RELIGIÓN, PODER POLÍTICO Y PROPAGANDA: REFLEXIONES TEÓRICAS Y METODOLÓGICAS
Copyright: F. Diez de Velasco en F. Marco, F. Pina, J. Remesal, eds. Religión y propaganda política en el mundo romano, Barcelona, 2002, 13-24

Key words: religion and propaganda, political power and religion, theory and methodology in the study of religion, political systems and religious control.


Aunque tendemos a analizarlo según unos parámetros semejantes en todas las sociedades humanas, el trinomio religión, poder político y propaganda presenta notables diferencias a lo largo del tiempo. Los valores estructurales de la religión no son los mismos (y no exclusivamente las circunstancias históricas) y a reflexionar desde un punto de vista teórico y sintético sobre este problema se dedicarán las páginas siguientes.
Para ello hay que revisar algunos modelos de encarar la relación religión-poder político[1] (que determinan las características de la propaganda que el poder genera[2]), y el presente (que conforma nuestros modos y modelos de pensar) es referente fundamental a la hora de clarificar algunos problemas importantes desde el punto de vista teórico y metodológico.
1) Religión y poder político en la modernidad: pensando ámbitos separados

Uno de los grandes fantasmas de la modernidad es justamente la combinación de religión y poder político. Deudores como somos del pensamiento moderno tenemos la costumbre (y la necesidad) de pensar la religión como un producto de la individualidad, de encerrarla en un reino alejado de esa arena de lo social cuyo exponente principal es lo político (con todas las estratagemas de convicción que conforman la propaganda).

Las primeras revoluciones que inauguran la era moderna (que convierten las ideas en normas y se apropian del poder político) se basan en el concepto de separación de Iglesia y Estado, en una terminología adecuada para las religiones de norteamericanos y franceses[3]: los cristianismos en sus diferentes formas. Hoy, en nuestro mundo global, tendríamos que hablar de separación de religión y estado, o mejor, de religión y poder político, un anhelo que los fundamentalismos con su insistencia contraria han replanteado y convertido en asunto bien presente (pensemos en Afganistán, Sudán, Irán pero también en los grupos ortodoxos judíos o los cristianismos literalistas)[4]. Desde la Primera Enmienda a la Constitución Americana, de 1789, que determinó que ninguna religión pudiese ser oficial en los Estados Unidos (establishment clause[5]), la construcción de un marco de convivencia neutral y plural requiere que el poder político y la religión estén apartados y su convergencia, aunque sea puntual y esporádica, nos resulta incómoda. En mayor medida quizá en tanto que españoles que, tras el brote del nacionalcatolicismo, hemos tenido que esperar a la constitución de 1978 para ver reflejado en su artículo 16.3 la no confesionalidad del Estado, la separación clara (y refrendada por las leyes) de política y religión[6]. Usar la religión en la propaganda que se realiza desde las instancias del poder resulta ilegítimo y se percibe como una práctica inconveniente, incluso su empleo en las contiendas electorales[7].

Armados con este bagaje, nuestro primer a priori metodológico consiste en sospechar de todo ritual político-religioso, de toda injerencia de lo religioso en lo político, de toda propaganda oficial que se fundamente en la religión, de toda teocracia o hierocracia[8]. Y por tanto resulta también difícil no dirigir esta ideología de la sospecha hacia el pasado, deseando en cierto modo que hubiera sido diferente, buscando el valor probativo de los peores ejemplos de subordinación de lo político a lo religioso o de lo religioso a lo político, los más alienantes usos de la propaganda en combinación con la religión.

Pensar el pasado (o lo diferente) desde los valores del presente (y lo propio), aunque inevitable en alguna o en gran medida (es una de las lecciones del pensamiento postmoderno), no es una prisión sin escapatoria (de ahí la necesidad de superación de un cierto relativismo postmoderno). La mirada al pasado en lo que respecta al tema que nos interesa, poder político-religión (y propaganda), ha de intentarse desde unos presupuestos de neutralidad que excluyan convertir en arma de combate antirreligioso cualquier tema que se trate, como por ejemplo hizo la escuela soviética de historia de las religiones[9].

Si bien queremos pensar religión y poder político como ámbitos separados, en su plasmación en la historia se han entremezclado de modos y en grados muy diferentes (y por tanto los valores de la propaganda emanada del poder han sido distintos así como su impacto). En síntesis pueden desentrañarse dos grandes extremos entre los que se gradúan las diferentes sociedades humanas: el modelo piramidal y el horizontal. En el piramidal, la sociedad tiende a dotarse de un sistema de jerarquías que concentran los mecanismos de decisión en un grupo restringido (o un individuo) al que se dota de un poder máximo. En el horizontal la sociedad, aunque delegue ámbitos de decisión en alguno de sus miembros preeminentes, pone en juego una serie de mecanismos para controlar en mayor o menor grado el estatus de los gobernantes e impedir que se doten de los medios para soslayar la voluntad consensuada del grupo y configurar un modelo piramidal. La religión presenta valores diferentes en ambos modelos y los mecanismos de propaganda con los que cuenta el poder emplean los argumentos religiosos de modos distintos[10].

2) La religión al servicio del poder tiránico: los modelos piramidales

Los modelos piramidales tienen su desarrollo más acabado en las primeras civilizaciones (siendo quizá los ejemplos más notables los que ofrecen Egipto y China[11]), aunque se fueron constituyendo en muy diferentes grupos y sociedades que optaron por dotarse de liderazgos fuertes que hacían de la religión uno de los vehículos (y artimañas) del poder[12]. Pero serán las primeras civilizaciones las que generaron sistemas de concentración del poder político, económico e ideológico sin parangón en la historia de la humanidad y consolidaron formas religiosas de justificación de ese mecanismo de jerarquización piramidal, que en cierto modo, dado el carácter retardatario que posee la religión, han perdurado como modelos en épocas posteriores en mayor o menor grado o influencia (por ejemplo en el papado monárquico).

Dada la necesidad de concentración del poder político (y la toma de decisiones), por muy diversas razones (que varían en los detalles entre las diferentes zonas, pero que tienen que ver con la vertebración de territorios, recursos y su reparto y grupos humanos diversos) será el soberano el punto de referencia absoluto de la sociedad. Se le dota de una incontestabilidad que extrae de la religión uno de sus más poderosos ingredientes. Orden político y órden cósmico resultan indisociables y la estabilidad de ambos la mantiene el soberano. La propia naturaleza se politiza, se convierte por tanto en medio de propaganda: el sol que se levanta cada mañana, la lluvia que cae, el río que riega y fertiliza los campos, son manifestaciones de la bondadosa mediación del soberano. Imprescindible para el funcionamiento del complejo engranaje del mundo (cuyos mecanismos desentrañan los especialistas en lo sagrado, a la par encargados de legitimar y sublimar el poder tiránico), el estatus del soberano puede llegar a exceder cualquier comparación con cualquier otro ser humano. Se consolida una deshumanización del monarca, al que se otorgan orígenes divinos, o directamente se diviniza (con lo que sus decisiones resultan aún más incontestables porque emanan de lo sobrenatural). Aunque también cabe la posibilidad de que los que queden deshumanizados sean sus súbditos como ocurre en el modelo chino imperial en el que el verdadero hombre es el emperador, mediador entre el poder del Cielo y de la Tierra (siendo los demás menos que hombres en comparación con aquel).

El valor clave en el que converge todo el sistema es el soberano, su religión es la de sus súbditos, el territorio bajo su control el mundo civilizado al que protegen los dioses; fuera de éste acechan todos los peligros de la desidentificación, se genera una mística del territorio que resulta un arma de propaganda muy eficaz para impedir la huida de los descontentos; huida que se convierte en impensable por conllevar la pérdida de la identidad que ofrece el soberano y la tierra sobre la que domina (y que en el prosaico vivir de cada día conllevaría un desenraizamiento y una notable pérdida de la calidad de vida).

El súbdito queda fragilizado y privado de identidad y por supuesto de autonomía en un fascinante (y terrible) proceso de sumisión en el que la religión resultó un factor aglutinante clave: aunque la coerción física pero también el consenso común fueron elementos básicos, dada la estabilidad y eficacia que ofrecía este sistema, por ejemplo en la rápida toma de decisiones (pensemos en los complejos mecanismos de distribución de excedentes y la necesidad de mantener el equilibrio en casos de crisis).

En un sistema político de estas características cualquier acto público del soberano se convierte en propaganda y se carga de los valores simbólicos y aglutinantes del rito. El emperador chino es el que inaugura, tanto el año, como la siembra o la mayoría de las actividades, posee una presencia ritual ubicua por medio de sacerdotes-funcionarios en los que delega. Algo parecido ocurría con el rey egipcio (por lo menos en la teoría), sacerdote principal de todos los dioses de su reino de quien los sacerdotes específicos de cada templo son representantes. Política y religión resultan una misma cosa, la laboriosa ordenación y estabilización del mundo o mejor dicho la imaginaria creencia en lo anterior: nos hallamos pues ante una magistral lección de propaganda.

Enfrentando la prueba de la realidad, si bien en el nivel de lo ideológico, estas sociedades consiguieron generar un mecanismo muy notable de sublimación del poder tiránico, las revueltas, asesinatos de reyes (aún divinos) y épocas violentas se sucedieron, por lo que la eficacia propagandística del modelo no fue completa (aunque no se puede negar longevidad y estabilidad a estos sistemas políticos, el imperio chino desapareció en 1912 y el reino egipcio perduró durante tres milenios).

De hecho el propio sistema llegó a crear los medios de defensa frente a soberanos que pusieran en peligro el modelo y quizá el mejor ejemplo de este tipo de mecanismos de protección frente a la arbitrariedad indiscriminada del poder tiránico lo ofrezca el concepto confuciano de Mandato del Cielo (tian-ming). El soberano, para que su reinado se sustente en la armonía, ha de cultivar la virtud (y los reyes antiguos actúan como modelos ejemplares aunque resulten completamente imaginarios y por tanto aún más modélicos); caso de que se aparte de la virtud la revuelta contra el poder del soberano está justificada por razones de índole no sólo política sino también religiosa. El Cielo puede negar a un mal soberano su favor y ofrecerlo a un aspirante virtuoso (aunque en la prueba de lo real la virtud se sustentase en la fuerza de las armas). Así, en el modelo ideológico imperial chino atemperado por el pensamiento confuciano, la sociedad (que quedaría representada por los letrados, los que consensuarían esa entelequia imaginaria que resulta ser el Cielo) podría plantearse y justificar un relevo en el poder. Este ejemplo tiene el interés de ilustrar lo que en otras sociedades o en la china de épocas anteriores presentaba un menor grado de sistematización: las instituciones o prácticas de mitigación de las arbitrariedades inherentes al sistema. La adivinación, por ejemplo, podía cumplir el papel de minimizar el impacto de las decisiones de los gobernantes (hasta llegar a la casi completa anulación de las capacidades decisorias en reyes muy crédulos), pero también cabía la posibilidad contraria, la utilización por parte de soberanos especialmente hábiles de las capacidades de influir que les ofrecían las diferentes técnicas de adivinación (en detrimento y no a favor de los grupos sacerdotales y de adivinos oficiales). Se trata en todos los casos de instrumentos propagandísticos de notable relevancia a añadir a los muchos puestos a disposición de los soberanos para sustentar y justificar su poder en estos modelos piramidales.

3) Religión e identidad grupal: los modelos horizontales

Frente a las sociedades que han optado por dotarse de modelos piramidales, existen muchas otras que tienden a precaverse de la tendencia a la concentración del poder en una sola persona o un grupo muy reducido. Los valores identificatorios no radican en el soberano sino en el grupo y se potencian toda una serie de mecanismos de dispersión del poder y de mitigación de la tendencias a la desigualdad que llevan a que religión, política y propaganda nunca estén tan íntimamente relacionadas como en los modelos anteriores. De todos modos que existan tendencias horizontales no quiere decir que se trate de sociedades sin jerarquías o que sean sistemas igualitarios[13], pero prima la necesidad de un cierto consenso en la toma de decisiones, que se manifiesta en muchos casos en la instauración de ritos y ceremonias religiosas específicas. En cualquier caso hay que tener en cuenta que la variabilidad entre sociedades y en diferentes momentos dentro de una misma sociedad son notables.

En síntesis en este tipo de sociedades la religión cumple el valor fundamental de la identificación grupal, de sustentar una cohesión en torno a señas de identidad para las que la religión ofrece el cauce en símbolos y ritos específicos. El poder político se figura como una emanación de la comunidad y el poder religioso, en tanto que aspecto de lo comunitario, tiene un valor de autonomía relativa, lo que se suele materializar en el peso social y capacidad de decisión no consensuada poco notable de los grupos de especialistas en lo sagrado. La religión se imagina como una intermediación entre la comunidad humana y los dioses que la identifican e imaginariamente protegen, es el grupo el que importa, los que cumplen materialmente el rito poseen la relevancia que les otorga su posición de representación.

Una serie de prácticas de carácter religioso cumplen la función de dispersión del poder, de socialización de las decisiones. Los ritos de crítica (que potencian en ciertas circunstancias la burla contra los gobernantes o poderosos) o incluso de inversión (que generan una inversión temporal en el seno de la fiesta religiosa del estatus de los miembros del grupo), impensables en un sistema piramidal, cumplen una función simbólica importante. La socialización de las decisiones puede presentar cauces religiosos muy diferentes: la adivinación, que busca determinar imaginariamente la voluntad de los dioses (o los antepasados) puede resultar un complejo ritual en el que el grupo social es el que termina consensuando la interpretación (que resulta más aceptable para la comunidad). En otros casos serán los fantasmas los que presten su voz al descontento y los mecanismos para apaciguarlos han de decidirse en el seno de todo el grupo[14].

Frente a este tipo de rituales y prácticas nuestra formación de modernos nos suele engañar: lo que importa no es desentrañar la superchería del adivino, del que dice haber visto un fantasma o del especialista en lo religioso que por medio del rito impide un acto político (como si la finalidad de nuestras investigaciones fuese demostrar la falsedad de una religión específica o de cualquier religión de modo genérico), sino determinar el valor de control social que ilustran este tipo de actuaciones y su significado en el seno del sistema que se está analizando.

En lo que se refiere a los valores de la propaganda en relación con la religión y el poder político, en estos sistemas horizontales el peso principal recae en los ritos y símbolos que identifican al grupo y lo cohesionan. Los ritos de solidaridad, que incluyen algún tipo de reparto son fundamentales: por ejemplo banquetes y fiestas en las que la provisión es desigual (son los más ricos o los nobles los que proveen), pero lo interesante es que no se generan, como sería de esperar, fuertes relaciones de subordinación respecto de los que proveen. Al realizarse el reparto en un contexto sagrado no se refuerza la posición social de los poderosos sino la solidaridad grupal que establece imaginariamente el dios o los dioses que presiden el ritual: ellos son los que merecen el agradecimiento. El valor propagandístico de este tipo de ritos es innegable, puesto que tras su realización la identificación y cohesión grupales son mucho mayores (se minimizan las tendencias a la disgregación que resultarían de una profundización en las desigualdades).

Tiene también un valor propagandístico semejante, por ejemplo entre los griegos, todo un elenco de mitos que establecen la preeminencia del grupo respecto de extranjeros o vecinos con los que se interactúa (un ejemplo muy ilustrativo lo ofrece la idea del bárbaro, sustentada en episodios míticos como el de Europa[15]). De todos modos, como ya se ha planteado, existe una gran variabilidad en estas sociedades y los grupos preeminentes pueden dotarse de toda una serie de instrumentos simbólicos y míticos para justificar sus privilegios (como imaginarias líneas de sangre que los entronquen con dioses o héroes legendarios del pasado): de hecho hay un dinamismo entre las tendencias hacia la horizontalidad y las tendencias hacia la verticalidad que llevan a combinaciones muy diferentes y en constante mutación.

El caso griego (en particular el ateniense) resulta muy interesante e ilustrativo de una sociedad que potenció las tendencias horizontales internas a la par que multiplicaba la verticalidad con respecto a los extranjeros. Los propios mitos propagandísticos mutaron sus significados para adaptarse a los cambios políticos. Lo que eran mitos de privilegio de unas familias nobles, que permitían sustentar simbólicamente su preeminencia en los sistemas aristocráticos arcaicos (que hacían, por ejemplo, de Teseo un antepasado de ciertas familias, medio de propaganda de su estatus privilegiado) se convirtieron con la consolidación de la ciudad democrática en mitos de todo el grupo (así Teseo se convierte en imaginario instaurador de la democracia y defensor de la ciudad cohesionada frente al bárbaro persa -con su aparición fantasmal en Maratón-)[16]. En la Atenas democrática múltiples facetas de la religión se convierten así en propaganda política, las construcciones de la Acrópolis son templos, pero también demostraciones del poder de Atenas; la diosa de la polis, Atenea, simboliza la ciudad y su fuerza (incluso en las amonedaciones, cuya ley resultó tan fiable que aparecen en todo el mundo mediterráneo, diseminando ese vehículo de propaganda del poder ateniense que es la imagen de la diosa).

Quizá la debilidad de estos sistemas de carácter horizontal radique en que al potenciar los mecanismos de identificación en torno a unas señas comunes, provocaron la exclusión de los diferentes y una gran dificultad para construir lenguajes políticos, simbólicos y rituales comunes que superasen los límites del grupo. Mientras que en los modelos piramidales el soberano identifica y aglutina a la sociedad (y por tanto si el territorio crece, las nuevos poblaciones tienen una inclusión sencilla en calidad de nuevos súbditos), en estos modelos horizontales resulta mucho más difícil ofrecer mecanismos de asimilación que no se construyan por medio de la anulación, el exterminio o la desidentificación de los diferentes.

4) Divinización y politización como vehículos de propaganda

El caso griego y luego el romano ofrecen ejemplos de la utilización del instrumento de propaganda quizá más eficaz puesto en práctica por las sociedades más piramidales, la divinización del gobernante, como medio de aglutinar poblaciones muy numerosas y dispares en un modelo ideológico común.

Las conquistas de Alejandro no se realizaron (o no se pudieron realizar) como la expansión colonial griega previa, por medio de la fundación de ciudades con poblaciones mayoritariamente griegas que anulasen o asimilasen las formas culturales anteriores. La enormidad del imperio asiático que fue tomando bajo su mando Alejandro en tan poco tiempo le llevaron a contactar con modos de gobierno piramidales; resulta clave el egipcio en el que el rey sustentaba su poder en una ideología que lo hacía divino. La divinización de Alejandro preludió la de otros soberanos helenísticos y tenía precedentes anteriores: era un medio muy eficaz de anular los tediosos sistemas de toma de decisiones consensuadas que caracterizaban tanto al modelo político macedonio como al de la mayoría de las ciudades griegas[17]. No era necesario que el soberano se creyese dios, sino que simplemente aceptaba la potencialidad que le ofrecía esta creencia de sus súbditos (o de algunos de ellos) que actuaba como una herramienta política más en sus manos. Resulta muy curioso que frente a las racionalizaciones del poder que generaron los eruditos confucianos, que intentaron mitigar la arbitrariedad del emperador, los pensadores de la época helenística que vieron construirse el sistema que hacía divinos a los soberanos optasen por derroteros basados en la crítica. Un buen ejemplo lo ofrece Evémero de Mesene, que humaniza a los dioses del pasado para de este modo hacer más creíble la divinidad de los hombres que gobernaban el presente. En un lenguaje de narración mítica dice haber visto en la Isla Panquea unas inscripciones sagradas en las que el monarca humano llamado Zeus narra las hazañas que llevaron a sus contemporáneos a divinizarlo; así pues, si los grandes dioses del panteón fueron antiguos grandes reyes, resulta lógico que se divinice a los grandes reyes del presente. Pero tras la lógica de la narración de Evémero se esconden niveles múltiples de lectura y sus escritos pueden analizarse también como una crítica despiadada del mecanismo de divinización[18]. Evémero podría estudiarse por tanto como un exponente muy particular y adaptado a los tiempos violentos del primer helenismo de esos rituales de crítica que actuaban como mecanismos de horizontalización.

En la Roma imperial, desde Augusto, maestro de la propaganda y del uso de los recursos que ofrecía la religión en su favor, se construyó un modelo de divinización progresiva del soberano y sus antepasados que se institucionalizó en el culto imperial[19]: se trataba de una ideología unificadora que constituyó una religión política en la que el ritual imperial al completo actuaba como un medio de propaganda de gran eficacia. Pero el enfrentamiento que tuvieron judíos y cristianos respecto del culto imperial ilustra su ineficacia universal (clave para que se tratase de un modelo verdaderamente útil) y por tanto su quiebra como instrumento propagandístico (de hecho actuaba como una contrapropaganda entre los grupos de judíos y cristianos, que veían el culto imperial como un insulto ante el que llegaban a caber posturas tan radicales como la revuelta o la inmolación). La política de enfrentamiento llevada a cabo contra judíos (que conllevó los terribles episodios de las guerras judaicas) y en menor medida contra cristianos (las persecuciones fueron menos sangrientas que en el caso anterior) resultó inútil frente a la progresiva consolidación del cristianismo universalista y su adaptación a los horizontes cambiantes de la tardoantigüedad (con la crisis del modelo cívico)[20]. Se terminó generando un modelo nuevo de combinación de religión, política y propaganda que se ha denominado constantinización, aunque quizá convendría denominarlo ashokización, por la mayor antigüedad de su materialización (y también con la finalidad de ofrecer una posición que intente superar el eurocentrismo).

Resulta extremadamente interesante repasar el proceso que se produjo en la India y que llevó a la expansión del budismo, por los paralelos con lo que en el mundo mediterráneo ocurrió con el cristianismo: llegaron a convertirse en religiones con millones de cultores como consecuencia de un crecimiento exponencial derivado de su conversión en religiones del poder. Lo interesante es que tanto el budismo como el cristianismo, desde que optaron por conformarse como religiones universalistas (es decir desvinculadas de grupos gentilicios, cívicos o nacionales y planteando un mensaje aceptable por cualquier ser humano independientemente de sus circunstancias y origen), resultaron modelos religiosos desvinculados de las opciones políticas y en especial del poder. Esta politización se nos revela como un fascinante proceso que requiere un repaso sintético.

Aunque tras la predicación del Buddha y su mensaje radical antiritualista se pueda vislumbrar una opción (como también ilustra el jainismo) por desmontar la religión de los brahmanes y sus mecanismos de control del sistema político (por medio de un complejo sistema ritual que exigía la inversión de cuantiosos recursos[21]), el lenguaje empleado, centrado en una ruptura radical que sitúa el objetivo de la existencia en la escapatoria de las constricciones de la misma, despolitiza en última instancia todo el mensaje de esta religión. Los pequeños principados arya del norte de la India (en una de cuyas familias gobernantes cuenta la tradición que nació en Buddha) mantenían un equilibrio (en el que la religión era ingrediente básico) que ponía trabas a la consolidación de grandes monarcas. Si bien existía la figura del gran rey conquistador, el chakravartin (el señor de la rueda es decir, aquel que no encuentra obstáculos ante las ruedas de su carro, en la acepción más antigua[22]), alcanzar tal título requería complicados rituales, siendo el más costoso y significativo el ashvamedha, el gran sacrificio del caballo, que podía requerir cientos de oficiantes durante muchos meses a los que había que sufragar generosamente[23]. Para el rey victorioso, acceder al prestigio de portar el título de chakravartin podía costar una fortuna, por lo que el rito actuaba como un medio de drenar hacia los grupos de brahmanes los excedentes conseguidos tras la conquista militar y por tanto debilitar la posición económica del monarca (aunque la contrapartida era el acrecentamiento de su posición simbólica: un medio clave de propaganda). Este fuerte control sacerdotal de la riqueza y el prestigio, que pudo tener una indudable utilidad como medio de estabilidad y ritualización de la agresión en el seno de unos principados arya sin retos exteriores que los pusiesen en peligro, se transformó en una rémora con la complejización que produce el desarrollo de las ciudades y también la agresión externa. No es de extrañar que los dos grandes reformadores religiosos del vedismo final, Siddharta (el Buddha) y Vardhamana (el Jina), fueran voces surgidas desde los grupos de guerreros y gobernantes, que intentaban anular el poder brahmánico desmontando la base de su fuerza: el valor del ritual y los dioses. Si el ritual es inutil para alcanzar la liberación, como dicen estos reformadores, no tendría razón de ser el control brahmánico sobre el sistema, no habría que pagar por el ritual y, por ejemplo, desde el punto de vista del monarca, la riqueza de la guerra podría utilizarse para multiplicar la conquista. Hay que tener en cuenta que la agresión exterior fue un hecho desde las campañas persas y que la tendencia de los principados arya hacia la formación de sistemas más sólidos capaces de enfrentar a los ejercitos de las potencias occidentales era un paso lógico. Alejandro en el 326 ya chocó con ejércitos indios muy notables y menos de un siglo después todo el subcontinente indio, exceptuado el sur del mismo, se encontraba ya unificado bajo el gobierno del rey Ashoka (273-231 a.e.). Frente al modelo brahmánico en el que la religión amparaba solamente a las clases arya (es decir frente a la religión gentilicia védica que excluía a los no-arya) Ashoka se encontró con la necesidad de apostar por una religión que tuviese un carácter universal, y que, a la par, le permitiese anular los controles rituales brahmánicos sobre el poder. Optó por el budismo, que convirtió así en religión personal y multiplicó su influencia. Se utilizó al budismo como instrumento de penetración en territorios que no eran dominados militarmente y por ejemplo en este contexto se sitúa la predicación de Mahinda, que llevó a la conversión al budismo al monarca y luego los habitantes de Sri Lanka[24]. El budismo ofreció al rey un instrumento extraordinario de propaganda, como muestran las estelas que diseminó por todo su imperio[25], tras sus terribles y sangrientas campañas de dominio del subcontinente indio, pudo esgrimir, como consecuencia de su conversión al budismo, una adhesión a una magnanimidad que si bien hallaba en el modo budista de entender el término dharma su norte, de hecho unificaba a todos sus súbditos en un modelo común de entender las relaciones entre los seres humanos (y por tanto también las relaciones del poder con la totalidad del cuerpo social)[26].

El gran desarrollo del budismo en tanto que religión expansiva se debe a esta actuación de Ashoka, pero, a la par, conllevó su progresiva transformación en una religión del poder, la ashokización politizó la religión implicando al soberano en el buen desarrollo de la misma (el rey mantiene el dharma, purga el sangha, sigue el ejemplo del Buddha) pero a la par ofreciendo al soberano una justificación de la legitimidad de su poder y los medios de multiplicar la propaganda respecto de sus súbditos (un modelo que mantuvieron, por ejemplo, las monarquías budistas hasta el siglo pasado[27]).

La politización de la religión llegó a una cota nueva con el surgimiento de sistemas hierocráticos como el tibetano a partir de 1641 en que los mongoles nombraron al quinto Dalai Lama (Losang Gyatso 1617-1682) soberano político. El poder político se mantuvo en el Tibet hasta el año 1959 en manos de una dinastía monástica de soberanos renacidos (cada dalai lama es un tulku –nueva encarnación en la tierra-del anterior, en tales circunstancias la estabilidad del sistema hubiera debido de ser perfecta). El valor propagandístico de este tipo de modelos es extraordinario porque no sólo el gobernante es la encarnación del anterior, sino que en última instancia todos ellos resultan ser manifestaciones del Cuerpo de Transformación del bodhisattva Avalokiteshvara (Chenrezig en la forma tibetana), el protector sobrenatural del Tibet[28]. No cabe mayor imbricación de la religión (y los extremadamente eficaces sistemas de propaganda que es capaz de ofrecer) con el poder político: los paralelos con la monarquía faraónica, en este punto, resultan muy sugerentes.

Respecto del cristianismo, Constantino, medio milenio después que Ashoka, hizo una elección comparable, politizando desde el poder la religión y a su vez usándola como instrumento de propaganda y justificación del poder. Esta opción, desarrollada por sus sucesores y en especial por Teodosio, imbricó al cristianismo con el poder político de un modo completo. El cristianismo, además ha demostrado una capacidad de adaptación extraordinaria (parecida a la del budismo), capaz de sobrevivir a las circunstancias políticas (y dinásticas) que determinaron su auge.

El cristianismo, además, terminó generando entre sus multiples adaptaciones, un modelo en cierto modo comparable al del budismo tibetano: el papado monárquico, un sistema teocrático y piramidal en el que, como también ocurría con el imperio egipcio, poder político y religión eran indisociables. La rebelión de los modernos, de los ilustrados, se construirá contra esta imagen de la teocracia, de ahí que, en tanto que herederos de los pensadores de la modernidad nos resulte tan difícil enfrentar sin una carga distorsiva de prejuicios este tema que todavía tiene tanta presencia en el mundo actual.

5) Conclusión: religión, propaganda y poder político en el mundo actual

En el mundo actual conviven muy diversas formas de entender la relación poder político y religión, llegándose a una escisión entre los modos modernos de pensar la realidad y los modos diversos que surgen en territorios que se marginan de este pensamiento. A pesar de la globalización ideológica, la visión moderna no es universalmente aceptada, y el lenguaje religioso es un territorio refractario, en el que caben otros modelos (cuya legitimidad, además, ampara la propia libertad religiosa, una de las señas de identidad de la modernidad, de ahí que se convierta en gran referente ideológico tras la quiebra de las ideologías revolucionarias modernas, como el marxismo). No sólo hay países que optan por un modelo diferente, como Irán desde la revolución de Jomeini, o la Arabia Saudí wahabí, sino que también, en el propio interior de países paradigmas de la modernidad, como Estados Unidos, existen grupos religiosos que abogan por otras formas de entender el problema (como los diversos fundamentalismos cristianos, judíos y de otro tipo). Las posibilidades de no llegar a comprender la posición del diferente se multiplican, puesto que la sensibilidad moderna, como ya vimos, tiende a deslegitimar cualquier veleidad de combinación de poder y religión e incluso a otorgarle menos valor social desde el punto de vista analítico del que realmente puede llegar a poseer (lo que permite calibrar la incompetencia de tantos politólogos a la hora de realizar previsiones acertadas en lo relativo al auge de los fundamentalismos). De hecho los parámetros analíticos aparecen distorsionados puesto que se busca comprender la realidad tamizándola con un filtro que intenta mirar en ella solamente lo que debería ser. El sistema perfecto de separación del poder político y la religión, en el que la propaganda no pudiese usar la religión como recurso es una entelequia, uno más de los modelos fuertes de entender el mundo (y transformarlo) que la modernidad ha puesto en marcha. Pero que se trate de una entelequia no debe anestesiarnos frente a la combinación de poder, propaganda y religión tal y como lo encontramos en diversos grupos e incluso países; se trata de una violenta inmersión en el mundo de lo real, que ilustra que, igual que en el pasado, la religión puede seguir siendo una excelente arma de dominio y de propaganda.



NOTAS
[1] Se trata de un tema estrella en el que convergen la ciencia política, la historia de las religiones, la sociología, etc., por lo que la bibliografía es inmensa. Destaca la reflexión de MaxWeber, que en cierto modo funda una nueva perspectiva de encarar el tema: M. Weber. Ensayos sobre sociología de la religión. Madrid 3 vols. 1983 ss. (1920-1921); Economía y sociedad. México varias eds. (1922). De entre las aproximaciones generales recientes destacan P.H. Merkl, N. Smart (eds.). Religion and Politics in the Modern WorldNew York 1985 (obra colectiva en la que interesan especialmente las introducciones y la reflexión de R. Panikkar.Religion or Politics: the Western Dilemma en pp. 44-60); M.L. Stackhouse. Politics and Religion. en M. Eliade (ed.). Encyclopedia of Religion. New York 1987. vol. 11. 408-423; G. Moyser (ed.). Politics and Religion in the Modern WorldLondon 1991 (interesa especialmente la visión general expuesta en el capítulo 1); D. JohnstonIntroduction: Beyond Power Politics. en D. Johnston, C. Sampson. Religion, the Missing Dimension of StatecraftOxford 1994. 3-7; G. Benavides, M.W. Daly. Religion and Political PowerAlbany 1989; un instrumento muy útil resulta R. Wuthnow (ed.). The Encyclopedia of Politics and ReligionLondon 1998 (interesa especialmente la introducción en pp. XXV-XXXVI y un buen número de entradas). En general resulta de interés la documentación que expone en internet la red de investigadores de la Politic Studies Association nombrada PARAN (Politics and Religion Academic Network) accesible en: http://www.psa.ac.uk/spgrp/paran/politics_and_religion.htm.
[2] En este trabajo se tendrá en cuenta la propaganda que surge de los ámbitos del gobierno (del poder político) y no la que se ha empleado para el asalto al mismo en diferentes épocas (y en particular a partir del desarrollo de tácticas revolucionarias en el siglo XIX -con las sistematizaciones, por ejemplo, de Bakunin o Lenin-).
[3]Véase por ejemplo S.M. Feldman.Please don't wish me a Merry Christmas. A Critical History of the Separation of Church and State. New York 1997 o el clásico A.P. Stokes.Church and the State in the United StatesNew York 1950, que revisan el caso norteamericano, el que más casuística ha generado (y sigue generando, véase, por ejemplo, R.T. Miller, R.B. FlowersToward Benevolent Neutrality: Church, State and the Supreme Court. Waco, 5ª ed. 1996).
[4]F. Diez de Velasco. Las religiones en un mundo global: retos y perspectivas.La Laguna 2000. 30ss. id. Introducción a la historia de las religiones. Hombres, ritos, Dioses. Madrid 2ª ed. 1998. 533ss.; en general la serie de trabajos de M.E. Marty, R. Scott Appleby (eds.)The Fundamentalism Project. Chicago 1991ss.
[5]"Congress shall make no law respecting an establishment of religion or prohibiting the free exercice thereof; or abridging the freedom of speech, or of the press; or the right of the people peacebly to assemble, and the petition the government for a redress of grievances" (First Amendment); en general véase el análisis de P.J. Weber. Equal Separation. Understanding the First Amendment Religion Clauses. Westport 1990 o T. Curry. The First Freedoms. Church and State in America to the Passage of the First AmendmentOxford 1986.
[6] Resultan esclarecedoras las reflexiones de R. Mate. Modernidad, religión, razón: escritos desde la democracia. Barcelona 1986; también M. Barbier. Religion et politique dans la pensée moderne. Nancy 1987.
[7] Aunque en los países bastiones de la modernidad puntualmente se mantienen rémoras de mecanismos de propaganda oficial. Sirva como ejemplo la presencia en las monedas de Estados Unidos de la fórmula "in God we trust"; aunque el valor social dado a la frase parece haber mutado desde una afirmación teísta a un mero augurio positivo que no resultaría insoportablemente insultante para, por ejemplo, los casi 900.000 ateos que hay en el país (vidC.P. Trumbull. 2000Britannica Book of the YearChicago 2000. 777), de todos modos se trata de un argumento más en un debate abierto sobre los límites del separacionismo, que, por ejemplo, plantean grupos que utilizan internet como plataforma de su ideología (e.g. American United for Separation of Church and State: http://www.au.org). En otro orden de cosas (en lo relativo a la propaganda electoral) Estados Unidos presenta un curioso panorama de uso propagandístico de la religión por parte de todos los candidatos en mayor o menor medida (y de modo muy claro en las elecciones presidenciales), pero tal uso indiscriminado justamente termina desvirtuando el valor del argumento. Por el contrario, la posición de los partidos de afiliación claramente católica en distintos países europeos tiene valores más distorsivos: la Democracia Cristiana italiana ofreció durante décadas un flagrante ejemplo de uso (para muchos abusivo) de la religión en la propaganda política. En otra de las patrias de la modernidad religiosa, Japón, conviene recordar el papel que desempeña el partido Komeito y su indisimulada utilización de argumentos religiosos en la contienda electoral.
[8] Aunque, en nuestro mundo de pensamientos débiles algunos puedan, al tratarse de un asunto de moda, por ejemplo, pedir la vuelta al Tibet del Dalai Lama, sin calibrar las implicaciones que conllevaría semejante retorno. Si volviese en calidad de soberano hierócrata se generaría un sistema político que habría que denominar fundamentalista (en el que se castigaría, como ocurría en el Tibet anterior a la invasión china, los delitos religiosos con penas físicas, incluida la capital). En el caso de que se instaurase una democracia resultaría extremadamente complicado realizar un censo (algo parecido a lo que ocurre en el antiguo Sahara español) puesto que los inmigrantes chinos, caso de poseer derecho al voto, resultarían probablemente mayoritarios.
[9] Para la que el estudio de las religiones era un instrumento de propaganda política, en este caso antirreligiosa, patrocinada por las más altas instancias del poder: resultan muyinteresantes las introducciones que ofrecen los grandes manuales de la época soviética como A. Kryvelev.Historia atea de las religiones. Madrid 2 vols. 1982 (Moscú 1965) o S.A. Tokarev.Historia de las religiones. Madrid 1979 (Moscú 1964); quizá el mejor ejemplo de esta forma de encarar el estudio de las religiones lo ofrece Instituto del Ateísmo Científico de la Academia de Ciencias Sociales de la U.R.S.S. El ateísmo científico. Gijón 1983 (1978).
[10] Las reflexiones de L. Dumont. Homo Hierarchicus. Madrid. 1970 (Paris. 1967); Homo Aequalis. Madrid. 1982 (Paris. 1978), partiendo del caso indio y terminando en la revolución francesa, resultan muy esclarecedoras. P. Clastres. La sociedad contra el estado. Caracas 1978 (Paris 1974) desarrolla ejemplos (americanos) en los que la sociedad se previene del surgimiento de liderazgos piramidales.
[11] Se puede consultar una revisión general de este tema en F. Diez de Velasco. Introducciónla Historia de las Religiones. Madrid 1998. 2ª ed. 133ss. (con bibliografía). Para el caso egipcio véase el clásico de H. Frankfort. Reyes y Dioses, Madrid 1976 (1ª 1948; 2ª 1969) o A. Moret. Du caractère religieux de la royauté pharaoniqueParis 1902; contraG. Posener.De la divinité du pharaon. Paris 1960; también J. Assmann. Maât, L'Égypte pharaonique et l'idée de justice sociale. Paris 1989. Para el caso chino véase J. Levi. Los funcionarios divinos. Política, despotismo y mística en la China antigua. Madrid 1991 (Paris 1989); F. Jullien. Fundar la moral. Madrid 1997 (Paris 1995); en general M. Granet. La religion des chinois.Paris 1951 (reed. 1998); L. Vandermeersch. Wangdao ou la voie royale. Recherches sur l'esprit des institutions de la Chine archaïqueEFEO 1977?1980; X. Yao. El confucianismo. Madrid 2001 (Cambridge 2001) 206ss.; y especialmente el reciente J. Ching.Mysticism and Kingship in China: The Heart of the Chinese WisdomCambridge 1997. En general resultan esclarecedores (aunque discutidos) los planteamientos ya clásicos de E.R. Service. Los orígenes del estado y de la civilización. Madrid 1984 (1975) y de K. Wittfogel. Despotismo oriental. Estudio comparativo del poder totalitario. Madrid 1966 (Yale 1957)
[12] Religión y realeza es el tema originario y central del monumental trabajo de J.G. Frazer. The Golden Bough. London 1907-1922, 12 vols. (traducción de la edición inglesa abreviada, La rama dorada. México 1944 y de otros trabajos del autor), resulta interesante la aproximación crítica de L. De Heusch. Royauté sacrées africaines: une relecture de Frazer en F. Jouan, A. Motte (eds.). Mythe et politique. Paris 1990. 97-106, del mismo autor Le roi ivre ou l’origine de l’état. Paris 1972 y también Écrits sur la royauté sacrée. Bruxelles 1987. Las reflexiones deE.R. ServicePrimitive Social OrganizationNew York 1971, 2ªed., han sido muy influyentes a la hora de diseñar una estrategia para intentar comprender el surgimiento de las desigualdades y los sistemas jerarquizados. El trabajo de R.M. GlassmannDemocracy and Despotism in Primitive Societies. vol. II 1986. 25ss. presenta un interesante capítulo sobre religión y política.
[13]Hay grupos sometidos y grupos privilegiados en el acceso a las decisiones y el poder; y teórica igualdad puede serlo solo para un segmento determinado del grupo, como es el caso de los homoioi espartanos; los modelos evolucionistas multilineales se interesaron en determinar las características de sociedades igualitarias, de rango, estratificadas y estatales y sus mecanismos de mutación (por ejemplo el intento ya clásico de M. FriedThe Evolution of Political SocietyNew York 1967), pero presuponer la necesidad de la evolución resulta un a priori distorsivo. En general sobre las religiones de las sociedades gentilicias, cívicas o nacionales véase F. Diez de Velasco. Introducciónla Historia de las Religiones. Madrid 1998. 2ª ed. 205ss., muchas de las referencias al budismo y a la religión védica también se desarrollan con más bibliografía en esa obra.
[14] Un ejemplo en F. Diez de Velasco. Los caminos de la muerte. Madrid 1995. cap.1; en general id. Reflexiones transculturales sobre la muerte y el morir en BiTARTE. 17 (abril 1999). 53-66.
[15] Véase F. Diez de Velasco. Introducciónla Historia de las Religiones. Madrid 1998. 2ª ed. 267ss.; La religión griega antigua: una visión general en La religión en la Grecia Antigua. Publicación del Koldo Mitxelena Kulturunea 1996. 3-12; sobre Europa id. Les mythes d'Europe: réflexions sur l'eurocentrisme. en Metis 11. 1996. 123-132.
[16] Teseo resulta un valor de propaganda polisémico, véase, por ejemplo C. Calame. Thésée et l’imaginaire athénien. Paris 1990, incluso para afianzar las relaciones entre atenienses y sus socios en la liga ático-délica (véase K. TausendTheseus und der Delisch-attische Seebund. RhM 132. 1989. 225-235).
[17] De ahí los problemas que tuvo Alejandro para hacer aceptar las formas externas de su nuevo estatus entre muchos macedonios y griegos de su ejército.
[18] Evémero permite múltiples lecturas (quizá también resulte distorsivo lo fragmentario de la transmisión de su obra). Su intento sería una antiteología puesto que presenta unos dioses con la finalidad de, en última instancia, destruirlos: al hacerlos hombres del pasado dejan de ser seres superiores ya que los ha creado el propio hombre. Evémero se nos muestra pues como un ateo en el fondo pero no en la forma puesto que de creer en su discurso, no podría acusársele de impío ya que se cuida mucho de expresar una opinión propia, por el contrario, la arropa como verdad contrastable con la inscripción de Panquea y en última instancia con la tumba del dios Zeus que se enseñaba en Creta desde tiempo inmemorial. A la par su postura resulta un antiateísmo funcional, puesto que frente a críticos radicales contemporáneos suyos como Teodoro de Cirene (quizá su maestro) opta por argumentar de un modo que sirve para apoyar justamente la divinización de los soberanos. Evémero plasma la realidad en la que vive (desde la divinización de Alejandro y luego la de su amigo Casandro y los demás soberanos helenísticos del cambio de siglo) dándole carta de credibilidad en el pasado. Los reyes que son aclamados como dioses por sus actuaciones evergéticas tienen su correlato en aquellos hombres evergetas del pasado (cuyo recuerdo sólo se conservaba en Panquea) y que desde siempre eran tenidos por dioses entre los griegos. Evémero da carta de realidad a algo tan forzado como el culto político, una de las bases ideológicas del helenismo. Es más, al equiparar a los soberanos de su momento con los dioses-reyes del pasado parece sugerir la idea de una vuelta a la edad de oro. Si hay un nuevo rey-soberano-dios ¿porqué no pensar que estamos de nuevo en la primera edad de los hombres y se ha superado el ciclo de sufrimientos?. Pero también aquí se esconde una paradoja, al basar su teoría en una prueba tan evidentemente imaginaria como es Panquea, Evémero está haciendo una crítica encubierta a la divinización de los soberanos, está riéndose (casi como lo podría hacer un bufón amparado en el recurso de lo absurdo) de los reyes de su época, aunque sus argumentos son lo suficientemente sutiles para librarle de las iras de éstos. De ahí que podamos asimilar su intento con el que en otros contextos cumplían los rituales de crítica a los poderosos. Evémero se encuentra recopilado en M. Winiarczyk.Evhemeri Messenii ReliquiaeLeipzig 1991, en español en V. Domínguez García. Los dioses de la ruta del incienso. Oviedo 1994; en general la síntesis completa sobre la divinización helenística y romana es L. Cerfaux, J. Tondriaux. Le culte des souverains dans la civilisation gréco-romaine. Paris 1957.
[19] Resulta muy ilustrativo el libro de P. Zanker. Augusto y el poder de las imágenes. Madrid 1992 (München 1987); en lo que se refiere al culto imperial, entre una muy extensa bibliografía J.R. FearsPrinceps a diis electus. The Divine Election of the Princeps as a Political Concept in RomeRoma 1977 o los estudios generales sobre el occidente latino y Asia Menor de D. FischwickThe Imperial Cult in the Latin West. Leiden 1987ss. y S.R.F Price. Rituals and PowerCambridge 1984; también L.R. TaylorThe Divinity of the Roman Emperor. Middleton 1981. Interesante (por la implicaciones que tiene en la línea de lo expuesto en este trabajo) resulta el reciente A. BrentThe Imperial Cult and the Development of Church Order: Concepts and Images of Authority in Paganism and Early Christianity Before the Age of Cyprian. Leiden 1999.
[20] La bibliografía sobre este fenómeno (como cualquiera de los que atañen al cristianismo) es más que abrumadora, quede como ejemplo de una perspectiva de análisis muy fructífera el reciente trabajo de P. BrownAuthority and the SacredCambridge 1997.
[21] De lo mucho escrito sobre el ritual védico M. Biardeau, C. Malamoud. Le sacrifice dans l'Inde ancienne. Paris 1976; C. Malamoud. Cuire le monde. Rite et pensée dans l'Inde ancienneParis 1989; una breve presentación (especialmente de lo relativo a la teología ritual) en F. Diez de Velasco.Introducciónla Historia de las Religiones. Madrid 1998. 2ª ed.294ss.
[22] Posteriormente, como casi todos los conceptos védicos mutó el significado hacia una desconcretización que hará del chakravartin el vencedor de la rueda del karma, el budismo también redefinió este término en una línea a la que no es ajena la pretensión del Buddha de ser tratado como tal (lo que concuerda con sus orígenes principescos y se aviene bien –aunque resulte teológicamente incorrecto para muchos budistas-con su caracterización como reformador kshatriya), véase, por ejemplo P. Harvey. El budismo. Madrid 1998 (Cambridge 1990). 49ss.
[23]VidP.E. DumontL'Ashvamedha.Paris 1927; W. KirfelDer Ashvamedha und der PurushamedhaHamburg 1951; S. Fuchs. The Vedic Horse Sacrifice in its Culture-historical Relations.Delhi 1996; síntesis en R. PanikkarThe Vedic ExperienceDelhi 1994. 376ss. con la presentación de los textos principales (RigVeda I, 163 y YahurVeda XXIIss.). Sobre el poder real resulta útil J. Gonda.Ancient Indian Kingship from the Religious Point of WiewLeiden 1966.
[24] Mahinda es tenido en muchas fuentes por hijo (o hermano) del propio Ashoka, lo que resulta aún más interesante de la interacción de familia, religión y poder en la dinastía maurya.
[25] Y que casi podríamos decir que tenían un valor simbólico y de propaganda comparable a muchos ashvamedhas; contamos en español con la traducción de F. Rodríguez Adrados. Ashoka. Edictos de la ley sagrada. Barcelona 1987.
[26] Sobre Ashoka, figura fascinante sobre la que se han realizado dispares análisis (como por otra parte ha ocurrido con Constantino), resultan muy interesantes las apreciaciones de S.J. TambiahWorld Conqueror and World RenouncerCambridge 1976.
[27] Por ejemplo B.L. Smith (ed.). Religion and Legitimation of Power in Thailand,Laos and Burma. Chambersburg 1978.
[28] Resulta muy significativo que el rey que introdujo en el Tibet el budismo, Songtsen Gampo (620-649), un milenio antes de los dalai lamas, sea tenido también por encarnación de este bodhisattva.