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TEORÍAS Y METODOLOGÍAS DEL ESTUDIO DE
LAS RELIGIONES
Material preparado por Francisco DIEZ DE VELASCO UNIVERSIDAD DE LA LAGUNA Este material electrónico tiene licencia Creative Commons Reconocimiento - NoComercial - CompartirIgual (by-nc-sa) |
a) Los escollos de la autonomía
La Historia de las Religiones o como se quiera llamar (HR/ER/CR...) ha tenido y sigue teniendo
una difícil implantación y consolidación y siempre
se han levantado voces que han puesto en duda que configure un campo
de saber autónomo. Desde diferentes disciplinas (y se puede
tomar el ejemplo de la antropología) se suele negar que la religión
resulte un campo suficientemente acotado (diferenciable de la ideología
o las construcciones simbólicas) y por tanto que quepa la posibilidad
de constituir una disciplina autónoma de análisis de la religión
con métodos y objetivos propios. No dejan de haber influido en esta
indeterminación las muy diferentes formas de estudiar las religiones
que se han propuesto y las ideologías que subyacían tras
ellas.
La polémica acompaña desde su mismo
surgimiento a la historia de las religiones como disciplina universitaria
ya que se potenció en algunos ámbitos a finales del siglo
XIX al convertirse en uno de los
baluartes de la modernidad que
cumplía la finalidad, al instituir un estudio crítico
de las tradiciones religiosas (desarrollando ante todo la crítica
textual) de historizar (reducir a escala humana) lo que el dogma (principalmente
cristiano) planteaba como revelación. De este modo deslegitimaba,
minándolos, los fundamentos del poder eclesiástico que se
entendía anclado en modos de pensamiento medievales y premodernos.
Buscaba acabar en primer lugar con el monopolio eclesiástico del
estudio de lo religioso, planteando la posibilidad de otros modos de analizar
la religión; y en segundo lugar afianzar estos modos como los correctos
(científicos, fiables) relegando los otros al nivel de supersticiones
o entelequias. Su instrumentalización como medio de laicización
de las elites tiene su mejor ejemplo en el modelo francés que influyó,
por ejemplo en otros países, incluso de ámbitos extraeuropeos.
Mustafá Kemal, en su intento de desislamizar las estructuras educativas
de la República Turca impuso la enseñanza universitaria de
historia de las religiones en la Facultad de Teología, importando
incluso al profesorado (desde 1925 a 1931 Georges Dumézil,
el gran especialista en religiones indoeuropeas se encargó de esta
enseñanza, aunque quizá sin el empeño antirreligioso
que se esperaba de él). El caso extremo se produjo en algunos países
del Este de Europa durante la etapa comunista cuando desde el estado se
potenció la historia de las religiones como ilustración de
la irracionalidad ideológica humana previa a la instauración
del análisis "científico" marxista que se plasmaba en el
"ateísmo" ("Ateísmo Científico"
era una disciplina que se enseñaba en las escuelas como en los países
confesionales se enseñaba "religión").
Pero de forma casi coetánea en otros países
se fue consolidando la disciplina vinculada a las facultades de teología
(cristiana) y a ámbitos confesionales o para-confesionales y
diseñada como un medio más de profundizar en el conocimiento
(y afirmación, incluso exportación por medio de la misionología)
de la propia fe. Frente a la tendencia histórica que presidía
en origen la primera opción, en esta segunda se solía encarar
preferentemente el estudio de los fenómenos religiosos desde una
óptica atemporal e intercultural (como si el marco cronológico
no fuera particularmente relevante -en la idea de que los pueblos no cristianos
eran pueblos sin historia o con un tipo de historia menos relevante que
la propia-).
Estos dos extremos han configurado las raíces
enfrentadas de la disciplina cuya maduración por medio de la
desvinculación de opciones ideológicas decimonónicas
(laicidad frente a teología, ateísmo frente a confesionalidad)
se fue produciendo paulatinamente y como consecuencia de la progresiva
(aunque aún incompleta) mundialización y globalización
de la disciplina, el refinamiento de los instrumentos de análisis
y el abandono de posiciones fuertemente militantes (en cierto modo en consonancia
con la crítica postmoderna a los pensamientos fuertes). Así
se ha producido una convergencia que lleva a que resulten aceptables para
la mayoría de los especialistas (al no enfrentar sus opciones ideológicas
personales de un modo insultante) trabajos surgidos de escuelas o puntos
de vista tan dispares como los fenomenológicos (originados principalmente
en ámbitos confesionales de teólogos cristianos), los históricos,
los antropológicos, los sociológicos, los ecológico-religiosos,
los filosóficos o los psicológicos (entre otros). A la par
que se producía esta convergencia se afirmó progresivamente
el estatus de la disciplina en la mayoría de los países de
nuestro entorno socio-político y se dieron los pasos para su consolidación
académica plena (en Francia, Alemania, Gran Bretaña,
Béligica, Holanda, Italia, países escandinavos, Estados Unidos,
Japón, etc.). Pero la consecución de un consenso en los modos
de trabajo a escala mundial (desde la asunción de la licitud de
la multiplicidad de enfoques y la disolución de la historia de las
religiones soviética, que propiciaba un modelo discordante) no ha
llevado a que la disciplina se haya consolidado de modo homogéneo
y no existe ni siquiera unanimidad en la forma de nombrarla y perdura la
pugna entre ópticas generalistas y especialistas.
b) Entre especialistas y generalistas
En efecto se constatan dos tendencias generales que definen
modelos diversos de gestión del capital educativo (en sentido extenso)
y también del papel de intelectuales, investigadores y educadores.
Por una parte estaría la especialización,
que tiende a requerir una severa iniciación que conlleva la adquisición
y complejización de metalenguajes; el diseño de modelos operativos
opacos (especialmente frente a disciplinas afines o antes emparentadas),
la búsqueda de linajes independientes (que a modo de broma actuaría
como las escisiones entre grupos de descendencia). Es la tendencia muy
mayoritaria y parece ser el nicho "natural" de la gran mayoría de
los pobladores de los institutos de investigación y de los centros
docentes a nivel global.
Pero por otra parte también, aunque minoritaria,
está la opción por lo que podríamos denominar la generalización,
en la que la disciplina se inserta plenamente y que busca producir explicaciones
que superen las teorías de alcance corto o medio, y que tiene
las ambiciones, a veces desmesuradas (como fueron las explicaciones evolucionistas
de hace un siglo), de ser capaces de acceder a un nivel de comprensión
multifocal y multifactorial. Desde luego esta perspectiva generalista
carga con el problema de basarse en la inseguridad y complejidad en los
métodos y la dificultad en el acceso a los estados de la cuestión.
Así desde los últimos grandes generalizadores en ciencias
sociales (de los que tanto todavía hablamos al resultar maestros
del pensamiento) como Émile Durckheim o Max Weber, pese a los múltiples
intentos posteriores, la generalización se suele estimar una aproximación
poco fiable, poco productiva o incluso generadora de resultados irrelevantes
frente a las grandes ambiciones que la caracterizan.
La especialización, por su parte, genera una dinámica
de la inalcanzabilidad del conocimiento, que se ubica bien en una
sociedad como la actual que produce compulsivamente nuevos bienes de consumo
que multiplican la obsolescencia (real o supuesta) de los anteriores (el
mejor ejemplo, el que produce más plusvalía: la informática).
Así en las denominadas “ciencias duras” (las que suelen abrir caminos
y mostrar las sendas por las que transitan luego los demás) no se
suele computar a efectos de valorar la investigación lo que se haya
producido hace más de cinco años (aunque ocasionalmente se
tengan en cuenta mayores plazos), salvo que resulte de un impacto extraordinario.
Este tiempo corto, si se combina con otros factores que potencian la volatilidad
(como la caducidad de los puestos de docentes e investigadores), requiere
que los investigadores se comporten como si fueran diseñadores de
productos de consumo, siempre a la busca de novedades, que a veces solo
se refieren al envoltorio (vender algo muy parecido como si fuera la radical
novedad). Se produce una especie de milenarismo o apocalipticismo intelectual
que lleva a pensar que el presente produce datos y teorías que invalidan
de tal modo lo anterior que de hecho hasta eximen de su lectura, en especial
si está escrito en alguna lengua que no se conoce o no se estima
digna del legitur (lo que nos aboca a un monolingüismo galopante,
muy evidente a escala global en el estudios de las religiones en el que
el inglés es la lengua vehicular exclusiva).
Ante este panorama de mutación de las pautas de
reconocimiento de las verdaderas novedades, de camuflaje de las aportaciones,
de empleo de técnicas de marketing a la hora de inducir la percepción
de la obsolescencia, los generalistas nunca alcanzarán a reflejar
de modo satisfactorio la última teoría a la moda, los
últimos circunloquios del metalenguaje o el último dato que
revoluciona de modo radical el campo. Faltos de "sensibilidad iniciática"
pecarán de un cúmulo de incorrecciones: políticas,
lingüísticas, académicas, etc. (por ejemplo seguir citando
a la vaca sagrada jubilada y arrinconada).
Pero con este imperio de lo arcano podemos encontrarnos
ante la imposibilidad de construir discursos coherentes y apreciables que
intenten interconectar los puntos de vista de diferentes disciplinas ante
temas que les son comunes (como es justamente la vocación de la
historia de las religiones). De hecho puede ocurrir algo de más
hondo calado: que se puedan llegar a perder grandes preguntas o que éstas
se escamoteen en una marea de banalidades, con lo que la política
de la especialización se tornaría en una perniciosa producción
ideológica consistente en dividir el conocimiento con la finalidad
de dividir el capital cultural en una sociedad del conocimiento en la que
éste puede llegar a convertirse en el más preciado y poderoso
de los productos con los que comerciar.
¿Qué ocurriría entonces con la
religión en este contexto de divisiones, especializaciones y barreras
disciplinares?. Quedaría repartida en jirones, reino común
en el que diferentes disciplinas ofrecerían puntos de vista tan
sesgados por los criterios de delimitación y bunkerización
identitaria de cada una de ellas que terminaría renunciándose
a estudiarla como totalidad generando discursos mutuamente inaccesibles.
O mejor dicho,
quedaría resaltada y aumentaría el aprecio
de una aproximación que sí tendría esa ambición
y que la reivindica desde hace milenios: la teología. Quedaría
ésta transformada, en el mundo de especializaciones de tendencias
cicateras, en un baluarte prestigioso al que se le potenciaría el
estatus disciplinar. Ciencias Religiosas es la denominación que
tienen los estudios de teología en las universidades católicas,
adjudicando el nombre mágico de ciencia a una aproximación
que necesariamente tiene que ser religiocéntrica, es decir sesgada
por los esquemas de valores de la religión desde la que se construye
la mirada, caracterizada por la confesionalidad, por una serie de necesarios
a-prioris que conllevan la renuncia a cualquier veleidad de neutralidad
ante el objeto de estudio, una de las claves de toda perspectiva que
tenga, justamente, la intencionalidad de utilizar el método científico.
La aproximación teológica cristiana tiene, además,
el problema añadido del eurocentrismo, ya que con dificultad sirve
para pensar más allá de los límites del cristianismo,
o como mucho se abre en diálogo con visos de cierto igualitarismo
con los modelos monoteístas, pero con dificultades insalvables
intenta comprender religiones que deambulan por la multiplicidad de Dioses
y experiencias cargadas de valores de lo ajeno (como, por ejemplo, la extática).
Y en mucho mayor medida le resulta ajena la comprensión de un fenómeno
clave a la hora de acercarse a las religiones del mundo en el presente
y el pasado, que es la posibilidad de la opción
por el no creer (tan
presente en nuestro entorno), o arraigando la mirada en los abismos
de los orígenes, la posibilidad de la no testificación del
creer en los albores de la especie humana, que se tendría por imposibilidad
teológica: el humano sería religioso o no lo sería
en una lectura que, aunque tenga la veleidad de adaptarse al marco global
científico de la evolución, no se libra del relato creacionista
que tan cómodamente combina el creer y el ser en el seno de lo tenido
por esencialmente humano.
En este contexto confuso entre fragmentación y
órdagos científico-teológicos se inserta el planteamiento
programático de la disciplina que intentamos delimitar. Se trata
de la reivindicación de la posibilidad (y la necesidad) de una
aproximación integral y que ambicione ofrecer explicaciones generales,
no religiocéntrica, no confesional, con la neutralidad como horizonte
(a pesar de todos los problemas que suscitan estos fuertes conceptos en
un mundo marcado por la crítica postmoderna, como se verá
más adelante en este material de estudio). Una reivindicación
que no deja de resultar complicada y excesiva y lleva a la necesidad de
la reflexión metodológica sobre los límites y que
no puede construirse más que lanzando la mirada hacia otras disciplinas,
pero vistas no como rivales (en un combate por adquirir un lugar en el
pastel de la academia). Sustentar esa mirada sólo puede hacerse
entendiendo de modo extenso el objeto de estudio: la religión en
tanto que arena en la que se entremezclan sentimientos y comportamientos,
lo individual y lo colectivo, lo transparente y lo evidente, lo imaginario
y lo materializado y corporizado.
Cabe preguntarse si la reivindicación de la
autonomía no sería un medio de conjurar terminar abocados
a la irrelevancia (la invisibilización de la transversalidad).