la muerte, como parte esencial de la vida, que debe ser querida, no por sí, sino por razón de la vida misma.

La muerte aparece como un fenómeno pluridimensional. Esa diversidad de aspectos es en parte recogida en tres paradigmas que son fundamentales en la visión occidental de la muerte. Estos son muerte natural y muerte enculturizada, muerte natural y muerte personal, muerte natural y muerte sobrenatural.

El trabajo termina con un análisis del deseo de la muerte, que todo hombre oculta en su interior y que no es incompatible con su miedo a la muerte ni con su deseo de inmortalidad.. Para ilustrar este punto recoge el texto de la parábola El peral de la miseria. Aunque es verdad que tenemos que morir no es menos verdad que nos aterra pensar en una eterna vejez o en un eterno círculo de reencarnaciones.