Copyright: Juana Torres
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En los albores del primer milenio había invadido las conciencias, de forma bastante generalizada, un sentimiento de temor y de esperanza. Los cristianos consideraban que la historia estaba orientada y guiada por Dios, creador del mundo, y, basándose en los textos sagrados -Evangelios y Apocalipsis- sabían que un día este mundo acabaría. La creencia consistía en que, cuando hubieran concluído los mil años del encierro de Satanás, el mal invadiría el mundo y comenzaría el tiempo de las tribulaciones, pero, sólo durante un breve periodo de tiempo; transcurrido éste, se instauraría un reino terrenal perfecto, imagen del Paraíso, que precedería al fin del Mundo. Este es el fundamento del pensamiento milenarista que el cronista por excelencia del Año Mil, Raúl Glaber, parecía compartir en su obra histórica.
Nos estamos refiriendo a un monje inconformista y giróvago, nacido en Borgoña hacia el 985. Bien debido a su propio carácter, insumiso e inquieto, o a causa de su reclusión involuntaria en un monasterio -Saint Germain d'Auxerre- durante la primera adolescencia, con la consiguiente ausencia de vocación, el resultado fue que ningún claustro monástico parecía reunir las condiciones idóneas para que Raúl "glabro" encontrara su tranquilidad y sosiego(1). Sea como fuere, recorrió diversos monasterios de la Borgoña del año Mil, conociendo en Saint Benigne de Digione a su abad, Guillermo de Volpiano, en cuyo honor compuso su biografía, y a instancias del cual inició la redacción de sus Historias. Posteriormente, la estancia de Raúl en Cluny, a finales del 1031, resultó decisiva para el devenir de esta obra: La dedicatoria inicial "a Guillermo de Volpiano" fue sustituída por la de "Odilón, abad de Cluny" durante su estancia en esa congregación monástica, la más poderosa del momento. Por otra parte, introdujo además varias reformas de contenido, como iniciar las Historias con una reflexión sobre la divina cuaternidad, y adecuar la parte final del libro I al esquema teológico inicial.(2) La redacción final de los cinco libros la llevó a cabo durante su retirada al cenobio de Saint Germain d'Auxerre, donde inició su andadura monástica y al que regresó al final de su vida.
La historiografía moderna no ha hecho justicia, hasta fechas recientes, a la labor de Raúl como historiador. Se le ha tachado de ingenuo, crédulo, torpe, charlatán..., se han señalado inexactitudes cronológicas en su obra y se ha denostado la calidad del latín por él utilizado.(3) Evidentemente, la concepción historigráfica del s.XI tenía muy poco que ver con la mentalidad y la cultura moderna; pero, por fortuna, los planteamientos de los historiadores se han ido modificando con respecto a los textos medievales. A partir de la segunda mitad de este siglo se ha producido una justa revalorización de las Historias de Raúl Glaber, iniciada por Paul Rousset y que encontró su máximo reconocimiento en la obra de Georges Duby, El Año Mil, al utilizar fundamentalmente textos pertenecientes a ellas.(4) Justificando su elección, el autor francés sentencia: "Conviene no juzgar su obra (la de Raúl Glaber) en función de nuestros hábitos mentales y de nuestra propia lógica. Si aceptamos introducirnos en su modo de pensar, de inmediato se nos aparece como el mejor testigo de su tiempo, y de muy lejos" (p.18, tr. esp.). En ese mismo sentido se han manifestado con posterioridad otros autores del prestigio de Guglielmo Cavallo, que realiza la siguiente valoración de la obra: "Nonostante i limiti della sua strazione monastica e perciò culturalmente ristretta, essa restituisce in forma vivida, coinvolgente, quelli che furono malesseri, trepidazioni, speranze, slanci, modi di comportamento, referenti etici, modelli di vita civile e religiosa intorno all'anno Mille; e sono quindi questi documenti di storia della mentalità, di psicologia collettiva che si devono cercare nelle Storie, non la precisione dei fatti, che si mostrano affastellati e confusi".(5)
En cualquier caso, lo que resulta indudable es que se trata de uno de los escasos testimonios del año Mil sobre los presagios del fin del mundo. Toda la literatura romántica en torno a los terrores y a la ansiedad de la Edad Media por la proximidad del Milenio surgieron básicamente a raíz del conocimiento de esos textos. Estamos, por tanto, ante unos documentos privilegiados para el estudio de los miedos milenaristas en una fecha tan significativa como el año Mil. En todos los periodos de la historia han existido fenómenos celestes, eclipses, cometas, carestías, inundaciones, terremotos, etc., a menudo interpretados como signos de la decadencia y el final de los tiempos; pero nada indica que esos "prodigios" se produjeran más prolijamente en los años de tránsito entre el s.X y el XI. Lo que ha sucedido es que la historiografía de época romántica ha tomado esos hechos como paradigma.(6)
La idea del fin del mundo tras mil años de existencia ha estado presente en casi todas las religiones antiguas, incluído el cristianismo. Pero ¿cuándo se cumpliría esa fecha?; ¿a partir de qué acontecimiento habría que contar?; ¿de qué milenio se trataba, del del nacimiento o del de la muerte de Jesús?. La mayoría de la gente en torno al año Mil no se plantería esas dudas, sino que considerarían esa cifra como una etapa de límites poco nítidos, esperada y a la vez temida. Para salvar ese obstáculo de las fechas, Raúl parte del año 900, va narrando los fenómenos extraños y prodigiosos datables hasta el año Mil; a continuación "narra los acontecimientos sucesivos desde el año Mil del nacimiento del Verbo";(7) y por último toma como referencia la fecha de la muerte de Jesús: "Tras los múltiples prodigios que tuvieron lugar en todo el mundo alrededor del milésimo año de Cristo Señor, -en parte antes y en parte después- hubo, como es sabido, diversos hombres de sagaz ingenio que predijeron hechos no menos importantes al aproximarse el milenio de la pasión del mismo Señor; lo cual se produjo, en efecto, con evidencia".(8) Además, a modo de síntesis afirma. "Cuanto más se acerca el fin del mundo, más vemos multiplicarse esos acontecimientos de los que hablan los hombres".(9)
De acuerdo con la concepción escatológica de la historia reflejada en la obra de Raúl Glaber, Dios envía signos a los hombres por medio de sueños, milagros y visiones, que conviene interpretar adecuadamente para conocer sus designios. A juzgar por sus relatos, la profusión de fenómenos extraordinarios en los años próximos al Milenio reflejan desaprobación y malestar. Veamos y analicemos cuáles fueron esos prodigios, premonitorios de algo importante pero desconocido, y por ello causantes de esperanza y temor a un tiempo:
- La aparición de cometas es una constante en los cronistas de la Edad Antigua y Media, como símbolo misterioso que anuncia grandes cambios(10), y no podía faltar en las Historias. En efecto, nos describen detalladamente el fenómeno de un cometa: "En la época del rey Roberto, en el mes de septiembre, al anochecer, apareció en el cielo, de la parte occidental, una estrella que llaman cometa, que permaneció allí por espacio de casi tres meses. De intenso brillo su esplendor, dominaba con su propia luz la mayor parte del cielo hasta que se ocultaba con el canto del gallo. Si se trataba de una estrella nueva enviada por Dios, o de la luz de alguna estrella que Él había multiplicado simplemente como señal prodigiosa, esto sólo puede saberlo Aquél que gobierna todas las cosas con el secreto insondeable de su sabiduría. Sin embargo, una cosa no deja lugar a dudas: cada vez que un fenómeno de ese tipo se produce a la vista de los hombres, presagia de forma inminente un suceso asombroso y terrible"(III, 3,9)(11).
- Algo similar ocurría con los eclipses, narrados con profusión por distintos autores, y de los que Raúl menciona varios (IV, 9, 26; V, 3,20) especialmente el del año 1033, el más funesto de todos: "Ese mismo año, el milésimo de la Pasión del Señor, el tercer día de las calendas de Julio (29 de Junio), un viernes, vigésimo octavo día de la luna, se produjo un eclipse u oscurecimiento del sol que duró desde la sexta hora hasta la octava y fue verdaderamente terrible. El sol adquirió un color zafiro, y en la zona superior tenía el aspecto de la luna en cuarto creciente. Los hombres, al mirarse unos a otros, se veían con una palidez mortal. Todas las cosas parecían envueltas en una nube de color amarillento. Entonces, un estremecimiento y un espanto inmensos se apoderaron del corazón de los hombres; pues al observar el fenómeno intuían que presagiaba que algo infausto, una desgracia se abatiría sobre la humanidad. Y, en efecto, el mismo día que se celebra el aniversario de los apóstoles, algunos exponentes de la nobleza romana, unidos mediante una conjura, se alzaron contra el papa de Roma pretendiendo matarle; y no lo consiguieron, pero lo expulsaron de su sede" (IV, 9,24).
- Se nos describe igualmente un eclipse de luna: "El 8 de Noviembre del 1046, décimo cuarto día de la luna, ... tuvo lugar un eclipse lunar que causó gran espanto. En efecto, a la hora octava de la noche (las 2), el sol y la luna entraron en conjunción. No sabemos si esto sucedió por un designio de Dios o por la intervención de un tercer astro, pues puede conocerlo solamente la sabiduría del Creador. La luna se tiñó primero de un siniestro color sanguinolento, después fue decreciendo gradualmente hasta la aurora del día siguiente. En el mismo mes, en el castillo de S. Florentino, sobre el río Armaçon, hacia mediodía llovieron del cielo cometas,(12) mientras un insólito resplandor iluminaba la tierra; el pueblo ignorante habla de una estrella que cae del cielo. Consiguientemente, en ese mismo mes de Noviembre maduraron en algunos lugares de la Galia, de forma excepcional las semillas de la primera siembra de Agosto, que habitualmente se recogen en Octubre; y esto causó gran admiración"(V, 1,18).
Resulta curioso observar la incertidumbre que le causaban ciertos signos del cielo a nuestro autor, en el sentido de que desconocía el verdadero significado y la procedencia exacta de esos fenómenos; dice textualmente en dos de los párrafos recogidos: "Si se trataba de una estrella nueva… o de la luz de alguna estrella multiplicada por Dios para hacer una revelación prodigiosa, sólo Él puede saberlo"(III, 3,9); y "No sabemos si esto sucedió por un designio de Dios o por la intervención de un tercer astro…" (V, 1,18). Es decir que, a pesar de presentarlos como premonición de sucesos extraordinarios, este monje, ineludiblemente imbuido por las concepciones escatológicas y milenaristas, no estaba sin embargo seguro de que se tratara de simples fenómenos meteorológicos o de disposiciones emanadas de la voluntad divina para anunciar algo.
- En cualquier caso, el malestar repercutía también en los animales, con la aparición de monstruos que presagiaban nuevas discordias, como ocurrió en el 996, "cuarto año antes del mil, que, en un lugar llamado Berneval se vio una ballena de extraordinario tamaño atravesar el mar: desde el Norte se dirigía hacia Occidente. Fue avistada una mañana de Noviembre, al amanecer, asemejándose a una isla. Su travesía se prolongó hasta la tercera hora del día, causando un enorme desconcierto y maravilla en los que la veían" (II, 2,2)(13). También, en la catedral de Orleans entró un lobo, símbolo del mal, cogió la cuerda de la campana con los dientes y empezó a tocar, atemorizando a todos los presentes. Puesto que al año siguiente fueron destruídas todas las viviendas de la ciudad y los edificios eclesiásticos por un terrible incendio, la gente relacionó ese suceso como presagio de la desgracia. En su apoyo se narraba otro acontecimiento extraordinario: en la misma ciudad, en un monasterio femenino, un crucifijo echaba lágrimas (II, 5,8).
- Entre los sucesos llamativos, Raúl nos describe una lluvia de piedras ininterrumpida día y noche, durante casi tres años, sobre la casa de un noble de nombre Arbeulardo. Y, cosa más sorprendente aún, a pesar de caer por todos los sitios, las piedras no dañaron a nadie ni rompieron un solo vaso (II, 10,21).
- Las guerras hicieron acto de presencia, bien como consecuencia de las premoniciones, o bien presagiando a su vez nuevas discordias: "Tras la aparición del monstruo marino, el tumulto de la guerra comenzó súbitamente en toda la extensión del mundo occidental, al mismo tiempo en los paises de la Galia y en las islas de ultramar, la de los anglos, los bretones y los escoceses. Pues, como suele ocurrir, a causa de los delitos de la más baja plebe, los reyes y los señores entraron en conflicto; llevados por la indignación, comienzan a asolar las poblaciones y acaban degollándose unos a otros" (II, 2,3).
- Se produjeron apariciones de espíritus malignos; de figuras tenebrosas de Etíopes (IV, 3,8), término utilizado en la Antigüedad para referirse a personas de piel oscura y que en el Medievo se generalizó con el significado de "figuras diabólicas". A veces eran consentidas por Dios simplemente para advertir o castigar las faltas de los humanos, pero a menudo perseguían hacerles caer en la tentación. Esa debía ser la finalidad que guiaba a un ser tenebroso exhortando a un joven monje en estos términos: "¿Por qué motivo vosotros los monjes, a diferencia de lo que hacen los otros hombres, os sometéis a tantos sacrificios, vigilias, ayunos, penitencias, cantos de salmos y otras innumerables mortificaciones?, ¿Acaso no es cierto que muchísimas personas, incluso viviendo en el mundo y persistiendo en el pecado hasta el final de su vida, están destinadas a gozar de la misma paz a la que vosotros aspiráis?. Para ganar el premio de la felicidad eterna, que a vosotros os espera en cuanto justos, sería suficiente un día o una sola hora. Así, me pregunto por qué tú mismo, apenas oyes la campana, inmediatamente te levantas de la cama interrumpiendo la dulzura del sueño, cuando podrías quedarte durmiendo hasta el tercer toque... Vosotros no tenéis nada que temer: sois libres de seguir vuestros impulsos y podéis satisfacer cualquier deseo carnal con toda tranquilidad" (V, 1). Al propio Raúl le asaltó una aparición de ese tipo, produciéndole gran espanto: "Cuando habitaba en el monasterio del Beato mártir Leodegario, en Champeaux, una noche, antes del amanecer, se me apareció a los pies de la cama una figura de hombrecillo, de aspecto tenebroso. Por lo que pude distinguir, era de estatura media, cuello delgado, rostro demacrado, ojos muy negros, frente encrespada de arrugas, nariz aplastada, boca saliente, labios abultados, barbilla estrecha y afilada, barba caprina, orejas hirsutas y puntiagudas, cabellos de punta y desgreñados, dentadura canina, cráneo alargado, pecho saliente, espalda con joroba, las nalgas temblando, con ropas sucias; estaba jadeando y con todo el cuerpo agitado"(V, 2)(14). La proliferación de imágenes de seres monstruosos y terroríficos era una constante en el medievo, según lo pone de manifiesto el paradigmático ejemplo del comentario de Beato de Liébana al Apocalipsis, en el S. VIII.
- Fueron frecuentes las epidemias, carestías y hambrunas que afectaron a los hombres. En torno al 1005 "se produjo una gravísima carestía en todo el mundo latino que duró cinco años; no había país de cuya indigencia no se oyese hablar; gran parte del pueblo murió consumido por la inanición. Era un hambre horrible que inducía a alimentarse no sólo con la carne de animales asquerosos y de reptiles, sino hasta de hombres, mujeres y niños, sin consideración ni siquiera para con los más estrechos lazos de sangre. Pues la violencia de la carestía llegó a tal punto que los hijos adultos se comían a sus madres, y éstas, olvidándose del amor materno, hacían lo mismo con sus propios niños" (II, 9,17). El hambre que asoló la Borgoña en el año 1033 debió de ser extraordinariamente dramática, a juzgar por la descripción que Raúl realiza de ella, tan pormenorizada que causa estremecimiento, y que, por ello, alcanzó gran celebridad. (IV,4,10-13). Tres años duró ese azote, en penitencia para castigar los pecados de los hombres.
- A modo de resumen, en las Historias encontramos recogidos los diferentes trastornos que se estaban produciendo en el final del primer milenio: "Por otra parte, se cometieron en todo el mundo, tanto en los asuntos eclesiásticos como en los seculares, actos que violaban el derecho y la justicia. Una codicia desenfrenada hacía que no fuera posible hallar en casi nadie esa confianza en los otros que es el fundamento y sostén de toda buena conducta. Y para que fuera más evidente que los pecados de la tierra habían alcanzado el cielo: "la sangre cubrió la sangre"(15), como gritó el profeta ante las continuas iniquidades de su pueblo. Pues, desde entonces, en casi todos los órdenes sociales, se difundió la arrogancia, se atenuó el debido rigor y la severidad de conducta de tal modo que se pudo aplicar muy exactamente a nuestra generación aquella sentencia del apóstol que dice: "se habla de impiedades cometidas entre vosotros que no se ven ni siquiera entre los Gentiles"(16). Una avidez descarada invadía el corazón humano, y la fe desfallecía en todos. De ahí nacían los pillajes y los incestos, los conflictos de ciegas codicias, los robos y los infames adulterios. ¡Qué vergüenza!, a cada uno le horrorizaba confesar lo que pensaba de sí mismo. Sin embargo, ninguno se corregía de su funesta costumbre del mal"(IV, 9,25).
- Pero, más graves que los males físicos y contra la moral fueron los que afectaban al espíritu, considerados por los cronistas medievales como los prodigios milenaristas más significativos: nos referimos a la simonía o corrupción de la Iglesia, y a las desviaciones de la verdadera fe o herejías. Una avidez ciega y desmesurada se había apoderado de los prelados de las iglesias; los cargos eclesiásticos se habían convertido casi en mercancías a la venta, puesto que, para adquirirlos, dependía del dinero que se poseyera y no de los méritos. Esta corrupción afectaba incluso a los obispos, que arrastraban con ellos al pueblo entero hacia las calamidades impuestas por Dios como medio para expiar las faltas: "De vez en cuando desaparece la religiosidad de los obispos y se atenúa en los abades el rigor en la observancia de las reglas; de vez en cuando la disciplina de los monjes pierde vigor y, siguiendo su ejemplo, el resto del pueblo se convierte en transgresor de los mandamientos de Dios" (II, 6,12). Todo este capítulo constituye una auténtica denuncia contra las prácticas simoniacas de las altas jerarquías eclesiásticas, y es un documento raro, como tal, para esa época. Gracias a un Concilio convocado por el emperador Enrique III, -tal vez el de Pavía del 1046-, se extirparía esa enfermedad, con la publicación de un edicto válido para todo el Imperio, que prohibía comprar con dinero cualquier cargo u oficio eclesiástico, so pena de ser despojado del cargo y excomulgado (V, 5,25). Raúl nos presenta esa nefanda costumbre con una doble vertiente: por una parte se refiere a ella como premonición del final de los tiempos, como presagio milenarista: "De las premoniciones de la Sagrada escritura resulta perfectamente claro que hacia el fin de los días(17), cuando en los hombres se vaya enfriando la caridad y desbordando la injusticia, llegarán momentos peligrosos para las almas"(II, 6,10). De ese modo inicia el pasaje, que es concluido casi con las mismas palabras: "Y así se verifica la predicción apostólica: el enfriamiento de la caridad y la profusión de la iniquidad en los hombres que se aman a sí mismos desmesuradamente, provocaron la frecuencia insólita de los males que hemos referido hacia el milésimo año del nacimiento del Salvador, en todas las partes del mundo"(II, 6,12); pero cuando se consiguió poner fin a esa plaga de la Iglesia, la considera causante de las múltiples desgracias y afirma: "Pues está perfectamente claro que por esta ofensa se abatieron sobre los hijos de los hombres diversas calamidades, es decir: carestías, epidemias y guerras" (V, 5, 25).
- A la simonía se sumó el desorden de las herejías que, pese a su carácter intelectual y doctrinal, adquirían una enorme difusión entre las clases sociales más bajas. Raúl nos describe varias:
1.- A finales del Año Mil, en el condado de Châlons, Leutardo había arrastrado al engaño de la herejía al pueblo de Virtus. Se oponía a la riqueza de la Iglesia al afirmar que era absurdo pagar el diezmo, rompía los crucifijos porque le parecía un atentado contra la trascendencia de Jesús el mostrar su cuerpo muerto en la cruz, abandonó a su mujer para vivir en la castidad(18); y además se refugiaba en la autoridad de las Escrituras, trastocando su sentido, para engañar más sutilmente. Cuando se supo vencido y sin apoyos se suicidó arrojándose a un pozo (II, 11,22).
2.- En Rávena, el gramático Vilgardo proclamaba teorías contrarias a la verdadera fe, a causa de su apasionamiento por los autores clásicos. Engañado por los diablos, afirmaba que era necesario creer absolutamente las palabras de poetas como Juvenal, Virgilio y Horacio. Este relato enlaza con la concepción medieval sobre los autores antiguos paganos. Para su mentalidad, el estudio de éstos constituía únicamente un medio para entender las Escrituras, para descubrir a través de ellas los signos que conducen a Dios. Como ha manifestado el gran medievalista G. Duby: "Puesto que el saber se inscribe en las vías de la ética y no tiene sentido más que si es instrumento de salvación, el estudio no puede ser otra cosa que un ejercicio espiritual … para penetrar en el Reino"(19). Raúl manifiesta su adecuación a los esquemas mentales monásticos de la época, en el sentido de que cada vez que las lecturas clásicas asumieran valores alternativos, se convertían en seducción diabólica o en herejía. Su pensamiento lo había manifestado claramente en las Historias: "De los estudios liberales se sale más inflado de orgullo que obediente a los mandatos de Dios". Por otra parte, en el Año Mil las bibliotecas monásticas estaban muy bien dotadas de libros clásicos, pero eso no implicaba un amplio uso de ellos. Se escribían o se hacían escribir por su valor patrimonial, por penitencia o simplemente para legar algo personal a los sucesores. Lo que se escribía y lo que se leía eran dos cuestiones marcadamente diferentes(20). La anécdota concluye con las siguientes consideraciones: "Fueron descubiertos en Italia otros sostenedores de estas perniciosas teorías... También de Cerdeña, isla donde siempre abundan los herejes, salieron en aquel tiempo algunos que fueron a corromper una parte de la población de España, y terminaron siendo masacrados por los católicos. Todo esto constituye un presagio que concuerda con la profecía de Juan, puesto que dice que Satanás será liberado, y al final de los mil años..." (II, 12,23).
3.- Entre el 1020 y el 1025, una mujer llegada de Italia y poseída por el maligno introdujo en Orleans una herejía muy grave, que cuestionaba la autoridad de las Escrituras. "Poseida como estaba por el demonio, ella seducía a todos los que podía, no sólo a los inexpertos y a los ingenuos, sino también a muchísimos de condición clerical, aparentemente bastante instruidos... Tal nefasta doctrina tuvo dos heresiarcas, hombres que, desgraciadamente, tenían una posición eminente en el clero de la ciudad por familia y por cultura: uno se llamaba Eriberto y el otro Lisoio" (III, 8).
4.- En torno a la misma época, se descubrió en Monforte otra herejía similar a la de Orleans: "Adoraban a los ídolos como los paganos y celebraban sus absurdos sacrificios de manera similar a los judíos". Una de las mujeres más nobles de los herejes fue, según la costumbre, a visitar a un enfermo, postrado en el lecho de muerte; "mientras la mujer entraba en la casa, el moribundo, al alzar la mirada, advirtió inmediatamente que con ella habían entrado un gran número de personas todas vestidas de negro y con aspecto terrorífico". Tras infructuosos intentos por parte de los demonios, el enfermo se ratificó en sus creencias y expiró (IV, 2,5).
- El peor atentado contra la comunidad cristiana se produjo en el 1009, con la destrucción de la iglesia de Jerusalén por orden del príncipe de Babilonia.(21)Según nos relata Raúl: "Puesto que aquella insigne obra en memoria del Señor atraía a visitarla a una infinita masa de fieles de todo el mundo, el demonio, lleno de envidia, volvió a esparcir el veneno de su odio contra los cultivadores de la verdadera fe a través de sus acólitos, los Judíos. En la Galia, en la ciudad de Orleans había numerosos representantes de esta gente, más arrogantes, envidiosos e impúdicos aún que los demás de su misma raza. Siguiendo un plan malvado, corrompieron a un tal Roberto, esclavo … giróvago disfrazado de peregrino… y lo enviaron al príncipe de Babilonia con un mensaje …en el cual se le hacía saber que si no se apresuraba a destruir el templo de los Cristianos, éstos pronto habrían invadido su reino y se habría encontrado privado de su autoridad. Ante esto, el príncipe, con un acceso de cólera, envió a sus hombres a Jerusalén para destruir el templo... Poco después de esa destrucción, resultó evidente que el odioso crimen había sido perpetrado a causa de la maldad de los Judíos. La noticia se difundió por el mundo entero; y por consenso unánime los Cristianos decidieron liberar radicalmente de los Judíos sus tierras y sus ciudades"(III, 7,24). Aparte de otras consideraciones obvias, por medio de este texto Raúl se manifiesta ya como un antisemita, anticipándose a otros personajes europeos posteriores a él. Además, resulta enormemente significativa la justificación que aduce a propósito de que hayan quedado judíos en las ciudades occidentales: "Es oportuno que existan siempre algunos judíos como testimonio de sus propios crímenes y del esparcimiento de sangre de Cristo" (III, 7,25).
En definitiva, todos esos trastornos de diversa índole presagiaban la segunda venida de Cristo, la Parusía, que precedería al Juicio Final. Era conveniente, por tanto, estar preparados, hacer penitencia. Y, en efecto, durante esos años proliferaron las manifestaciones de arrepentimiento más variadas, tanto de carácter individual: mortificaciones, limosnas, renuncia a los placeres de comer carne y de practicar el sexo, al manejo de oro, etc., como sacrificios colectivos: la excomunión y la muerte en la hoguera, entre otros. En cualquier caso, el rito penitencial por excelencia lo constituyeron las peregrinaciones, viajes emprendidos por los cristianos con una mezcla de espíritu de aventura y de fe en alcanzar la Tierra Prometida. Raúl se refería a ese fenómeno en los siguientes términos: "En aquel tiempo, procedente de todas las partes del mundo, una gran multitud de fieles comenzó a confluir hacia Jerusalén, al Sepulcro del Salvador; era tan gran cantidad que nadie habría podido preverlo. Inicialmente emprendieron la peregrinación los hombres de nivel más humilde de la sociedad, o plebeyos, después se movieron las clases medias, seguidas de los que pertenecían a los estratos más elevados, y a continuación los reyes, condes y obispos. Finalmente, como no había sucedido nunca, emprendieron el viaje también muchas mujeres nobles, acompañadas de otras más pobres. La mayoría deseaban morir allí, antes de volver a su patria"(IV, 6,18 y III, 1,2). Este fenómeno está atestiguado desde los primeros siglos del cristianismo, y siguió produciéndose ininterrumpidamente. No se trataba, por tanto, de un acontecimiento novedoso, ni mucho menos exclusivo de esa etapa del final del milenio. Tampoco era Jerusalén el único punto de destino de los peregrinos, ya que en Occidente también encaminaban sus pasos hacia Roma y hacia Santiago de Compostela. Y por último, ya en el siglo IV conocemos casos paradigmáticos de mujeres aristócratas que realizaron viajes a los Santos Lugares; recordemos a las dos Melanias, abuela y nieta, a Paula y Eustochio, compañeras inseparables de S. Jerónimo, a Silvia de Aquitania, a Poemenia y a la hispana Egeria. Así pues, Raúl no estaba en lo cierto al afirmar que nunca antes las mujeres nobles habían emprendido ese viaje. El significado que otorgaba a esa afluencia masiva de visitantes al Santo Sepulcro es claramente escatológico, como se percibe en uno de sus textos: "Algunas de las mentes más agudas del momento fueron interpeladas por muchos acerca del significado de tan gran movimiento de gentes hacia Jerusalén, completamente desconocido en época precedente. La respuesta dada por algunos con bastante perspicacia fue que todo esto no anunciaba otra cosa que la llegada de ese miserable Anticristo que, según el testimonio de la Sagrada Escritura, es esperado al final de este mundo; ya que, una vez abierto a todos los pueblos el camino de Oriente, desde donde debe llegar, toda nación, sin duda, le saldrá al encuentro, y se cumplirá así la predicción del Señor, según la cual caerán entonces en la tentación incluso los elegidos, si es posible"(IV, 6,21).
Una vez que el milenario de la Pasión de Jesús pasó, el temor dio lugar a la esperanza; los ritos de purificación fueron cediendo, puesto que la ira Dei había sido aplacada. Se celebraron asambleas de paz en las que se llegó a dos decisiones fundamentales: hacer más estrictos los ayunos y restaurar la paz. "Fue redactada una lista dividida en capítulos que contenía tanto las acciones prohibidas como las promesas que se debían hacer con mente devota al Señor omnipotente. La principal entre ellas se refería al mantenimiento de una paz inviolable: los hombres de cualquier condición que se hubieran manchado de cualquier culpa en el pasado, habrían podido circular desarmados sin ningún temor. Cualquiera que hubiese robado o invadido la propiedad ajena habría sido sometido al rigor de la ley, o condenado a graves penas corporales o económicas... De las múltiples decisiones tomadas en aquellos concilios sería demasiado largo dar cuenta ahora. Resulta, sin embargo, oportuno referir un punto en el que todos concuerdan: que el sexto día de cada semana había que abstenerse del vino, y el séptimo de la carne, a menos que se estuviera afectado por una enfermedad grave o en el caso de que coincidiera una festividad solemne; si alguna circunstancia inducía a debilitar esta dieta, se debía dar de comer a tres personas necesitadas" (IV, 5,15-16). De estas asambleas se pasó a un compromiso más sólido que exigía la suspensión de todo tipo de actividades bélicas durante los periodos sagrados del calendario litúrgico: "Ocurrió en este tiempo (año 1041), por inspiración de la gracia divina, primero en la región de Aquitania, después gradualmente en todo el territorio de la Galia, que se firmó un pacto dictado a la vez por el temor y por el amor de Dios, consistente en que ningún hombre, desde la noche del miércoles hasta el alba del lunes siguiente, se permitiría el acto temerario de tomar por la fuerza cualquier cosa ajena, ni para vengarse de algún enemigo, ni para apoderarse de las prendas del garante de un contrato. Si este decreto público hubiese sido violado, el culpable lo pagaría con la vida o sería expulsado de la comunidad cristiana y de su patria. Se ha convenido entre todos denominar a esto con el término vulgar de "tregua de Dios"(22); y no sólo fue garantizada por la protección de los hombres, sino a menudo ratificada por terribles señales divinas… Y fue justo, pues, como el domingo es venerado en memoria de la resurrección del Señor y es llamado el octavo día, así el jueves, el viernes y el sábado debe evitarse cualquier acto de hostilidad, por respeto a la cena y a la pasión del Señor" (V, 1,15). Podemos observar en los dos textos anteriores los precedentes del ayuno y la abstinencia durante la Cuaresma, periodo sagrado por excelencia en la liturgia cristiana.
Siguiendo las predicciones de la profecía, recogidas al inicio de este trabajo, al cumplirse el año Mil sobrevendrían multitud de desastres y tribulaciones para la humanidad, tal y como nos ha venido relatando Raúl Glaber; pero también se anunciaba que éstas darían paso a un mundo ideal, prefiguración del Paraíso, a una primavera de los tiempos. Pues bien, ese "renacer de las cenizas" también parece constatarse en la época de nuestro cronista. Precisamente, tras la terrible carestía que asoló al mundo en el 1033, nos describe en las Historias la alegría del universo, mediante uno de los párrafos más hermosos de su obra: "Al año siguiente de la ruinosa carestía, el milésimo de la pasión del Señor, cesadas las lluvias y tempestades en homenaje a la bondad y a la misericordia de Dios, el rostro del cielo comenzó alegremente a aclararse, a hacer respirar vientos favorables, a mostrar, sereno y aplacado, la magnanimidad del Creador. Cubriéndose generosamente de vegetación, la superficie terrestre entera comenzó a producir frutos en abundancia y alejó del todo la carestía. Entonces, por primera vez, a instancia de los obispos, abades y otros religiosos empezaron a celebrarse concilios a los que eran transportados los cuerpos de muchos santos e innumerables urnas con reliquias sagradas… Cuando la noticia se difundió entre el pueblo entero, acudía gente de toda condición -alta, media y baja- llena de júbilo y dispuesta a cumplir cualquier cosa que los pastores de la Iglesia hubiesen ordenado…Todos estaban bajo el efecto del espanto por la reciente calamidad, y dominados por el temor de no poder participar de la riqueza de los futuros frutos (IV,5,14). Dada la concentración de tantas reliquias de santos, se produjeron entonces numerosísimas curaciones de enfermos…. Todos se sentían arrebatados por un entusiasmo tan intenso que indujo a los obispos a levantar hacia el cielo el báculo, y los fieles, tendiendo las manos a Dios, invocaron a coro: ¡Paz, paz, paz!, para significar el pacto eterno contraído entre ellos y Dios, con el acuerdo de que tras cinco años la extraordinaria ceremonia sería repetida para confirmar aquella paz, alcanzando cualquier rincón del mundo. El mismo año se produjo tal abundancia de trigo, de vino y de otros productos de la tierra como no se podía esperar para los cinco años siguientes..."(IV, 5,16). Aparte de otro tipo de manifestaciones, se apreciaba ese renacer incluso en el aspecto de las ciudades; y así nos lo describe Raúl mediante una metáfora que se ha hecho famosa en virtud de la belleza de la imagen: "Parecía que la propia tierra, como sacudiéndose y liberándose de la vejez, se revistiera toda entera de un blanco manto de iglesias. En aquel tiempo los fieles sustituyeron con edificios mejores casi todas las iglesias de las sedes episcopales, todos los monasterios dedicados a los diversos santos y también los más pequeños oratorios de campo"(III, 4,13). Posiblemente las causas de esta renovación serían puramente materiales, debido a un crecimiento económico que habría impulsado a la Iglesia a poner en circulación los tesoros acumulados en épocas anteriores.
En cualquier caso, continuando con la profecía apocalíptica, el estadio final de la segunda venida de Cristo y el consiguiente fin de los tiempos no se había producido todavía en el 1047, fecha probable de la muerte de nuestro autor. A lo largo de los 1000 años siguientes se han venido estableciendo fechas emblemáticas -generalmente procedentes de grupos heterodoxos-, variables en función de los responsables y de sus intereses, en las que presumiblemente acabaría el mundo. En este inminente fin del segundo milenio confluyen diversas circunstancias perfectamente identificables con los presagios milenaristas del cronista del año Mil: se suceden ininterrumpidamente calamidades de toda índole, desde catástrofes naturales en forma de terremotos, inundaciones, ciclones, etc., pasando por hambrunas, guerras civiles, sequías en extensos paises subdesarrollados, y fenómenos celestes, como los eclipses y los cometas. Ante el cúmulo de desórdenes que asola a la humanidad cabe preguntarse si, ahora ya de verdad, se avecina el fin del mundo, o si, nuevamente, como sucedió en torno al primer milenio, se aplacará la ira Dei y renacerá la primavera, con una época de esperanza y de Paz.
1. Parece que el sobrenombre de "glabro" se debía a una particularidad física caracterizada por la ausencia casi total de pelo en el cuerpo. El término castellano más usual sería "lampiño", como le denomina un escritor italiano, Franco Cardini: "Rodolfo Lampiño" (Europa año Mil. Las raíces de Occidente, tr. esp. A.M.Márquez, Madrid 1995). La historiografía moderna le conoce por el adjetivo castellano derivado directamente del francés: "Glaber > Glabro".
2. Sobre esa introducción y el significado de la divina cuaternidad vid. S. Giet, "La divine quaternité de Raoul Glaber", Revue du Moyen Age Latin 5 (1949), 238-241; P. Rousset, "Raoul Glaber interprète de la pensée commune au XI siècle", Revue d'Histoire de l'Eglise de France 36, (1950), 5-24; J. France, "The Divine Quaternity of Rodulfus Glaber", Studia Monastica 18, (1975), 283-294.
3. vid. G. Monod, "Etudes sur l'histoire de Hugues Capet", Revue Historique 28 (1885) 271-278; L. Musset, "Raoul Glaber et la baleine. Les sources d'un racontar du XI siècle", Revue du Moyen Age Latin IV, (1948), 167-172; G. Andenna, D. Tuniz, Rodolfo il Glabro. Storie dell'Anno Mille, tr. it., (Milán 1982), 26-28.
4. Vid. P. Rousset, "Raoul Glaber interprète de la pensée commune au XI siècle", Revue d'Histoire de l'Église de France 36 (1950), 5-24; y G. Duby, El año Mil. Una nueva y diferente visión de un momento crucial de la historia, tr. esp. I. Agoff, (Barcelona 1988).
5. Vid. G. Cavallo, G. Orlandi, Rodolfo il Glabro. Cronache dell'anno Mille (Storie), ed. y tr. it., (Milán 1989), p. 34 de la Introducción. Las citas de nuestro trabajo se harán en base a esa edición.
6. Sobre este tema vid. N. Cohn, En pos del Milenio. Revolucionarios milenaristas y anarquistas místicos de la Edad Media, tr. esp., R. Alaix Busquets, (Madrid 1981); G. Bois, La revolución del año Mil, tr. esp. G. Pontón Gijón, (Barcelona 1991); G. Duby, El año Mil..., op. cit. 1988; F. Cardini, Europa año Mil... op. cit., 1995, entre otros.
10. Vid., por ejemplo, Isidoro, De natura rerum 26, 13 ; Etymologiae III, 71,16; Pablo Diácono, Historia Longobardorum IV,10; Ademar de Chabannes, Chronica III, 58.
11.Las traducciones son obra de la autora.
12. El textodice literalmente: ... quod grece dicitur selas, casma, palmecie, que los autores de la Antigüedad y de la Edad Media utilizaron con distintos significados; en cualquier caso, se refieren a los distintos fenómenos que se producen con la caída de un meteoro. Vid. A este respecto la nota 61, lib. V, de las Historiae, ed y tr. it. de G. Cavallo y G. Orlandi, op. cit., p. 364: resplandor, grietas en la tierra y ligeros terremotos.
13. Sobre este tema de la ballena vid. L. Musset, "Raoul Glaber et la baleine... op.cit. (1948), p.168; y nota 16, lib. II, de las Historiae, de G. Cavallo y G. Orlandi, op. cit., p. 310.
14. Para una interpretación psicológica de los pasajes en que Raúl narra sus encuentros con el diablo, vid. R. Colliot, "Rencontres du moine Raoul Glaber avec le diable d'aprés ses Histoires", Le diable au Moyen Age, (Aix-en-Provence 1979), 119-132.
16. Vid. I Ep. Cor. 5, 1: Omnino auditur inter vos fornicatio, et talis fornicatio qualis nec inter gentes.
17. …in processu novissimorum dierum… Novus se debe interpretar en el sentido de "último", y no como "más joven", que es la traducción elegida por G. Duby, en El Año Mil…, op. cit., tr. esp., p.84: "en el curso de los días nuevos".
18. La mayoría de las herejías del S. XI rechazaban el matrimonio, basándose en una interpretación rigorista del Evangelio de Mateo, 19, 29 y Ev. de Lucas 14, 26. Un hereje de Monforte respondió al inquisidor que le preguntaba cómo podría entonces reproducirse el género humano: Sicut aves, sine coitu: Vid. Landolfo Seniore, Historia Mediolanensis II, 27, M.G.H. SS. VIII, pp. 65-66; H. Taviani, "Le mariage dans l'hérésie de l'an mil", Annales XXXII, (1977), 1074-89.
19. El Año Mil... op.cit., tr. esp. I. Agoff, (Barcelona 1988), p. 44.
20. Vid. G. Cavallo, G. Orlandi, Cronache … op. cit., p.16-18 de la Introducción; P. Lamma, Momenti di storiografia cluniacense, (Roma 1961), p.44 ss.; P. Riché, Les écoles et l'enseignement dans l'Occident chrétienne de la fin du V siècle au milieu du XI siècle, (París 1979); A. Wilmart, "Le couvent et la bibliotheque de Cluny au milieu du XI siècle", Revue Mabillon 11, (1929), 89-124.
21. Se trataba del conocido perseguidor de los cristianos Al-Hakim bi-Amr Allah (996-1021), séptimo califa de los Fatimidos de Egipto.
22. Sobre estos concilios vid. H.E.J., Cowdrey, "The Peace and the Truce of God in the Eleventh Century", Past and Present XLVI, 1970, 42-67; F. Cardini, Le crociate tra il mito e la storia, (Roma 1971), 21-24; Idem, Alle origini della cavalleria medievale, (Florencia 1981).