Copyright: Santiago Montero
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No es el miedo y las consultas adivinatorias un tema al que se haya prestado hasta la fecha la atención que merece. Si acaso hay una excepción: el temor de la población a los efectos del prodigio y su significado, ha despertado, desde Tácito, un cierto interés como demuestran los estudios de B. Gladigow, Konkrete Angst und offene Furcht: Am Beispiel des Prodigienwesens in Rom, en H. von Stietencron (Hg.), Angst und Gewalt: Ihre Präsenz und ihre Bewältigung in den Religionen, Düsseldorf, 1979, 61-77 y, más recientemente de V. Rosenberger, Gezähmte Götter, Das Prodigienwesen der römischen Republik (en particular el cap. II: Die Bedeutung der Prodigien oder: Zeichen und Ängste, pp: 91-126).
Un tema en cualquier caso inédito hasta ahora es el de las relaciones entre el miedo y haruspicina, una técnica adivinatoria extranjera (etrusca) incorporada por Roma a su religión a comienzos del siglo II a.C.
Si Roma adoptó las técnicas haruspicinales etruscas para
que fueran practicas tanto por el Estado como los particulares, lo hizo,
sin duda, para satisfacer una necesidad de la población tradicionalmente
ligada a una divinatio que no revelaba tanto el futuro como el consentimiento
de los dioses para ciertas acciones. Pero desde aquél momento la
población y sus autoridades conocieron también nuevos temores
que se sumaban así al que comportaba cualquier sacrificio pues,
por ejemplo, Séneca pone en boca del adivino Tiresias las siguientes
palabras: "Los sacrificios infaustos suscitan enormes terrores" (Edipo
351). Ya sólo el comportamiento del animal durante el ritual sacrificial
podía suscitar el miedo de los presentes.
Bueno será recordar ante todo que es una inquietud, un temor o el miedo -a cualquier cosa, pero en especial al futuro ("la oscuridad del futuro atormenta al género humano", afirma Juvenal, Sat. VI, 399)- lo que empuja a la consulta haruspicinal. Herodiano (IV, 12, 3-5) dice de Caracalla que sospechando que todos conspiraban contra él, consultaba todos los oráculos "y llamaba a sabios, astrólogos y harúspices de todas las regiones" y Lactancio, por su parte, dice de Diocleciano: "...ut erat pro timore scrutator rerum futurarum, immolabat pecudes et in iecoribus earum uentura quaerebat (De mort, persec. X, 1). Este mismo temor puede llevar, naturalmente, a consultar a los dioses a través de cualquier otra técnica. La simple curiositas no parece que haya sido el principal movido a las consultas adivinatorias.
Después existe también un temor a la propia consulta: ¿qué revelará el dios a través del responsum? El caso más asombroso de ciega obediencia a un responsum haruspicinal que conozco es el que, según Obsquente, 18, se produjo en el 152 a.C., cuando los harúspices anunciaron que se producirían muertes de magistrados y sacerdotes y todos los de aquél año dimitieron inmediatamente de sus cargos: cumque aruspices respondissent magistratuum et sacerdotum interitum fore, omnes magistratus se protinus abdicaverunt. Sabemos gracias a la obra de B. Mac Bain cuáles son las interpretaciones más frecuentes que los harúspices extraían de las consultas públicas: guerras civiles, matanzas y discordia. Difícilmente el Senado podía desoir dichas exégesis y, menos aún, los rituales expiatorios prescritos para evitarlos.
En el caso de la haruspicina practicada en las instancias oficiales
-la administración y el ejército- aparece un segundo tipo
de miedo o de temor: ¿se ajustará el responsum a los
planes ya proyectados o, mejor, a los intereses del consultante?
Si el responsum era adverso a los planes o a los proyectos en
marcha, cabían dos soluciones. Una de ellas era plegarse a él
aún sabiendo que los contrariaba: "Dime, ¿acaso vas a confiar
más en un pedazo de hígado -le pregunta Aníbal al
rey Prusias de Bitinia- que en un veterano general?" (Val. Max. III, 7,
6). Dicha actitud puede explicarse bien por una confianza en la técnica,
bien por miedo a que los dioses se indispusieran contra el consultante.
La otra solución, desobedecer el dictamen haruspicinal, exponía
a muchos riesgos: caer en la impiedad y, desde luego, indisponer a sacerdotes
y adivinos.
Este temor a que el responsum sea adverso es tan grande que,
en ocasiones, puede llevar a cometer un fraude, una manipulación
de las entrañas durante el ritual. Conocemos algunos casos. Frontino
(Strateg. I, 11, 14) dice que el fraude de imprimir con tinta calcada,
sobre el hígado de la víctima, palabras fatídicas
fue empleado por Alejandro Magno: "Alejandro de Macedonia, en el instante
de sacrificar, imprimía, por medio de una preparación caracteres
sobre la mano con la cual el harúspice debía tocar las entrañas
de la víctima. Estos caracteres daban la victoria a Alejandro. Reproducidas
sobre el hígado caliente y mostrado a los soldados por Alejandro,
ellos animaban al coraje como si el dios mismo les hubiese prometido la
victoria". El episodio no parece histórico aunque la práctica
debió ser frecuente durante la época helenística:
Frontino (I, 11, 5) dice que el mismo fraude fue repetido por el harúspice
Sudinus en el momento en que Eumenes iba a entablar combate con los galos.
Lo que aquí nos interesa es que el consultante no realiza una consulta
haruspicinal, limpia, en regla, sin duda por temor a una respuesta de los
dioses contraria a sus intereses. La manipulación les sirve no sólo
para evitar esa situación sino también para infundir ánimo
a las tropas en los momentos previos al combate.
Miedo existía también por parte de las autoridades romanas a cierto tipo de consultas haruspicinales. Me refiero a las consultas de los privati sobre el futuro del emperador. Las razones de dicho temor estriban en que este tipo de consultas podían desencadenar una profunda crisis institucional y, más concretamente, conjuras y atentados.
Este mismo temor explica una larga y bien estudiada serie de edictos
estudiados por L. Desanti (Sileat omnibus perpetuo divinandi curiositas.
Indovini e sanzioni nel diritto romano, Milano, 1990) que limitan o
reprimen las consultas de salute principis. Tiberio había
prohibido las consultas secretas a los emperadores: haruspices secreto
ac sine testibus consuli vetuit (Suet., Tib., 63), una disposición
que Suetonio no dudaba en atribuir a la atmósfera de terror y odio
en que vivía el emperador y al pánico que le dominaba (sed
praetrepidus quoque atque etiam contumeliis obnuxius uixerit). Desde
Tiberio el castigo del extispicium secreto fue el mismo que el del
crimen maiestatis. También el temor del Estado a la haruspicina
secreta puede explicarse por las cada vez más frecuentes relaciones
entre haruspicina y magia maléfica. Es el mismo temor que las consultas
de salute que los esclavos hacían sobre la suerte de sus
patronos desencadenaban entre éstos y que se consideraban como una
grave amanaza para una sociedad esclavista como era la romana.
Pero en otras ocasiones el miedo es a la inversa: el del sacerdote o
harúspice hacia el consultante. Quinto Curcio, apartándose
de la versión canónica del episodio (Cfr. Arr. IV, 4, 3),
presenta a al adivino Aristandro temblando ante Alejandro Magno: "Aristandro
se quedó lívido y como atónito e incluso sin voz a
causa del miedo" (id, IV, 3, 26). Ese temor es el que le lleva a hacerle
modificar los malos presagios que había leído en las vísceras:
"...se presentó Aristandro asegurando que en ninguna ocasión
había visto vísceras más favorables y en verdad bien
distintas a las anteriores..." (VII, 7, 29). Es a mi juicio Curcio, en
esta escena haruspicinal que a mi juicio recrea no una consulta de Alejandro
sino la de un emperador romano de mediados del siglo I d.C., el autor latino
que mejor ha sabido captar la relación entre miedo y consulta haruspicinal.
Pone incluso en boca de Alejandro que su amigo Erigio, refiriéndose
al primer responsum desfavorable "utiliza la interpretación
de las entrañas de las víctimas en función de su propio
miedo" (id. VII, 7, 24)
Por último, existe otro tipo de miedo: el del propio experto que, al ver las entrañas, se asusta al entender lo que significan. El harúspice Arruns, que en vísperas de la guerra civil consulta las entrañas de una víctima dice Lucano que "palideció" (palluit) (Fars. I, 616) al inquirir de ellas la cólera de los dioses. El poeta vuelve a decir que ya sólo el color de los exta "aterrorizó" al arúspice (Terruit ipse color uatem) (id., I, 618). El miedo de Arruns es el de quien sabe lo que las entreñas significan y también el de quien por primera vez, antes que nadie, conoce las calamidades que van ha sobrevenir. El harúspice dice por último: "Indecibles desastres tememos, pero la realidad sobrepasará aún nuestros temores" (I, 634-635: Non fanda timemus, sed uenient maiora metu).
Existe un temor del Estado romano hacia aquellas personas que no siendo un profesional (prudens, peritus), desconociendo la techne haruspicinal, se atreve a observar los exta. Viene a explicarse así, la creación por parte de Alejandro Severo de las llamadas "cátedras" de haruspicina en Roma en un intento de regulaba la práctica. Las fuentes literarias nos ofrecen el caso de algunas mujeres, como es el caso de Manto en la tragedia de Séneca (Edipo, 355 ss.) quien, incapaz de interpretar lo que las entrañas muestran, se limita a describirlas y es su padre, el adivino Tiresias, el que ofrece la explicación.
Juvenal (Sat. VI, 132) nos describe a la mujer que ante el altar
de Jano y Vesta realiza un sacrificio seguido de una práctica haruspicinal
y empalidece ante la cordera, et aperta palluit agna, sin duda no
porque entienda la configuracion de las entrañas sino porque el
harúspice le anuncia algún hecho desfavorable.
Cuando los cristianos combatieron estas prácticas, también recurrieron a otro tipo de miedo. Los cristianos creyeron durante mucho tiempo que los vaticinios extraídos de las vísceras de los animales eran obra de demonios. Pues bien, era el terror que causaba el nombre de Cristo o la señal de la cruz, la que explicaba la rápida huida de los demonios y, con ella, la ausencia de pronósticos, lo que en el lenguaje haruspicinal se llamaba exta muta. En la traducción de Teja, Lactancio (Inst. Div. IV, 27, 1) nos dice: "En lo que se refiere al terror que esta señal causa a los demonios, lo sabrá aquel que vea hasta qué punto huyen de los cuerpos que dominan, al ser conjurados en nombre de Cristo". Más adelante insiste Lactancio que algunos ministros cristianos se acercaban a los sacerdotes paganos cuando estaban haciendo sacrificios "y, haciendo la señal de la cruz, ponían en fuga a los dioses de aquellos, para que no pudieran describir el futuro a partir de las vísceras de sus víctimas" (id., IV, 27, 4).