ÁGAVE

 

 

 

David Mesa y

Pablo Zamudio

 

 

 

 

ÁGAVE, HIJA DE CADMO, DESHONRA A DIONISO. ÉSTE, IRACUNDO LLEVA A CABO SU VENGANZA.

 

 

APOLODORO BIBLIOTECA MITOLÓGICA.

 

4,2

Cadmo tuvo hijas, Autónoe, Ino, Sémele y Ágave, y un hijo, Polidoro. Ino se Casó con Atamante, Autónoe con Aristeo y Ágave con Equión. Zeus se enamoró de Sémele, y se unió a ella a ocultas de Hera. Pero dejándose embaucar por Hera, puesto que Zeus le había prometido hacer lo que pidiera, le suplicó que viniera tal como iba cuando requería de amores a Hera. Zeus, no pudiendo rehusar, se presentó en la cámara nupcial con su carro entre relámpagos y truenos y lanzó el rayo. Como Sémele pereciera de terror, Zeus apartó del fuego al feto de seis meses y lo cosió dentro de su muslo. Muerta Sémele, las restantes hijas de Cadmo dieron la noticia de que Sémele se había acostado con un mortal y calumniado a Zeus y de que por este motivo había sido fulminada.

 

 

 

“Nacimiento de Dioniso”, fragmento de crátera ática  de figuras rojas. 440 a.C. Bonn, Akademisches Kunstmuseum: 1216.19

 

 

 

HIGINO FÁBULAS.

 

184 PENTEO Y ÁGAVE

 

Penteo, hijo de Equión y de Ágave, negó que Líber fuera un dios y no quiso aceptar sus misterios. A causa de esto, su madre Ágave, y sus hermanas Inno y Autonóe, enloquecidas por Líber, lo despedazaron.

 

Ágave, cuando recupero el dominio de su mente, vio que crimen había cometido a impulsos de Líber, huyó de Tebas y llegó errante a las tierras de Iliria, junto a Licoterses, quien la acogió.

 

 

 

 

 

“Ágave, Ino, Autónoe y el resto de las Bacantes atacando a Penteo”, fresco, Pompeya, Casa dei Vettii

 

 

DIONISO LLEGA A TEBAS, CLAMANDO VENGANZA.

 

EURÍPIDES, LAS BACANTES

 

DIONISO:

Vengo yo, hijo de Zeus, a esta tierra de los tebanos,

yo, Dioniso, al que antaño parió la hija de Cadmo,

Sémele, haciendo de partero el fuego del relámpago;

y he cambiado la figura de dios por la mortal

y estoy junto a las fuentes de Dirce y el río Ismeno.

Veo la tumba de mi madre, la herida por el rayo,

aquí junto a su casa, y las ruinas del palacio

sofocando del fuego de Zeus la viva llama […]

y porque las hermanas de mi madre, las que menos debían,

decían que Dioniso no había nacido de Zeus,

y que Sémele, hecha novia de cualquier mortal,

echaba a Zeus la culpa de su desliz,

mentiras de Cadmo, y se gloriaban de que por eso

Zeus la había matado, por inventar unas falsas bodas,

por esto yo las he aguijoneado fuera de su casa enloquecidas,

y con la mente enajenada habitan en el monte,

las he obligado a llevar el atavío de mis orgías,

y a toda la ralea femenina de Tebas, cuantas mujeres había,

las he arrastrado locas fuera de sus casas. Y revueltas juntamente con las hijas de

Cadmo. bajo los verdes abetos están sentadas bajo el cielo. Porque tiene que aprender

esta ciudad, aunque no quiera, y permanece sin practicar mis ritos, que tengo que salir

en defensa de mi madre Sémele y demostrar a los hombres que soy un dios, engendrado

por Zeus,

Cadmo ha dado la dignidad de rey a Penteo, hijo de su hija,

que lucha contra mí, que soy dios, y de sus libaciones me excluye y en sus oraciones

ninguna mención de mí hace. Por lo cual me mostraré ante él nacido de dios y ante todos los tebanos.

Y a otra tierra, arreglado lo de aquí, dirigiré mi pie, después de haberme

mostrado. Y si la ciudad de Tebas, iracunda, traer por las armas a las bacantes desde el

monte intenta, me juntaré a las Ménades para ser su general.

 

“Sátiros y Bacantes danzando”

 

 

PENTEO, HIJO DE ÁGAVE, NO PRESTA CULTO A DIONISO, LO QUE TAMBIÉN LE CONVIERTE EN OBJETO DE LA IRA DEL DIOS.

 

OVIDIO, METAMORFOSIS.

 

Penteo y Baco (I)

Conocida la cosa, una merecida fama al adivino por las acaidas

ciudades aportó, y el nombre era del augur ingente;

le desdeñó el Equiónida, aun así, a él, de todos el único,

despreciador de los altísimos, Penteo, y de las présagas palabras

515se ríe del viejo y sus tinieblas y la calamidad de su luz arrancada

le imputa. Él, moviendo sus blanqueantes sienes de canas:

“Qué feliz serías si tú también de la luz esta

huérfano”, dice, “quedaras, y los báquicos sacrificios no vieras.

Pues un día llegará, que no lejos auguro que está,

520en el que nuevo aquí venga, prole de Sémele, Líber,

al cual, si no de sus templos hubieres dignado con el honor,

por mil lugares destrozado te esparcirás y de sangre las espesuras

mancharás, y a la madre tuya, y de tu madre a las hermanas.

Ocurrirá, puesto que no dignarás al numen con su honor,

525y de que yo, en estas tinieblas, demasiado he visto te quejarás.”

 

 

 “Penteo atacado por las Bacantes”. Tapa de píxide ática de figuras rojas, del pintor Meidias,, 410  a.C. Londres Museo Británico E 775

 

 

 

DIONISO INSUFLA A LAS MUJERES DE TEBAS EL FRENESÍ BÁQUICO.

 

EURÍPIDES, LAS BACANTES.

 

PENTEO

 

Y las que faltan las cazaré en los montes,

Ino y Agave, la que me dio a luz de Equión,

y la madre de Acteón. Autónoe digo.

Las encerraré en redes de hierro

y las haré dejar en seguida este criminal rito

[…]

MENSAJERO

He visto a las bacantes venerables, que fuera de esta tierra

su blanco cuerpo con aguijones empujaron,

y vengo a decírtelo y a servir a la ciudad, rey,

pues hacen cosas horribles y mejores que milagros.

Quiero oírte si con libre palabra te

contaré lo de allá o si mis razones he de revestir.

Porque temo la prontitud de tu ánimo, rey,

y lo violento y lo demasiado regio.

[…]

Rebaños de terneros hace poco en las rocas

llevaba a las alturas, cuando el sol

arroja sus rayos y calienta la tierra.

Veo tres comitivas de coros de mujeres,

de los cuales mandaba una Autónoe, el segundo

Agave, tu madre, y el tercer coro Ino.

Todas dormían abandonadamente,

unas apoyando su espalda en el follaje de un abeto,

otras en hojas de encina sobre el suelo su cabeza

en sabio abandono dejando, no como tú dices,

ebrias de vino y del ruido de la flauta de loto,

enloquecidas y persiguiendo a Venus en la selva.

Tu madre dio un grito, en pie

en medio de las bacantes, para que sacudieran el sueño,

cuando oyó los mugidos de las cornudas vacas.

Y ellas expulsaron de sus ojos el profundo sueño

y saltaron en pie, maravilla de orden,

jóvenes, viejas y doncellas intactas.

Y primero dejaron caer sobre sus hombros las cabelleras

y las pieles de cabrito componían cuantas de sus broches se habían soltado, y las

moteadas pieles se las ceñían con serpientes que les lamían la mejilla. Y en sus brazos

cabras monteses o lobeznos salvajes teniendo, les daban blanca leche cuantas recién

pandas tenían aún el pecho rebosante por haber dejado a sus niños, y se ponían coronas

de yedra y de encina y de tejo florido. Una cogió el tirso y golpeó en la roca de donde

salta agua de rocío, otra tiró su vara al suelo y por allí envió el dios una fuente de vino.

Las que tenían deseo de la blanca bebida arañaban la tierra con sus dedos y tenían

arroyos de leche, y de los tirsos de yedra escurrían dulces chorros de miel.

 

Cara A: “Dioniso sentado entre Bacantes y Sátiros”. Cara B: “Bacantes despedazando a Penteo”. Copa ática de figuras rojas 480 a.C. Toronto, Colección  E. Borowski

 

 

 

PENTEO DECIDE IR A ESPIAR A LAS BACANTES.

 

EURÍPIDES, LAS BACANTES:

 

MUJERES:

El hombre está en la red, irá hacia las bacantes,

donde pagará con la muerte lo que debe.

Dioniso, tuyo es ahora el trabajo, no irá más allá y le castigaremos.

Sácale primero de sus cabales e inspírale la rabia ligera,

pues mientras discurra bien, no querrá ponerse un vestido de mujer,

mas empujado fuera de su cordura, se lo vestirá. Necesito que él haga reír a los tebanos

cuando le lleve vestido de mujer por medio de la ciudad, después de las amenazas

anteriores, con las que era temible. Pero voy, el adorno que para el infierno toma, donde

irá muerto a manos de su madre, a prender a Penteo. Conocerá a Dioniso, el hijo de

Zeus, que nació como un perfecto dios, terrible, aunque dulcísimo para los hombres.

 

 

 

 

“Penteo descubierto por las Bacantes” Pátera apula de figuras rojas, 370-360 a.C. Nápoles, Museo Nacional 82039

 

 

LAS BACANTES, INFLUENCIADAS POR DIONISO, CONFUNDEN A PENTEO CON UN ANIMAL SALVAJE, DANDOLE UNA MUERTE CRUENTA.

 

HIGINO FÁBULAS.

 

239 LOS QUE MATARON A SUS HIJOS

[…] Ágave, hija de Cadmo, a Penteo, hijo de Equión ; lo mató instigada por el padre Líber.

 

 

 “Ágave a punto de matar a su hijo” Crátera de cáliz apula de figuras rojas, 370-360 a.C. Ferrara, Museo Nacional 20482

 

 

EURÍPIDES, LAS BACANTES

 

MENSAJERO:

Después que los techos de esta tierra de Tebas dejamos, y hubimos pasado la corriente

del Asopo, pisábamos la ladera de Citerón

Penteo y yo —porque yo seguía a mi señor— y el extranjero que era el guía en nuestra

peregrinación. Primero llegamos a un valle herboso, sin hacer ruido con nuestros pasos

y silencio con nuestra lengua guardando, para poder ver sin ser vistos.

Era un rincón cerrado por peñascos, húmedo de fontanas, umbrío de pinos, donde las

Ménades estaban sentadas con las manos ocupadas en dulces labores. Unas su tirso, que

había perdido la yedra, volvían a coronar con ella, otras, como si fueran potros

desenganchados del yugo de colores,

cantaban alternando y se hacían eco con canciones báquicas.

El desgraciado Penteo, que no vio la turba femenil, dijo así: —Extranjero, desde donde

estamos no alcanzo a ver a las Ménades como deseo; subido en una cuesta o en un

abeto de alto entronque vería mejor la ocupación nefanda de las Ménades—.

Y a partir de aquí ya todo lo del extranjero lo vi milagroso: cogió del abeto la rama más alta, a

llá en el cielo, y la trajo, abajo, hasta la negra tierra, y la dobló como un arco o una curvada

rueda, cuyo círculo ha sido trazado por el compás en redondo: así el árbol de la montaña

el extranjero lo atrajo con sus manos y lo dobló hacia el suelo, de un modo sobrehumano.

Colocó a Penteo en las ramas del abeto, y con sus manos fue soltando

hacia arriba el tronco recto poco a poco, con cuidado para que no le despidiera. Y

derecho quedó hacia el alto cielo llevando en su altura sentado a mi señor. Más bien fue

visto que vio a las Ménades; apenas pudo distinguírsele sentado arriba, cuando ya el

extranjero no era visible, y desde el cielo una voz, según puede creerse, Dioniso, gritó:

—Muchachas, os traigo al que de nosotros, de mí y de mis orgías se ríe; mas castigadle—.

Y según decía esto, en el cielo y en la tierra se fijó la luz de un fuego sagrado. Quedó

en silencio el cielo, y el silencio dominó las praderas del valle y el follaje, y de los

animales no se oía ni un grito.

Ellas, que en sus oídos la voz no habían percibido con claridad, se pusieron en pie y

buscaban con los ojos.

Y él repitió la orden, y cuando conocieron claramente la orden de Baco las hijas de

Cadmo, se precipitaron no menos ligeras que palomas, en carreras acordes con sus pies,

su madre Agave con sus hermanas y todas las bacantes, y por la torrentera del valle y

los precipicios saltaban, enloquecidas con la inspiración del dios.

Cuando vieron a mi señor subido en el abeto, primero piedras violentamente le

arrojaban, subidas a una roca como una torre, y le disparaban sus varas de abeto; otras

le echaban los tirsos por el aire a Penteo, blanco desgraciado, mas no le llegaban.

Situado en mayor altura que la del deseo de ellas estaba el desgraciado, lleno de apuro.

Por fin, manejando ramas de encina arrancaban las raíces con palancas sin hierro. Mas

como no llegaban al fin de sus esfuerzos, dijo Agave: —Ea, puestas en círculo coged este arbolito.

Ménades, para que alcancemos a la fiera que ha trepado y no pueda publicar las danzas secretas del dios—.

Y ellas infinitas manos aplicaron al abeto y lo arrancaron de la tierra.

Saltó desde arriba y desde arriba hacia el suelo cae dando infinitos alaridos Penteo,

porque ya cerca de su desgracia se dio cuenta. Su madre la primera comenzó como una sacerdotisa el sacrificio, y cayó sobre él.

Él el gorro de su cabellera arrancó para que le conociese y no le matase, al infeliz, Agave, y dice, la mejilla tocándola:

—Yo, madre mía, soy tu hijo Penteo, el que pariste en la casa de Equión; compadéceme, madre, y por mis faltas no mates a tu hijo—.

Ella, echando espuma y estrábicas sus iris girando, sin cuidar lo que debía cuidar, dominada

por su Baco, no le hizo caso. Agarró con sus brazos la mano izquierda,

y poniendo el pie en el costado del infeliz, le arrancó el hombro, no por su fuerza,

sino por facultad que el dios concedió a sus manos.

Ino por otra parte consiguió desgarrar sus carnes, y Autónoe y toda la turba de las

bacantes se echó encima, y todo con griterío, él gimiendo mientras pudo tener aliento,

ellas gritando victoria. Y una se llevaba un brazo, otra un pie con la misma bota,

y fueron desnudados sus costados a tirones, y todas tenían ensangrentadas las manos,

y jugaban a la pelota con la carne de Penteo.

El cuerpo yace esparcido, parte al pie de las ásperas rocas, parte entre el follaje leñoso de la selva,

no es fácil de buscar. Y la infeliz cabeza precisamente su madre en las manos, clavada en el extremo del tirso,

como de un león montañés, la lleva a través del Citerón, después de dejar a sus hermanas en los coros de Ménades.

Camina orgullosa de su malaventurada presa hacia esta ciudad, invocando a Baco su compañero de caza,

su colaborador en el triunfo que la reportará lágrimas.

Yo, lejos de esta desgracia me voy, antes de que Agave llegue a esta casa.

Ser prudente y respetar las cosas divinas es lo mejor; creo es la más prudente cosa de  que se pueden servir los mortales.

 

 

 

“Ágave e Ino atacando a Penteo”, píxide ática de figura roja, 440-430 a.C. París, Louvre, G 445

 

 

OVIDIO, METAMORFOSÍS

 

Del monte casi en la mitad hay, con espesuras los extremos ciñendo,

puro de árboles, visible de todas partes, un llano:

710Aquí a él, que con ojos profanos contemplaba los sacrificios,

la primera vio, la primera arrojóse con insana carrera,

la primera al Penteo suyo violentó arrojándole su tirso

su madre y: “Oh, gemelas hermanas”, clamó, “acudid.

Ese jabalí que en nuestros campos vaga, inmenso,

715ese jabalí yo de herir he.” Se lanza toda contra uno solo

la multitud enfurecida, todas se unen y tembloroso le persiguen,

ya tembloroso, ya palabras menos violentas diciendo,

ya a sí condenándose, ya que él había pecado confesando.

Herido él, aun así: “Préstame ayuda, tía”, dijo,

720“Autónoe. Muevan tus ánimos de Acteón las sombras.”

Ella qué Acteón no sabe y la diestra del que suplicaba

arrancó, de Ino lacerada fue la otra por el rapto.

No tiene, infeliz, qué brazos a su madre tender,

sino truncas mostrando las heridas de los arrebatados miembros:

725“Contémplame, madre”, dice. A aquello que vio aulló Ágave

y su cuello agitó y movió por los aires su melena,

y arrancándole la cabeza, a ella abrazada con dedos cruentos

clama: “Io, compañeras, esta obra la victoria nuestra es.”

No más rápido unas frondas, por el frío del otoño tocadas,

730y ya mal sujetas, las arrebata de su alto árbol el viento,

que fueron los miembros del hombre por manos nefandas despedazados.

Con tales ejemplos advertidas los nuevos sacrificios frecuentan

e inciensos dan y honran las Isménides las santas aras.

 

 

 

Penteo muere a manos de las Bacantes”, hidria ática de figura roja, 500 a.C. Berlín, Museo de Antigüedades 1966. 18

 

 

LA VENGANZA SE CONSUMA: ÁGAVE DESCUBRE QUE HA DADO MUERTE A SU PROPIO HIJO.

 

EURÍPIDES, LAS BACANTES:

 

AGAVE

Padre, orgulloso puedes estar de que has engendrado unas hijas las mejores con mucho

entre los mortales. De todas lo digo, mas sobre todo de mí, que dejé las lanzaderas junto

al telar y he llegado a mayor cosa, a cazar con mis manos. Traigo en mis brazos, como

ves, estas primicias que he ganado, para que delante de tu casa sean colgadas: tómalas,

padre, en tus manos. Orgulloso con mi pieza invita a tus amigos a un banquete, porque

eres bienaventurado, bienaventurado, de que nosotras hayamos hecho esto.

 

  

 

 

“Ágave portando la cabeza de Penteo”, escifo campano de figuras rojas, del pintor del tablero de ajedrez, 410-380 a.C. Boston MFA 03.824

 

 

CADMO

Pena inconmensurable e imposible de ver,

muerte con desgraciadas manos dada.

Después de hacer un hermoso sacrificio a las divinidades

nos invitas a un banquete a mí y a los tebanos.

¡Ay, ay, primero por tus males, luego por los míos!

¡Qué justamente el dios, pero con qué exceso,

el rey Bromio nos ha castigado, siendo nuestro pariente!

AGAVE

¡Qué torpe es la vejez de los hombres

y qué tímida de vista! Ojalá que mi hijo

hubiese sido buen cazador, comparable a su madre

cuando entre las jóvenes tebanas

sobre las fieras se lanza. Pero de oponerse a los dioses sólo

es él capaz. Tú has de cuidarte de él padre. ¿Quién querría llamarle a mi presencia, para

que me vea feliz?

CADMO

¡Ay, ay! Cuando comprendáis lo que habéis hecho sufriréis con dolor horrible, y si por

siempre seguís como estáis ahora vuestra desgracia no parecerá desgracia.

AGAVE

¿Qué no está bien de esto, o qué está mal?

CADMO

Primero levanta tu mirada hacia allá, hacia el cielo.

AGAVE

Ya está: ¿qué dices que tengo que ver?

CADMO

¿Te parece el mismo o que está cambiado?

AGAVE

Más brillante que antes y más abierto al día.

CADMO

¿El frenesí está todavía en tu alma?

AGAVE

No conozco esta palabra, estoy de nuevo tranquila

y fuera de la locura de antes.

CADMO

¿Puedes oír bien y responder con fijeza?

AGAVE

Como que me he olvidado de cuanto he dicho antes, padre.

CADMO

¿A qué casa fuiste después de tu boda?

AGAVE

Me entregaste a Equión, nacido de la tierra, según dicen.

CADMO

¿Y qué hijo te nació en tu casa de tu marido?

AGAVE

Penteo, en mezcla mía y de su padre.

CADMO

¿Y de quién tienes el rostro entre tus brazos?

 

 

  

“Ágave, espada en mano, portando la cabeza de Penteo”. Fragmento de copa ateniense de figuras rojas. 430-425 a. C. Rome, Mus. Naz. Etrusco di Villa Giulia: 2268

 

 

AGAVE

De un león, como decían las cazadoras.

CADMO

Míralo bien, que leve trabajo es mirar.

AGAVE

¿Cómo? ¿Qué miro? ¿Cómo llevo esto en las manos?

CADMO

Míralo y date cuenta mejor.

AGAVE

Veo el mayor de los dolores, infeliz de mí.

CADMO

¿Acaso te parece semejante a un león?

AGAVE

¡No! Tengo, infeliz de mí, la cabeza de Penteo.

CADMO

Manchada de sangre antes de que tú la conocieras.

AGAVE

¿Quién le ha matado? ¿Cómo ha llegado a mis manos?

CADMO

Desgraciada verdad, que llegas en mal tiempo.

AGAVE

Dime, que por lo siguiente palpita mi corazón.

CADMO

Tú le mataste y tus hermanas.

AGAVE

¿Dónde murió? ¿En casa? ¿O en qué sitio?

CADMO

Donde antes los perros se repartieron a Acteón.

38

AGAVE

¿Y por qué fue al Citerón este desgraciado?

CADMO

Porque ofendiendo al dios fue a ver vuestros misterios.

AGAVE

¿Y nosotras allá de qué modo nos fuimos?

CADMO

Estabais locas, y toda la ciudad inspirada por Baco.

AGAVE

Dioniso nos ha perdido, ahora lo veo.

CADMO

Furioso con vosotros, porque no le creíais dios.

AGAVE

¿Y el cuerpo querido de mi hijo dónde, padre?

CADMO

Yo después de buscarlo con trabajo, lo traigo.

AGAVE

¿Qué todo está encajado en sus coyunturas?

CADMO

.......................................................................................

AGAVE

¿Y qué parte de mi insensatez le tocaba a Penteo?

CADMO

Era semejante a vosotras y no le veneraba como dios.

Y así, os juntó a todos en un mismo castigo,

a vosotras y a él, y perdió la casa

y a mí, que después de no tener hijos varones,

de tu vientre, ¡oh desgraciada!, este retoño

muerto le veo de manera vergonzosa y cruel;

a él miraba mi casa, pues sostenías, ¡oh hijo!,

mi techo tú, nacido de mi hija,

y eras terror en la ciudad, que al viejo

nadie osaba faltar viéndote

a ti, pues le llegaba un castigo digno.

Ahora de la casa me echarán sin honor,

a mí, el gran Cadmo, el que la raza de los tebanos

sembré y coseché hermosa siega,

¡Oh tú, el más querido de los hombres, aunque ya no existes,

te contaré entre los más queridos, hijo mío!

Ya nunca tocarás con tu mano la barba

del padre de tu madre gritando abrazado, hijo mío,

y diciendo: «¿Quién te falta, quién no te honra, abuelo?

¿Quién, el miserable, alborota tu corazón,

dime, para que castigue al que te falte, padre mío?»

Ahora miserable soy yo, desgraciado tú,

lamentable tu madre, desgraciados tus parientes.

Si hay alguien que desprecie a los demonios,

que mire la muerte de éste y los tenga por dioses.

 

 

Bibliografía

 

Eurípides, Las Bacantes, versión online.

Ovidio, Metamorfosis, versión online.

Higinio, Fábulas, Clásicas, 1997, Madrid.

Apolodoro, Biblioteca Mitológica, Alianza, 1999, Madrid.