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TEORÍAS Y METODOLOGÍAS DEL ESTUDIO DE
LAS RELIGIONES
Material preparado por Francisco DIEZ DE VELASCO UNIVERSIDAD DE LA LAGUNA Este material electrónico tiene licencia Creative Commons Reconocimiento - NoComercial - CompartirIgual (by-nc-sa) |
Otra de las fuentes de información para el trabajo
del investigador en disciplina de estudio de las religiones son los testimonios
de carácter etnográfico (en un sentido extenso, que incluye
también la etnografía histórica), la religión
hablada. Se testifica desde épocas muy remotas y resulta fundamental
para el conocimiento de algunas religiones que no tienen otro cauce de
transmisión. El problema principal que plantea la oralidad
es que suele poner en práctica un filtro interpretativo que en muchos
casos deforma severamente el objeto de estudio (a tenor de modas y modelos
de interpretación vigentes en cada época). Una de las fuentes
más antiguas de este tipo la ha legado el mundo clásico en
la obra de Heródoto: armado de una mirada helenocéntrica
repasa a los vecinos orientales y nórdicos de los griegos ofreciéndonos
puntualmente descripciones que parecen caer en el estereotipo del mundo
al revés (como en un espejo). El bárbaro tiene costumbres que han de resultar
casi por definición la antítesis de las del griego, de ahí
que Heródoto las interprete en una clave que las refleja (en lo
griego) en vez de mostrarlas desde sus claves interpretativas intraculturales.
En mayor o menor medida esta deformación está presente en
la mayoría de los testimonios que ha legado la etnografía,
por lo menos hasta bien entrado el siglo XX. Nuestro conocimiento, por
ejemplo, de la religión de los eslavos o de los baltos proviene
de fuentes ecesiásticas que interpretan con los ojos muy particulares
de un credo determinado una realidad religiosa que testifican a la par
que combaten. Otro tanto ocurre con las fuentes eclesiáticas que
encaran la descripción de la religión de los pueblos de Mesoamérica
o Sudamérica, la reflexión sobre el extravío está
siempre presente y la mirada sobre lo ajeno (aunque se exprese en sus propias lenguas) se convierte en muchos casos
en un mero o velado reproche, además de un arma de destrucción cultural.
Aunque la etnografía ha depurado sus instrumentos
de análisis a partir de los años cincuenta (a pesar de visiones
y escuelas en algunos casos antitéticas, hay un cierto consenso
sobre cuales son los mínimos exigibles a un trabajo de campo en
antropología-etnografía) caben puntualmente graves distorsiones
de la visión de la sociedad que se estudia. Así la escuela
del padre Schmidt, nunca ofrece la seguridad de que no se esté
realizando una tergiversación de los datos con la finalidad de sustentar
la hipótesis del Urmonotheismus. En otros casos las características
personales del etnógrafo llevan a descuidar ciertas realidades de
enorme trascendencia. Así nos encontramos con que al resultar que
la mayoría de los autores de informes e investigadores de campo han sido varones hasta mediados del siglo XX ha quedado
cercenada toda una vía de estudio de los ritos y la cultura femenina,
evidentemente fuera del alcance (o de difícil acceso) para este
tipo de etnógrafos o autores. Al no poder cumplir la iniciación que
les abriría los "secretos" de la cosmovisión femenina encontramos
que nuestro conocimiento al respecto es mucho menor del deseado.
La etnografía, de todos modos abre un camino de
recopilación de datos que resulta fundamental para el conocimiento
de las religiones tanto en sociedades no literarias o poco literarias como
en muchas otras. La etnografía contruye un modelo de escucha
que resulta fundamental también para encarar las religiones cambiantes
del presente en su vivencia individual. Así más allá
del criterio clasificatorio de la religión legible (que presupone
la escritura) se nos muestra la fuerza documental de lo narrado, de lo
transmitido por ese mecanismo privilegiado humano que es la palabra. De
hecho para muchos pensadores religión y palabra van tan unidas que
han llegado a defender que las habilidades lingüísticas y las
explicaciones religiosas fueron coetáneas, que sin palabras no hay
modo de socializar las creencias, transmitir la religión, realizar
ritos y ceremonias, activar el sentido social de los actos, de los mitos,
traspasar las barreras de la piel, que marcan dos universos en la manifestación
de la religión, un fuera y un dentro del que sólo el primero
nos es aproximadamente accesible y expresable. La perspectiva etnográfica (en
general el enfoque cualitativo en las investigaciones, ya revisado anteriormente)
se está utilizando en muchos trabajos centrados en el estudio de
las religiones actuales y su diversidad como consecuencia de la globalización
y la multirreligiosidad. Este tipo de aproximaciones que se realizan
desde la antropología o la sociología de enfoque cualitativo son claves en los estudios sobre mayorías/minorías
religiosas, ofrecen una perspectiva fundamental en estudios sobre pluralidad
religiosa en las sociedades actuales (con el empleo de técnicas
de investigación cualitativa las aproximaciones se convierten en
mucho más ricas y precisas).
Entrando en mayor detalle, la oralidad marca por tanto
otra fuente de información para el estudio de la religión,
otro lenguaje de la misma: la religión hablada. En una acepción
extensa de la misma se dedica a analizarla la etnografía, como estamos
viendo, aunque quizá no se hallasen a gusto bajo ese paraguas muchos
investigadores de lo que prefieren nombrar como historia oral. En
cualquier caso las técnicas que se denominan cualitativas
(para diferenciarlas de esas otras cuantitativas que caracterizan la distancia
mayor del investigador social frente a su objeto -en este caso más
que sujeto- de estudio) se caracterizan por el cuerpo a cuerpo y sus espejismos,
pero resultan fundamentales para el conocimiento de algunas religiones
que no tienen otro cauce de transmisión. El problema principal que
plantea la oralidad radica en que la escucha suele intermediarse por
medio de visiones extrañas a la cultura que narra y que por tanto
construyen un filtro interpretativo que en muchos casos deforma más
o menos severamente el objeto de estudio (a tenor de modas y modelos
de interpretación vigentes en cada época). La fuente oral
no nos llega más que mediatizada por quien llevó la conversación
(por ambos lados de la interlocución), puede parecer una fuente
endógena (habla el "nativo", o una multiplicidad de ellos, pero
en un contexto generalmente marcado por lo extraordinario de la situación
y de las posiciones en la conversación), pero nos llega por medio
de vehículos exógenos salvo casos excepcionales y problemáticos,
como el etnógrafo que pertenece a la misma cultura que estudia,
pero que desde el momento que lanza la exigente mirada del estudioso deja
de ser "nativo" para transformarse en alguna o bastante medida en el "otro".
La mirada etnocéntrica (y religiocéntrica)
que suele caracterizar casi toda etnografía es una deformación
inevitable (y que intentan soslayar por diversos e ingeniosos métodos
los investigadores postcoloniales y de(s)coloniales), pero la toma de conciencia de la posibilidad
de su existencia (como ocurre por otra parte con el religiocentrismo) ya
marca un paso hacia la consecución de una mirada (y una escucha)
diferente, por ejemplo, a la de Heródoto. Y que, además,
resulta imprescindible en cualquier caso (y a pesar de los sesgos) para
el conocimiento de las religiones de sociedades no literarias de la actualidad,
pero también para ahondar en las creencias de diferentes ámbitos
sociales dentro de las sociedades letradas que no suelen hallar cabida
en las plasmaciones escritas.
Cabe preguntarse si la distinción
emic/etic de Kenneth Pike puede servir para pensar algunos de los límites
de la religión hablada (y escuchada).