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El antijudaísmo español es un tema de estudio muy transitado. La expulsión de los judíos de Castilla y Aragón en 1492 marcó un punto de inflexión que ha tenido un enorme peso simbólico y ha evidenciado una cierta excepcionalidad española.
Es bien cierto que los judíos fueron expulsados en muchos otros lugares de la Europa medieval, terminaron al cabo de los años pudiendo retornar. No así en el caso español hasta muy avanzado el siglo XIX. Y además se mantenía una ideología antijudía que, si bien no tuvo los componentes terribles y asesinos que se plantearon bajo el nazismo, pervivió durante décadas bajo el régimen franquista y se enseñaba en las escuelas del modo más crudo.
En el capítulo 18 de todas las ediciones
salvo la última se desarrollaba un episodio que se fechaba en la
Edad Media y en el que se narraba la muerte de un niño cristiano
en Zaragoza.
Repasaremos cuatro ediciones de este manual:
-la 1ª
de 1943;
-la 19 de
1958;
-la 24 de
1962;
-y la 26 de
1966
Se producen cambios muy interesantes en las dos últimas.
1) Edición de 1943 (1ª), en pleno auge
del eje
2) Edición de 1958 (19ª, con cambios en el texto que potencian los elementos más truculentos de la narración, pero no en las sugerencias)
3) Edición de 1962 (24ª: con claros cambios
en el título y en las sugerencias, se intenta matizar el antijudaísmo)
4) Edición de 1966 (26ª) en la que el episodio ha desaparecido
Se había producido una gran transformación
en el catolicismo que permite comprender el cambio que se evidencia
en las últimas ediciones del manual escolar que se comenta. Porque
hay que tener en cuenta que durante el franquismo la educación estaba
firmemente supervisada por las autoridades católicas que daban su
visto bueno, su nihil obstat, a los libros de texto.
El 25 enero de 1959 el papa Juan XIII convocó
un concilio, el Vaticano II. Comenzó el 11 de octubre de
1962 y finalizó el 8 de diciembre de 1965.
Las relaciones del catolicismo con las religiones no cristianas
y en especial con el judaísmo se definieron en la declaración
Nostra
Aetate cuya aprobación se fecha el 28 de octubre de 1965.
En ella se dice expresamente que se "deplora los odios, persecuciones
y manifestaciones de antisemitismo de cualquier tiempo y persona contra
los judíos". Se expone que no se puede justificar bajo ningún
concepto y en especial basándose en los evangelios, la acusación
de deicidio respecto de los judíos y exhorta a "no enseñar
nada que no esté conforme con la verdad evangélica y con
el espíritu de Cristo ni en la catequesis ni en la predicación
de la palabra de Dios".
No es de extrañar que el episodio desapareciese
del manual Yo soy español en su edición postconciliar
de 1966.
Llegados a este punto podemos preguntarnos: ¿cuál sería la excepcionalidad española en el asunto? No desde luego la de poseer relatos míticos e imaginarios de santos niños asesinados por judíos, que corrían en el Medievo por muchas regiones de Europa, convertida en una balsa de estereotipos del horror. Lo propio, la obstinación española, ha sido mantenerlo hasta época tan avanzada y como técnica pedagógica que trataba a los alumnos hasta los años del baby boom y del 600 como si de iletrados campesinos medievales se tratara. Se seguía manteniendo con firmeza un antijudaísmo con claras implicaciones políticas que planteaban crudamente una caracterización como antiespañoles de los judíos de ese territorio que denominaban Sefarad y que se corresponde con la Península Ibérica.
En el simbólico 1992, el mismo día en el
que 500 años antes, los Reyes Católicos habían firmado
el decreto de expulsión de los judíos, el Rey Juan Carlos
I pronunció el la sinagoga de Madrid un discurso en el que se
redefinieron del modo más oficial y solemne los parámetros
para pensar el judaísmo español.
El antijudaísmo oficial y la excepcionalidad española
en estos asuntos quedaban relegadas a pesadillas de un pasado que, a pesar
de haber poblado el primer encuentro de muchos españoles con la
Historia, muestra justamente lo que la Historia no debe ser.
Si bien se quiso hacer historia de relatos imaginarios,
de leyendas que servían para potenciar el odio, una de las tareas
de los historiadores es no dejar de recordar que aquello ocurrió
y quizá alertar que los argumentos del odio que toma como blanco
ciertas religiones, al cabo del tiempo, pueden parecernos tan ridículos
como los que se expresaban en este episodio de "los judíos matan
a un niño" que se ha comentado.