CIENCIA Y RELIGIÓN.
copyright:Francisco Diez de Velasco. presentado en el Museo de la Ciencia y el Cosmos, La Laguna, 26 de abril de 2002.


Las diferentes religiones, generaron toda una serie de explicaciones relativas al origen del cosmos, el problema de la muerte, la configuración y funcionamiento de la materia o la historia biológica y cultural del hombre que se vieron radicalmente puestas en duda con la constitución de la ciencia como modelo de pensar el mundo a partir de la modernidad. La ciencia, frente a la diversidad de las explicaciones religiosas, tiende a generar modelos con vocación universal. La geología, la prehistoria, la astrofísica han ido constituyendo un corpus de conocimientos tenidos por comúnmente aceptables que se enfrentan de modo particularmente radical con las explicaciones que aparecen en algunos textos religiosos, que leídos en su modo más fundamentalista, resultan no solo completamente incompatibles sino incluso ridículos. La posición tradicional, la que se obligó a tomar a Galileo o de la que tuvo que huir Baruch Spinoza, que podríamos nombrar como eslabones primeros de la crítica moderna a las lecturas literalistas, era el sacrificio de la razón frente a la revelación. Aunque la tierra no estuviese en el centro del universo y se moviese, públicamente había que seguir el magisterio religioso y estimarla en el centro; aunque el núcleo bíblico, la Torá, presentase incongruencias solo achacables a diversos niveles de redacción, había que entenderlo como una revelación directa de Dios con vocación de eternidad y no sometida a mano del hombre (si no era la de Moisés, escribiendo al dictado).
 El literalismo bíblico, al que algunos cristianismos fundamentalistas aún no han renunciado, se convirtió en un escollo levantado entre ciencia y religión, que, tras los acalorados oposicionismos del siglo XIX y los argumentos de autoridad que construía una teología desbordada pero atrincherada en su afán de justificar lo que se estimaba revelación, ha perdido hoy toda importancia, más allá del espejismo de lo anecdótico.
 La ciencia es indiscutiblemente nuestro modelo para entender el mundo, ofrece instrumentos para pensarlo que han producido un corpus de conocimientos que dotan de sentido a la historia del universo, de la Tierra, del papel del ser humano en ella; pero en ocasiones no resulta sencilla de transmitir, es un marco que tiene una volatilidad (muta con los avances y los cambios de paradigmas y de consenso general) y un caracter hipotético (que se percibe por los profanos como inseguridad) que se contrapone a la contundencia de las explicaciones fundamentalistas. Se explica así que en Estados Unidos un 10% de los cristianos se puedan englobar como fundamentalistas-literalistas, que piensan que el mundo fue creado en siete días y que Matusalén vivió cerca de mil años. Y que, para impedir que a sus hijos les enseñen cosas distintas hayan llegado a conseguir que en algunos estados (Arkansas ha sido ejemplar, pero en general es una corriente de opinión muy fuerte en toda la zona más tradicionalista que se denomina Bible belt) en la escuela se haya tenido que enseñar de modo equilibrado (empleando el mismo tiempo para ambos) creacionismo y evolucionismo (planteado como una simple y discutible hipótesis). Las objeciones legales a la enseñanza de temas religiosos (como es el creacionismo) en el exquisitamente no religioso sistema educativo norteamericano ha llevado a que, en los últimos tiempos, por medio del sencillo mecanismo del control que ejercen (y buscan ejercer) los grupos literalistas (perfectamente estructurados en asociaciones que saben emplear muy bien su fuerza como lobby) sobre los consejos escolares (que tienen un notable poder de decisión en relación a los programas de estudio), haya muchos centros en los que no se explique en absoluto el evolucionismo (y que la enseñanza de biología se reduzca a mera descripción y los temas de geología o de prehistoria se soslayen). Pero por lo menos pasó la época en la que a los maestros que enseñaban las teorías de Darwin se les encarcelaba, multaba o suspendía (fue ejemplar el caso Scopes en Tennessee en 1925) o se retenían sin publicar las obras de un pensador como Pierre Teilhard de Chardin.
 De todos modos las explicaciones de la ciencia, si bien tienden a no dejar ningún campo sin tratar, y auguran un futuro en el que las incógnitas serán progresivamente menores, chocan con lugares en que no hay más que duda: el morir, ciertos estados meditativos, ciertos límites (lo infinitamente pequeño o grande y sus indeterminaciones). Por ejemplo en el caso de la muerte la explicación que se ofrece (desde las opciones materialistas) resulta angustiosa para muchos (la completa aniquilación sin más perdurabilidad que el recuerdo), aunque a otros les produzca el consuelo de librarse del horizonte infinito de la eternidad. Perduran territorios en los que las religiones ofrecen el consuelo de la certeza o la perspectiva de valores diferentes. En lo relativo a la meditación, tema del máximo interés en las manifestaciones más actuales de la religión y uno de los retos explicativos de futuro, las religiones de Oriente, y en particular el jainismo, el budismo, el hinduismo y el taoísmo tienen un bagaje milenario que ordena los pasos de quien se adentra en esos universos de la alteridad. La ciencia del cerebro, la ciencia cognitiva buscan adentrarse forjando instrumentos que sean capaces de explicar los fenómenos biológicos que detonan estas experiencias, la compleja química cerebral que pone en marcha experiencias cumbre o ciertos estados de conciencia alterada y que configuran al estudio del cerebro como uno de los territorios donde las investigaciones sobre la religión pueden ofrecer mayores frutos y retos.
 Pero se abren otros retos no menos complejos, que no radican en nuestro interior sino en los objetos que somos capaces de construir, la tecnología está abocándonos al surgimiento futuro de nuevas razas, no sólo clónicas, sino también cibernéticas, ya hay robots capaces de sentir miedo, con las implicaciones religiosas (y de todo tipo) que se derivan de ello, un miedo que para muchos pensadores fue causante del nacer de las religiones, miedo que desde muchas religiones se tiene al poder que la ciencia tiene para, en un símil bíblico, gustar de los frutos de árbol de la vida, volver a Edén, alargar la vida humana por medio de trasplantes, tecnología genética y futuras clonaciones, para acercar a algunos seres humanos (a los que se lo pudieran pagar) a la inmortalidad que caracterizaría a los Dioses. Pero quizá se configuraría un abismo tecnológico, mayor aún que el actual, entre pobres mortales y ricos eternos, con lo que la reflexión necesita derivar hacia otros rumbos.
 Así, frente a la plutolatría que permea los valores de la sociedad moderna (y también de la ciencia, controlada en sus aplicaciones más rentables progresivamente por corporaciones sin el menor atisbo de altruismo), algunas religiones ofrecen contramodelos y alternativas que satisfacen a muchos. Surge por tanto la reflexión sobre los umbrales o fronteras de la ciencia. El investigador, en su papel prometeico que puede no reconocer, en teoría, otros límites que los de su propio saber (aunque en la práctica se ciña a los intereses de quien le esté financiando), puede generar monstruos parecidos a los de la isla del Dr. Moreau. Ciertas investigaciones, aunque profundamente perjudiciales para la humanidad, se siguen desarrollando puesto que no existen unas reglas de juego que indiquen los límites de lo socialmente aceptable, de la responsabilidad de los científicos y de las consecuencias de sus actos. Impacto medioambiental incalculable en sus efectos (como el que provocan ciertas investigaciones nucleares o químicas), plantean la pertinencia de un debate soslayado en la sociedad moderna: el de la necesidad de construir un marco ético común que preserve la sociedad global de los propios instrumentos de destrucción con los que cuenta.
 Las religiones han desarrollado en este aspecto una labor social importante, la de intentar provocar una toma de conciencia sobre el problema, legitimada por el peso del número de los fieles con los que sintonizan. Pero la propia diversidad a escala global de las religiones y de sus marcos referenciales éticos puede resultar un escollo a la hora de hallar una solución, que no podría construirse desde opciones religiocéntricas ni tampoco desde la mera imposición del rodillo globalizador de la escala de valores de un mundo occidental que suele ordenar sus prioridades basándose en el corto plazo del beneficio inmediato.
 Pero a su vez la injerencia dogmática por parte de las autoridades religiosas en la investigación científica provoca fuertes rechazos. El caso de la Iglesia católica es ejemplar en muchos aspectos y el que mayor impacto crítico suele producir, porque al contar con un sistema piramidal de organización y ser el cristianismo más numeroso, sus decisiones se transmiten muy rápida y eficazmente y afectan a un número muy importante de personas, aunque hay que tener en cuenta que muchas otras Iglesias y dirigentes y reponsables de muy diversas religiones plantean, aunque con menor impacto, cuestiones parecidas. Se insiste en particular en lo que atañe a la investigación sobre la reproducción humana y la manipulación genética (campos que tienen que ver directamente con el sexo, uno de los temas en los que el discurso religioso suele entrar en conflicto frontal con los presupuestos ideológicos de la sociedad actual). Los límites que se imponen al investigador creyente, por ejemplo católico, le obligan a una radical objeción de conciencia (de índole semejante a la que recae sobre los médicos frente a prácticas abortistas legales pero que, por ejemplo, no cumple para investigaciones altamente mortíferas como las armamentísticas o nucleares).
 En las investigaciones sobre lo infinitamente pequeño y grande, los límites de la materia, también se plantean serios interrogantes, más quizá de carácter filosófico que de ética práctica, pues se roza ese umbral tras el cual el creyente habría de hallar la huella de Dios como creador y el ateo la de su inexistencia: un reto permanente, que es el que la ciencia lleva planteando a las creencias religiosas desde los albores de la modernidad, reto que no solo no ha anulado a las religiones sino que en cierto modo las ha vivificado al obligarlas a adaptarse al mundo actual de tal modo que presentan una complejidad refractaria a cualquier sistematización.
 Además la quiebra de la modernidad, las críticas postmodernas y la construcción de nuevos marcos transmodernos está mostrando que puede haber fructíferos modos de investigar desde presupuestos no necesariamente ateos o anti-religiosos (pero que ya existían antes pues muchos científicos, por su capacidad de procesar informaciones muy complejas y factores difusos, como son los que atañen a las creencias, se adelantan a sus épocas, como ejemplifican Galileo, Newton o Einstein) que convergen desde el momento que muchas religiones han renunciado a las posiciones más dogmáticas. Estamos asistiendo a la configuración de un modelo en el que ciencia y religión más que enfrentarse reconducen su posición desde un mutuo respeto que aúna los valores de consenso y preservación del patrimonio común frente a los cambios que poseen las religiones, con los valores de conocimiento, transformación social y mejora de la vida que propicia la ciencia.

Orientación bibliográfica

La contraposición entre el pensamiento religioso (y mágico y mítico) frente al científico (y racionalista) fue tema de discusión entre antropólogos desde J.G. Frazer, destaca el clásico de B. Malinowski, Magia, ciencia, religión, Barcelona, 1974 (Glencoe, 1948) o el más reciente S.J. Tambiah, Magic, science, and the scope of rationality, Cambridge, 1990; en general C. Lévi-Strauss, El pensamiento salvaje, México, 1964 (París, 1962) o J. Goody, La domesticación del pensamiento salvaje, Madrid, 1985 (Cambridge, 1977); también R. Trigg, Rationality and Religion, Londres, 1998.
Otro enfoque diferente es el que relaciona ciencia actual y religión, destaca los interesantes (y en algún caso polémicos) trabajos de F. Capra, El tao de la física, Madrid, 1984 (Nueva York, 1975), K. Wilber, Ciencia y Religión, Barcelona, 1998 (1998) o R. Sheldrake, El renacimiento de la naturaleza. La nueva imagen de la ciencia y de Dios, Barcelona, 1994 (Nueva York, 1991), en una línea cercana a la new age. Interesantes son las visiones de A. Fernández-Rañada, Los científicos y Dios, Oviedo, 1994; F. Tipler, La física de la inmortalidad, Madrid, 1996 (1994); J. Guitton (y otros), Dios y la ciencia, Madrid, 1992 (París, 1991), el clásico de B. Russell, Religión y ciencia, México, 1951 (Londres, 1935); el cap. 12 de su Sobre Dios y la religión (sel. de A. Shekel), Barcelona, 1992((1986), o los trabajos de D. F. Noble, La religión de la tecnología, Barcelona, 1999 (Nueva York, 1997) y de S. Jay Gould, Ciencia versus religión. Un falso conflicto, Barcelona, 2000 (1999). Resultan polémicas e interesantes (a pesar de puntualmente oscuras) las reflexiones de G. Bateson, Pasos hacia una ecología de la mente, Buenos Aires, 1985 (1972); Espíritu y naturaleza, Buenos Aires, 1982 (1979); Una unidad sagrada. Pasos ulteriores hacia una ecología de la mente, Barcelona, 1993 (póstuma, 1991) o El temor de los ángeles. Epistemología de lo sagrado, Barcelona, 1989 (1987, póstuma con M. Bateson); también (aunque puntual) G. Puente Ojea, El mito del alma. Ciencia y religión, Madrid, 2000 y en una posición distinta F. Crick, La búsqueda científica del alma, Madrid, 1994 (1990). Hay una revista especializada en el tema ciencia-religión: Zygon, Journal of Religion and Science. Sobre los problemas de ética e investigación científica, por ejemplo R. Shattuck, Conocimiento prohibido, Madrid, 1998 (1998). Sobre ciencia y catolicismo G. Minois, L'Eglise et la science. Histoire d'un malentendu, 2 vols. París, 1990-1991. Una síntesis reciente: A.E. McGrath, Science and Religion. An Introduction, Oxford, 1999 (también The Foundations of Dialogue in Science and Religion, Oxford, 1998. Sobre los problemas ético-religiosos que comienza a plantear la robótica: A. Foerst "Cog, a humanoid robot, and the question of the image of God" Zygon 33, 1998, 91-111. Sobre la religión y el miedo: F. Diez de Velasco (ed.), Miedo y religión, Madrid, 2002.
Religión y cognición (o la construcción de una ciencia cognitiva de la religión) es uno de los caminos más interesantes de desarrollo de la disciplina historia de las religiones, véase J. Andresen (ed.), Religion in Mind. Cognitive Perspectives on Religious Belief, Ritual and Experience, Cambridge, 2001; J. Andresen/ R.K.C. Forman, Cognitive Models and Spiritual Maps: Interdisciplinary Explorations of Religious Experience, Thorverton, 2000; E.T. Lawson y R.N. McCauley, Rethinking Religion. Connecting Cognition and Culture, Cambridge, 1990 (con bibliografía). En general R. Rappaport, Ritual y Religión en la formación de la humanidad, Madrid, 2001 (Cambridge, 1999); también interesa por su óptica de estudio P. Boyer, The Naturalness of Religious Ideas. A Cognitive Theory of Religion, Berkeley, 1994 o P. Boyer (ed.), Cognitive aspects of religious symbolism, Cambridge, 1993. Algunos neurobiólogos han buscado en la química cerebral el origen de la religión (por ejemplo C.D. Laughlin y E.G. d'Aquili, Brain, Symbol and Experience, Nueva York, 2ªed, 1990, en español el cap. VII (crítico) de J. Bowker, El sentido de Dios, Barcelona, 1977 (Oxford, 1973); M. Persinger, Neurobiological Bases of God Beliefs, Nueva York, 1987; A. Newberg (et al.), Why God Won't Go Away : Brain Science and the Biology of Belief, Nueva York, 2001; también J. Huxley, Religión sin revelación, Buenos Aires, 1967 (Cambridge, 1956) o H. Rolston, Genes, Genesis and God, Cambridge, 1999; en general biología  y religión  lo desarrollan, por ejemplo: E. Jones y V. Reynolds (eds.) Survival and Religion: Biological Evolution and Culture Change, Nueva York, 1995; V. Reynolds y R.Tanner, The Biology of Religion, Nueva York, 1983 o W. Burkert, Creation of the Sacred. Tracks of Biology in Early Religions, Harvard, 1996.



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