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TEORÍAS Y METODOLOGÍAS DEL ESTUDIO DE
LAS RELIGIONES
Material preparado por Francisco DIEZ DE VELASCO UNIVERSIDAD DE LA LAGUNA Este material electrónico tiene licencia Creative Commons Reconocimiento - NoComercial - CompartirIgual (by-nc-sa) |
La religión legible (la literatura y la documentación
escrita de carácter religioso) forma un conjunto muy extenso
de testimonios de todas las facetas de lo religioso en las sociedades literarias.
La primera característica de este material es que no refleja, salvo
por la vía indirecta (del rito o el culto ajeno que se describe),
la religión de los pueblos no literarios a cuyo conocimiento hemos
de acceder por medio de la arqueología, los testimonios etnográficos o por el estudio
de la religión visible o de otro tipo. La literatura religiosa
tiene, por tanto, una vida reciente, que no penetra más allá
de seis milenios hacia el pasado y que refleja la religión de las
sociedades tradicionales (las de base agrícola), aunque no de todas
ellas. Hay culturas que no vertieron por escrito sus textos religiosos
por diversas razones (en muchos casos existía un interdicto sobre
la materialización de la sabiduría sagrada). Por tanto no
poseemos datos de religión legible de un buen elenco de sociedades,
para cuya reconstrucción resulta necesario emplear materiales de
épocas en las que la forma religiosa antigua estaba en desuso o
para las que hay que producir hipótesis que pueden resultar arriesgadas.
Uno de los problemas básicos que presenta para
el especialista en el estudio de las religiones el acceso a la religión
legible es el de la lengua. No resulta posible que en un mismo investigador
confluyan habilidades lingüísticas suficientes como para permitirle
acceder de modo directo al elenco de textos religiosos que un estudio comparativo
puede requerir conocer. Resulta pues básica una intermediación
que pasa por la previa traducción por
parte de un especialista
en la lengua de la que se trate de los textos de interés (y que tenga
un conocimiento de la historia de esa lengua y sus modificaciones de
significado a lo largo del tiempo ya que muchos textos religiosos están
escritos en formas arcaicas de la lengua). Se presenta,
por tanto una disyuntiva: entre el estudio directo de las fuentes, sólo
al alcance de los especialistas y la necesidad de realizar
comparaciones
interculturales que se basan en trabajos y traducciones de segunda
mano.
La vocación de quien se dedica al estudio de las religiones, como
vimos, se comparte entre los estudios directos sobre el material cuando
investiga en el campo en el que es especialista y la necesidad de
fiarse
de lo que otros han hecho cuando hay que bucear en religiones de las
que
se desconoce (o no se conoce de un modo suficiente) la lengua en la que
se expresan. Se trataría de un falso problema si las técnicas
de traducción fueran exactas, pero se trata un problema bien real
y bien acuciante dada la indeterminación y problemas del quehacer del traductor.
En el caso del lenguaje religioso la problemática se complica porque
en la mayoría de los casos verter a otra lengua ciertos conceptos
es desfigurarlos de modo completo. Dios, religión, sagrado, santo
no significan lo mismo en las diversas religiones, su empleo en una
traducción a una lengua occidental es un ejercicio con elementos de etnocentrismo
(y en última instancia de religiocentrismo) que puede poner seriamente
en peligro el resultado final deseado de sustentar una comparación
entre diversas religiones, llegando a conclusiones que, por ejemplo, maximicen
los criterios identificadores cuando éstos pueden ser sencillamente
productos de la elección de unos términos específicos
(y en algún caso modernizados) a la hora de desarrollar una traducción (desvirtuándose así
una comparación consecuente), tal es el caso, por ejemplo de la traducción de obispo (https://bibliaparalela.com/multi/1_timothy/3-2.htm) o de los elementos trinitarios en https://bibliaparalela.com/multi/1_john/5-7.htm que tienen o no en cuenta la inclusión de partes que aparecen en unos u otros manuscritos (traducción de TJ: https://fradive.webs.ull.es/masterocw/15/trinidad.html).
En otros casos las características
de la obra son tales que la traducción resulta en extremo dificultosa;
un caso bastante desesperado lo ofrece, por ejemplo, el libro más conocido
del taoísmo, el Tao-te Ching.
Se trata de una obra que resulta extraordinariamente
críptica (también por las características propias
del modo chino de escritura y de la época en que tomó forma)
y que ha sido maltratado por legiones de traductores que han presentado
productos tan dispares que en muchos casos son irreconciliables.
El taoísmo sirve también para ejemplificar
otra de las miserias de la religión legible a la hora de establecer
trabajos comparativos, que es el carácter incompleto de la documentación
con la que se trabaja. Son conocidos y han sido traducidos (con mayor
o menor fortuna) tres textos (Tao-te Ching, Chuang-tzu, Lieh-tzu),
pero el corpus principal de la literatura taoísta, el Tao-tsang
(canon taoísta) sólo ha sido muy fragmentariamente vertido
a las lenguas occidentales, los más de 5000 volúmenes que
en su día tuvo, los casi 1500 títulos (en 1120 fascículos)
de la reimpresión de 1926 son un territorio bastante ignoto que
deforma la visión que del taoísmo tiene un no especialista
de un modo parecido al que se produciría si el cristianismo fuera
conocido por la comunidad científica general (fuera del círculo
de los estrictos especialistas) solamente gracias al Nuevo Testamentoy
un par de trabajos de los padres de la iglesia. Algo parecido a lo que
ocurre con el taoísmo se produce con la literatura tántrica
conocida solamente en parte, de tal modo que los estudios comparados
que se basan
en su ejemplo se sostienen en puntualmente frágiles cimientos. Pero
en este caso el problema no es sólo de traducción sino también
de edición, algunas obras se han transmitido en círculos
familiares o en cofradías de adeptos, son manuscritos que incluso
muchos especialistas desconocen. Este hecho que resulta casi
inconcebible
para los especialistas en el mundo clásico (una erudición
semi-milenaria ha procurado mejorar progresivamente las ediciones de
los
textos antiguos y sus traducciones) o europeo, es una realidad
fundamental
para textos de las diversas tradiciones religiosas de la India o para
el
islam donde obras importantes y desconocidas esperan todavía a que
los especialistas las publiquen en ediciones impresas al alcance de la
comunidad científica. El trabajo de comparación en estos
casos se parece al que encaraban los especialistas en el estudio de las
religiones a mediados-finales del siglo XIX, cuando se carecía de
ediciones y traducciones fiables en muchos campos (por ejemplo en el
caso
de las religiones asiáticas antes de que Max Müller
pusiese en marcha el proyecto de traducción Sacred Books of the
East), y exige capacidades lingüísticas comparables en
esos campos a las que se requerían en aquella época de modo
general. En ese entonces el perfil del estudioso de las religiones exigía
conocer varias lenguas de modo que se pudieran estudiar de primera mano
documentos inéditos. La formación era principalmente lingüística,
mientras que en la actualidad priman más los perfiles de especialistas
conocedores también de alguna disciplina de análisis social o cultural (como la antropología
o la sociología) además de algún ámbito cultural
más especializado.
Existen campos de interés, por tanto, que están
al margen del alcance del no especialista pero a la par otros tienen una
mucho más fácil consulta. Las religiones del mundo clásico,
el judaísmo, el cristianismo, las religiones antiguas del Oriente
Próximo o incluso el budismo y el hinduísmo tienen buenas
traducciones con las que contar. De ahí que la comparación
en disciplina de estudio de las religiones deambule en mayor medida por
los ejemplos que estas religiones ofrecen. Una distorsión, en
este caso generada por nuestras fuentes, a añadir a tantas otras
que provienen del peso del religiocentrismo y el etnocentrismo. Así
los ejemplos bíblicos no solo serían familiares para los
investigadores occidentales como resultado de su adscripción cultural,
sino que al haber sido mucho mejor estudiados, traducidos y recopilados,
son más cómodos de acceder y emplear, por lo que se multiplica
su impacto (y el lastre etnocéntrico perdura).
Hay que añadir a los problemas que hemos reseñado
y que atañen a la disponibilidad del material para desarrollar un
estudio comparado, la necesidad de emplear una metodología de tratamiento
de fuentes adecuada y que en este punto no es otra que la depurada por
el método histórico-filológico en la última
centuria y media. Hay que clarificar el contexto de cada texto, su público
y sus creadores, las condiciones en las que lo socializaban y la sociología
de la creación y sus problemas (como son los valores que se transmiten
y su sesgo: la inevitable ideología masculina y de elite). En
algunos casos se dispone de estudios que permiten al investigador que encara
un estudio comparado contar con un material de referencia fiable. Pero
en otros casos los problemas se multiplican porque o no hay consenso entre
los especialistas o no se ha empleado la crítica textual de modo
serio sobre esos documentos. Así los contextos o la sociología
de la creación de una obra como el Avesta no estan tan bien
establecidos como en otros casos con lo que resulta difícil sostener
la antigüedad de doctrinas religiosas específicas que allí
se plantean y el impacto que pudieron tener sobre otras formas religiosas
(por ejemplo respecto del judaísmo).
Cabe preguntarse si la necesidad de trabajar
con traducciones y los problemas que derivan de ello no puede llegar a desactivar las posibilidades analíticas
que propicia el método comparado.