Mujeres, igualdad y discriminación: reflexiones sobre los retos de la adaptación de las religiones a los presupuestos de la sociedad actual

Copyright: Francisco Diez de VelascoClamores 5, 2002, 18-22

Key words: women and religion, women studies

Algunos de lo presupuestos teóricos de este trabajo se encuentran desarrollados de modo más extenso (y comprensivo) en F. Diez de Velasco,Introducción a la Historia de las Religiones, Madrid, 2002, editorial Trotta, 642 pp.


Las religiones principales, nacidas en la época en que la economía giraba en torno a la agricultura otorgan a la mujer un papel que maximiza los valores simbólicos de la reproducción. Las denominadas "grandes religiones" (islam, cristianismo, budismo, hinduismo) y  también otras con menor número de fieles (como el judaísmo, las religiones tribales, etc.) suelen defender unas técnicas reproductivas que resultaron perfectamente adecuadas para las sociedades agrícolas, pero que parecen profundamente perniciosas en un mundo el el que la presión del ser humano sobre el territorio en el que habita es una de las causas más evidentes de la degradación del medio ambiente. La prohibición del empleo de métodos anticonceptivos (común entre ortodoxos judíos y también entre conservadores musulmanes, cristianos, budistas, hinduistas y seguidores de múltiples religiones tribales) y la condena de las opciones diversas a la heterosexual se explican porque forman eslabones de una cosmovisión en la que el sexo y su domesticación es un ingrediente más del espejismo de la expansión ilimitada. De ahí que el discurso de las religiones tradicionales resulte, en este campo y para muchos, el paradigma de una alteridad incomprensible que plantea un horizonte de reproducción sin freno que obliga a la mujer a dedicar sus esfuerzos casi en exclusividad al cuidado de los hijos.
En el mundo actual, la progenie no es un valor absoluto que requiera una alienación de tal calibre, se convierte en una circunstancia, pero no en la absoluta razón de la existencia. De ahí que los mecanismos de presión social que se imponían a las mujeres en muchas de las sociedades agrícolas (y en particular en las más expansivas), y que tomaron forma en diversos preceptos, prohibiciones y recomendaciones religiosas se comprendan mal, pues fueron configurados en épocas y sociedades en las que la ideología masculina era profundamente hegemónica. Pero la diversidad religiosa de las sociedades humanas ofrece muchos otros modelos en los que el papel de la mujer ha sido y es muy diferente (por ejemplo en las sociedades de cazadores-recolectores), de tal modo que se deslegitima cualquier veleidad de defender como "natural" cualquiera de ellos (resultando todos ellos contingentes, resultado de factores medioambientales, sociales, históricos, etc.). La sociedad actual, basada en la igualdad (teórica) de los sexos choca frontalmente con los presupuestos de muchas de las religiones tradicionales respecto de la mujer generándose conflictos ideológicos notables (en creyentes incapaces de realizar una síntesis realista entre los valores sociales comunes y los religiosos).
El feminismo, quizá uno de los pocos pensamientos fuertes que perduran en la sociedad actual, ha generado una profunda reflexión sobre el sometimiento histórico de la mujer y sus caminos de manifestación, siendo la religión uno de los instrumentos tenidos por más perniciosos, ya que no se evidencia por medio de la violencia, sino que parece hacerlo por vía femenina (da la impresión que se transmite de madres a hijas, sin imposición evidente de los varones, aunque sean ellos los que en realidad hayan detentado el mecanismo de la generación ideológica) y por tanto resulta menos detectable.
La crítica en muchos casos no se dirige contra las religiones en sí (es decir no se trata de críticas ateas o antirreligiosas, aunque también las haya), sino específicamente contra las manifestaciones discriminatorias que se solapan tras el lenguaje religioso y que se estiman puramente contingentes, productos de la historia. Son los hombres (varones y mujeres) los que han consolidado la desigualdad como medio de cumplir funciones sociales específicas; por ejemplo la segregación del ámbito de lo femenino (la casa y la crianza, con una multiplicación de los valores simbólicos de lo íntimo) del de lo masculino (volcado a lo exterior) pudo resultar una adaptación puntualmente eficaz. Por tanto pueden redefinirse las pautas convivenciales y los mecanismos ideológicos que las justifican. La teología feminista, muy activa, por ejemplo en el seno del catolicismo, no se propone desmontar la religión, sino las justificaciones de la discriminación: por ejemplo en lo relativo al sacerdocio femenino, y frente al argumento de que los carismas sacerdotales solo los otorga el Espíritu Santo a los varones, contestan que no es que la tercera persona de la Trinidad sea machista, sino que lo son los que tienen que reconocer dichos carismas, pues no los buscan en las mujeres.
Estas miradas y lecturas distintas escudriñan la historia para desentrañar momentos en los que el estatus de la mujer fue diferente. La situación de la mujer en el islam primitivo no era tan subordinada como la que se conocerá en momentos posteriores y muchas interpretaciones fundamentalistas son fácilmente desmontables por plenamente parciales: así el argumento que la igualdad de la mujer sería una innovación (fenómeno frente al que el islam ha generado múltiples barreras de protección a la hora de enjuiciar lo lícito y lo prohibido) pierde su peso cuando los que lo esgrimen aceptan otras innovaciones, como por ejemplo la muy perniciosa para la mujer (porque la desprotege frente a la arbitrariedad y el capricho) que resulta del repudio triple inmediato. Otro tanto ocurre, por ejemplo en el budismo de la tradición del sur, respecto del estatus de las monjas. Por razones de índole puramente disciplinario-legal, no pueden tomar el mismo número de votos que los varones (se esgrime que la transmisión monástica en las órdenes femeninas se interrumpió y no se ha podido recuperar mientras que entre los varones la recuperación fue posible) y por tanto tienen un estatus inferior. Una monja que haya alcanzado la iluminación por su esfuerzo meditatorio habrá de ceder la prioridad a un monje varón aunque esté en un nivel inferior y no haya alcanzado la iluminación. Esta relegación de la mujer, que resulta incomprensible para muchas monjas budistas occidentales, y en particular norteamericanas (las más numerosas y combativas) y contra el que luchan con fuerza, resulta más flagrante cuanto que hace 2500 años, el Buda había instaurado órdenes monásticas masculinas y femeninas con idéntico número de votos y un sistema, por tanto, más igualitario que el actual.
Las religiones se están transformando en lo relativo al estatus de la mujer, aunque perdura una enorme diversidad. Por ejemplo en el seno del judaísmo, los ortodoxos, con su tendencia a regirse por un código moral más que bimilenario ofrecen el ejemplo de un marco profundamente extremista e impermeable a la modernidad. La mujer judía para la ley (religiosa) está necesariamente sometida al hombre, atada al marido hasta que éste lo desee (pues solamente él posee la clave del repudio o el divorcio, con lo que las mujeres abandonadas están en una angustiosa situación fuera de su control, pues si tienen hijos serán bastardos (mamzerim) y se les impedirá casarse salvo con otros bastardos). Está incapacitada para interpretar la ley y para desempeñar el rabinado (sometida pues a la interpretación moral masculina) y limitada en su papel social a la procreación (que no puede controlar) y la gestión doméstica. Las reglas de pureza e impureza que estigmatizan muy particularmente la sangre menstrual conllevan unas restricciones en el contacto que pueden terminar relegando a la niña tras su primera menstruación al ámbito de lo doméstico, con lo que sus perspectivas de escolarización se cortan y por tanto se anula cualquier opción de futuro diferente de la que tuvieron su madre o sus abuelas. Pero, frente a esta lectura ortodoxa de la ley judía respecto de las mujeres surge, por ejemplo, la liberal, que acepta mujeres rabinas, reniega de las reglas de impureza, plantea un marco de igualdad (frente al divorcio, el trabajo, la educación, la reproducción) perfectamente moderno.
En el cristianismo la situación es semejante: las iglesias protestantes principales son muy liberales, han aceptado una igualdad completa mientras que muchos cristianismos independientes son profundamente fundamentalistas. El catolicismo resulta bastante tradicionalista (es un tema que quizá se replantee en un futuro concilio), aunque la situación queda mitigada en algunos aspectos por el hecho de que los fieles no suelen tener en cuenta las directrices de la jerarquía (países muy mayoritariamente católicos como España o Italia presentan tasas de natalidad inexplicables sin un uso de técnicas anticonceptivas completamente al margen de las enseñanzas de la Iglesia). Pero en lo relativo al magisterio y la jerarquía el catolicismo es muy androcéntrico. El sacerdocio femenino, uno de los temas estrella en el debate del feminismo católico quizá resulte ilustrativo puesto que posee un valor simbólico notable. Las sociedades que poseen sacerdotisas abren a la mujer el acceso a decisiones fundamentales en los campos de la moral, las costumbres y el liderazgo comunitario, mientras que las sociedades en las que el sacerdocio recae exclusivamente en los varones el control ideológico masculino es mucho más estrecho. Los movimientos católicos que abogan por la plena capacidad sacerdotal para la mujer son activos y la sangría de vocaciones, que ha visto reducirse el número de sacerdotes católicos de modo considerable, puede llevar a recuperar un modelo sacerdotal mixto que por otra parte hunde sus raíces en el cristianismo más antiguo, a pesar de los muchos argumentos teológicos que los ideólogos de la preeminencia masculina esgrimen. De hecho en muchas iglesias protestantes las mujeres detentan el sacerdocio desde hace décadas (son ya varias miles en Estados Unidos) y han comenzado a acceder al episcopado (hay varias obispas episcopalianas y luteranas muy activas y famosas en Alemania, Estados Unidos o Noruega), con lo que no solamente lideran una comunidad sino que comienzan a tener poder de decisión sobre sacerdotes varones.
La tendencia, por tanto, parece imparable hacia la plena igualdad, aunque en ciertos ámbitos, como por ejemplo el católico o en mayor medida el islámico tradicionalista y el judío ortodoxo, el cambio de la mentalidad androcéntrica sea más lento y los mecanismos para hacer perdurar la discriminación y el control sobre las mujeres aún poderosos. Los judíos ortodoxos en Israel, gracias al poder de decisión política del que gozan al ser necesarios sus partidos para dar mayoría al gobierno, han conseguido que la modernidad no haya llegado a aspectos claves como el de la configuración de una constitución, o en el tema que nos interesa, a la conformación de un sistema civil matrimonial de carácter igualitario (como en Israel solo pueden realizarse matrimonios religiosos, el rabinado ortodoxo detenta un instrumento clave por las consecuencias discriminatorias que para la mujer tiene este tipo de matrimonio). En los países europeos o en Estados Unidos, dado que rige la separación Iglesias-Estado, las posibilidades de interferencia son pocas, pero las campañas antiabortistas han resultado ejemplares. Para muchos fundamentalistas cristianos norteamericanos el aborto es un atentado contra la ley de Dios, aunque lo realice una mujer atea o no creyente, y es meritorio impedirlo aunque la legislación civil lo permita (incluso estiman que resulta necesario castigar a la mujer y a quienes realizar el aborto). Las razones religiosas que se esgrimen se convierten, desde el punto de vista de los abortistas, en imposición religiosa inadmisible y un atentado contra la libertad peronal amparada por las leyes (que no estiman delito el aborto realizado con anterioridad a una fecha de gestación y en unas circunstancias particulares). Las campañas antiabortistas en Estados Unidos, por estas premisas religiosas que las caracterizan, suelen tomar un sesgo fanático que genera un conflicto religioso destacable. La actitud de los dirigentes católicos ha sido algo distinta: si bien estiman que el aborto es contrario en cualquier circunstancia a la moral, no suelen plantear la política antiabortista como una cuestión exclusivamente religiosa, sino como un atentado al derecho a la vida (la protección del nascituro), con lo que los movimientos ciudadanos antiabortas en los que participan o a los que dan su apoyo se perciben menos como generadores de conflicto religioso que de conflicto social. En cualquier caso lo que se busca es la imposición de una moral particular (la de una religión) a la totalidad de la población y no exclusivamente a los miembros de esa religión, cuestión que necesariamente genera problemas y en la percepción de muchas (y muchos) atenta contra la libertad religiosa.
En lo relativo al islam, aunque en general el marco es más conservador que en el cristianismo, presenta diversidades. En los países en los que la charia se ha convertido en código legal común, la mujer se encuentra muy discriminada y ciertos comportamientos (como el adulterio) son severa y públicamente penados (como en Afganistán, Irán o incluso Arabia Saudí, pero recordemos que en la España predemocrática también lo estaban).El aparato represor del estado se emplea para impedir los comportamientos de la mujer que se estiman moralmente reprobables, una terrible arma de control sobre las mujeres. Pero en otros países de mayoría musulmana la situación es bien diversa y se tiende a una mayor igualdad, como por ejemplo en Turquía, en el Asia Central o en Indonesia, donde la discriminación de la mujer, aunque exista en el nivel de los comportamientos, no tiene el amparo legal para multiplicar sus efectos. Esta variabilidad permite retomar la reflexión respecto de lo injusto que es achacar a la totalidad del mundo islámico lo que son casos particulares de sometimiento discriminatorio de la mujer (como es el flagrante ejemplo afgano), los cambios económicos y sociales que se están produciendo en muchos ámbitos del mundo islámico determinan una transformación de las relaciones varones-mujeres que está obligando a una reinterpretación de la religión. Lo particular de ciertos países islámicos es que el fundamentalismo convertido en arma política, ha invertido este movimiento (en Irán o Afganistán, por ejemplo), pero en otros muy integristas en lo ideológico, como Arabia Saudí, la situación de prosperidad está llevando a un cambio paulatino en el papel de las mujeres que, aunque con sistemas segregados, acceden a la educación y a la larga, parece que la tendencia es a la construcción de modelos más igualitarios.
Pero quizá el dinamismo mayor en el seno del islam se esté produciendo entre colectivos de inmigrantes que viven en sociedades ocidentales (en algunos casos desde la tercera o la cuarta generación), donde la necesidad de definición frente al reto de la modernidad es más acuciante. Frente a la renuncia a la religión, que fue tendencia habitual hasta los años ochenta, y que determinó la profunda asimilación de muchos inmigrantes y su desidentificación cultural completa, en las últimas dos décadas la religión cumple funciones de preservación de la diversidad cultural. Pero puede chocar contra lo que son los modos de vida y convivencia en las sociedades anfitrionas, que pueden no estar adecuadamente preparadas para la multirreligiosidad y la diversidad cultural. Un ejemplo muy interesante se produjo en una de las patrias de la multirreligiosidad, Francia, respecto de los signos de identidad diferencial de género y su licitud: el problema de las escolares que portaban velo los en los liceos (centros de educación preuniversitaria). Atañe, por tanto, a una característica cultural diferencial de género extraña a la sociedad francesa y fue objeto de seria polémica por razones tanto de índole disciplinar como general: el velo se estimaba como un atuendo impropio para el control de la identidad, pero, a la par, era percibido por otros escolares, por profesores o por padres de alumnos como un símbolo de la represión y el estatus sometido de la mujer en el islam y se estimaba como improcedente en un país moderno. En este debate se enfrentaban diversos derechos como el de la igualdad (varones- mujeres) frente a la libertad religiosa, pero también una interpretación quizá sesgada y etnocéntrica por parte de la sociedad civil francesa. El velo no es sólo una seña de identidad de carácter religioso, sino que también marca la pertenencia a una minoría cultural: esos inmigrantes que provienen de países en los que ese atuendo es de uso común en ambientes específicos rurales y populares. La represión de una seña de identidad de estas características puede ser entendida como una actuación desidentificadora muy severa por parte de estas comunidades. Por tanto la sociedad ha de tener en cuenta que la religión en sus formas externas pueden estar cumpliendo en comunidades emigrantes el papel clave de paliar la desidentificación y la total aculturación. El mero hecho de que estas niñas acudan al Liceo, con velo o sin él, está marcando una diferencia sustancial respecto de sus madres y abuelas en el acceso a la cultura, una transformación radical en sus expectativas de futuro. Una posición intransigente respecto de estos signos de identidad puede determinar que los grupos de inmigrantes se encierren, generen ghettos culturales y religiosos al margen de la sociedad civil donde, por ejemplo, las niñas no sean escolarizadas y los valores igualitarios no lleguen a permear;sería una vuelta atrás, a los modos de organización premodernos, anclados en sociedades cerradas, autogobernadas y autoreguladas. Para muchos fundamentalismos este tipo de segregación es un ideal (por ejemplo en el judaísmo más ortodoxo que acordona sus barrios y los impermeabiliza en Jerusalén o en Nueva York), pero el modelo que se generaría sería profundamente defragmentador de la sociedad global, se construiría una multirreligiosidad pero configurada en compartimentos estancos en los que los mecanismos civiles de protección, por ejemplo frente a la discriminación, podrían resultar inoperantes.
La discriminación se construye, como hemos visto, desde bastiones muy diversos y la religión encadena en el cumplimiento a las mujeres (y también, aunque en otros aspectos, a los varones), en ocasiones en torno a costumbres tan vejatorias que el enfrentamiento con el marco civil tiene difícil solución por requerir una completa modificación de la práctica religiosa. La clitoridectomía (y otras mutilaciones aún más severas), sin ser precepto religioso coránico, tiene un fuerte arraigo en ciertas zonas del islam (en particular el nilótico y en general africano); pero por muchos valores simbólicos que se le otorguen, por mucho que se estime una seña de identidad religiosa básica, enfrenta derechos humanos que están más allá de cualquier relativismo cultural. Su prohibición, no parece meramente una cuestión de imposición etnocéntrica por parte de Occidente, por mucho que podamos relativizar y enredar la discusión pasando un rodillo deconstructor.
Se manifiesta, por tanto, una necesidad de generar un marco común de comportamiento que, con todas las salvedades posibles, consensúe la desaparición de este tipo de terribles prácticas discriminatorias y vejatorias. Se trata de un problema muy complejo: el de la necesidad una ética común, que desde el respeto de las diversidades culturales y religiosas, pero a la par sin caracteres etnocéntricos y religiocéntricos que la desvirtúen, sirva para acabar en este caso con la discriminación.
 

ORIENTACIÓN BIBLIOGRÁFICA

Dentro de los estudios sobre la mujer, la religión ofrece argumentos y desarrollos que han generado una bibliografía importante de la que se ofrece una pequeña selección: en español, por ejemplo, C. Downing, La Diosa. Imágenes mitológicas de lo femenino, Barcelona, 1998 (1981); E. Schüssler-Fiorenza Pero ella dijo. Prácticas feministas de la interpretación bíblica, Madrid, 1996 (Boston, 1992) o K.J. Torjesen, Cuando las mujeres eran sacerdotes, Córdoba, 1996 (San Francisco, 1993), Mª. J. Arana (dir.) Mujeres, diálogo y religiones, Bilbao, 1999; S. Schaup, Sofía. Aspectos de lo divino femenino, Barcelona, 1999 (Munich, 1994), el libro-diálogo de C. Clément/ S. Kristeva, Lo femenino y lo sagrado, Madrid, 2000 (París, 1998) o L. Byrne, Mujeres en el altar. La rebelión de las monjas para ejercer el sacerdocio, Barcelona, 20000. Síntesis interesantes en inglés: U. King, Women in the World's Religions, Past and Present, Nueva York, 1987; A. Sharma (ed.), Today's Woman in World Religions, Albany, 1994; D. Juschka (ed.), Feminism in the Study of Religion. A Reader, Nueva York, 2000 o M. Franzmann, Women and Religion, Oxford, 2000. Para el papel de la mujer en el islam original: F. Mernissi, El harén político. El profeta y las mujeres, Madrid, 1999 (París, 1987); para una posibilidad feminista de interpretar el islam: F. Mernissi, The Veil and the Male Elite: A Feminist Interpretation of Women's Rights in Islam, Reading, 1991.Un trabajo interesante por la perspectiva que ofrece (la óptica de una mujer budista, hoy) es el de Tenzin Palmo (Vicki Mackenzie), Una cueva en la nieve, Barcelona, 2000 (1998). Los argumentos que se desarrollan respecto de la importancia de la agricultura en la configuración de las principales religiones actuales se pueden revisar en F. Diez de Velasco, Introducción a la Historia de las Religiones, Madrid, 1998. Una versión de estas páginas se publicó en F. Diez de Velasco, Las religiones en un mundo global: retos y perspectivas, La Laguna, 2000, ap. 6.