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HISTORIA DE LAS RELIGIONES
Tutorial de la asignatura, preparado por Francisco DIEZ DE VELASCO FACULTAD DE GEOGRAFÍA E HISTORIA UNIVERSIDAD DE LA LAGUNA |
Madame Blavatski y los Budas de Bamiyán
![]() ![]() ![]() "Pero, ¿quién talló las estatuas aún más colosales de Bamián, las más altas y gigantescas del mundo entero?... los arqueólogos que ven Buddhas en las más grandes de estas estatuas se equivocan... Los monjes buddhistas... entraron el en Asia Central en el primer siglo, o cosa así, de la Era cristiana. Por esto Hiouen Thsang (viajero chino que visitó Bamien en el siglo VII), hablando de la estatua colosal, dice que 'el brillo de los ornamentos de oro que cubrían la estatua' cuando él la vió 'deslumbraba la vista'; pero de tales adornos dorados no se ven ni vestigios en los tiempos modernos. El ropaje, en contraste con la figura misma, que está labrada en la roca, está hecho de yeso y moldeado sobre la imagen de piedra. Talbot,que hizo un examen de los más minuciosos, averiguó que este ropaje pertenecía a una época muy posterior. Por consiguiente, hay que señalar a la estatua misma un tiempo muy anterior al buddhismo. En tal caso ocurre preguntar: ¿a quién representa?. Otra tradición, que se halla corroborada por anales escritos, contesta a la pregunta y explica el misterio... Los ascetas buddhistas encontraron las cinco estatuas, y muchas más que ahora están destruidas. Tres de ellas, que estaban de pie en nichos colosales a la entrada de sus moradas futuras, fueron cubiertas con yeso y sobre las estatuas antiguas, modelaron otras nuevas que representaran al [Buddha]. Las paredes interiores de los nichos están cubiertas hasta hoy con pinturas brillantes de figuras humanas, y la imagen sagrada de Buddha está reproucida en todos los grupos. Estos frescos y ornamentos, que hacen recordar el estilo de pintura bizantino, son todos debidos a la piedad de los monjes ascetas, así como también otras figuras menores y adornos labrados en la roca. Pero las cinco estatuas son obra de los Iniciados de la Cuarta Raza [la cuarta raza fueron los Atlantes], quiénes, después de la sumersión de su continente [la Atlántida], se refugiaron en los desiertos y en las cumbres de las montañas del Asia Central. Así pues las cinco estatuas son anales imperecederos de la Enseñanza Esotérica, respecto de la evolución gradual de las razas. La más grande representa la Primera Raza de la especie humana, cuyo cuerpo etéreo está así conmemorado en la piedra dura, imperecedera, para instrucción de las generaciones futuras; pues de otro modo su recuerdo nunca hubiera sobrevivido al Diluvio Atlántico. La segunda, de 120 pies de alto, representa al nacido del sudor; y la tercera, que mide sesenta pies, inmortaliza a la Raza que cayó, inaugurando así la primera Raza física, nacida de padre y madre, cuyos últimos descendientes se hallan representados en las estatuas encontradas en la isla de Pascua. Estos descendientes sólo tenían de 20 a 25 pies de altura en la época en que la Lemuria fue sumergida, después de haber sido casi destruida por los fuegos volcánicos. La Cuarta Raza fue aún más pequeña, aunque gigantesca en comparación con nuestra Raza Quinta actual, y la serie termina finalmente en esta última. Estos son pues los 'Gigantes' de la antigüedad.... (Helena Blavatsky, La doctrina secreta, Madrid, 1978, tomo 3, p.577-581, ed. original, Londres, 1888). Material de apoyo: Madame Blavatsky plantea que las estatuas de Bamián fueron talladas por los sabios que escaparon a la destrucción de la Atlántida. Se trata de una interpretación aberrante, que hace de los mitos realidad literal y que no sería más que anécdota si no hubiera tenido un impacto notable en diferentes círculos esotéricos (además de la Sociedad Teosófica, movimiento que fue muy popular a finales del siglo XIX y comienzos del XX). Todavía hay grupos que defienden, subyugados por el ambiente platónico creado en los diálogos Timeo y Critias, que el mito de la Atlántida no es más que reflejo de una realidad del remoto pasado, que Platón, estaría transmitiendo una historia real (que conoció gracias al relato del hecho que mantenía en el recuerdo los sacerdotes egipcios). La lectura del trabajo de Pierre Vidal-Naquet, "Atenas y la Atlántida" publicado en la Revue des Études Grecques, 77, 1964, 420-444, versión revisada (y traducción al español) en Formas de pensamiento y formas de sociedad en el mundo griego. El cazador negro, Barcelona, ed. Península, 1983 (París, 1981), 304-329, resulta muy reveladora de cómo Platón inventa un mito para expresar su idea del rechazo a la Atenas de su tiempo volcada en el mar, centrada en la flota y el imperialismo. Lo mismo que el imperialismo naval de la Atlántida conllevó la destrucción de su civilización, así, según Platón podría terminar Atenas, de no tornar hacia los valores tradicionales (de la tierra frente al mar). Madame Blavatsky utiliza los relatos de Platón (y mucha otra documentación muy diversa) como prueba de que existe una sabiduría más antigua y correcta que la que está construyendo la ciencia (y en particular las teorías evolucionistas). Frente a los tiempos geológicos y al darwinismo se construye un relato de razas pobladoras de la Tierra con muchos millones de años de antigüedad, que anularía el valor de esas teorías científicas. Se trata de una construcción puramente imaginaria que cumple, entre otras muchas funciones, la de contramodelo de carácter religioso de la ciencia con veleidades de superarla. El uso de los Budas de Bamián se inserta en la necesidad de argumentar con pruebas (como hace la ciencia) y el recurso empleado es el de utilizar documentación de muy variada índole (sobre todo la que plantease algún interrogante de carácter técnico -como, por ejemplo, las estatuas de la Isla de Pascua-) que se analiza de modo completamente sesgado y distorsivo. Para un estudio de la Sociedad Teosófica en clave crítica y humorística: Peter Washington, El mandril de Madame Blavatsky, Barcelona, 1995 (Londres, 1993). |
Los Budas de Bamiyan y la iconoclastia de los talibán
de Afganistán
Tenidos por ídolos que había que destruir según la interpretación de los taliban que controlaban Afganistán, las estatuas gigantes de Bamián (la mayor de 52,5 metros, la otra de 36 metros) fueron voladas con explosivos a comienzos de marzo de 2001. ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() ![]() Un intento de explicación de la voladura: Las razones que llevaron a los talibán a dar el paso de destruir los budas (a pesar de las presiones internacionales, no sólo occidentales, sino también de países musulmanes o de la India) son difíciles de sintetizar (y por supuesto de aceptar), pero no podemos quedarnos en una mera lamentación que resalte la estupidez humana o el fanatismo musulmán. Por su parte las autoridades talibán plantearon que no se trataba de una acción de carácter político sino de tipo religioso para cumplir un edicto de los ulemas afganos relativo a la destrucción de los monumentos idólatras. Esta destrucción, en el caso de las estatuas gigantes, se dilató en diferentes fases puesto que desde el control talibán del valle de Bamián en otoño de 1998 se sucedieron ataques por parte de los militares talibán destacados en la zona contra las estatuas que estropearon la cabeza, piernas y otras partes, hasta que se produjo la voladura general. Tras el celo religioso, como en tantos otros casos, se escondía una lección política e ideológica implacable, dejando claro que las autoridades talibán construyeron un discurso que no carece de lógica (aunque no pueda compartirse). Frente a la interpretación de Occidente, que se interesa por la religión primordialmente en cuanto tiene de patrimonio (cultural, histórico, etc. y que se vale de la Unesco como plataforma para propagar este modelo a escala global), los talibán hacían de la religión clave interpretativa del mundo (y por supuesto de la política), por tanto los objetos no eran un obstáculo en el camino de la afirmación religiosa (aunque dichos objetos hubieran sido declarados Patrimonio de la Humanidad). La primera lección talibán en este asunto fue la negación a aceptar los criterios de interpretación modernos y occidentales que cosifican la religión y la patrimonializan (convirtiendo los objetos religiosos en mercancías cuya rareza las convierte en extremadamente valiosas); al destruir los Budas demostraban que, desde el argumento teológico que esgrimían, las estatuas no poseían el más mínimo valor (frente al valor patrimonial incalculable que esgrimía la Unesco -otra forma de negar de facto tal valor, al resultar imposible su venta-). Frente a posiciones esencialistas (la defensa a ultranza del patrimonio) hemos de tener en cuenta que los talibán podían esgrimir destrucciones de patrimonio frente a las que la reacción internacional había sido y sigue siendo igual de ineficaz: la revolución cultural china acabó con numerosísimos templos, el fanatismo fundamentalista hinduísta con la mezquita Babri de Ayodhya en fecha tan reciente como 1992 o la especulación inmobiliaria y de otro tipo en muy diversas zonas del mundo con monumentos religiosos de muy diversa índole (pensemos en el patrimonio religioso de los nativos de Norteamérica o los objetos religiosos africanos vendidos por doquier). Pero la destrucción de los Budas fue también una lección para la población (y en particular los notables) de la zona de Bamián (que son chiítas), que dejó clara la posición de los talibán (que son sunitas) respecto de cualquier veleidad identificadora propia (incluso si tal veleidad era el orgullo de poseer un patrimonio cultural extraordinario y admirado en el mundo entero). Los talibán en el poder se caracterizaron por ser contrarios a la diversidad religiosa, incluso aunque ésta datase de una época remota preislámica, los chiítas, pues, tenían que minimizar, bajo el régimen talibán entonces triunfante, la especificidad de sus enfoques y converger (en una línea de argumentos que plantean otros movimientos integristas de zonas más centrales del islam) en torno al lenguaje estimado común de entender la charia del modo más fundamentalista. Pero finalmente se puede, en síntesis, extraer otra lección, esta vez interior (para el propio grupo) de la voladura de Bamián: se habían atrevido a llegar más allá que nadie con anterioridad en lo que estimaban defensa del islam y lucha contra la idolatría presente y pasada: el celo talibán era pues ejemplar. Se trata de lecciones que presentan la lógica de una teología que no distingue entre religión y política, pero desde esta misma lógica la reacción budista más común parece diáfana, los Budas gigantes marcaron un momento ya pasado, una época en la que el dharma imperaba sobre esos territorios, su destrucción resultaba casi el mejor ejemplo de la impermanencia. Por otra parte el que la autoridades indias hayan levantado la voz más fuerte en defensa del patrimonio budista de Afganistán no puede responder pues a argumentos religiosos (incompatibles con destrucciones como la de Ayodhya de 1992 o asaltos como el del Harmandir de Amritsar de 1984), sino a cuestiones de geoestrategia (los talibán tenían el apoyo de Pakistán, país con el que India mantiene desde la independencia un litigio -guerra abierta en diferentes ocasiones- por la soberanía sobre Jammu y Cachemira). Religión, política y geoestrategia se entremezclaron en este asunto en el que terminaron pagando con la destrucción los extraordinarios Budas de Bamián. |