MILLENNIUM: FEAR AND RELIGION.
MILENIO: MIEDO Y RELIGIÓN.
MILLÉNNAIRE: PEUR ET RELIGION.

   COMMUNICATIONS (pour discussion)
PAPERS (for discussion)
PONENCIAS (para discusión)

Envoyez vos commentaires à; send your commentaries to;envíe sus comentarios a: conmirel@ull.es 
Esperando el fin del mundo en una aldea de Frigia. Terrores milenaristas en el primer cristianismo (Resumen y propuesta de temas para el debate)

Copyright: Mar Marcos
                                                                                         volver a la página principal (pulse aquí)



 

El título original de mi contribución a este Congreso es el que se lee arriba: "Esperando el fin del mundo en una aldea de Frigia: terrores milenaristas en el primer cristianismo". Este título lo dí hace mucho tiempo con la intención de estudiar un caso de "terror milenarista" en el primer cristianismo, el del grupo llamado "montanista", que se considera siempre como un caso ejemplar de la intensidad de las creencias milenaristas en el cristianismo primitivo.

Montano era un profeta cristiano originario de Frigia, en Asia Menor, que vivió a mediados del siglo II, quien, acompañado de dos profetisas, Maximila y Priscila, predicaba el fin de los tiempos e instaba a otros cristianos a prepararse para ese final practicando una rigurosa ascesis. No se han conservado los escritos de Montano y sus compañeras. Lo que sabemos de ellos y del contenido de su predicación es a través de fuentes secundarias, textos que son en su mayoría adversos en cuanto que Montano y sus seguidores fueron declarados herejes y perseguidos incluso por la ley civil. Algunas referencias en los textos aluden a sus exacerbadas esperanzas escatológicas. Eusebio de Cesarea, que usa como fuente a un autor anónimo cercano en el tiempo a los hechos que narra, cita un oráculo de Maximilla que decía "Después de mí no habrá más profetas, sino el final". Maximilla había predicho también que habría muchas guerras (Eusebio, HE V, 16, 18-19). Otra fuente de época tardía, de finales del siglo IV (Epifanio, Panarion 49.1), cuenta la siguiente experiencia de una mujer montanista: durmiendo una noche en Pepuza, una aldea de Frigia, se le apareció Cristo y durmió con ella. Ella describió el hecho de esta manera: "Tomando la forma de una mujer, Cristo vino a mí vestido con una túnica blanca y puso la sabiduría en mí y me reveló que este lugar es santo y que aquí descenderá del cielo Jerusalén". Sabemos por otras fuentes que Montano tenía su "cuartel general" en Pepuza, "una pequeña aldea de lo más insignificante" (Cirilo de Jerusalén, Catechesis 16, PG 33, 928-29), a la que él llamaba Jerusalén y donde había reunido a mucha gente, diciendo que él era el Espíritu Santo. Se decía que Montano mataba niños pequeños, los descuartizaba y los repartía como comida (Cirilo de Jerusalén, ibidem).

Apoyándose en estos testimonios, que podrían explicarse bien en el ambiente de paroxismo escatológico típico del cristianismo de Asia Menor en el siglo II, la historiografía ha mantenido tradicionalmente que los montanistas eran fervientes milenaristas(1), hasta el punto que, interpretando el Apocalipsis de Juan -que surgió también en ambiente asiático- en sentido completamente literal, esperaban la Parusía y el desceso de la nueva Jerusalén en un lugar concreto, donde se habían reunido para ello practicando una ascesis rigurosa (ayunos, abstinencia sexual, ruptura de los compromisos sociales, etc.) y, según algunas fuentes, asesinatos rituales. Pues bien, cuando comencé a tratar a fondo la cuestión, a estudiar los documentos y a consultar la bibliografía especializada más reciente, encontré que el milenarismo montanista no está tan claro por lo menos no lo está el carácter materialista de su espera escatológica y la creencia en un fin inminente de los tiempos. El oráculo de Maximilla respecto al final de la profecía después de su muerte podría significar sólo eso, que tras su muerte se acabaría la profecía, pero no que se acabaría el mundo; tampoco se dice en ningún lugar que las guerras que predijo estuvieran asociadas a la llegada del final de los tiempos. Por otro lado, la autenticidad del oráculo de la profetisa que había predicho el descenso de Jerusalén en Pepuza ha sido puesta en duda con argumentos sólidos(2) y, cuando este oráculo se acepta como auténtico, se interpreta en sentido alegórico: la Jerusalén que los montanistas situaban en Pepuza era una escatología ya realizada; Pepuza, su lugar de reunión, era la Nueva Jerusalén en cuanto que estaba habitada por los justos, que eran los propios montanistas. De modo que el tema central de mi Comunicación debía ser reconsiderado.

Me decidí entonces a buscar otros casos menos estudiados y que se ajustaran a lo que los sociólogos y antropológos modernos entienden por "movimientos milenaristas", esto es, grupos o sectas reunidos en torno a la figura de un líder carismático, sustentados por la esperanza de un cambio radical en las estructuras sociales, económicas, políticas etc.; un cambio que se esperaba que fuera producirse en un futuro próximo, a veces inminente, propiciado por fenómenos catastróficos y que tendría lugar no en un mundo futuro sino en la tierra. Pues bien, aunque los casos documentados que yo he encontrado son, por ahora, pocos -sería necesaria una revisión de todas las fuentes antiguas para estar más seguros-, son suficientes para afirmar que este tipo de grupos existieron en la Antigüedad. Y, puesto que las noticias que proporcionan nuestras fuentes son esporádicas, hay que pensar que pudieron haberse dado más de los que están documentados. En las siguientes páginas presento para el debate un resumen de los temas que serán desarrollados en el texto final de esta Comunicación.

* * *
 

Las creencias milenaristas estaban muy difundidas entre los primeros cristianos y no sólo a nivel popular, sino también entre los intelectuales. Autores muy prestigiosos, como Ireneo de Lyon, Justino, Tertuliano, Metodio de Olimpo, Lactancio, o Agustín durante un periodo de su vida, hacían una interpretación literal del Apocalipsis de Juan y mantenían que Cristo iba a volver antes del Juicio Final para implantar sobre la tierra un reino material que duraría mil años, en el que reinaría El con los justos resucitados.Se esperaba que ese reino se instalaría en la Jerusalén reconstruida, donde iba a gozarse de todo género de fecundidad y abundancia de bienes terrenales(3). Los cristianos habían heredado esta creencia de los judíos. En realidad, ésta era una reinterpretación de la esperanza nacionalista judía en el reino mesiánico, que se encuentra expresada de forma difusa en algunos libros del Antiguo Testamento y que se manifiesta con toda su fuerza en la literatura llamada intertestamental, sobre todo en el 4 Libro de Esdras y en el 2 de Baruch, que son más o menos contemporáneos del Apocalipsis de Juan. De todas formas, la concepción del reino mesiánico entre los judíos era diferene entre unos grupos y otros, y también variaba el tipo de expectativas escatológicas entre los diversos grupos de cristianos. No existe una única idea del Milenio en el cristianismo antiguo: no se sabía, o no había acuerdo respecto al momento en que iba a producirse, ni en cuanto a cuál sería su duración, ni en cuanto al carácter del reino escatológico. Y, por supuesto, había quienes no creían en el milenio o lo interpretaban en sentido espiritual, postponiéndolo a un futuro sine die. No voy a tratar aquí las diversas formas de escatología cristiana ni la evolución del pensamiento milenarista, temas que han sido ya objeto de abundantes estudios(4). Me centraré en cómo afectaron estas creencias a la experiencia religiosa de los primeros cristianos y, hasta donde es posible, en qué consecuencias tuvieron en sus vidas.

Aunque las ideas escatológicas de Jesús son difíciles de precisar, las primeras generaciones de cristianos, entusiasmados por la promesa de un reino de Dios inminente donde podría experimentarse la divinidad al completo, se preparaban para ese momento y rechazaban los valores de la sociedad. En las primeras comunidades las expectativas escatológicas eran muy pronunciadas, pero no se encontraba en los Evangelios una doctrina coherente respecto a cómo y cuando se produciría el final(5). Algunos cristianos de la segunda o la tercera generación, deseperanzados, había empezado a dudar de un fin inminente: Hemos oído estas cosas ya en los días de nuestros padres y nos hemos hecho viejos y ninguna cosa ha sucedido ( 1 Clem. 23). San Pablo se muestra muy cauto al respecto. Aunque en las Cartas hay pasajes donde se expresa la creencia en un retorno inminente de Cristo, la espera escatológica aparece privada de toda connotación revolucionaria, alejada del milenarismo más material. La nueva Jerusalén es para San Pablo celestial y la resurrección que interesa es, sobre todo, el paso espiritual a la vida de los resucitados que proporciona el bautismo. Pero algunas comunidades siguieron creyendo en un reino de Dios de carácter más terrenal y convulso. El Apocalipsis de Juan, escrito a finales del siglo I en el contexto de las iglesias de la costa occidental de Asia Menor, ofrecía por primera vez en los medios cristianos una descripción de cómo sería el Milenio, un acontecimiento que iba a suceder enseguida, como se afirma en las primeras líneas del Apocalipsis. Estaría precedido de grandes desastres (guerras, hambres, pestes) y es descrito en el Apocalipsis con una rica imaginería y gran convicción: "Vi a los que habían sido degollados por dar testimonio de Jesús y por la palabra de Dios, los que no habían adorado a la bestia ni su estatua y no habían recibido la marca ni en sus frentes ni en sus manos. Estos vivieron y reinaron con Cristo mil años. Esta es la primera resurrección. Dichoso y santo el que tiene parte en la primera resurrección: sobre éstos no tiene poder la segunda muerte, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, con el que reinarán mil años" (Apoc. 20). Hay otros apocalipsis cristianos, como el Apocalipsis de Pedro y el Pastor de Hermas, pero sólo el de Juan se incorporó al Nuevo Testamento por creerse que su autor era el mismo que el del cuarto evangelio. El Apocalipsis de Juan gozó así de una gran autoridad y un extraordinario potencial evocador en muchas generaciones posteriores y hasta el día de hoy.

Nada de lo que había revelado Juan, y que debía suceder en torno al año 100 d.C., se cumplió, pero, no obstante, sus profecías sobrevivieron, a veces interpretadas en sentido alegórico, a veces en sentido literal, adaptándolas a los nuevos tiempos. Los últimos años del siglo I y el siglo II fue el tiempo en el que los efectos de la creencia en el milenio se manifestaron de forma más aguda, tanto en la literatura como la vida de las comunidades cristianas. El milenarismo se conservó como ideal escatológico de una manera particularmente intensa en Asia Menor. Aquí, donde surgió el Apocalipsis de Juan, las esperanzas mesiánicas encontraron un ambiente y una difusión muy favorable. Entre los representantes más prestigiosos de esta tradición se cuentan Papías, obispo de Hierápolis de Frigia, que vivió hacia el 110 d.C., Justino, que murió mártir en Roma en c. 167 y conoció las ideas del cristianismo asiático en Efeso, e Ireneo, obispo de Lyon, también procedente de Asia Menor y muerto c. 200(6). Todos ellos son considerados "ortodoxos", utilizando un término moderno de fácil comprensión, aunque no muy apropiado para el panorama del cristianismo de los primeros siglos. En su diversidad, estos autores comparten una concepción antropológica y escatológica centrada en un punto crucial, la salvación del cuerpo humano, es decir la resurrección de la carne. La esperanza en el milenio refleja un gran inconformismo social y un anhelo de justicia: los justos que han sufrido en su cuerpo en este mundo, y no sólo los mártires, recibirán una compensación en un reino material en términos proporcionales a su sufrimiento: es la esperanza utópica en un mundo vuelto del revés, que se imagina con todo género de fantasías.

Sobre esta concepción completamente carnal reposan las llamadas "alegrías del milenio". Se imaginaba el mileno como un tiempo de extraordinaria fecundidad, que invita a veces a una ascesis del placer y el disfrute en una reconciliación plena con el imperio de los sentidos.Un milenarista radical de la primera generación, del cambio del siglo I al II, un personaje enigmático llamado Cerinto, predicaba el libertinaje total. Así sintetiza su pensamiento el historiador eclesiástico Eusebio de Cesarea: "Esta es la doctrina que enseñaba (Cerinto): que el reino de Cristo sería terrenal. Y como amaba el cuerpo y era pura carnalidad, imaginaba que allí se encontraría en medio de aquellas satisfacciones que anhelaba, las del vientre y las del bajo vientre, es decir, comer beber y practicar el sexo (...) ( Eus., Historia Eclesiástica III, 28). No obstante, los milenaristas son, en general, más moderados a la hora de abordar la cuestión de cómo sería la vida en el milenio y, de hecho, Cerinto fue declarado hereje ya en su mismo tiempo. Papías, cuyo pensamiento será luego muy influyente en el modo de construir la fantasía del milenio, lo describe como un tiempo de prosperidad material desconocida: las vides tendrán cada una diez mil vástagos, y cada brote mil ramitas, y cada ramita diez mil tallos, y cada tallo diez mil racimos, y cada racimo diez mil uvas, etc... (en Ireneo de Lyon, Contra los Herejes V, 33, 3). De forma semejante, para Ireneo el cuerpo humano resucitado iba a ser emplazado en un entorno ideal, muy fértil, en el que los justos disfrutarían de placeres sensuales.

En este ambiente del cristianismo asiático del siglo II se desarrolló el movimiento montanista. El carácter acusadamente carismático del grupo, la importancia del éxtasis profético - ellos se llamaban a sí mismos la Nueva Profecía- , la predisposición al martirio y los oráculos respecto al final de los tiempos que se les atribuyen, incluido el referente al descenso de la Nueva Jerusalén en Pepuza, han llevado a creer, como señalábamos al principio, que los montanistas eran milenaristas en el sentido más material del término. Es cierto que, leyendo con extremada cautela los documentos, no hay fundamento suficiente para afirmar que los montanistas se hubieran reunido en Pepuza a la espera de un inminente fin de los tiempos y que esta espera explique su comportamientos ascéticos - debemos olvidarnos de las acusaciones de crímenes rituales o de comportamientos obscenos, que son argumentos de descalificación que surgen a menudo, no sólo entre los cristianos sino de los paganos hacia los cristianos. No es impensable, no obstante, que Montano y sus profetisas, que defendían la libre profecía y habían construido una comunidad cristiana al margen del control de la jerarquía eclesiástica, catalizaran en torno a sí sentimientos de fervor religioso alentados por situaciones de descontento social, tal vez de protesta étnica o "nacionalista" de corte antirromano -como se ha mantenido a veces- y que ello pudiera traducirse en actitudes de paroxismo escatológico.

Puesto que situaciones de esta naturaleza se dieron en Asia Menor y el la región de Siria por la misma época. Hipólito, un obispo oriental que escribió a principios del siglo III un Comentario sobre el libro de Daniel y un tratado sobre El Anticristo, y un convencido milenarista, se hace eco de la ansiedad que manifestaban algunos cristianos con respecto a la llegada del Milenio. Escribe: "Pero se dirá ¿cuándo sucederá todo esto? En qué momento y en que tiempo se revelará el Engañoso? Los discípulos, también ellos, intentaron que se lo dijera el Señor, pero se les ocultó el día para mantenerlos en vigilia, a ellos y a todos, con respecto al futuro, en una espera ansiosa y de cada día del Esposo celestial y para que la duración de esta espera no les llevara a descuidar los mandamientos (...)" (Hipol. Com. sobre Daniel, IV, 26). Hipólito trata de calmar a sus lectores proclamando que el fin de los tiempos no es inminente. Hace un cálculo cronológico basado en la semana conmemorativa de los siete días de la creación. Cada día equivale a 1.000 años (según el Salmo 89,4) y el séptimo corresponde al Milenio. Teniendo en cuenta la fecha la creación de Adán y el nacimiento de Cristo, entre los que, según él, mediaban 5500 años, el Milenio debía comenzar en el año 500, por tanto en un tiempo todavía muy lejano (ibidem, IV, 23).

En este contexto de inquietudes milenaristas, Hipólito narra dos acontecimientos sucedidos, dice, "no hace mucho tiempo". Uno de ellos se sitúa en Siria. El jefe de una iglesia de la región -debemos pensar en un obispo-, en una zona apartada, persuadió a un gran número de cristianos a retirarse con sus mujeres y sus hijos a encontrar a Cristo en el desierto. Muchos le siguieron y anduvieron errantes por las montañas, a la aventura, hasta el punto que fueron confundidos con bandidos y estuvieron a punto de ser apresados; sólo la intervención de mujer del gobernador, que era cristiana, los libró de este destino evitando una persecución general (Ibidem, IV, 18). La otra historia que narra Hipólito sucedió en Asia Menor. El líder era un obispo de la iglesia del Ponto con dotes proféticas. Predijó, y así se lo comunicó a sus fieles, que el Juicio tendría lugar en el plazo de un año. Ello les produjo un gran temor y los impulsaba a orar día y noche, con lágrimas y lamentos. Abandonaron sus campos y casi todos vendieron sus bienes. El obispos les decía: "Si las cosas no pasan como os he dicho, no creáis más en las Sagradas Escrituras y haced lo que os plazca". Esperaron los acontecimientos anunciados, pero cuando pasó el año y no sucedió nada de lo que había predicho, entonces se produjo una gran decepción y desorden: las vírgenes se casaron, los hombres volvieron a los campos, y los que habían sido tan temerarios como para vender sus bienes tuvieron que dedicarse a la mendicidad (Ibidem, IV, 20).

Estos episodios, surgidos al amparo de las esperanzas escatológicas y liderados por la figura carismática del obispo, dotado de capacidad profética, presentan rasgos muy semejantes a lo que sociólogos y antropólogos catalogan como "grupos milenaristas". La lectura del libro famoso de Peter Worsley, Al son de la trompeta final. Un estudio de los cultos "cargo" en Melanesia, me llamó la atención acerca de la extraordinaria afinidad de este tipo de comportamientos en tiempos, culturas y geografías tan lejanas. Worsley estudia allí la aparición de un gran número de movimientos religiosos de corte milenarista en el Pacífico Sur durante las últimas décadas. Todos presentan características similares. Un profeta anuncia la inminencia del fin del mundo por un cataclismo que lo destruirá todo. Entonces regresarán los antepasados y Dios, u otro liberador, aparecerá trayendo todos los bienes que la gente desee y marcando el comienzo de un reinado de bienaventuranza eterna. Mientras tanto, se preparan para el Final, fundando organizaciones de culto, construyendo almacenes, etc. También a menudo, dice el autor, abandonan sus huertos, sacrifican el ganado, comen toda su comida y malgastan el dinero(7).

El objeto del libro de P. Worsley es, como él dice en el prólogo, "aclarar qué significan exactamente estos sucesos y por qué ocurren en determinadas zonas y en determinadas épocas" (ibidem). El gran privilegio de los antropólogos es que pueden visitar los lugares y hablar con los agentes de los acontecimientos que estudian. Esa ventaja no la tenemos los historiadores. No la tenemos los historiadores de la Antigüedad, que dependemos de documentos fragmentarios, de noticias esporádicas y que tenemos que interpretar sentimientos y comportamientos impulsados por una mentalidad que nos es ajena y en gran medida inaprensible. No podemos situar con precisión el momento y el lugar donde se produjeron los acontecimientos que narra Hipólito, si es que son ciertos en su totalidad e Hipólito no está inventando algunos detalles. Podemos recrear el ambiente espiritual, el clima de esperanza, tensión y miedo que generaban las expectativas milenaristas en el mundo antiguo a través de la lectura de los escritos de quienes creían en ello, pero no podemos llegar a saber cuáles eran las circunstancias que hacían, en cada caso, que esas esperanzas se tradujeran en acciones ¿situaciones de particular pobreza? ¿terremotos, persecuciones? ¿ello unido a solidaridades étnicas y sentimientos antirromanos? Pero estas circunstancias se dieron en muchas épocas y lugares durante el Imperio y no siempre originaban las mismas respuestas. ¿Eran estos movimientos frecuentes en lugares como Asia y no se registraron justo por eso, porque a nadie les llamaban la atención? Son preguntas que no estoy en situación de responder y que, tal vez, no puedan responderse.



NOTAS

1.  Así, por ejemplo, desde los estudios antiguos más relevantes como P. de Labriolle, La crise montaniste, París, 1913, p. 87 ss., o W. Schepelern, Der Montanismus und die phrygischen Kulte, Tübingen, 1929, p. 159 ss., a los de las últimas décadas, como A. Strobel, Das heilige Land der Montanisten, Berlín, 1980, o C. Markschies, "Nochmals: wo lag Pepuza? wo lag Tymion? Nebst einigen Bemerkungen zur Frühgeschichte des Montanismus", JBAC 37 (1994), pp. 7-28.

2.  Tertuliano, que fue montanista durante un tiempo, cuando el montanismo acababa de nacer, y que creía en el Milenio, nunca habló de Pepuza como la sede de la Nueva Jerusalén. El creía, como la mayoría, que la Jerusalén celeste descendería sobre la Jerusalén de IsraelD.E. Groh, "Utterance and Exegesis: Biblical Interpretation in the Montanist Crisis", en The Living Text (ed. D.E. Groh, R. Jewett), Nueva York, 1985, pp. 80-81.

3.  "Milenarismo" viene del latín "millennium". Se conoce también con el término "quilismo" ("mil años") en griego. Vid. W. Bauer, Chiliasmus, RAC 2 (1954), col. 1073-1078.

4.  La Revista Annali di Storia dell'Esegesi 15/, 1998, dedica un número monográfico al tema Il millenarismo cristiano e i suoi fondamenti scritturistici. Aquí se puede encontrar un recorrido completo de las creencias milenaristas antiguas en ámbito judío y cristiano, así como la bibliografía más importante para cada autor y época. Una útil recopilación de textos comentados en C. Nardi (a cura di), Il millenarismo. Testi dei secoli I-II, Fiesole, 1995. En español, y en fechas recientes, vid. la síntesis de R. Teja, "El nacimiento del Anticristo: Apocalíptica y milenarismo en el judaísmo tardío y en el cristianismo primitivo", en Milenarismos y milenaristas en la Europa Medieval, IX Semana de Estudios Medievales, Nájera, 3-7 Agosto 1998, Instituto de Estudios Riojanos, 1999, pp. 65-86.

5.  Vid. M. Goguel, "Eschatologie et apocalyptique dans le christianisme primitif", Revue de l'Histoire des Religions 106 (1993), pp. 381-434, 489-524.

6.  Vid. G. Pani, "Il millenarismo: Papia, Giustino e Ireneo", en Il Millenarismo Cristiano (op.cit.), pp. 53 ss.

7.  P. Worsley, Al son de la trompeta final. Un estudio de los cultos "cargo" en Melanesia, Madrid, 1980, p. 5 (= The Trumpet shall sound, Londres, 1957).