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HISTORIA GENERAL DE LAS RELIGIONES
Tutorial de la asignatura, preparado por Francisco DIEZ DE VELASCO FACULTAD DE GEOGRAFÍA E HISTORIA UNIVERSIDAD DE LA LAGUNA |
1) El judaísmo en la declaración Nostra Aetate
En nuestra época, en la que el género humano se une cada
vez más estrechamente y las relaciones entre los diferentes pueblos
aumentan, la Iglesia considera con mayor atención su relación
respecto de las religiones no cristianas. En cumplimiento de su misión
de fomentar la unidad y la caridad entre los hombres y, aun más,
entre los pueblos, considera aquí, ante todo, lo común de
los hombres y lo conducente a la mutua solidaridad.
Todos los pueblos forman una comunidad, tienen un mismo origen, puesto
que Dios hizo habitar a todo el género humano sobre la faz de la
tierra, y tienen también un único fin último: Dios,
cuya providencia y manifestación de bondad y designios de salvación
se extienden a todos, hasta que se unan los elegidos en la ciudad santa
que será iluminada por el resplandor de Dios y en la que los pueblos
caminarán en su luminosidad.
Los hombres esperan de las diversas religiones la respuesta a los enigmas
recónditos de la condición humana que, como antes, también
hoy conmueven las fibras más íntimas de su corazón:
qué es el hombre, el sentido final de nuestra vida, el bien y el
pecado, el origen y la finalidad del dolor, el camino para conseguir la
verdadera felicidad, la muerte, el juicio y la retribución después
de la muerte y, en fin, el último e inefable misterio que envuelve
nuestra existencia, del cual procedemos y al cual tendemos. [.....]
Así también las demás religiones que se encuentran
en el mundo entero se esfuerzan por responder de varias maneras a la inquietud
del corazón humano, proponiendo caminos, es decir, doctrinas, normas
de vida y ritos sagrados. La Iglesia católica no rechaza nada de
lo que en estas religiones es verdadero y santo. Considera con sincero
respeto los diferentes comportamientos y sistemas de vida, los preceptos
y doctrinas, que, aunque discrepen mucho de lo que ella profesa y enseña,
no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos
los hombres. Anuncia y tiene la obligacion de anunciar constantemente a
Cristo, que es el camino, la verdad y la vida; en El los hombres encuentran
la plenitud de la vida religiosa y en El Dios reconcilió consigo
todas las cosas.
Por consiguiente, exhorta a sus hijos a que, con prudencia y caridad,
mediante el diálogo y colaboración con los adeptos de otras
religiones, dando testimonio de la fe y de la vida cristiana, reconozcan,
guarden y promuevan los bienes espirituales y morales, así como
los valores socio-culturales que en ellos existen.
Al profundizar en el misterio de la Iglesia, este sagrado Concilio
recuerda los vínculos con que el pueblo del Nuevo Testamento está
espiritualmente unido con los descendientes de Abraham.
Pues la Iglesia de Cristo reconoce que los comienzos de su fe y de
su elección se hallan ya en los patriarcas, en Moisés y en
los profetas, conforme al misterio salvífico de Dios. Reconoce que
todos los cristianos, hijos de Abraham según la fe, están
incluidos en la vocación del mismo patriarca y que la salvación
de la Iglesia está místicamente prefigurada en la salida
del pueblo elegido de la tierra de la esclavitud. Por lo cual, la Iglesia
no puede olvidar que ha recibido la Revelación del Antiguo Testamento
por medio del pueblo, con quien Dios, por su inefable misericordia, se
dignó establecer la Antigua Alianza, ni puede olvidar que se nutre
de la raíz del buen olivo en el que se han injertado las ramas del
olivo silvestre que son los gentiles. Cree, pues, la Iglesia que Cristo,
nuestra Paz, reconcilió por la cruz a judíos y gentiles y
que de ambos hizo una sola cosa en sí mismo.
La Iglesia tiene siempre ante sus ojos las palabras del apóstol
Pablo sobre sus hermanos de sangre, a quienes pertenecen la adopción
y la gloria, la alianza, la ley, el culto y las promesas; y de cuyos antepasados
incluso procede Cristo según la carne, hijo de la Virgen María.
Recuerda también que los Apóstoles, fundamentos y columnas
de la Iglesia, nacieron del pueblo judío, así como muchísimos
de los primeros discípulos que anunciaron al mundo el Evangelio
de Cristo.
Como afirma la Sagrada Escritura, Jerusalén no conoció
el tiempo de su visita. Gran parte de los judíos no aceptaron el
Evangelio, más aún, no pocos se opusieron a su difusión.
No obstante, según el Apóstol, los judíos son todavía
muy amados de Dios a causa de sus antepasados, porque Dios no se arrepiente
de sus dones y de su vocación. La Iglesia, juntamente con los profetas
y el mismo Apóstol, espera el día, que sólo Dios conoce,
en que todos los pueblos invocarán al Señor con una sola
voz y le servirán como un solo hombre.
Por ser, consecuentemente, tan grande el patrimonio espiritual común
a cristianos y judíos, este sagrado Concilio quiere fomentar y recomendar
el mutuo conocimiento y aprecio, que se consigue, sobre todo, por medio
de los estudios bíblicos y teológicos y con el diálogo
fraterno.
Aunque las autoridades de los judíos con sus seguidores reclamaron
la muerte de Cristo, sin embargo, lo que en su pasión se hizo no
puede ser imputado ni indistintamente a todos los judíos que entonces
vivían, ni a los judíos de hoy. Y, si bien la Iglesia es
el nuevo Pueblo de Dios, no se ha de señalar a los judíos
como reprobados por Dios ni como malditos, como si esto se dedujera de
las Sagradas Escrituras. Por consiguiente, procuren todos no enseñar
nada que no esté conforme con la verdad evangélica y con
el espíritu de Cristo ni en la catequesis ni en la predicación
de la palabra de Dios.
Además, la Iglesia, que reprueba cualquier persecución
contra los hombres, consciente del patrimonio común con los judíos,
e impulsada no por razones políticas, sino por la religiosa caridad
evangélica, deplora los odios, persecuciones y manifestaciones de
antisemitismo de cualquier tiempo y persona contra los judíos.
Por lo demás, Cristo, como siempre ha profesado y profesa la
Iglesia, abrazó voluntariamente y movido con inmensa caridad su
pasión y muerte por los pecados de todos los hombres, para que todos
consigan la salvación. Es, pues, deber de la Iglesia en su predicación
el anuncio de la cruz de Cristo como signo del amor universal de Dios y
fuente de toda gracia.
No podemos invocar a Dios, Padre de todos, si nos negamos a conducirnos
fraternalmente con algunos hombres, creados a imagen de Dios. La relación
del hombre para con Dios Padre y la del hombre con los demás hombres,
sus hermanos, están de tal forma unidas que dice la Escritura el
que no ama, no ha conocido a Dios.
Así se elimina el fundamento de toda teoría o práctica,
que introduce discriminación entre los hombres y entre los pueblos,
en lo relativo a la dignidad humana y a los derechos que de ella dimanan.
La Iglesia, por consiguiente, reprueba como ajena al espíritu
de Cristo cualquier discriminación o vejación realizada por
motivos de raza o color, de posición social o de religión.
Por esto, el sagrado Concilio, pisando las huellas de los santos Apóstoles
Pedro y Pablo, ruega ardientemente a los fieles que, observando en medio
de las naciones una conducta ejemplar..., si es posible, en cuanto de ellos
depende, tengan paz con los hombres, de modo que sean verdaderamente hijos
del Padre que está en los cielos.
Todas y cada una de las cosas incluidas en esta declaración
han obtenido el beneplácito de los Padres del sacrosanto Concilio.
Y Nos, en virtud de la autoridad apostólica a Nos confiada por Cristo,
juntamente con los venerables Padres, aprobamos todo esto, lo decretamos
y establecemos en el Espíritu Santo, y mandamos que se promulgue
para gloria de Dios cuanto se ha acordado conciliarmente.
En Roma, en S. Pedro, 28 de octubre de 1965. Pablo, obispo de la Iglesia
católica.
2) Un ejemplo de antijudaísmo: la mirada preconciliar
y nacionalcatólica: los judíos en la obra Yo soy Español
de Agustín Serrano de Haro, cap. 18 (1ª ed. 1943; 19 ed., 1958;
24 ed. 1962; 26ed. 1966), que era el libro de texto de introducción
a la historia para niños de 6 años (enlace a la introducción
y algunas páginas:
http://www.uned.es/manesvirtual/BibliotecaManes/Historia/His1939_75/YosSer/YosSerAA.htm) Edición de 1943 (1ª), en pleno auge del eje Edición de 1958 (19ª, con cambios en el texto, pero no en las sugerencias) Edición de 1962 (24ª: con claros cambios en el título y en las sugerencias, dejo las sugerencias de la edición de 1943) Los índices de la edición 1ª y de la 26ª (de 1966): el episodio ha desaparecido de esta edición, la última y ya postconciliar (la declaración Nostra Aetate se fecha el 28 de octubre de 1965) |
Finalidad de la práctica y temas a plantear:
1) Finalidad principal: Reflexionar sobre el fenómeno del antijudaísmo y las persecución hacia los judíos. Se tomará como texto de reflexión la declaración conciliar Nostra Aetate, punto de partida de un nuevo tipo de relación entre la Iglesia Católica y la religión judía y el modelo nacionalcatólico español plasmado en el libro de texto Yo soy español.
2) Exponer la importancia del concilio Vaticano II (convocatoria: 25 enero 1959- comienzo: 11 de octubre de 1962- finalización: 8 de diciembre de 1965). Gran cambio en el catolicismo. Nueva actitud tanto interna como respecto a las demás religiones. La actitud ecuménica y de apertura a las diversas religiones: decreto sobre ecumenismo (21 de noviembre de 1964); creación del secretariado para los no cristianos (17 de mayo de 1964). Explicitar en la declaración Nostra Aetate el religiocentrismo inevitable (hay que analizar texto y contexto)
Concilio Vaticano II, misa inaugural y salida de la sesión de
apertura