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HISTORIA (GENERAL) DE LAS RELIGIONES
(online)
Tutorial de la asignatura, preparado por Francisco DIEZ DE VELASCO FACULTAD DE GEOGRAFÍA E HISTORIA UNIVERSIDAD DE LA LAGUNA |
En nuestra época, en la que el género humano se une cada
vez más estrechamente y las relaciones entre los diferentes pueblos
aumentan, la Iglesia considera con mayor atención su relación
respecto de las religiones no cristianas. En cumplimiento de su misión
de fomentar la unidad y la caridad entre los hombres y, aun más,
entre los pueblos, considera aquí, ante todo, lo común de
los hombres y lo conducente a la mutua solidaridad.
Todos los pueblos forman una comunidad, tienen un mismo origen, puesto
que Dios hizo habitar a todo el género humano sobre la faz de la
tierra, y tienen también un único fin último: Dios,
cuya providencia y manifestación de bondad y designios de salvación
se extienden a todos, hasta que se unan los elegidos en la ciudad santa
que será iluminada por el resplandor de Dios y en la que los pueblos
caminarán en su luminosidad.
Los hombres esperan de las diversas religiones la respuesta a los enigmas
recónditos de la condición humana que, como antes, también
hoy conmueven las fibras más íntimas de su corazón:
qué es el hombre, el sentido final de nuestra vida, el bien y el
pecado, el origen y la finalidad del dolor, el camino para conseguir la
verdadera felicidad, la muerte, el juicio y la retribución después
de la muerte y, en fin, el último e inefable misterio que envuelve
nuestra existencia, del cual procedemos y al cual tendemos.
Ya desde la antiguedad hasta nuestros días, se encuentra en
los distintos pueblos una cierta percepción de la fuerza misteriosa
que se halla presente en la marcha de las cosas y en los acontecimientos
de la vida humana, a veces incluso el reconocimiento de la suma Divinidad
y hasta el del Padre. Esta percepción y conocimiento penetra toda
su vida con un íntimo sentido religioso. Pero las religiones, al
tomar contacto con el progreso de la cultura, se esfuerzan por responder
a dichas cuestiones con nociones precisas y con un lenguaje más
elaborado.
Así, en el hinduismo, los hombres investigan el misterio divino
y lo expresan mediante la inagotable fecundidad de los mitos y con los
penetrantes esfuerzos de la filosofía, y buscan la liberación
de las angustias de nuestra condición, ya mediante las modalidades
de la vida ascética, ya a través de una profunda concentración
o meditación, ya refugiándose en Dios con amor y confianza.
En el budismo, según sus varias formas, se reconoce la insuficiencia
radical de este mundo mudable y se enseña el camino por el que los
hombres, con un espíritu de entrega y confiado, puedan o adquirir
el estado de perfecta liberación o alcanzar por sus propios esfuerzos
o apoyados en un auxilio exterior la suprema iluminación.
Así también las demás religiones que se encuentran
en el mundo entero se esfuerzan por responder de varias maneras a la inquietud
del corazón humano, proponiendo caminos, es decir, doctrinas, normas
de vida y ritos sagrados.
La Iglesia católica no rechaza nada de lo que en estas religiones
es verdadero y santo. Considera con sincero respeto los diferentes comportamientos
y sistemas de vida, los preceptos y doctrinas, que, aunque discrepen mucho
de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello
de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres. Anuncia y tiene la obligacion
de anunciar constantemente a Cristo, que es el camino, la verdad y la vida;
en El los hombres encuentran la plenitud de la vida religiosa y en El Dios
reconcilió consigo todas las cosas.
Por consiguiente, exhorta a sus hijos a que, con prudencia y caridad,
mediante el diálogo y colaboración con los adeptos de otras
religiones, dando testimonio de la fe y de la vida cristiana, reconozcan,
guarden y promuevan los bienes espirituales y morales, así como
los valores socio-culturales que en ellos existen.
La Iglesia mira también con aprecio a los musulmanes, que adoran
al único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y todopoderoso,
Creador del cielo y de la tierra, que habló a los hombres, a cuyos
ocultos designios procuran someterse con toda el alma, como se sometió
a Dios Abraham, a quien la fe islámica mira con complacencia. Veneran
a Jesús como profeta, aunque no lo reconocen como Dios. Honran a
María, Madre virginal, y a veces también la invocan devotamente.
Esperan, además, el día del juicio, cuando Dios remunerará
a todos los hombres resucitados. Por tanto, aprecian la vida moral y honran
a Dios, sobre todo, con la oración, la limosna y el ayuno.
Si en el transcurso de los siglos surgieron no pocas desavenencias
y enemistades entre cristianos y musulmanes, el sagrado Concilio exhorta
a todos a que, olvidando el pasado, procuren sinceramente una mutua comprensión,
defiendan y promuevan unidos la justicia social, los bienes morales, la
paz y libertad para todos los hombres.
Al profundizar en el misterio de la Iglesia, este sagrado Concilio
recuerda los vínculos con que el pueblo del Nuevo Testamento está
espiritualmente unido con los descendientes de Abraham.
Pues la Iglesia de Cristo reconoce que los comienzos de su fe y de
su elección se hallan ya en los patriarcas, en Moisés y en
los profetas, conforme al misterio salvífico de Dios. Reconoce que
todos los cristianos, hijos de Abraham según la fe, están
incluidos en la vocación del mismo patriarca y que la salvación
de la Iglesia está místicamente prefigurada en la salida
del pueblo elegido de la tierra de la esclavitud. Por lo cual, la Iglesia
no puede olvidar que ha recibido la Revelación del Antiguo Testamento
por medio del pueblo, con quien Dios, por su inefable misericordia, se
dignó establecer la Antigua Alianza, ni puede olvidar que se nutre
de la raíz del buen olivo en el que se han injertado las ramas del
olivo silvestre que son los gentiles. Cree, pues, la Iglesia que Cristo,
nuestra Paz, reconcilió por la cruz a judíos y gentiles y
que de ambos hizo una sola cosa en sí mismo.
La Iglesia tiene siempre ante sus ojos las palabras del apóstol
Pablo sobre sus hermanos de sangre, a quienes pertenecen la adopción
y la gloria, la alianza, la ley, el culto y las promesas; y de cuyos antepasados
incluso procede Cristo según la carne, hijo de la Virgen María.
Recuerda también que los Apóstoles, fundamentos y columnas
de la Iglesia, nacieron del pueblo judío, así como muchísimos
de los primeros discípulos que anunciaron al mundo el Evangelio
de Cristo.
Como afirma la Sagrada Escritura, Jerusalén no conoció
el tiempo de su visita. Gran parte de los judíos no aceptaron el
Evangelio, más aún, no pocos se opusieron a su difusión.
No obstante, según el Apóstol, los judíos son todavía
muy amados de Dios a causa de sus antepasados, porque Dios no se arrepiente
de sus dones y de su vocación. La Iglesia, juntamente con los profetas
y el mismo Apóstol, espera el día, que sólo Dios conoce,
en que todos los pueblos invocarán al Señor con una sola
voz y le servirán como un solo hombre.
Por ser, consecuentemente, tan grande el patrimonio espiritual común
a cristianos y judíos, este sagrado Concilio quiere fomentar y recomendar
el mutuo conocimiento y aprecio, que se consigue, sobre todo, por medio
de los estudios bíblicos y teológicos y con el diálogo
fraterno.
Aunque las autoridades de los judíos con sus seguidores reclamaron
la muerte de Cristo, sin embargo, lo que en su pasión se hizo no
puede ser imputado ni indistintamente a todos los judíos que entonces
vivían, ni a los judíos de hoy. Y, si bien la Iglesia es
el nuevo Pueblo de Dios, no se ha de señalar a los judíos
como reprobados por Dios ni como malditos, como si esto se dedujera de
las Sagradas Escrituras. Por consiguiente, procuren todos no enseñar
nada que no esté conforme con la verdad evangélica y con
el espíritu de Cristo ni en la catequesis ni en la predicación
de la palabra de Dios.
Además, la Iglesia, que reprueba cualquier persecución
contra los hombres, consciente del patrimonio común con los judíos,
e impulsada no por razones políticas, sino por la religiosa caridad
evangélica, deplora los odios, persecuciones y manifestaciones de
antisemitismo de cualquier tiempo y persona contra los judíos.
Por lo demás, Cristo, como siempre ha profesado y profesa la
Iglesia, abrazó voluntariamente y movido con inmensa caridad su
pasión y muerte por los pecados de todos los hombres, para que todos
consigan la salvación. Es, pues, deber de la Iglesia en su predicación
el anuncio de la cruz de Cristo como signo del amor universal de Dios y
fuente de toda gracia.
No podemos invocar a Dios, Padre de todos, si nos negamos a conducirnos
fraternalmente con algunos hombres, creados a imagen de Dios. La relación
del hombre para con Dios Padre y la del hombre con los demás hombres,
sus hermanos, están de tal forma unidas que dice la Escritura el
que no ama, no ha conocido a Dios.
Así se elimina el fundamento de toda teoría o práctica,
que introduce discriminación entre los hombres y entre los pueblos,
en lo relativo a la dignidad humana y a los derechos que de ella dimanan.
La Iglesia, por consiguiente, reprueba como ajena al espíritu
de Cristo cualquier discriminación o vejación realizada por
motivos de raza o color, de posición social o de religión.
Por esto, el sagrado Concilio, pisando las huellas de los santos Apóstoles
Pedro y Pablo, ruega ardientemente a los fieles que, observando en medio
de las naciones una conducta ejemplar..., si es posible, en cuanto de ellos
depende, tengan paz con los hombres, de modo que sean verdaderamente hijos
del Padre que está en los cielos.
Todas y cada una de las cosas incluidas en esta declaración
han obtenido el beneplácito de los Padres del sacrosanto Concilio.
Y Nos, en virtud de la autoridad apostólica a Nos confiada por Cristo,
juntamente con los venerables Padres, aprobamos todo esto, lo decretamos
y establecemos en el Espíritu Santo, y mandamos que se promulgue
para gloria de Dios cuanto se ha acordado conciliarmente.
En Roma, en S. Pedro, 28 de octubre de 1965. Pablo, obispo de la Iglesia
católica.
1) Finalidad principal: Reflexionar sobre la libertad religiosa, la multirreligiosidad y la adaptación del catolicismo a este marco. Se tomará como texto de reflexión la declaración conciliar Nostra Aetate, punto de partida de un nuevo tipo de relación entre la Iglesia Católica y las demás religiones. Se discutió y aprobó en el concilio Vaticano II (convocatoria: 25 enero 1959- comienzo: 11 de octubre de 1962- finalización: 8 de diciembre de 1965) que representó un gran cambio en el catolicismo.
Exponga en 4000 caracteres como mínimo un análisis del documento en el que desarrolle especialmente el siguiente tema: "religiocentrismo en los argumentos de la declaración Nostra Aetate".