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El catolicismo español actual se enfrenta a
un reto que marca su pasado reciente y determina su futuro: adaptar en
muy pocos años lo que era una opción exclusiva en una mayoritaria
y adecuar un marco de privilegio a un marco tendente a la igualdad.
En una religión oficial de un estado confesional,
como lo era antes de 1978 el catolicismo español, el sacerdote o
el religioso se convierte en cierto sentido en un representante más
del aparato estatal, en un burócrata cuyo cometido es unificar conciencias,
delimitar las reglas morales, construir las identidades por medio de grandes
símbolos, en este caso de índole religiosa, pero también
en ocasiones no desdeñando realizar una labor de vigilancia frente
a quienes pudiesen enfrentar el monopolio. En este punto los testimonios
que se narran desde las opciones minoritarias (en especial desde las evangélicas
y cristianas independientes) inciden en muchos casos en ese empeño
por parte de párrocos y capellanes, en los años previos a
1967 (y de forma más esporádica después) por impedir
la acción proselitista y por poner trabas a las conversiones desde
el catolicismo hacia otras religiones. Esta acción de fuerza, que
se permitía utilizar los mecanismos represivos del estado a la menor
sospecha, configuró un perfil de actuación que se aviene
mal a la convivencia en ámbitos de libertad religiosa. Aunque a
partir de cierto momento no se pudiese actuar de modo represivo explícito,
ha perdurado durante mucho tiempo una actuación de baja intensidad,
que utilizó las palabras como armas, prodigando la denominación
de sectas para rebajar a los grupos que pudiesen resultar competitivos.
Por ejemplo, las prevenciones contra testigos de Jehová, adventistas
o mormones fueron sistemáticas y las religiones orientales y más
recientemente los grupos de carácter new age o que vehiculan espiritualidades
alternativas han sido también objetos predilectos de sospecha. Una
posición de este tipo en el campo religioso, tan fuerte, resulta
difícil de cambiar de modo completo y las actitudes monopolísticas,
por parte de ciertos miembros de un clero envejecido, se adaptan con dificultad
a los nuevos tiempos ya que nadie los preparó para enfrentar la
competencia. Este análisis, que sigue los presupuestos de los modelos
de análisis económico de la religión, aunque tiene
una parte de caricatura, no deja de mostrar las dificultades para renunciar
a la confortabilidad del privilegio que no sería diferente que la
que tuviese una empresa monopolística que de repente fuera sometida
a los marcos del libre mercado, y se tuviese que enfrentar con otras opciones
que siguiesen parámetros de actuación más dinámicos.
El conflicto de intereses sería claro aunque menor que en el campo
económico ya que las religiones se rigen por entramados morales
que tienden a minimizar los enfrentamientos mientras no haya una fuerte
exigencia externa (como la que se produce por parte del estado en el caso
de religiones oficiales).
Se combinan por tanto las tendencias hacia el mantenimiento
de privilegios y la invisibilización de las opciones minoritarias
con las que justamente potencian los efectos contrarios en forma de iniciativas
de diálogo interreligioso y de acciones de carácter cooperativo
entre religiones. Sin duda la perspectiva de futuro parece alinearse con
el segundo marco, pero hay que tener en cuenta un elemento importante y
generalmente olvidado: la voz de la segunda mayoría en España,
quienes no tienen religión o no se interesan por los temas religiosos.
Con ellos los puentes de diálogo no suelen existir por parte de
las religiones y en particular del catolicismo, de ahí que las acciones
cooperativas o cuando menos de interacción e interlocución
sean escasas promoviendo a la postre un cierto conflicto larvado.
Recapitulando, la tendencia principal esperable en
el futuro en España será la multiplicación de la pluralidad.
Pero también resultará más evidente la parte de lo
católico, que no se entenderá como ingrediente casi evanescente
de lo acostumbrado, sino como un empeño que identifica un modelo
de acción religiosa comparable a cualquiera de la de los demás
en una perspectiva del asunto cada vez más globalizada y comprendida
más allá de los marcos de lo nacional.
Mirar al catolicismo con los mismos ojos que a las
demás propuestas religiosas conlleva sin duda evidenciar en mayor
medida la importancia de la acción social y de la legitimación
social de lo católico, pero también potenciar tanto su comparabilidad
como sus componentes diferenciales que pueden quedar resaltados por una
parte pero también juzgados como obsoletos en mayor medida que hasta
ahora.
El modelo jerarquizado católico, en el que
las comunidades de fieles tienen una implicación mínima en
la toma de decisiones, resalta frente a la práctica común
entre otros grupos cristianos. La tendencia a una mayor implicación
de los fieles se une a una desburocratización de la acción
clerical y al surgimiento de figuras carismáticas católicas
que proponen caminos alejados de los estándares y que en la actualidad
pueden parecen excepciones pero tenderán a aumentar.
El padre Jony (Joan Enric Reverté) en un programa
de televisión y portada de su libro Notas de un cura rockero
Pero sobre todo este entramado un hecho evidencia la
necesidad de cambio: la falta de vocaciones y el envejecimiento clerical,
con una edad media de los sacerdotes en España rondando los 60 años
y rozando la edad de jubilación, que exige poner en juego recursos
creativos. Sin duda la llegada de sacerdotes de otros lugares puede paliar
en parte la situación, pero no deja de evidenciar una cierta debilidad
del catolicismo español. En otros modelos cristianos los sacerdotes
están casados, y no solo se trata de una novedad de los grupos surgidos
de la Reforma, sino que en la ortodoxia y en el cristianismo oriental también
es práctica común. Justamente el catolicismo es el que se
presenta como la anomalía, como la innovación, máxime
cuando es bien conocido que el celibato fue voluntario entre los primeros
cristianos y si bien Jesús era célibe, no así el tenido
por primer papa, San Pedro. Aunque las exigencias de renuncia a la vida
marital en su faceta sexual se plantea ya en el Concilio de Elvira, no
es obligación ineludible hasta el siglo XI, más tiempo por
tanto sin celibato obligatorio que con él en la iglesia de Occidente.
Una de las mayores sangrías que se ha producido en el clero español
ha provenido justamente de la renuncia al celibato. Hay más de cinco
millares de sacerdotes secularizados casados en España que plantean
un reto, pues muchos de ellos estarían dispuestos a volver a tomar
a su cargo parroquias pues no han perdido su vocación religiosa
sino que no estiman el celibato como un requisito vital aceptable. Denuncian
además una situación de discriminación poco comprensible
en el hecho de que lo que a ellos se les niega se les permite a curas casados
católicos que provienen del anglicanismo, de otras iglesias evangélicas
o de iglesias ortodoxas y orientales o que siguen ciertos ritos católicos
no latinos (greco-católicos y derivados); los ejemplos en España
empiezan a ser relevantes. Muchos analistas estiman que el tabú
del celibato sacerdotal católico se relajará en un futuro
no muy alejado.
Otro reto destacado tiene que ver con el papel de
las mujeres en el catolicismo. Las teólogas feministas católicas
españolas son numerosas y plantean un discurso que no deja de resultar
influyente en algunos ámbitos eclesiales y que está en consonancia
con el empoderamiento de las mujeres en multitud de ámbitos sociales.
La comparación con las iglesias evangélicas y en particular
con la comunión anglicana donde el papel de las mujeres pastoras
y obispas es cada vez más destacado evidencia un camino de futuro,
aunque paradójicamente el papel de liderazgo de las mujeres esté
llevando a que sacerdotes e incluso obispos anglicanos y episcopalianos
estén pasándose al catolicismo para marcar su rechazo ante
este proceso (y hay que tener en cuenta que un obispo anglicano, si está
casado, al pasar al catolicismo queda como simple sacerdote perdiendo su
categoría episcopal).
Tanto la apuesta por el sacerdocio femenino, como
por el final del celibato sacerdotal o por la elección de obispos
por sus comunidades suele marcar el programa de los teólogos y teólogas
católicos disidentes, y aunque en algunos casos sus voces resulten
bastante silenciadas, es posible que cobren más fuerza en el futuro.
Estiman que el Concilio Vaticano II dejó temas claves sin desarrollar
adecuadamente y apuestan incluso por un nuevo concilio que adelante posiciones
en estos asuntos o en aspectos como el del desarrollo efectivo (y no solo
en el mundo de los deseos bien intencionados pero sin eficacia real) del
ecumenismo y los avances en el diálogo interreligioso sin que la
posición de los participantes católicos tenga que ser la
de mayor preeminencia. Algunos intentos de crear foros católicos
de pensamiento abierto a las miradas alternativas, como el que caracterizó
hasta su desaparición al Instituto Fe y Secularidad resultaron muy
interesantes, también en el tema del diálogo interreligioso.
Intervención de Raimon Panikkar
en 2002 en el XXVI foro sobre el hecho religioso dedicado a "Los problemas del diálogo interreligioso" organizado por el Instituto Fe y Secularidad en Madrid, a su lado Antonio Blanch Xiró |
Otro asunto que se evidencia en menor medida por no tener tantas connotaciones políticas como el diálogo interreligioso formal tiene que ver con la apuesta de algunos colectivos por la potenciación de técnicas de introspección y meditación, que fueron tan habituales en el catolicismo en el pasado medieval y barroco, pero que quizá se descuidaron con el impacto de las agendas modernas sobre la religión. Un fuerte reto por el carácter mestizo de sus propuestas lo marcan los grupos que lanzan su mirada hacia las técnicas de meditación oriental y las aplican en su práctica que puede tender a una progresiva descristianización y a la asunción de los presupuestos surgidos en otros contextos religiosos. Un buen ejemplo lo ofrecen las versiones del zen cristiano desbudistizado (en mayor o menor medida) que han florecido en España. Uno de ellos es el zendo Betania que lidera Ana María Schlüter que desde 1976, en que se produjo la primera visita a España de su maestro, el jesuita Hugo Enomiya-Lasalle, ha apostado por el desarrollo de una convergencia de zen y fe cristiana (como expone en su libro Zendo Betania, Bilbao, 2016) donde, por ejemplo, preside la sala una cruz. En Barcelona destaca el grupo de meditación que lidera la monja filipense Berta Meneses y que se reúne en la Casa de Espiritualidad San Felipe Neri, perteneciente a esa orden católica y con una gran vocación de diálogo más allá de los límites del propio catolicismo que se evidencia hasta en los lugares de culto que utilizan que están diseñados para de modo muy fácil el altar católico se tape cuando se desarrollen ceremonias que exijan otra simbología o la ausencia de cualquier referente religioso.
Ambas, Schlüter y Meneses, son también maestras zen pertenecientes a la escuela japonesa Sambo Kyodan (aunque presente Zendo Betania un desarrollo plenamente independiente). Bilingüismo religioso en palabras que pronunció Schlüter en Barcelona en 2004 en el IV Parlamento de las Religiones del Mundo que se desarrolló en la capital catalana. Entronca con las nuevas formas de espiritualidad que evidencian una senda de hibridación que no se puede desdeñar como fuerte tendencia en el siglo que comienza marcado por la convergencia global no solo económica.
En efecto un gran reto de futuro consiste en potenciar
una mirada conformada desde la perspectiva de un mundo globalizado en el
que toda religión es susceptible de entremezclar en sus perspectivas
lo local y lo global y que exige por tanto una redimensión de los
parámetros de posicionamiento. El final de las religiones oficiales
y los modelos confesionales, fuerte tendencia a nivel global, abrirá
muchos países a la acción del catolicismo, y en el caso español
el Magreb se perfila como una senda en vías de apertura. Pero no
se trata de un camino de un solo sentido y en ese aspecto las transformaciones
producidas en el catolicismo español, desde el modelo nacionalcatólico
al actual resultan por una parte ejemplificadoras de lo que puede deparar
el futuro en esos países y por otra hitos del camino que queda por
recorrer en España en la vía de mitigar privilegios y discriminaciones.
Camino de ida y vuelta puesto que el islam se convierte en una opción
deseable para no pocos antiguos católicos. Resulta por tanto una
fuerte perspectiva de futuro el aumento de la acción cooperativa
entre religiones y no solo entre el Estado y cada religión de modo
independiente, asunto que potenciará la conformación de un
campo religioso en España basado en el compartir más que
en el competir.
La Iglesia católica comparte espacios de modo
sistemático con otras confesiones desde hace tiempo, principalmente
para el servicio de turistas y, como consecuencia del impacto de los movimientos
migratorios, también para el servicio de inmigrantes, entre los
que los rumanos son el colectivo más numeroso.
Dos aspectos de la cesión católica de espacios de culto, caso de la Iglesia de la Merced en Calpe 1) Culto católico en lengua alemana para turistas
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Parroquia Ortodoxa Rumana de Tenerife ubicada en la ermita
vieja de San Sebastián, en Adeje, cedida por la iglesia católica
Se trata de una cooperación que se vincula con
la extranjería y que extranjeriza el proceso y apuesta por la ecuación
obsoleta catolicismo-españolidad. Además no se suele compartir
ni cooperar con opciones religiosas que tengan al español como su
lengua vehicular, que incidan en la conversión, que resulten competitivas.
Este modelo en última instancia imagina el mundo como un choque
de religiones y probablemente no sea el que tenga unas perspectivas de
futuro más halagüeñas, incluso por razones de mera índole
operativa. En esta forma de enfocar el asunto la pérdida de un espacio
de culto se convierte en un signo de debilidad y por tanto se intenta que
no ocurra. Pero en ocasiones, en particular en ciudades con un fuerte patrimonio
histórico-artístico católico, la implantación
de lugares de culto en ocasiones está sobredimensionada y se requiere
un esfuerzo grande para mantenerla. En general en España hay un
exceso de parroquias y probablemente, como ya ha ocurrido en muchos casos
en el pasado se siga produciendo la cesión de antiguos espacios
de uso cultual para uso cultural o de otro tipo.
Pero probablemente, como ha ocurrido con algunas iglesias
en países del norte de Europa, se produzca también una cesión
para otras opciones religiosas que lo necesiten. No es una perspectiva
que se suela tener en cuenta en la actualidad pero las particularidades
de la historia española ha cargado la geografía de no pocas
iglesias que están construidas sobre antiguas mezquitas y que están
por tanto muchas de ellas correctamente enquibladas. Ante las necesidades
de espacios para la creciente comunidad musulmana española algunas
de estas iglesias que tengan un uso católico muy escaso y que pueda
trasladarse sin problemas a alguna otra iglesia cercana podrían
satisfacer plenamente, sin necesidad de tener que ceder nuevo espacio público
o emprender nuevas construcciones, a estos colectivos de nuevos musulmanes
españoles. Evidenciarían la acción cooperativa marcando
un camino simbólico de valor muy notable respecto de nuestros vecinos
meridionales y probablemente racionalizasen la sobredimensión de
parroquias y del patrimonio religioso católico en España.
Alcalá de Henares, cedida a la iglesia ortodoxa rumana |