Las mazas son el arma más característica del predinástico egipcio. No son las únicas -la panoplia egipcia era ya muy variada, con cuchillos, arcos y flechas, jabalinas, hachas, etc.-, pero las diversas fases de su evolución formal siguen de manera paralela las etapas de formación del estado en el valle del Nilo y se fijan -o desaparecen, según el caso- cuando éste queda establecido, por lo que su análisis se ha visto siempre realzado al servir de imagen a ese momento tan significativo de la historia egipcia.
Una maza está compuesta por una cabeza de piedra con formas variadas, perforada en vertical, que por medio de una correa de cuero se ata firmemente a un mango en cuya media altura, para una mejor aprensión, debía de hacerse un nudo corredizo con el correaje. Así al menos se interpreta la decoración pintada de algunas mazas hechas como modelo funerario y la representación de éstas en los relieves y pinturas.
El origen de las mazas ha sido un motivo de controversia entre las distintas posturas interpretativas respecto a la procedencia geográfica de la propia civilización egipcia. Como es un arma conocida en Oriente Próximo, sirvió de base para quienes proclamaban un origen asiático de la población y la cultura faraónicas; pero como también hay ejemplares documentados en todo el norte de África -aunque su cronología no es segura- se aducen como testimonio de la autoctonía de las culturas nilóticas predinásticas.
La cabeza se tallaba sobre materiales muy diversos según el empleo que se le fuera a dar. Las de piedra se elaboraban tanto sobre variedades duras -pórfido, diorita, granito, etc., incluido el lapislazuli- como sobre blandas -caliza, alabastro, serpentinita, etc.- además de materiales aún más blandos, como marfil o cerámica. Mientras que las de piedras duras y algunas blandas serían -o podían ser- armas efectivas, las de piedras valiosas como el lapislazuli, materias blandas como el marfil o frágiles como la cerámica sólo pueden ser entendidas como modelos, objetos de aparato, símbolos de prestigio, sin que parezca factible un uso guerrero.
En cuanto a los mangos, los suponemos de una materia resistente y flexible; no podía ser demasiado rígida pues en ese caso se fracturarían al dar con ellas un golpe seco. Petrie propuso, como materia prima, tiras enrolladas de cuero seco de hipopótamo formando un bastón en el que se encajaría la cabeza, sujeta con una última tira por el exterior(1). Las mazas conocidas sirvieron como ofrenda en tumbas o en santuarios, por lo que no son representativas de los objetos de uso cotidiano. Casi ninguna ha conservado restos del astil y los pocos de los que tenemos noticia -en cuerno, marfil y madera- no son útiles para luchar. En este tipo de ejemplares votivos, cabeza y mango pueden adherirse mediante colas o resinas(2).
Durante el periodo de Naqada I, las mazas se utilizaban como armas y, por tanto, eran de piedras duras. Su cabeza era cónica. También aparecen algunas en materiales blandos o frágiles que se realizarían como ofrenda funeraria para ser depositadas junto a los ejemplares verdaderos, testimonio del valor que se otorgaba a éstos. De algunos tipos posteriores suponemos también su empleo bélico exclusivo, como las cónico-piriformes, que sólo han aparecido en lugares de hábitat(3), y las bicónicas.
Su empleo como ajuar funerario es interesante para el estudio de las mentalidades en un periodo para el que no hay aun documentos escritos. En muchas tumbas la maza es la única ofrenda, lo que indica que no se trata de enterramientos ricos y que su inclusión se debe a una necesidad impuesta por las creencias funerarias. Esta circunstancia nos induce a pensar que en el imaginario de la muerte de comienzos del predinástico el difunto necesitaba un arma en el otro mundo. El depósito de las mazas suponía el desarrollo de alguna ceremonia específica en la que aquellas eran destruidas de forma ritual, posiblemente como una forma de que pudieran pasar al más allá con su propietario. En la tumba se colocaban cerca del cadaver -junto a la cabeza, o detrás de ésta; excepcionalmente bajo el cuerpo- sólo en algunas están en las esquinas o a lo largo de los muros. Aunque es más frecuente su empleo en enterramientos masculinos, también se encuentran en femeninos y de niños, igual que los otros tipos de armas. Este uso funerario trajo además otras innovaciones técnicas, pues ya no era imprescindible realizarlas en piedras resistentes y pudieron ensayarse sobre otras materias primas.
La aparición de un nuevo tipo de cabeza, la piriforme -a partir de Naqada IIa-, no supone un cambio sustancial. Aún debieron de utilizarse como armas efectivas, pues su forma es una mejora adaptativa para el combate, y siguieron empleándose como ofrenda funeraria, pero en un porcentaje bastante menor que en la fase precedente. Este descenso se debe al menos a dos factores, externos al objeto en sí. Uno sería el cambio en la situación social al despegar las primeras formaciones protoestatales, en las que la jerarquía social interna se manifiesta en la exclusividad de los ajuares. Otro, la evolución en las creencias funerarias, pues las mazas piriformes no aparecen en los enterramientos fracturadas en un acto ritual, de manera que no tenían ya que ser destruidas simbólicamente para cumplir su papel.
La evolución de la sociedad en la fase de Naqada III, no se tradujo en un cambio significativo de la forma de la mazas, pero su empleo se hizo diferente. La costumbre de usarlas como ajuar funerario desaparece por completo; al tiempo parece que se convirtieron en símbolo de poder y, por tanto, se reservaron a los líderes de las tribus y aldeas y a los primeros reyes del estado -o estados- inicial. Las tumbas de estos personajes eran escasas y sujetas a un pillaje más exhaustivo que las demás, lo que explica la ausencia de mazas en el registro arqueológico del Alto Egipto durante este periodo(4), aunque siguieran empleándose, como demuestra la iconografía coetánea. Su mayor abundancia en el Delta se puede explicar como un arcaísmo periférico: la importación hacia el norte del modelo cultural guerzeense permitió la supervivencia de las tradiciones meridionales incluso cuando ya habían sido sustituidas en su lugar de origen.
Las dinastías tinitas conservan e institucionalizan ese significado de las mazas. Salvo algunos ejemplos aislados, las piriformes -esta forma quedará establecida como prototípica- sólo se documentan en las tumbas de la necrópolis real de Abidos, donde siguen siendo símbolos de estatus, y en el templo de Horus en Hieracómpolis. En éste, una cantidad enorme de ejemplares fue depositada como exvotos frente a la divinidad protectora de la realeza, incluidas las famosas grandes mazas con decoración esculpida -de las que sólo conocemos las cinco que se encontraron aquí-.
La abundancia de estos objetos es también una pista respecto al tipo de combate entablado en el periodo de la unificación. Entonces se valoraría en especial la lucha en la que los líderes pudiesen medirse en combates singulares, en un enfrentamiento aristocrático que vagamente puede recordar al que canta Homero, varios milenios después y en un contexto diferente. Otra función podría ser la de rematar a los enemigos heridos en el campo de batalla, pues la importancia que la iconografía real posterior otorgó a este tema sugiere que se debía de conceder un cierto honor al acto de alcanzar con el arma al oponente(5).
En época histórica, las mazas se encuentran ya casi únicamente en rituales ligados a la realeza, como arma ceremonial en el festival-sed o en la masacre de prisioneros(6) -que no tiene por qué imaginarse efectiva, sino sobre estatuas o animales sustitutorios-. Una hipotética excepción sería su inclusión en el friso de objetos de los sarcófagos nobiliarios del Reino Medio, pero éstos sabemos que, en su conjunto, son una apropiación iconográfica de los símbolos de la realeza por los particulares, de modo que esta aparición no supone una verdadera pérdida de su carácter real.
Cialowicz, en su obra Les têtes de massues des périodes
predynastique et archaïque dans la vallée du Nil ha establecido
una tipología de las mazas cuya denominación es la que vamos
a seguir aquí, pues la pequeña colección de cabezas
de maza de la Academia cordobesa tiene un ejemplar de casi todos sus tipos.
CABEZAS DE MAZA PREDINÁSTICAS. TIPO I: CÓNICAS
Es la forma más abundante del predinástico. Hasta el estudio de Cialowicz se denominaban discoides, pero él ha reconocido que su amplia variedad de tipos no quedan bien descritos con el nombre antiguo. La subdivisión se hace en función a la superficie superior de la cabeza, que condiciona el resto del cuerpo y en la que puede distinguirse tres grupos según si es convexa (a), si es plana (b) o si es cóncava (c). Estos dos últimos están representados en la colección estudiada.
El origen de esta forma parece estar en el alto Nilo, en Sudán, de donde se extendió hacia el norte. La presencia de cabezas del grupo a en estratos antiguos de los yacimientos de el Fayum y Maadi -las mazas más antiguas documentadas en Egipto-, muy alejados entre sí, sigue esperando una respuesta convincente. Arkell y Ucko han sugerido la posibilidad de contactos directos e indirectos entre sus poblaciones -sudanesas y del Delta- en el Tibesti, pues de éste procede la amazonita usada en las cuentas de ambos lugares. Desde su aparición, en Naqada Ib, se comienzan a desarrollar los otros dos grupos, diferentes a los de Sudán.
Las cabezas del grupo b son las de forma cónica más clara, con la superficie superior plana y las paredes laterales rectas o ligeramente convexas. Desde su aparición encontramos ejemplares en piedras duras, que pudieron ser armas efectivas, junto a otras en materias más blandas que no habrían resistido la violencia de un combate, con líneas y manchas de color para imitar las vetas naturales de la piedra.
Las cabezas del grupo c presentan la superficie ligeramente cóncava, lo que impone a las paredes laterales una línea de perfil sinuosa, con la parte central cóncava pero los extremos ligeramente convexos. La arista resulta muy fina, pero también muy frágil, hasta el punto que, a pesar del tamaño de algunos ejemplares, la materia prima sobre la que fueran realizadas y el elevado número aparecido -son las más abundantes-, es posible que ninguna fuera utilizada como instrumento bélico efectivo.
El grupo b tiene su apogeo en el periodo de Naqada Ia-c, mientras que el grupo c es algo posterior, Naqada Ic-IIa. Todavía perviven hasta las dinastías tinitas pero el único yacimiento donde se han documentado es Hieracómpolis, en el depósito de ofrendas reales del templo. La especificidad de ese conjunto incita a plantearse si sus mazas cónicas se tallaron en ese momento o si podrían ser ejemplares antiguos tesaurizados desde su creación, pues su forma no muestra evolución alguna respecto a las predinásticas.
Nº de inventario:
Materia: diorita.
Medidas: alt.:1,7; diám.: 6,7.
Estado de conservación: regular; la parte superior está
algo deteriorada por lo que parece ser al menos dos golpes pequeños
y una serie mucho mayor que ha provocado una pérdida notable de
la arista y en la pared bajo ella.
Descripción: cabeza de maza cónica de superficie superior
plana, paredes laterales convexas y arista ligeramente biselada en su parte
superior. Orificio vertical un poco descentrado e irregular, no cilíndrico,
sino formado por una taladro cónico realizado desde la base, que
sale por el extremo opuesto a través de una ligera perforación
realizada desde arriba. Superficie pulida. Factura regular.
Cronología: Naqada I o algo posterior.
Paralelos: Rizkana / Seeher, Maadi II..., pl. 94, 6.
Nª de inventario:
Materia: pórfido.
Medidas: alt.conservada: 6,1; diám.conservado: 11,5.
Estado de conservación: malo; ha perdido todo el perímetro
de la arista, de forma que sólo se conserva una parte del cuerpo.
Presenta un desgaste en longitudinal a ambos lados del orificio en la superficie
superior y en todo el contorno de éste, huella de una posible reutilización.
Descripción: cabeza de maza cónica de superficie superior
cóncava, pared lateral cóncava algo convexa en la parte inferior
-la superior está perdida- y base plana. Orificio vertical cónico
realizado desde la base y terminado desde arriba con una pequeña
perforación vertical. Superficie pulida. Factura buena.
Cronología: fines Naqada I - comienzos de Naqada II, o algo
posterior.
Paralelos: Petrie, Prehistoric..., XXV, 2, en cuanto a su tamaño,
pues es una cabeza de unos 16 cm de diámetro, pero con el cuerpo
de paredes mucho más cóncavas.
Observaciones: el cuerpo es grueso si lo comparamos con la forma más
habitual.
CABEZAS DE MAZA PREDINÁSTICAS. TIPO III: PIRIFORMES
Es una forma muy frecuente en el predinástico, que convive con las cónicas y cónico-piriformes a comienzos de Naqada II y se convierte en forma casi exclusiva desde finales de este periodo y por todo el resto de la historia egipcia.
Su característica general es que la cabeza es de paredes convexas con el diámetro máximo en el tercio superior del cuerpo, sin que se tenga en cuenta la forma específica de base ni cima. No obstante, adopta formas muy variadas -desde la piriforme muy alargada a la esférica achatada-, lo que unido a una cierta carencia de rasgos definitorios, hace imposible distinguir verdaderos grupos o variantes, salvo que presenten algún tipo de decoración. Cialowicz considera que esta diversidad se debe a la dimensión y forma del bloque de piedra utilizado para su realización, lo que imposibilita hablar de una tipología o una cronología más precisas según las formas(7). La materia tampoco proporciona mucha información a este respecto, aunque en Naqada II hay un mayor porcentaje de ejemplares tallados en piedras blandas, como la caliza y el alabastro.
Mientras que en el Delta aparecen desde el Neolítico de Merimde, en el Alto Egipto sólo están atestiguadas desde Naqada IIa. Su aparición en el norte suele atribuirse a una influencia próximooriental -donde se documentan desde el VI milenio a.C.-, pues el Delta mantuvo siempre continuos contactos de tipo comercial y cultural con las vecinas poblaciones palestinas. Por el contrario, en su tardía aparición en el sur, ya no está tan claro si hay una influencia asiática a través de Merimde y de las poblaciones de la meseta sahariana, que aun era entonces una estepa habitable(8), o si se trata de un desarrollo autóctono a partir de los tipos preexistentes(9). Lo que es seguro es que su presencia en el Alto Egipto supone la rápida desaparición de las mazas cónicas. Es probable que el conocimiento de un arma más eficaz desde el punto de vista práctico y más fácil de producir, hiciera abandonar por completo el tipo anterior, tanto más cuanto que su empleo bélico había empezado ya a extinguirse.
Durante las dinastías tinitas se produce una pequeña evolución en ciertos ejemplares. Algunos presentan una decoración, documentada sólo en la necrópolis real de Abidos, consistente en acanaladuras verticales por toda su superficie, mientras las más simples, sin ornamentación alguna, adoptan una forma más esbelta, de diámetro menor que la altura y superficie perfectamente convexa.
Nª de inventario:
Materia: caliza muy densa.
Medidas: alt.:3,1; diám.: 5,4.
Estado de conservación: bueno. No presenta ninguna huella de
haber sido utilizada.
Descripción: cabeza de maza esférica de superficie superior
e inferior achatadas que le dan un aspecto anular; la inferior no es paralela
a la superior. Cuerpo de paredes convexas con diámetro máximo
en el centro. Perforación vertical ligeramente descentrada; realizada
desde la cima y la base, pero sus dos ejes no coinciden, lo que obligó
a tallarla muy ancha respecto al tamaño de la pieza. Superficie
muy bien pulida, tanto en el exterior como en el interior de la perforación.
Factura buena.
Cronología: probablemente Naqada II, aunque en menor cantidad
se conocen en toda la historia egipcia.
Paralelos: Petrie, Naqada..., pl. XVII, M. 19. La cronología
que da a la pieza en esa publicación no puede tenerse en cuenta,
pues es anterior a la creación, por él mismo, de las SD (sequence
dates) que pusieron las bases de la cronología predinástica
egipcia(10). Petrie, Prehistoric..., XXVI, 47, de proporciones similares
aunque mayor tamaño; no señala ninguna referencia cronológica.
Nº de inventario:
Materia: caliza de color rosado.
Medidas: alt.: 6,5; diám.: 5,7.
Estado de conservación: bueno. Algunos arañazos en la
superficie.
Descripción: cabeza de maza piriforme esbelta, de paredes convexas.
Orificio de enmangue cilíndrico y estrecho. Superficie muy bien
pulida. Factura muy buena.
Cronología: probablemente dinastías tinitas por la forma
esbelta del cuerpo, pero sin mucha seguridad, pues hay ejemplares documentados
desde Naqada II.
Paralelos: Petrie, Prehistoric..., XXVI, 35, también de caliza
y dimensiones similares, aunque un poco algo más gruesa.
El único subgrupo que Cialowicz reconoce dentro de las piriformes
son las que presentan decoración. Entre ellas se incluyen las cinco
mazas reales de Hieracómpolis, con relieves en toda su superficie,
y las más sencillas decoradas con mamelones en la arista, algunos
de los cuales se esculpen como cabezas de bóvido, humano o hipopótamo
(cabezas predinásticas, tipo III, grupo b). Se conocen muy pocos
ejemplares de esta forma, lo que dificulta su datación. Los documentados
permiten extender su producción desde Naqada IIb-c -la tumba 3740
de Badari-, decorada con tres mamelones equidistantes, a Naqada III, periodo
en que se realizaron seguramente las de cabezas.
Nº de inventario:
Materia: alabastro egipcio.
Medidas: alt.: 4,8; diám.: 4,8; ó 5,2 si se incluyen
los mamelones.
Estado de conservación: regular. Ha perdido casi por completo
uno de los mamelones, mientras que los otros tres están más
desgastados que el resto de la superficie. Base perdida en parte por un
golpe que no presenta pátina, lo que indica que puede ser reciente,
tal vez del momento en que fue hallado. Superficie exterior algo deteriorada.
Descripción: cabeza de maza piriforme, de superficie superior
convexa, arista poco marcada en el tercio superior del cuerpo y paredes
rectas en la parte inferior del cuerpo. Perforación vertical cónica,
realizada desde la base, muy ancha en ésta y muy estrecha por arriba.
Presenta cuatro mamelones relativamente equidistantes sobre la arista.
Superficie exterior pulida; mientras que la del interior del orificio conserva
las características huellas concéntricas de los taladros.
Factura correcta.
Cronología: probablemente Naqada II final o algo posterior.
Paralelos: Brunton / Caton Thompson, The Badarian..., 51, pl. LIII,
8, aunque sólo con tres mamelones equidistantes.
Observaciones: Su orificio de perforación resulta en la base
más grande de lo habitual.
Una mesa de ofrenda es un monumento funerario tallado generalmente en piedra, de forma cuadrangular, que suele presentar hacia el exterior un pico vertedero por el que cae al suelo el líquido que se derrama sobre ella.
La superficie aparece completamente decorada en relieve y en los ejemplares más cuidados también se esculpen los laterales. La representación muestra una estera sobre la que se ha depositado una comida de día de fiesta y algunos otros productos especiales relacionados con la alimentación o la limpieza ritual. En torno a la parte central, corre una inscripción funeraria en la que se menciona la ofrenda misma, los títulos y nombre del difunto, así como las divinidades que interceden a su favor. El texto tipo puede reconstruirse como "Ofrenda que el rey da a Osiris, señor de Busiris, el gran dios, señor de Abidos, (para que) él dé ofrendas funerarias de pan y cerveza, bueyes y aves, alabastro y telas y todas las cosas buenas y puras de las que viven los dioses, para el espíritu del bienaventurado (nombre del difunto), justificado". A falta de una presentación efectiva, la sola recitación de esta fórmula mágica y una libación, permitían recrear los dones evocados y su presencia aliviaba el miedo de los difuntos a la inanición; lo esencial de un menú egipcio pasaba así al otro mundo gracias a la palabra creadora del lector. Las imágenes de los alimentos pueden aparecer entremezcladas con las superficies o las cavidades en las que se vertía el líquido y los canales para dirigir éste hacia el pico. En determinados ejemplares el sistema de estanques y drenaje llega a ser muy complejo y en algunos son el componente único.
La mesa se solía instalar frente a una estela esculpida junto al pozo de la cámara funeraria, de forma que aquella representase el lugar por el que el difunto salía al día para alimentarse con las ofrendas depositadas sobre la primera.
Con la evolución de las costumbres, estela y mesa llegaron a entenderse como una especie de cenotafio que sustituía a toda la superestructura de la tumba. Se colocaban en los lugares en que había más posibilidades de que un transeunte, por piedad, recitara la fórmula inscrita sobre el monumento y trajese a la existencia los bienes mencionados en ella. Aparecen entonces representaciones de la mesa sobre otros soportes -desde el sello hasta el amuleto-, dotando al objeto de sentidos diferentes.
La estera representada, hecha de junco, papiro u otra fibra vegetal,
era el soporte sobre el que se colocaba normalmente la comida para protegerla
del contacto con el suelo, siempre polvoriento, y con los comensales sentados
alrededor, en el suelo. La estera suele aparecer trenzada en tres lugares,
los dos extremos y el centro. Los alimentos representados son aquellos
que evocaban, para la mentalidad egipcia, la noción misma de nutrición,
según dos exigencias básicas: que fueran productos tradicionales
y que sus características estuvieran suficientemente individualizadas
para ser reconocibles a pesar de la estilización. Cuando las piezas
eran demasiado pequeñas para que la ilustración las hiciera
reconocibles, se utilizaba su contenedor tradicional para identificarlas
a través de él. Por tanto, sobre una mesa de ofrendas podemos
encontrar:
. uno o varios panes. La versión tradicional presenta uno de
forma arcaica, es decir, cocido en un molde que la masa sobrepasaba al
cocer, de manera que parece compuesto por dos mitades de tamaños
diferentes. Cuando a fines del III milenio se inventa otro sistema de cocción,
menos costoso en combustible, por el que se obtienen panes diferentes,
las mesas que reproducen el pan antiguo lo hacen ya por tradición
iconográfica, no porque fuera un elemento de la dieta egipcia de
ese momento. En muchos casos el pan se representa por pares y sólo
como una superficie circular sobre la que, en algunas ocasiones, se incluye
la silueta de otros productos;
. piezas de carne, desde una pata de bóvido, su cabeza, un costillar,
a ocas, patos, etc. Teniendo en cuenta que tanto la carne de bóvido
como la de aves era un lujo que sólo se consumía en días
especiales -por ejemplo, en las festividades religiosas, en las que el
templo en fiesta hacía repartos especiales de estos alimentos- se
puede entender el mensaje que se deseaba transmitir al representarla junto
a la tumba y conseguir así su suministro eterno;
. legumbres y frutas, que no se representan con la abundancia y variedad
que sabemos por documentos administrativos que se utilizaban en la vida
diaria;
. ánforas o envases para cerveza. Son recipientes esbeltos de
base inestable, por lo que se muestran encajados en soportes de cerámica.
Cuello y boca suelen aparecer cubiertos por una especie de tapones cónicos
de cerámica, decorados con líneas helicoidales pintadas que
los cierran herméticamente.
Además, con frecuencia se incluyen flores, especialmente de loto azul, que es muy oloroso y cuyo color tiene un significado simbólico.
Un último componente esencial de este banquete son los productos que proporcionan la limpieza para que el difunto pueda disfrutarla con placer y sin rebajarse en su estado de bienaventuranza. Cualquier comida tendría que empezar con una limpieza de las manos, y no sólo por razones litúrgicas, pues al carecer de cubiertos los alimentos se cogían con los dedos. Por esta razón se añade a la representación uno o dos cuencos de natrón e incienso junto a las vasijas rituales para la libación y, en un sentido semejante, los botes y botellitas con grasas y aceites perfumados.
El culto funerario realizado en torno a la mesa de ofrendas guardaba
muchas semejanzas con el ritual divino diario; no en balde el difunto se
había convertido en un imakhu, un bienaventurado. La ceremonia comenzaba
con la aspersión de agua sobre la mesa con la finalidad, como en
la vida diaria, de purificar al difunto y al sacerdote antes de pasar a
los otros actos. Esta limpieza debía hacerse con agua del Nilo por
sus virtudes purificadoras y se representaba en el relieve mediante los
jarros esbeltos de pico vertedero curvo denominados hs, que suelen aparecen
derramando agua. Después se sucedían el rito que requería
el empleo de natrón, la presentación de alimentos, las libaciones
y las fumigaciones de incienso o resina de terebinto.
BANDEJA DE OFRENDA CON CASA DEL ALMA
Durante el Reino Medio se produce unas versiones populares de las mesas
de ofrenda, realizadas sin excepción en simple arcilla del Nilo,
que se denominan bandejas de ofrenda y casas del alma. Se trata de objetos
de gran interés, pues nos transmiten de qué manera las costumbres
funerarias de la elite -aquellos que reciben como donación real
un objeto tallado de piedra- fueron recibidas y adaptadas por el conjunto
de la población, al tiempo que los detalles de estos modelos, a
priori pintorescos, nos pueden aclarar el significado más complejo
de los ejemplares cortesanos. Éstos permiten identificar además
la distancia entre una sociedad tradicional, que tiene necesidad de respuestas
claras a dudas básicas sobre la vida y la muerte, y las sutilezas
de las obras en piedra para una minoría cultivada que obtiene un
evidente placer en el juego de simbolismos.
Bandejas y casas del alma son herederas, según Aufrère, de una tradición arquitectónica que se ha documentado en algunas tumbas de Balat, en el oasis de Dakhla, a fines del Reino Antiguo o algo después: la superestructura en superficie de algunas tumbas estaba formada por un prisma macizo de base rectangular, en adobe, que es una especie de simulacro de mastaba, en el que se encastraba una estela ante la que se instalaban varias bandejas alargadas; todo el conjunto quedaba delimitado por un pequeño murete de escasa altura en el que se practicaba el culto funerario, incluidas las libaciones(11). De cualquier forma, las bandejas de ofrendas son todas posteriores, de la dinastía XII, aunque la bibliografía antigua, siguiendo a Petrie, dudó un tiempo sobre su origen en las dinastías heracleopolitanas(12).
Estos objetos aparecen siempre en las necrópolis más pobres de todo Egipto. Sólo en el Delta no ha sido documentada ninguna, pero esto puede deberse a las dificultades de la arqueología en esa región(13). Son el único ajuar en las tumbas de simple fosa, colocadas en horizontal sobre el suelo. El que todas las conservadas sean de arcilla cocida confirma que su función cultual era la de recibir la libación de agua, vertida sobre los modelos de ofrendas que llenan su superficie.
Debido a su carácter popular, no existe una tipología
convencional. Sus formas muy variadas no responden más que a la
fantasía de quien las modeló y a las necesidades para las
que eran requeridas. No obstante, puede establecerse algunas características
tanto del aspecto general de la bandeja como del vertedero para ciertas
regiones. Petrie realizó una clasificación, pero ante la
diversidad de los ejemplares tuvo que establecer numerosos tipos en los
que intentar recoger la variedad de detalles. Su tipología resulta
así inoperante. En contraposición, Niwinski ha propuesto
tres grupos muy amplios, coetáneos en cuanto a su cronología
y con cierta evolución interna, diferenciados en función
de los elementos que reproducen del complejo funerario:
a) Bandejas de ofrendas, que imitan la mesa de ofrendas pétrea.
Posiblemente las más antiguas eran cuadrangulares, para ceñirse
más a su modelo, pero la propia materia terminó imponiendo
formas más curvas. Consisten en la bandeja misma, un borde que imita
el murete que limitaba el complejo funerario y las ofrendas sobre la parte
plana, modeladas en arcilla de forma a veces muy esquemática -pan,
recipientes de agua, una cabeza y una pierna de bóvido, o incluso
éste entero y con las patas atadas, aves, etc.-. Los canales de
desagüe, simples trazos con el dedo sobre la arcilla blanda, suelen
terminan en un pico, aunque en ocasiones éste no existe.
b) Bandejas más complejas que incluyen, sobre el borde del fondo,
el modelo de una construcción funeraria. Los difuntos menos afortunados
adquirían así un lugar donde su ba pudiera salir al día
y disfrutar de las ofrendas, a defecto de una verdadera superestructura
en su enterramiento. Esta sede del ba podía adquirir, a voluntad
del artesano, la forma de un simple trono, de una estela de falsa puerta,
de una capilla o, incluso, de la entrada porticada a los hipogeos construidos
para los altos funcionarios del estado.
c) Casas del alma auténticas, es decir, modelos de casa más
complejos que incluyen elementos de la arquitectura doméstica: escaleras,
ventanas, etc. Las ofrendas que dan sentido a estas piezas se disponen
en el patio, mezcladas con los objetos de uso cotidiano. La sustitución
de la construcción funeraria por la vivienda indica que el sentido
originario había dejado de ser entendido. Este grupo es poco frecuente
y su nombre no debe hacerse extensivo a todas las bandejas de ofrendas,
la mayoría de las cuales no incluye ningún elemento de hábitat(14).
La reinterpretación popular se hace manifiesta en algunos detalles, como la sustitución del pan arcaico, que ya no decía nada a quien no conociera su significado, por formas coetáneas y, sobre todo, por la presencia de una cabeza de bóvido como eje de la composición de ofrendas -la práctica de depositar una cabeza de este animal en las proximidades de la tumba está bien atestiguada durante este periodo-.
Bandeja o patio -funerario o doméstico- recuerdan un día
especial, uno en que se ha sacrificado un bóvido, y, por tanto,
un día de fiesta y alegría en el que la ración de
comida podía ser especialmente abundante. Verter agua sobre las
piezas del animal descuartizado, extendidas en la superficie, era una manera
de hacer revivir al difunto ese momento.
Nº de inventario:
Materia: arcilla aluvial rojiza con desgrasantes arenosos y orgánicos
pequeños.
Medidas: alt.: 5,2 -el borde exterior-, 6,7 -el dintel de la puerta-;
long.: 22,5; anch.: 17.
Estado de conservación: bueno. Los cuernos de la cabeza del
bóvido se han perdido.
Descripción: bandeja de ofrendas del segundo tipo de Niwinski,
pues incluye las alusiones a la arquitectura funeraria. Base ovoide plana.
Perímetro limitado por una pared exterior gruesa cuya prolongación
forma el pico vertedor. El fondo está ocupado, de derecha a izquierda,
por una cabeza de bóvido colocada por encima del muro, una serie
de cuatro barritas de arcilla sobre el fondo y una casa cúbica constituida
por dos paredes formando ángulo -la del frente con vano- y su techo,
sobre la esquina derecha; en su interior se ha introducido un personaje
tosco modelado con tres barritas de arcilla. La superficie del espacio
interno está ocupada por una ofrenda modelada, compuesta por dos
cruces, dos circulos, dos barritas quebradas con líneas incisas
transversales y otra de sección triangular. Factura mediocre.
Cronología: Dinastía XII.
Paralelos: Se puede relacionar con el tipo N de Petrie -cuatro barras
en el muro; mobiliario-, en especial con los ejemplares ilustrados en Gizeh...,
pl. XVIII B 103 y 119, en los que las cuatro barritas no están colgadas
de la pared sino apoyadas en el suelo. El primero de éstos, además
de pl. XIX 58 y 77, muestran también una cabeza de bóvido,
aunque en estos últimos no está en el borde de la bandeja
sino en la propia casa, que tiene en ambos una importancia mucho mayor
que en el ejemplar de la colección cordobesa. Ninguno de los ejemplares
del tipo N de Petrie está completo, pero todos -salvo XVIII B119-
presentan muros altos y poanta cuadrangular. Esto permite reconocer hasta
qué punto es difícil establecer tipologías muy rígidas
en este tipo de producciones populares.
Algunos detalles se repiten similares en Hayes, The Scepter..., I,
255-256 y fig. 161, y en D'Auria / Lacovara / Roehring, Mummies..., 107,
40, una bandeja de planta ovalada, pequeña edificación y
cabeza de bóvido, aunque sin las cuatro barras en el muro.
Observaciones: El muro exterior grueso le da un aspecto basto, más
pesado que en otras piezas semejantes. La cabeza de bóvido se encuentra
sobre la pared del fondo, pero en el lado izquierdo y no en el centro como
es habitual. Resulta difícil de interpretar los rollos de arcilla
que representan la ofrenda; los cuatro del fondo podrían representar
cuatro jarras de ofrenda -para agua o cerveza-; los círculos son
sin duda panes; los quebrados de líneas incisas podrían ser
las patas del bóvido y las cruces aves. Carece de canales de desagüe
para el líquido de libación, que por otra parte no saldría
al exterior si la bandeja no se inclinaba, pues el pico vertedor resulta
más alto que la superficie central de la bandeja.
MESAS DE OFRENDA MINIATURAS
Se realizan con las mismas características que las mesas de
ofrenda clásicas pero a menor tamaño. Debían de suspenderse,
pues en muchas se observa el orificio para introducir un pequeño
cordel. Mediante la posesión de este objeto se pretendía
evocar la abundancia. Normalmente no presentan fórmula de ofrenda;
sus imágenes, de significado bien conocido para los egipcios, se
consideraban suficientes como garantía de la alimentación
eterna del difunto. Todas son pequeñas, de un máximo de unos
12 cm, y su cronología se concentra en torno al Reino Medio.
Nº de inventario:
Materia: esquisto o piedra de silt.
Medidas: alt.: 1; long.: 11,1; anch.: 7,8.
Estado de conservación: regular. Falta un gran fragmento de
la esquina superior izquierda y las dos inferiores están también
dañadas, aunque no se pierde ninguna de las imágenes de la
ofrenda.
Descripción: pequeña mesa de ofrendas votiva, de forma
cuadrangular, con pico vertedero. El relieve, de escasa altura, se esculpió
en el interior de un recuadro que enmarca toda la composición; en
el pico vertedor sigue el contorno dejando un espacio para que pudiera
salir el líquido que se vertiese en su superficie. En ese marco
se ha practicado un orificio de perforación vertical que llega al
reverso, lo que permitiría colgar el objeto de un cordel fino. La
base del campo esculpido es una estera formada por tres líneas horizontales,
unidas mediante tres ligaduras trenzadas equidistantes entre sí
y respecto al borde. El centro y como eje de la composición está
ocupado por un jarro hs, vertiendo agua sobre el pico vertedor, En torno
a ella se reparten tres registros horizontales de ofrendas. El inferior
está compuesto por dos recipientes cerrados de base estable con
forma arcaica, uno junto al borde y el otro al otro lado del jarro, un
objeto circular, probablemente un plato visto desde arriba, sobre el que
se han trazado varias líneas que dibujan una ofrenda, que puede
tratarse de pescados, pero éstos no aparecen en las mesas de ofrendas
y, por último, un cuenco de paredes exvasadas cóncavas muy
altas de cuyo borde sobresalen cuatro piezas circulares. En el segundo
registro, cuatro círculos representan otros tantos panes circulares
colocados simétricamente en torno al eje. El tercer registro son
dos aves, ocas o patos, ya muertos y por su aspecto desplumados. Factura
buena en comparación con otras obras similares.
Cronología: la factura buena y el equilibrio de la composición
parecen convenir más a una datación del Reino Medio que a
los siglos precedentes.
Paralelos: Aufrère, Nil..., 143, y 188, objeto nº 29.
Observaciones: el trenzado de la estera es infrecuente, pues las tres
ligaduras suelen representarse en el centro y en los extremos. La interpretación
de las líneas del círculo del primer registro como peces
es dudosa, pues no suelen ser incluidos en la ofrenda funeraria, aunque
formasen parte de la dieta egipcia.
Fayenza, se ha dicho ya muchas veces, no es un sustantivo apropiado para designar la materia prima de la que están hechos estos objetos. El término debería reservarse para la arcilla recubierta de un vidriado rico en estaño o plomo, como la mayólica o para la porcelana o la cerámica esmaltadas, pero a falta de otro más simple y preciso se ha terminado aceptando en la bibliografía especializada(15), especificando en ocasiones que se trata de fayenza egipcia.
Los objetos manufacturados en esta materia están compuestos por un núcleo silíceo poroso envuelto en un vidriado alcalino. La técnica empezó a desarrollarse en el IV milenio a.C. y llegó a convertirse en una de las labores artesanales egipcias más características hasta el fin de su civilización. En el I milenio a.C. numerosos objetos fueron exportados -e imitados en el exterior- y se pueden encontrar en toda la ribera del Mediterráneo.
El núcleo se realizaba mediante un polvo -obtenido de rocas y cantos de cuarzo o cristal de roca machacados, que daba un material de color blanco, o pardo si la base era arena, arenisca o sílex- que mezclado con agua producía una pasta susceptible de ser utilizada sin otro proceso de elaboración previo. Una vez cocida resultaba de gran dureza, aunque friable y frágil.
A esta materia se le daba forma mediante moldes. Se utilizaban de una sola cara, con la imagen del frente -el dorso se remataba de forma independiente-, o bivalvos. Los detalles se terminaban después a mano. Los recipientes podían modelarse también en el torno, como si se tratase de arcilla, o a mano. Los objetos de gran tamaño se hacían en secciones, mantenidas mediante clavijas de madera y unidas con la misma pasta. Tras el secado o una primera cocción se podía continuar el proceso.
El vidriado era de color azul, verde o azul verdoso, aunque en ocasiones se encuentran objetos blancos, violetas o amarillos. Químicamente es una combinación de sílice, un alcalí (de carbonato sódico o carbonato potásico) y cal (óxido de calcio). Son los mismos componentes que los que se utilizaban en los vidrios antiguos, pero con una proporción menor de cal y mayor de sílice. El color dependía de la cantidad de cobre y del uso de ceniza de vegetales(16). Despúes de aplicar el material vítreo y antes de la cocción final se añadía la decoración, que suele consistir en dibujos pintados en negro o líneas incisas y rellenadas con vidrio de colores.
Se empleó para realizar una gran variedad de objetos, desde piezas muy pequeñas, como amuletos, cuentas, escarabeos o esmaltes para engastar en joyas, a estatuillas, baldosas o azulejos para arquitectura de prestigio y otros objetos realizados casi exclusivamente con esta materia, como los ushebtis, determinados tipo de copas y otros cuencos y vasijas. De cualquier manera es extraño que sobrepasen una veintena de cm. El objeto más grande, excepcional, es un cetro uas de Amenhotep II de casi 2 m de altura, realizado en ocho o más piezas y encontrado en el templo de Seth en Naqada(17).
Se conocen bastantes restos de instrumentos procedentes de talleres
de fayenza, aunque en ningún caso se puede considerar que representen
el conjunto del utillaje necesario para la producción. La mayoría
ha aparecido en las proximidades de palacios o entre las dependencias de
los templos, en Malqata, Tell el Amarna, Gurob, Qantir, Naucratis, Menfis,
etc.
CUENCO DE NUN
Frente al mensaje directo de objetos como las bandejas de ofrenda populares,
estos cuencos son testimonio de un simbolismo más complejo, la interpretación
para la elite de los objetos rituales relacionados con agua, libaciones
y ofrendas funerarias.
Este tipo específico de cuencos está compuesto por un reducido número de recipientes abiertos, de escasa altura y pequeño diámetro -entre 10 y 15 cm, sólo raramente superan estas medidas-, realizados en fayenza de un color azul muy intenso. Su decoración interior y a veces, con menos profusión, exterior, consiste en dibujos de líneas negras o violetas que representan, entre otros elementos, flores de loto, peces o cabezas de Hathor. Su cronología es muy concreta, pues se limitan a las dinastías XVIII-XIX, es decir, el Bronce Reciente o Reino Nuevo.
El loto es en estos objetos el símbolo de la inundación anual. Los tallos de la planta se extienden por la superficie de canales y embalses; su floración coincide con el momento de la subida de las aguas, por lo que se convierte en símbolo de la productividad de los campos asegurada por la crecida; además, las flores se abren con el alba y se cierran al ocultarse el sol, por lo que encarnan también el poder vivificador de Re.
La tilapia nilotica inicia su desplazamiento hacia las zonas de puesta en los mismos días en que comienza la inundación; además la hembra mantiene en su boca las huevas -antes de la eclosión- y, después, los alevines, por lo que fue ligada a la supervivencia tras la muerte. El difunto aspira a revestirse con la forma de este pez, pues esto le permite encaminarse en seguridad hacia el renacimiento de las aguas. La imagen de su pesca en la decoración de las tumbas -que se han interpretado erróneamente como divertimentos cinegéticos del propietario en los pantanos- era una forma alegórica de atraparlos y asegurarse la transformación en el más allá.
Hathor se representaba también en los cuencos como emblema de la fecundidad, y por tanto, con un significado idéntico al del resto de las imágenes.
En definitiva, los cuencos alían la idea del estanque, materializada por el recipiente mismo y el líquido que contendría, y la de las fuerzas generativas de la naturaleza figuradas en la decoración. Esa fuerza es también la de las aguas primordiales, de ahí que algunos autores les denominen cuencos del Nun, tomando el nombre de la masa líquida que, según las cosmogonías egipcias, fue el origen del universo en el momento de la creación y de la que sigue saliendo la inundación que trae cada año la fertilidad al valle del Nilo.
A partir de los hallazgos de Bruyère en Deir el-Medina, Strauss ha planteado que estos cuencos servirían para realizar la ofrenda de leche -alimento de los lactantes y, por extensión, de los que renacían a una nueva vida- u otro líquido, aunque también podrían servir como soportes de flores, estatuillas u otros símbolos de dioses(18).
Este complejo significado es testimonio de la concepción escatológica
de la elite cultivada del Reino Nuevo; sus sutilezas y asociaciones de
ideas no eran, sin duda, accesibles a aquellos cuyas condiciones de existencia
eran mucho más modestas. Aunque se usasen en la vida diaria, la
mayoría de los ejemplares conocidos proceden de templos -en especial
santuarios de Hathor- y, sobre todo, de ajuares funerarios, pues su decoración
los convertía en objetos deseables en ese contexto.
Nº de inventario: 1981 / 1 / 125
Materia: fayenza azul oscura
Medidas: alt.: 2,0; long.: 9,2; diám.: 10,0.
Estado de conservación: Regular.
Descripción: cuenco de color azul oscuro, de base inestable,
paredes exvasadas convexas y borde vertical. La decoración cubre
toda la superficie interior. Factura cuidada. Se ha perdido algo más
de la mitad de la pieza.
Cronología: Reino Nuevo, posiblemente dinastía XIX. Según
Nicholson, en ella se redujo la popularidad de estos cuencos y la decoración
se hizo menos elaborada, como en este ejemplar, con pérdida de las
flores del exterior y la sustitución, en el interior, de las escenas
complejas por figuras más simples o el loto blanco(19).
Paralelos: Strauss, Die Nunschale..., 14-16, muestra decoraciones similares.
No se conocen dos cuencos iguales, aunque motivos y organización
general son semejantes en algunos ejemplares.
COPA
Desde comienzos de la dinastía XVIII se generaliza este tipo
de copa alta con pie y cuerpo en forma de flor como utensilio para beber.
Algunos relieves del periodo de Amarna con escenas de la vida doméstica
en el palacio nos informan del modo en que se utilizaban, sosteniendo la
panza en la palma de la mano y dejando sobresalir el pie entre los dedos.
Con variantes, todas presentan un pie de base plana y perfil convexo que puede parecer una corola invertida -y como tal se decora en algunos ejemplares- y un cuerpo de paredes cóncavas con borde vertical o con borde exvasado que refuerza aún más su aspecto de flor abierta. Éste se hace evidente en la decoración exterior del vaso, pues se compone de los cuatro sépalos exteriores del cáliz y una corola de una docena de pétalos -con el vértice agudo si son de loto azul y redondeado si son de loto blanco-, bien en relieve, con los sépalos exteriores más marcados, bien señalados por diferentes colores. Los que representan un loto azul -como el que aquí se comenta- son más comunes y se conocen como copas-seshen.
Los ejemplares de paredes más finas son seguramente copas destinadas
en origen a ser objetos de ajuar funerario, además de la reutilización
para este fin que tuvieron otros ejemplares realizados en principio para
la vida diaria. Unos y otros comparten un simbolismo similar. Las flores
del loto se abrían cada mañana sobre su lecho de agua y se
cerraban de nuevo al atardecer, por lo que fueron entendidas como símbolos
del ciclo diario del sol y, con éste, de todo cuanto brota y declina
pero vuelve a renacer. Así, estas copas, usadas en el ritual funerario
o como ajuar del difunto, aseguraban a éste la posibilidad de una
resurrección, de la misma forma que mantenían la vida de
quien bebía en ellas el agua que calma la sed, imprescindible para
vivir.
Nº de inventario:
Materia: fayenza azul oscura
Medidas: alt.: 11,0; diám. máx. pie: 3,8; diám.
borde superior: 7,5.
Estado de conservación: rota en varios fragmentos. Ha perdido
una parte del vidriado, sobre todo en la base.
Descripción: copa alta. Pie formado por una base cónica
de paredes ligeramente cóncavas, sin decoración alguna. Cuerpo
de paredes exvasadas rectas decorado con cuatro hojas de loto, triangulares,
en relieve, que salen de la parte inferior del cuerpo, donde presentan
una línea de base semicircular. Borde superior redondeado al exterior.
Factura buena.
Cronología: Reino Nuevo o posterior.
Observaciones: realizada a molde. El borde engrosado al exterior sustituye
de forma menos elaborada el borde exvasado de los ejemplares más
cuidados.
SÍTULA
En la presentación de las mesas de ofrenda ya se ha comentado
cómo la libación tenía un papel muy importante en
Egipto desde época arcaica hasta el periodo romano, tanto en la
ofrenda a los dioses como en la liturgia del culto a los muertos. El elemento
más frecuente de las libaciones era el agua, vertida con los jarros
Hsw. Pero también se realizaban de otros líquidos, como leche
y vino -en Egipto no están atestiguadas ofrendas con materias como
la sangre, características en otras civilizaciones- en contextos
y ritos semejantes a los de las libaciones de agua.
El envío de cántaros con leche no aparece con demasiada frecuente en las contabilidades de las fundaciones piadosas que mantenían surtidos los templos con las materias necesarias para el culto; sin embargo es un elemento citado con frecuencia en las listas de ofrendas tipo y en los textos de práctica de rituales.
Las imágenes del nacimiento de Horus en los mammisis muestran la leche, lógicamente, como el alimento del dios. Su ofrenda en el ritual diario de los templos significa entregar a la divinidad un elemento imprescindible para la vida, que ella va a devolver, en otras formas, a quienes se lo entregan(20). Su ofrenda en el ritual funerario simboliza la posibilidad de renacimiento del difunto que a través de ella recibe la leche de Isis; de la misma forma que ésta amamantó a su divino hijo, el muerto que la recibe se transfigura y renace como nacen los niños.
Además de su presentación en unas cántaras características,
la leche se muestra tambén en los relieves en forma de libaciones
realizadas con sítulas. Éstas se convierten en la imagen
de la propia ofrenda de este líquido. Petrie consideraba que su
forma derivaba de las grandes copas de la dinastía XVIII(21), pues
las sítulas más antiguas tienen el cuello de mayor anchura
que el cuerpo. En la dinastía XXII ya ha adquirido la forma más
característica de cuerpo globular y cuello vertical, normalmente
de menor diámetro. Los ejemplares más cuidados son los de
bronce de Baja Época, grandes piezas con una decoración de
imágenes divinas y jeroglíficos grabados en punzón
e incrustados con pintura blanca.
Nº de inventario:
Materia: fayenza azul verdosa
Medidas: alt. hasta el borde: 11,7; alt. hasta las asas: 12,6; diám.
máx: 7,8; diám. superior: 4,8.
Estado de conservación: superficie ligeramente alterada, sobre
todo en la base y en los hombros. Ha perdido una parte del cuello con un
asa.
Descripción: recipiente cerrado de base inestable, cuerpo de
paredes cóncavas hasta diámetro máximo, en el cuarto
inferior de la pieza, y a partir de él paredes envasadas rectas.
Hombros horizontales. Cuello exvasado ligeramente convexo. Borde redondeado
engrosado al exterior. De él, conservando su mismo grosor, parten
dos asas verticales con el orificio de suspensión a la atura del
borde del cuello. Factura cuidada.
Cronología: tal vez I milenio; el color verdoso de la fayenza
es más característico en la época saita y siglos siguientes,
aunque no exclusivo(22).
Paralelos: Green, The Temple..., 103-104, describe varias sítulas
que podrían ser semejantes, de los siglos IV-II a.C. El perfil de
la nº 283 es similar, aunque sin la decoración de flores de
loto y el registro con diosas, ausente en esta pieza que es mucho más
pobre.
Observaciones: Las sítulas de metal usadas en las ceremonias
religiosas eran mucho mayores, por lo que ésta podría ser
un modelo funerario o tener un finalidad votiva.
CUENCOS
En su primera campaña de excavaciones en Menfis, en 1908, W.M.F.
Petrie identificó, junto a los restos del templo, una serie de hornos,
testimonio de un taller para la manufactura de piezas en fayenza. Uno de
ellos, que había dejado de ser utilizado, se convirtió en
el basurero de las piezas que salían defectuosas de la cocción.
Este depósito proporcionó una gran variedad de vasijas, con
un repertorio muy amplio de formas y tamaños. Éstos se han
convertido en la base documental para conocer la producción de las
épocas ptolemaica y romana en que se fecharon los hallazgos. La
distribución de estos objetos alcanzaba todo el país, la
costa mediterránea e incluso el lejano reino meroítico, en
el Sudán actual.
El traslado de la capital a Meroe, en algún momento previo al
s. IV a.C., señala el inicio del nuevo estado meroítico.
La región en que se enclava es de gran fertilidad. Además,
su situación geográfica permite el control de la ruta comercial
entre el Mediterráneo y el África central, lo que redundaba
en importantes beneficios económicos para el intermediario.
Salvo algunos conflictos puntuales las relaciones con el reino ptolemaico y el Imperio romano fueron pacíficas y provechosas en ambos sentidos. Un importante número de objetos mediterráneos y de sus réplicas locales en los ajuares funerarios son el testimonio material de esos contactos. La técnica de producción refleja las dos grandes influencias culturales del reino, egipcia y centroafricana. La primera se manifiesta en las joyas, la escultura, la fundición de recipientes de bronce, en los que se imita también las formas romanas, o la manufactura de la fayenza -como puede ser el caso de las piezas comentadas-, mientras que la cerámica, de una belleza y un nivel técnico admirables, sigue las técnicas y modelos autóctonos y meridionales, aunque no por eso se desdeña la imitación de ejemplares romanos, como la terra sigilata.
En el s. III, la competencia del reino etíope de Axum, con salida
directa al mar Rojo a través de su puerto de Adulis, señala
el inicio de la decadencia meroítica. Su situación interna
debió de degradarse hasta el extremo de no poder hacer frente al
continuo hostigamiento de los nómadas, blemies y noba. En torno
al 350, el rey Ezana de Etiopía, en una expedición de fácil
victoria, ponía un final definitivo al primer gran imperio centroafricano.
Tanto en los hornos menfitas que excavó Petrie como en algunas
necrópolis meroíticas, se ha documentado piezas con idéntico
perfil al de estos cuencos. En esta situación, es difícil
determinar cuál es su procedencia. En la actualidad se están
intentando establecer criterios que permitan distinguir qué pastas
son de origen egipcio y cuáles la imitación meroítica,
así como definir con más precisión la cronología
de ambas producciones, temas que resultan todavía controvertidos.
Nº de inventario:
Materia: fayenza azul
Medidas: alt.: 7,2; diám.: 15,0.
Estado de conservación: se ha perdido un fragmento de borde
con pared, pero se conserva casi la totalidad de la pieza. Hay algunos
desconchados en la superfice del borde superior.
Descripción: cuenco ancho y de escasa altura. Base formada por
un anillo plano que se apoya en tres pequeños pies. Cuerpo de paredes
exvasadas cóncavas. Borde vertical alto formado por dos molduras
que sobresalen hacia el exterior, la inferior es muy saliente y la superior
forma el labio de la pieza. Interior cóncavo en el que no se distingue
el borde de la pared. Factura cuidada.
Cronología: Comienzos de nuestra era, según la cronología
de los enterramientos tipo B propuesta por F. Ll. Griffith.
Paralelos: Tumba 99 de Nag-Gamus, sepultura del tipo B-3; Almagro,
La necrópolis..., 168-171, lám. XXIII-2. Petrie, Memphis
I, 14-15, pl. L, 6.
Observaciones: los pies de la base no parecen estar hechos voluntariamente,
sino más bien que son los tres puntos que se utilizan para que se
apoye la pieza durante su cocción sin entrar en contacto con otras,
y que debido a la temperatura del horno se han fundido y quedado prendidas
al anillo de solero. La semejanza con la pieza siguiente permite plantear
que ambas se realizaron con el mismo molde.
Nº de inventario:
Materia: fayenza azul
Medidas: alt.: 5,2; long.: 10.
Estado de conservación: se conserva sólo un gran fragmento
con borde y pared.
Descripción: cuenco ancho y de escasa altura. No sabemos cómo
era la base, pero seguramente tenía un anillo con pies como la pieza
anterior. Cuerpo de paredes exvasadas cóncavas. Borde vertical alto
formado por dos molduras que sobresalen hacia el exterior, la inferior
es muy saliente y la superior forma el labio de la pieza. En el interior
no se distingue el borde de la pared. Factura cuidada.
Observaciones: La semejanza con la pieza anterior permite plantear
que ambas se realizaron con el mismo molde.
BOTE DE KOHOL
Desde época antigua los egipcios han utilizado ungüentos
para el cuerpo y ciertos pigmentos para los ojos. Lo que en un principio
era protección se convirtió pronto en un adorno personal.
Entre los productos oculares, el kohol era el más empleado. Con
él se creaba la gruesa línea negra en ambos párpados
que se ha convertido en la imagen prototípica del Egipto faraónico.
Además de resaltar la mirada, protegía el ojo de oftalmias
y conjuntivitis, frecuentes en un país de altas temperaturas, sudor
y polvo muy fino del desierto.
El kohol se extraía de la galena y del polvo de malaquita. En Gebel Zeit, a escasa distancia del Mar Rojo, se han encontrado centenares de minas subterráneas excavadas para obtener el sulfuro de plomo del que se obtenía también este producto. Una vez pulverizado en pequeñas paletas -la colección posee algunas de éstas, presentadas en otro capítulo-, se podía guardar en pequeños recipientes.
La forma más tradicional de estos contenedores de kohol es la de pequeños botes ovoides de base estable y borde plano, cerrados con un tapón de forma similar. Esta forma básica podía verse complicada según la fantasía personal del artesano mediante la yuxtaposición de figuras -monos, niños, etc- que sujetan el receptáculo del polvo, que a su vez adopta la forma más apropiada de acuerdo a la imagen que lo sujeta. Otra variante frecuente es la del cilindro, que puede ir del más simple, sin decoración alguna, a un tallo de papiro; en ocasiones se agrupaban estos cilindros -pueden llegar hasta cuatro-, cada uno para un producto diferente; éstos podían podían aparentar estar unidos mediante una envoltura que los dejaba sobresalir por la parte superior. La panza plana resultante servía de base a decoraciones pintadas de significado alegórico. Estos estuches múltiples contenían ungüentos diferentes, fabricados bajo el consejo de los médicos, destinados a proteger los ojos según las tres diferentes estaciones del año egipcio.
En el mundo sobrenatural de dioses y muertos, los ojos se convertían
en los órganos de la mirada celeste, el Sol y la Luna, de forma
que también había que preservar su integridad. Numerosos
mitos hacen referencias al ojo herido de Horus en la lucha contra Seth,
que es una forma de referirse a la luna. La presencia de recipientes de
kohol o pequeñas bolsitas de galena en el ajuar funerario permitían
la conservación eterna de la mirada del difunto, solar y lunar.
Nº de inventario:
Materia: fayenza verde
Medidas: alt.: 9,8; long.: 6,9; anch.: 1,9.
Descripción: estuche múltiple de kohol formado por tres
cilindros altos separados entre sí por dos más pequeños,
tanto en altura como en grosor. Los cinco presentan un cuerpo común
que imita una banda para mantenerlos unidos. Sólo los dos cilindros
laterales y el central sobrepasan ese estuche. Éste está
decorado con dos cenefas pintadas en negro en los dos extremos del estuche,
la inferior formada por un trazo continuo y la superior por un friso compuesto
por dos líneas horizontales unidas por trazos verticales que dejan
espacios cuadrados vacíos. Factura cuidada.
Estado de conservación: los dos cilindros laterales están
partidos a partir de la banda superior. Ambos fragmentos han sido pegados.
La pintura está desvaída en algunas partes.
Cronología: Reino Nuevo (según cronología del
paralelo citado, aunque éste no tiene procedencia arqueológica
conocida, sólo la colección de la que formó parte).
Paralelos: Vandier d'Abbadie, Les objets..., 69 y 70, nº 233.
Es igual aunque en esteatita esmaltada, de tamaño algo menor y una
decoración aun más simple de dos líneas negras.
El conjunto de piezas que aquí se presenta resulta difícil
de definir. La forma y los desgastes por rozamiento que presentan indican
claramente que se trata de instrumentos que han sido empleados en actividades
abrasivas. El problema consiste en reconocer éstas, pues no existen
estudios globales ni tampoco específicos que cubran todas las facetas
posibles de la vida cotidiana en que pudieron ser utilizados.
Durante décadas se ha venido utilizando las representaciones
de actividades cotidianas en las paredes de mastabas y tumbas así
como los modelos funerarios que se depositaban en las sepulturas como fuente
de estudio de los procesos técnicos que llevaba a cabo la sociedad
egipcia, asumiendo que recogían toda la información imprescindible.
Sólo más recientemente se ha empezado a reconocer los posibles
inconvenientes de esta documentación ¿Es correcto extrapolar
el procesado de productos para la elite al resto de la comunidad? ¿Usarían
a diario los campesinos o los artesanos de las ciudades esas mismas técnicas,
o las imágenes de un ámbito funerario estarían relacionadas
sólo con productos específicos para ese mismo contexto? ¿Hasta
qué punto no se trata de una perspectiva idealizada de esos actos,
es decir que informe más de cómo se percibían éstos
que del desarrollo técnico en sí? En un caso extremo, estas
imágenes pueden ser un inconveniente para conocer el pasado si les
aplicamos determinados conceptos actuales que tal vez no fueron determinantes
en la conformación de los gestos ni en el uso de las herramientas
que representan. En definitiva, la iconografía puede proporcionar
una información útil, pero hay que tomar precauciones respecto
al ámbito al que se aplica. En la actualidad se ha iniciado la creación
de un cuerpo de datos más fidedigno mediante el estudio de los instrumentos
hallados en lugares de hábitat y la imitación experimental
del proceso técnico, utilizando réplicas de esos mismos útiles
y su manejo según la información procedente de estudios etnográficos.
Sólo entonces se procede a la comparación con la documentación
artística, lo que está ayudando a entender mucho mejor ésta.
Los instrumentos que integran este apartado, pese a la ligera diversidad
formal que ostentan, constituyen un grupo coherente gracias a la conjunción
de una serie de características. Se trata de artefactos de piedra
de diversa granulometría, con formas redondeadas y achatadas unos,
cilíndricas o paralelepípedas otros, pero que presentan siempre
una o varias caras activas donde puede observarse claramente unas huellas
de utilización similares. Éstas consisten en desgastes, estrías
y pulidos que atestiguan su empleo en actividades de tipo abrasivo. La
variabilidad funcional de estos instrumentos está refrendada por
multitud de estudios arqueológicos y etnográficos, y sólo
un análisis traceológico puede ilustrar acerca de las actividades
domésticas o artesanales en las que puede inscribirse cada uno de
ellos. Por ello, en este caso nos vamos a limitar a sugerir cuáles
son los contextos tecnológicos donde es más probable que
estos objetos hayan tenido un papel, indicando en qué momento de
las cadenas operativas pueden insertarse.
Un posible contexto para uso de estos instrumentos es el de lijado
o pulido de la superficie de rocas, tanto en la arquitectura como en la
escultura.
Los útiles de piedra tenían un papel muy importante en
todas las fases del trabajo de cantería para la construcción
de edificios, pues aunque existiesen cinceles de metal que podían
cubrir casi todos esas labores, al menos desde la dinastía III,
su coste era muy elevado y las piedras más duras, usadas con frecuencia
para dinteles, sarcófagos, naoi, esculturas, etc. no podían
ser cortadas por instrumentos metálicos.
La extracción de los bloques, el primer desbastado en la cantera y el que permitía su instalación definitiva en el muro se realizaban con varios instrumentos. El más básico era el gran pico, con una entalladura que permitía que fuera sujetado entre dos astiles, ligados con una banda de cuero. También se usaban bolas esféricas, que tenían entre 15 y 30 cm de diámetro, para golpear con ambas manos y bloques alargados con un uso similar.
Colocados los sillares, había que producir una superficie lisa sobre la que, eventualmente, se podría realizar algún trabajo de esculpido. En general, hay que diferenciar entre el alisado inicial, más tosco, y el pulido final, menos frecuente. El primero se realizaba sobre cualquier tipo de material, mientras que el segundo sólo podía efectuarse sobre aquellas rocas cuyos componentes y dureza lo permitían, como alabastro, granito, diorita, basalto, etc. Para el alisado de caliza o arenisca se podían utilizar útiles de arenisca; para el tratamiento de piedras más duras se requería el uso adicional de arena abrasiva -seca o mejor húmeda, pues el proceso resultaría así menos asfixiante al producir menos polvo- y un alisador de mayor dureza, como los de cuarcita. Arnold considera que cuando se recurría a un pulido final se realizaba seguramente sin agua.
Las instrumentos se tallaban según la utilidad para la que se
requirieran. El trabajo de grandes superficies -en construcciones monumentales-
se realizaba con alisadores toscos del tamaño de una mano que, en
poco tiempo, adquirían caras completamente lisas que los hacían
inservibles, pues ya no raspaban. La erosión no permite ya saber
hasta qué punto se alisaban las paredes en los grandes edificios;
los bloques de revestimiento de la pirámide de Meidum, recién
descubiertos, parecen indicar que se había realizado sólo
un desbastado fino con picos y posiblemente cinceles, pero no sabemos hasta
qué punto esto puede extrapolarse a otros monumentos.
Con mínimas variantes, el trabajo del escultor requería
instrumentos y técnicas similares en las primeras fases, aunque
los útiles se podían tallar con una forma específica
según la zona de la escultura que se fuera a tratar. Las superficies
brillantes de algunas obras requerían varias fases de pulido con
diferentes tipos de alisadores; además podemos suponer que cada
taller desarrollaría sus propias fórmulas para ese proceso.
La preparación del cereal hasta su transformación en
distintas variedades de panes ha interesado desde hace tiempo a los egiptólogos.
La fuente de información básica han sido los relieves de
las tumbas y los modelos funerarios. La falta de una contrastación
etnoarqueológica provocó que los diversos autores interpretasen
libremente la naturaleza de los propios útiles encontrados en las
excavaciones así como el orden de los procesos técnicos.
Sólo en los últimos años se ha iniciado el análisis
de los instrumentos originales en paralelo a la utilización experimental
de réplicas, lo que está permitiendo una visión más
precisa y algo diferente a la que se había supuesto hasta ahora.
El cereal -cebada o espelta- se almacenaba en espigas o con el grano ya suelto pero con la cáscara. El primer paso consistía en liberar el grano de la granza, para lo que se procedía a majarlo en grandes morteros cónicos de caliza, semienterrados en el suelo, mediante pilonos, altas varas de madera que se dejaban caer repetidamente con un pequeño movimiento circular; la experiencia del artesano permitía desprender los distintos elementos sin machacar la parte interior del grano. Después se procedía a la separación de la paja suelta y del grano limpio mediante una combinación de dos actos que se podían repetir cuantas veces fueran necesarias, el aventado mediante bandejas, con el que se retiraba la paja pequeña llevada por el viento, y el cribado, que permitía eliminar las ahechaduras de más peso. La experimentación ha mostrado que este paso requería una cierta inversión de tiempo, a pesar de que no suele incluirse en las representaciones artísticas. Por último se procedía a la molturación. Ésta se realizaba con grandes mesas de superfícies durmientes ligeramente cóncavas de granito o arenisca sobre las que se pasaba repetidamente una mano de menor tamaño. La idea de que éste es un proceso muy primitivo que produce una harina muy basta ha de ser desechada, pues la textura puede ser fácilmente controlada por quien realiza la molienda, hasta el punto de que no hace necesario un cribado ulterior, anterior a la confección del pan. Ese paso se había estado proponiendo, tal vez retrotrayendo un proceso que se realiza en la actualidad, en las moliendas mecánicas. Su inexistencia explica los restos de cáscaras y algunos granos mal molidos que se pueden encontrar en los panes que se han conservado, desecados, en algunas tumbas egipcias. Éstos incluyen también pequeñas partículas de las piedras usadas en la molturación, lo que podía conducir, en un cierto tiempo, a un desgaste doloroso del esmalte dental.
Las manos se usan, por tanto, en la obtención de la harina. Sin
embargo, no se han realizado análisis funcionales del tipo y tamaño
de estos útiles. A falta de otros documentos, si recurrimos a las
estatuillas y modelos funerarios, encontramos manos con forma de rodillo
alargado, diferentes a las esféricas o cilíndricas de escasa
altura que estamos aquí comentando. Sin embargo, sí aparecen
en otros contextos culturales, por lo que la posibilidad de este uso no
puede ser rechazada.
El curtido de las pieles es otro de los procesos donde pueden intervenir
instrumentos de la morfología que estamos analizando. La granulometría
de las superfícies activas de las distintas rocas será el
factor determinante para decidir la fase de la cadena operativa en la que
intervendrán. Por una parte, el empleo de rocas de grano grueso
está ampliamente documentado para la labor de descarnado, y en menor
medida de depilado, de las pieles por abrasión. Por otra, las rocas
con superfícies convexas de grano fino se han utilizado tradicionalmente
para el flexibilizado de los cueros.
Otra posibilidad, factible para dos de las piezas, es que hayan sido
utilizadas como yunque. Es relativamente frecuente encontrar cantos rodados
aplanados o fragmentos de rocas duras que tienen, en una de sus caras,
un rehundimiento no muy profundo, de perímetro circular u oval y
diámetro variable. Esta oquedad presenta numerosas cupulillas y
fracturas que son el resultado de una percusión reiterada. Esta
clase de objetos se suele calificar como yunque, es decir, como el durmiente,
el soporte duro sobre el que se apoyan diversos materiales para ser transformados
por percusión. Los más comunes son los empleados en las labores
de talla de piedras duras. En este caso, el núcleo que se explota
se apoya sobre el yunque y se golpea por el lado opuesto. La fuerza imprimida
por la percusión pasa a través del núcleo llegando
al yunque, el cual vuelve a transmitirla en sentido contrario, en un efecto
de rebote. En general, éstos se usan cuando los núcleos son
de pequeño tamaño, pues es una manera efectiva de poder inmovilizarlos
correctamente con menos peligro para las manos del artesano. La oquedad
que distingue a las piezas durmientes se va formando de manera accidental,
por efecto de las repetidas percusiones que las piezas talladas operan
sobre la cara en la que se apoyan. Los objetos tienden a situarse siempre
en el mismo lugar, pues el rehundimiento contribuye a apresar éstas
e inmovilizarlas. De la misma manera que la materia prima lítica,
se puede apoyar también otras (óseas, malacológicas,
lígneas, etc.) con tal de que necesiten ser transformadas de manera
similar mediante el uso de la percusión.
En cualquiera de las piezas descritas a continuación, resulta
imposible establecer paralelos o una cronología precisa. De hecho,
sólo de una podemos tener la seguridad de que procede de Egipto,
por la materia sobre la que está realizada; las otras requerirían
un análisis más preciso y una comparación con estudios
de canteras para confirmar que proviene de este país.
Nº de inventario:
Materia: arenisca (?) de grano muy grueso.
Medidas: alt.: 3,2; long.: 5.
Estado de conservación: bueno.
Descripción: mano cilíndrica, ancha, con base y cima
convexas.
Observaciones: El grano especialmente grueso hace a este útil
muy abrasivo. En una de las caras planas está más alisado
por el frotamiento. El perfil convexo se debe al uso.
Nº de inventario:
Materia: dolerita (?) de grano muy fino, negro.
Medidas: alt.: 4; long.: 5,5.
Estado de conservación: bueno.
Descripción: mano cilíndrica. Superficies ligeramente
convexas.
Observaciones: superficie pulida por el uso en toda la pieza, incluido
el perímetro lateral; ligeramente convexa en todas las caras de
frotamiento; sólo las aristas presentan una superficie más
rugosa.
Nº de inventario:
Materia: cuarcita (?)
Medidas: alt.: 5,4; long.: 6,8.
Estado de conservación: bueno.
Descripción: mano relativamente cilíndrica. Una de las
caras planas presenta una pequeña cavidad, pero conserva el córtex,
por lo que no parece que fuera utilizada. El resto de la superficie está
rugoso.
Observaciones: ha podido utilizarse para golpear o machacar, pues presenta
pérdida completa del cortex -salvo la cara indica- y toda la superficie
marcada por pequeños golpes.
Nº de inventario:
Materia: granito de Asuán.
Medidas: alt.: 4,6; long.: 6,7.
Estado de conservación: bueno.
Descripción: mano cilíndrica. Presenta una cara plana
pulida y otra con menos pulido y una pequeña cavidad en el centro
producida por una pérdida de materia. Perimetro lateral rugoso.
Observaciones: si su función fue la de mano de alisar -así
lo parecen mostrar las caras planas- no parece haberse usado por completo,
pues no se han formado superficies planas en el perímetro lateral.
Pudo ser reutilizada como yunque, aprovechando una de las caras alisadas
por el frotamiento como base y la otra como cara pasiva que ha producido
la pequeña cavidad. Es la única de las manos cuyo material
nos permite saber con seguridad que procede de Egipto.
Nº de inventario:
Materia: arenisca (?).
Medidas: alt.: 4; long.: 5,9.
Estado de conservación: bueno.
Descripción: mano cilíndrica de base y cara superior
planas; no son paralelas sino convergentes. En una de éstas presenta
una ligera cavidad central.
Observaciones: no presenta pulido en ninguna de sus caras ni en el
perímetro lateral. Pudo ser utilizada como yunque.
Nº de inventario:
Materia: (?). En un descascarillado se distinguen granos de mica muy
finos.
Medidas: alt.: 3,3 a 3,7; long.:7,4 a 8,5; anch.: 4,5.
Estado de conservación: bueno. Superficie deshidratada, en especial
en algunas caras.
Descripción: paralelepípedo de caras ligeramente convergentes
y superficie convexa en los extremos. Superficie pulida por completo, así
como una de las aristas, rebajada por el frotamiento.
Observaciones: la convexidad de las superficies es característica
de las piedras que se han utilizado para alisar.
Nº de inventario:
Materia: arenisca rojiza de grano fino.
Medidas: alt.: 2,6; long. de base mayor: 2,9.
Estado de conservación: bueno.
Descripción: tetraedro, con dos aristas y dos vértices
rebajados por frotamiento.
Observaciones: ni las caras ni las superficies rebajadas presentan
pulido.
ESCULTURA
La escultura egipcia es una de las manifestaciones más significativas
de la destreza técnica a la que llegaron los artesanos de los talleres
reales y de su conocimiento de las posibilidades de las materias de su
entorno, en especial de la gran variedad de piedras que se obtenían
en las canteras de los desiertos que rodean el valle del Nilo.
La función simbólica de las obras era tanto o más importante que la evidente perfección estética que alcanzaron en su creación. En ellas se manifestaba una concepción del mundo en la que los aspectos políticos y los religiosos no estaban separados. Éstos se plasmaban a través del sometimiento de la obra a unas formas tipo y a unas reglas de representación muy rígidas. Éstas pueden llevar a una cierta monotonía y de hecho un buen número de obras resultan repetitivas y carentes de vida interior. Pero, al igual que en otras civilizaciones y otros periodos, hubo también autores que, aunque fieles a las normas, una vez seguros de su técnica, supieron crear nuevas imágenes para plasmar conceptos tradicionales y ensayar detalles originales en los que dejar constancia de sus inquietudes personales. A pesar de la rigidez de su situación social -nunca existió en Egipto otra forma de denominarlos que perforadores, es decir, artesanos de los recipientes de piedra-, estos personajes pueden ser considerados artistas en todo el sentido que nuestra cultura da a ese término.
La finalidad de la obra de arte impone también qué temas
pueden ser representados y en qué marco. La escultura cubre unas
necesidades muy concretas. Con ella se crean las imágenes de los
dioses que van a recibir el culto diario en los santuarios internos de
los templos; se esculpen reyes como manifestación del poder divino
en la tierra y garantes del orden cósmico, que se destinan a lugares
significativos del interior y exterior de los templos; también se
perpetúa la imagen de determinados particulares, aquellos de gran
influencia social, como exvotos que proclaman su fidelidad al dios del
templo al que se ofrece la obra; y, por último, los propietarios
de una tumba incluyen su imagen en las cámaras internas de ésta
como soporte de los elementos espirituales de su personalidad humana. Sólo
excepcionalmente se encuentra algún otro tipo de escultura, como
prisioneros sobre los que cumplir los ritos de aniquilación de los
enemigos.
Nº de inventario:
Materia: caliza.
Medidas: alt.: 4,4; long.: 10,9; anch.: 6.
Estado de conservación: sólo se conserva la parte delantera
del pie y el empeine. El arranque de la pierna está completamente
perdido, así como la casi totalidad del pedestal en el que se apoyaría
la estatua. Presenta muchos arañazos en la superficie e incluso
algunas pérdidas por golpe en la parte mejor conservada.
Descripción: pie izquierdo de una estatua sobre un pedestal;
resulta llamativa la finura y extremada longitud de los dedos, en especial
de los exteriores. No lleva sandalias. Factura correcta.
Observaciones: La finalidad de la obra de arte impone qué materiales
se han de emplear y qué temas pueden ser representados y en qué
marco. La escultura cubre unas necesidades muy concretas. Con ella se crean
las imágenes de los dioses que van a recibir el culto diario en
los santuarios internos de los templos; se esculpen reyes como manifestación
del poder divino en la tierra y garantes del orden cósmico, que
se destinan a lugares significativos del interior y exterior de los templos;
también se perpetúa la imagen de determinados particulares,
aquellos de gran influencia social, como exvotos que proclaman su fidelidad
al dios del templo al que se ofrece la obra; y, por último, los
propietarios de una tumba incluyen su imagen en las cámaras internas
de ésta como soporte de los elementos espirituales de su personalidad
humana. Sólo excepcionalmente se encuentra algún otro tipo
de escultura, como prisioneros sobre los que cumplir los ritos de aniquilación
de los enemigos, pero no es el caso de esta obra.
La ausencia de sandalias es significativa. Éstas tienen un fuerte
significado pues separan la pureza del personaje representado del suelo
contaminante -de ahí que puedan quitarse en el interior de los templos,
pues en éstos el suelo es puro- al tiempo que representan también
el mantenimiento del orden cósmico a través de la agresión,
pues el rey pisotea a sus enemigos tanto con ellas como con sus pies descalzos(24).
Véase el famoso ejemplo de la maza y la paleta de Narmer en las
que el portador de las sandalias reales ocupa un lugar de preeminencia.
Si se toma como referencia la longitud del pie, siguiendo las proporciones
medias conocidas por los relieves, la altura completa del personaje representado,
si estaba de pie, rondaría entre 0,65 y 0,75 m.
ESTELA DE OREJA
Nº de inventario:
Materia: caliza.
Medidas: alt.: 9,2; long.: 7,7; anch.: 2,7.
Estado de conservación: regular, con pérdida de la esquina
inferior derecha y algunos otros pequeños desperfectos por golpes
en la superficie. Superficie deteriorada, con difuminación del relieve.
Descripción: pequeña estela vertical de cima semicircular.
Campo ligeramente rebajado, dejando un zócalo y un marco mucho más
estrecho que el que sigue el contorno exterior de la estela. El campo está
ocupado únicamente por una oreja derecha en altorrelieve descentrada
hacia la mitad izquierda del espacio; en ella se ha esculpido el contorno
pero no se señalan los detalles interiores. Factura correcta.
Cronología: Reino Nuevo.
Paralelos: Petrie, Memphis..., I, 7, pl. IX y X, 5-9: presentan incluso
el mismo marco en torno al motivo central de la oreja. Se hallaron bajo
los cimientos de un edificio de Ramsés II, junto a material de un
templo de la dinastía XVIII. Sadek, Popular..., 246-247: tipo II
A, y pl. I.
Observaciones: Hasta el Reino Nuevo, las únicas manifestaciones
cultuales que conocemos son las oficiales, es decir, sólo se representaba
en un soporte imperecedero aquellas ceremonias que incumbían al
estado. En consecuencia, desconocemos en gran medida cómo llegaba
ese culto a una población que no participaba en él -objetos
populares como la bandeja de ofrendas funerarias (Nº...) son excepcionales-.
A partir de ese momento, se asiste en Egipto a una evolución en
la práctica religiosa que afecta también a la representación
iconográfica, con la introducción de temas que habían
quedado ocultos hasta entonces y, sobre todo, la posibilidad de exponer
imágenes relacionadas con el culto en objetos no reales. Esto se
manifiesta sobre todo en la aparición de estatuas de notables en
el interior de los templos que, con la aquiescencia real, se convirtieron
en intermediarias entre la población y los dioses -una forma más
de control estatal-, y en gran cantidad de ofrendas votivas de muy diversa
factura, depositadas en el entorno de los templos, regaladas por un amplio
espectro de gente, y no sólo la elite cortesana. Esta posibilidad
supuso un cambio en la percepción de los templos, pues éstos
empezaron a jugar un papel directo en la vida personal de los egipcios,
y no sólo en la del estado.
Las estelas de orejas forman parte del grupo de objetos votivos que
se ofrecen a una divinidad para agradecerle un favor recibido o al menos
la atención a una plegaria, para asegurarse un beneficio futuro
o para suavizar su cólera. Son seguramente uno de los recursos más
curiosos empleados por el fiel para atraer la atención del dios.
Su rasgo característico es la presencia de una o varias orejas,
normalmente resaltadas con vivos colores, como elemento iconográfico
fundamental. Algunos ejemplares pueden llegar a exhibir hasta varios cientos
de estos apéndices auditivos. Al ser obras populares no están
sujetas a ninguna tipología concreta; su gran variabilidad responde
a las circunstancias particulares que propiciaron su ofrenda, así
como a la situación personal del oferente.
La aparición de estas estelas en el Reino Nuevo es el reflejo
de unas relaciones más personales entre las divinidades y sus fieles.
En ellas se desarrolla la idea de que el dios presta oídos a sus
creyentes. La oreja asegura que el discurso pronunciado llegará
a su receptor, y éste se verá forzado a atender la demanda.
El mensaje queda, pues, eternizado sobre ese soporte pétreo. Aunque
muchos de los ejemplares son anepigráficos, en algunos yacimientos
se ha podido determinar a qué dioses iba dirigida esta ofrenda,
bien porque aparecen mencionados en la estela, bien porque ésta
ha aparecido en las proximidades del templo de una divinidad concreta.
Así, las halladas por Petrie en Menfis pueden adscribirse sin duda
al culto de Ptah, mientras que en la necrópolis tebana se ha documentado
una variabilidad mucho mayor con las dedicadas a Horus, Amón, la
reina Ahmose Nefertari o Ramsés II divinizados. Resulta casi imposible
determinar si las estelas de oreja están dedicadas a otros dioses,
pero es muy posible ya que desde este momento hasta época ptolemaica
aparecen invocaciones en himnos y plegarias a la capacidad auditiva de
muchas otras divinidades, tales como Isis, Thot, Serapis, etc.
El espacio a la derecha de la oreja, que está descentrada, podía
estar reservado para una pequeña inscripción en tinta. Si
la hubo, el pobre estado de su superficie ha perdido todo rastro.
RECIPIENTE DE PIEDRA
La explotación de bloques de piedra para tallar espléndidos
cuchillos de sílex o para desbastar, perforar y pulir delicados
recipientes, es el testimonio más antiguo de la existencia de un
artesanado especializado, que trabaja exclusivamente en la producción
de objetos suntuarios. La elegancia de formas y maestría técnica
alcanzadas en la confección de vasijas de piedra desde fines Naqada
II y hasta comienzos del Reino Antiguo no serán después superadas.
El término mismo con que se denominará en adelante al artista
egipcio, hemuty, perforador, hace referencia al gesto técnico más
complejo que exige la manufactura de estas piezas. La pericia alcanzada
en esta labor preparó al artista para enfrentarse al desafío
de extraer del bloque las primeras representaciones naturalistas en bulto
redondo. Precísamente, el despegue de la escultura coincidirá
con el declive en la producción de recipientes pétreos.
El artesano egipcio sabía transformar con igual destreza todas las rocas de su entorno. Mientras que en el Predinástico no dudaba en trabajar las más duras -basalto, diorita, dolomita, granito, obsidiana, gabro, etc- junto a otras más blandas -caliza, brecha, silt, serpentinita, esteatita, alabastro, etc.-. A partir de la dinastía III, este último -que no es verdadero alabastro, sino posiblemente una variedad de calcita- adquiere una preeminencia casi obsesiva. Aunque las razones para esta exclusividad son la abundancia en las proximidades del valle y la facilidad de su trabajo, se llegó a creer que la razón estaba en su capacidad para conservar la esencia de los perfumes; recuérdese que en la Antigüedad éstos se disolvían en aceites, no en alcoholes.
Las formas de los recipientes estaban adaptadas a la naturaleza de la materia que debían contener, por lo general sustancias valiosas, como perfumes, aceites o cremas. Los dedicados a líquidos solían tener la boca y el cuello pequeño, y con frecuencia eran de base inestable, por lo que había que apoyarlos en soportes. Las cremas y ungüentos perfumados se guardaban en recipientes de boca más ancha, con cuello inexistente o muy corto. El repertorio de formas se creó en la primera fase de la civilización egipcia, distinguiéndose por la elegancia de su aspecto. Casi las únicas variaciones posteriores se debieron a la imitación de recipientes metálicos o de aquellos de cerámica extranjeros en los que se importaba determinados productos muy valiosos, en especial durante el Reino Nuevo, cuando se crearon formas relativamente complejas. El alabastron, a comienzos del I milenio a.C, es tal vez la novedad más llamativa, por su imitación en todo el Mediterráneo.
Estos contenedores solían taparse con hoja de palma, atada con tiras de esta misma fibra vegetal, aunque también se han documentado distintos tipos de tapadera.
Aunque tienen una funcionalidad doméstica evidente, también
se utilizaron para contener los materiales de determinados ritos religiosos
y para guardar los aceites usados en la momificación. De ahí
que muchos se hayan conservado en un contexto funerario -téngase
en cuenta que en Egipto no se ha excavado apenas zonas de hábitat-,
pues aparte de los que se extendían sobre el cadaver, también
se incorporaban al ajuar funerario para que siguiesen cumpliendo su función
por la eternidad, entendiendo que la calidad del material aseguraría
la conservación del contenido.
Nº de inventario:
Materia: alabastro.
Medidas: alt.: 6,8; diám.: 4,9, profundidad de la cavidad interior:
5,5.
Estado de conservación: regular. Presenta el borde desgastado
y pérdida de pared produciendo una superficie plana en una zona;
muchas manchas en la superficie y zonas deterioradas por deshidratación.
Descripción: recipiente cerrado alto, de base plana, paredes
convexas y borde separado de los hombros, redondeado y engrosado al exterior.
Cavidad interior cilíndrica, de fondo redondeado y algunas irregularidades
en las paredes. VI25 : 73. Factura regular.
Cronología: Dinastías tinitas / Reino Antiguo
Paralelos: el-Khouli, Egyptian..., , nº 1829-1835, con VI 75,
pero de unas proporciones mucho mayores. el-Khouli, Egyptian..., 281, nº
1898-1899, de mayor anchura -VI 78- pero de tamaño similar; proceden
de Tarkhan, con cronología de la dinastía I.
PALETA DE ESCRIBA
La escritura surge como uno más de los medios de control que
permiten la organización del (o los) incipiente(s) estado(s) egipcio(s)
de Naqada II-III. Aún aceptando la evidente influencia oriental
en algunos aspectos de la civilización egipcia en su periodo formativo
-de la que se están encontrando incluso pruebas físicas del
contacto en el Delta- los historiadores actuales tienden a considerar el
desarrollo inicial de la escritura jeroglífica como un fenómeno
autóctono.
A comienzos del periodo dinástico están atestiguadas ya unas convencione en el uso de los signos de escritura, de los numerales y pronto un orden de colocación, que demuestran la existencia de algún tipo de forma establecida de aprendizaje que fija los tipos para facilitar la comprensión entre los usuarios. Por tanto, ya ha surgido un grupo de personas especializado en el empleo de la escritura como un instrumento más de su trabajo en la administración del estado. Saber leer y escribir se convirtió en un privilegio, que proporcionaba evidentes prerrogativas tanto de bienestar material como de prestigio social.
Los escribas-funcionarios asumieron la tarea de la organización del estado egipcio. Ésta requería una imprescindible coordinación para realizar en todo el país, al unísono, las tareas de retención del agua en el momento de retirada de la inundación anual para asegurar el regadío del resto del año, conocer el censo de la población con fines recaudatorios y sobre todo el estado de las reservas de cereales en los almacenes estatales que permitían la redistribución para los artesanos y otros grupos dependientes y no productores de alimentos además de repartos excepcionales de grano en caso de malas cosechas. Los escribas eran el fundamento del estado, y estaban orgullosos de serlo, como demuestran las numerosas composicioes literarias que crearon para elogiar su oficio y convencer de su interés a los jóvenes estudiantes que aprendían a escribir, precisamente, copiando textos de instrucciones profesionales y alabanzas.
Aunque los signos jeroglíficos sean más conocidos por su presencia sobre todas las grandes construcciones, la escritura tenía también una variante cursiva -es decir, para escribir rápido, a mano- la hierática, que era la que utilizaban los escribas en su trabajo habitual, y que debió de surgir en paralelo a la versión monumental.
El material para la escritura hierática no era muy complejo.
El soporte por antonomasia fue el papiro, una especie de papel que se obtenía a partir de los tallos de la planta del mismo nombre -cortados en finas tiras que se colocaban en varias capas transversales superpuestas y después se apelmazaban con un mazo-, un producto relativamente costoso que se empleaba tanto para la administración como para los himnos que acompañaban al difunto en su ajuar funerario -los conocidos Libros de los Muertos-. Para los borradores, las simples anotaciones de todo tipo o las primeras líneas de los aprendices de escriba, se utilizaba unas lascas de piedra caliza, blanca, que proporcionaban una superficie lisa y absorbente mucho más económica y fácil de obtener; se conocen con el término griego de ostraca. Además, también se usaba un soporte de más calidad, unas tablillas de madera a las que se adhería una tela y sobre ésta una fina capa de estuco, también blanco, que podía borrarse o blanquearse de nuevo, y que a través de una perforación en el canto podían unirse a otras mediante un cordel.
El instrumental de un escriba constaba, primero, de un cuchillo y un
alisador -de marfil o madera- si debía de emplear papiro, pues éste
venía en largos rollos que se iba cortando al tamaño requerido,
y después había que alisar para eliminar la rugosidad de
las fibras y hacerlo también menos absorbente. La tinta, en dos
colores, negro y rojo, era una masa sólida que había que
molturar y disolver en agua en unas paletas formadas por una o dos pequeñas
cavidades -como la que aquí se comenta-; también podían
usarse tinteros, es decir, recipientes sólo para el líquido
ya disuelto, pero eran menos habituales, pues la paleta cumplía
la doble función. Con la tinta se impregnaba la punta aplastada
de unas finas cañitas con las que se trazaban los signos. Éstas
se conservaban en unas cajas alargadas muy similares a nuestros plumieres
escolares.
Nº de inventario:
Materia: esquisto o piedra de silt.
Medidas: alt.: 1,5; long.: 4,8; anch.: 4,5.
Estado de conservación: regular. Presenta pérdidas por
golpe en toda su superficie.
Descripción: pequeña paleta de escriba. La base cuadrangular
tiene uno de los lados ligeramente curvado y está atravesada oblicuamente
por una perforación que va del centro de un lado a la base. Sobre
ella, separado de la base por una canaladura horizontal, se superpone otro
cuerpo cilíndrico con lateral biselado y superficie cóncava.
Cronología: III milenio a.C.
Paralelos: las paletas de dos cavidades son habituales; de una sola
son menos frecuentes: Petrie, Objects..., 63, pl. LV.4, en alabastro, que
él fecha en las primeras dinastías. En cambio, la perforación
es habitual: Petrie, Objects..., 63. Spencer, Catalogue..., V, 104, nº
772, de dos cavidades.
Observaciones: El lado curvado puede indicar que ha sido retallada
de una paleta con dos cavidades. La perforación es un elemento característico
de estos objetos, pues permitía colgarlos mediante un cordel para
llevarlos donde lo hiciera necesario las tareas del escriba.
TAPADERA (?) / TORTERA DE HUSO (?)
Una pieza como ésta es de difícil interpretación.
Algunas piezas similares se han interpretado como tapaderas(26), bien para
apoyar sobre la boca de un recipiente o bien para encajarla en el cuello.
El orificio central serviría en esos casos para ayudar a levantarla,
introduciendo un pequeño cordel, encajado en la parte interna, que
sirviera de asidero.
Otra posibilidad sería que se tratase de una tortera de huso.
El inconveniente para esta posibilidad, es su gran tamaño, demasiado
grande según los paralelos normalmente aceptados.
El material para la manufactura de tejidos no es muy complejo en la artesanía tradicional, y responde a unas necesidades básicas que se encuentran resueltas de forma muy similar en todas las culturas. La pieza que aquí comentamos, la tortera, corresponde a la primera fase del proceso.
La materia prima más frecuentemente usada para elaborar tejidos, con gran diferencia, era el lino, aunque también se elaboraban con otras hierbas y fibras vegetales. La lana debió de tejerse desde muy antiguo con cierta frecuencia, y con seguridad en época tardía, pero según informa Herodoto era ritualmente impura y no podía usarse en los templos ni en ceremonias o ajuares funerarios (Hdt. II, 81). El algodón se introdujo en época muy reciente; la primera referencia corresponde también a Herodoto y es del reinado de Amasis (Hdt. III, 47), mientras que la seda no está atestiguada hasta época ptolemaica(27).
El análisis de los modelos funerarios funerarios del Reino Medio con escenas de vida cotidiana así como los relieves con esos temas en tumbas coetáneas, ha permitido hacerse una idea precisa de la forma en que procedían las tejedoras -pues en las imágenes son mujeres las que desempeñan todas las labores-.
Con las madejas de lino o lana sin hilar, se hacían girones de fibras sueltas que se torcían ligeramente, lo suficiente para poder formar grandes madejas. Éstas se introducían en un recipiente abierto con unas anillas cerca del borde -hacía las veces de la rueca en el hilado occidental- que mantenían la madeja mientras la hiladora iba estirando y torciendo esos girones, adelgazándolos, para formar hebras más finas con el huso. Los hilos así formados eran después empleados, en telares manuales -horizontales hasta mediados del II milenio en que se introdujeron los verticales-, para crear las piezas de tejido.
Los husos consisten en dos piezas, una vertical, el huso propiamente dicho, al que se añade un lastre en su extremo inferior, la tortera, para que su peso imprima más velocidad al giro del huso y permita torcer mejor las hebras para afinarlas hasta convertirlas en hilos, lo más delgados posible.
Para la cultura egipcia se han propuesto al menos dos tipos de objetos que pudieron funcionar como torteras:
. piezas tronconónicas o semiesféricas perforadas en vertical, normalmente en caliza, de un tamaño pequeño -no suelen llegar a 5 cm-. No deben donfundirse con las cabezas de maza cónicas o cónico-piriformes, los tipos I y II predinásticos de Cialowicz, porque éstas suelen ser sólo de piedras duras -del tipo II no se conocen modelos funerarios- y su cronología no sobrepasa Naqada IIa, salvo las del depósito de Hieracómpolis, mientras que las torteras se conocen de toda la historia egipcia y suelen ser más pequeñas -en algunas obras los ejemplares de tamaño intermedio se clasifican indistintamente como cabezas de maza pequeñas o torteras grandes28 -. Pueden presentar alguna muesca para enganchar el hilo;
. discos tallados de forma grosera a partir de fragmentos de vasijas
cerámicas, reaprovechados tras realizarles una perforación
vertical que permita encajar el huso. En general no son tampoco de gran
tamaño.
También se han apuntado otras posibilidades más imaginativas,
aunque menos probables, por falta de un contexto que les sirva de base.
Tres o cuatro de estos discos enristrados o atados a una cuerda podrían
usarse como pesos en una boleadora, para atrapar aves o pequeños
mamíferos; también se ha pensado en una especie de botones,
para asegurar el final de una cuerda; incluso se ha pretendido ver en ellos
un sistema mnemotécnico muy simple, compuesto por ábacos
circulares de arcilla.
Nº de inventario:
Materia: arcilla del Nilo.
Medidas: gros.: 1,4; diám.: 9,5, muy irregular.
Estado de conservación: regular. Presenta concreciones en toda
la superficie y en el borde, tanto exterior como del orificio central,
lo que confirma que la pieza fue tallada en la antigüedad y no se
trata de una fractura moderna.
Descripción: Pieza circular tallada a partir de un fragmento
de vasija de cerámica, pues puede observarse la curvatura de las
paredes. Perforación vertical central, algo descentrada, hecha para
reutilizar el cascote. Factura mediocre.
Observaciones: las concreciones impiden reconocer cómo fue tallada
la perforación vertical.
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NOTAS (no aparecen en el texto definitivo)
1 Petrie, Prehistoric..., 22.
2 Como en uno de los ejemplares de la tumba B86 de Abadiya, con mango de cuerno que no atravesaba más que la mitad inferior de la perforación, dejando el resto vacío. Cialowicz, Les têtes..., 20.
3 Cialowicz, Les têtes..., 55.
4 La confirmación viene dada por el hallazgo de dos mazas en una tumba no saqueada en Sayala, Nubia, con un rico ajuar, y por el uso que se hace de ellas durante las dinastías tinitas. Cialowicz, Les têtes..., 58.
5 Hoffman, Egypt..., 302-303.
6 Wildung, Keule, 414.
7 Cialowicz, Les têtes..., 22 y 25.
8 Pérez Largacha, El nacimiento..., 81, n. 109, defiende la posibilidad de que alcanzaran el Alto Egipto junto a poblaciones del Sahara que fueran asentándose en las riberas del Nilo -y que las habrían recibido a través de Merimde-; se apoya en las representaciones rupestres de los desiertos oriental y occidental que muestran escenas cinegéticas en las que los cazadores son representados con estas armas.
9 Cialowicz, Les têtes..., 50-53.
10 En la lámina se especifica que son cabezas de las dinastías VII-IX, pero teniendo en cuenta que Petrie pensaba que las poblaciones enterradas en Naqada habían entrado entre el Reino Antiguo y el Medio (p. 61), esa cronología sólo indica que aparecieron en las tumbas de la necrópolis que él consideraba más arcaicas.
11 Aufrère, Le Nil..., 21.
12 Niwinski, Seelenhaus..., 809-811.
13 Niwinski, Seelenhaus..., 806 y 811, n. 2: desde Nubia hasta los oasis.
14 Niwinski, Seelenhaus..., 809. Esto invalida antiguas interpretaciones que veían en el espacio entre los muretes -de todos los ejemplares- la evocación del patio de una casa de aldea o incluso el de una carnicería.
15 Brunton propuso arcilla silícea vidriada, lo que es más preciso como materia prima pero demasiado prolijo.
16 La alta proporción de potasa y baja de sosa indica que no se usaba el natrón.
17 Petrie, Naqada..., 68 y pl. LXXVIII.
18 Strauss, Die Nunschale..., 66-68.
19 Nicholson, Egyptian..., 35.
20 En Baja Época se utiliza sobre todo en los ritos del ábaton: se ofrece a diario para el ba de Osiris y al comienzo de cada década en trescientos sesenta y cinco cuencos.
21 Petrie, Stone..., 29.
22 Nicholson, Egyptian..., 36.
23 En la redacción de este apartado han sido fundamentales las indicaciones de Dª. Amelia Rodriguez Rodriguez, profesora de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, a quien agradezco sinceramente su ayuda. De cualquier manera, la responsabilidad de cuanto queda escrito es mía.
24 Baines, Origins..., 132.
25 Vessel index es la medida del diámetro dividida entre la altura y multiplicada por 100. Con esta operación se obtiene un número que sirve para clasificar el objeto en un tipo según una tabla de proporciones, además de compararlo con otros de perfil y tamaños similares para buscar paralelos.
26 López / Quesada, La cerámica, 74, que señalan la existencia de bibliografía que así las acepta, pero no aparece recogida.
27 Lucas/Harris, Ancient..., 148-149, en las cintas que decoraban una túnica de lana encontrada en Mostaggeda.
28 Rizkana / Seeher, Maadi. II..., pl. 94.