Copyright: Francisco Diez de Velasco. Texto íntegro de la lección inaugural del curso 2000-2001 en la Universidad de La Laguna, pronunciada el 29 de septiembre de 2000.
Excelentísimo Señor Presidente del Gobierno de la Comunidad
Autónoma Canaria
Excelentísimo Señor Rector Magnífico de la Universidad
de La Laguna
Excelentísimas e Ilustrísimas Señoras
Excelentísimos e Ilustrísimos Señores
Miembros de la Comunida Universitaria
Señoras y Señores:
Plantear una reflexión de carácter general sobre el complejo
tema de las religiones en nuestro mundo global requiere por una parte alguna
consideración general que atañe al punto de vista que la
encardina y por otra una excusa previa. Esta última tiene que ver
con la ambición de lo que se expone, solamente un intento, necesariamente
personal y que necesariamente dejará factores olvidados en la irrespetuosa
criba que resulta ser toda labor de síntesis, máxime cuando
se dedica a un asunto tan sensible como el de la religión.
La puntualización atañe al uso en el título del
plural religiones, que en cierto modo resulta una declaración programática:
en el mundo actual, marcado por la combinación entre globalización,
que potencia las identidades comunes (la consecución de un modelo
unitario), e identidades locales, donde se potencia la riqueza de las diferencias
culturales, ideológicas y de todo tipo, la diversidad se manifiesta
en toda su fuerza, puesto que la perspectiva global convierte las diferencias
en factores de los que resulta imprescindible tomar conciencia.
En el tema que nos interesa, la consideración más que
sobre el fenómeno de la religión de modo genérico,
tiende a derivar por el peso de los hechos hacia las intrincadas sendas
de la pluralidad. No se puede pensar la religión, con la mirada
puesta en el pasado pero sobre todo en el hoy, ni enseñarla en un
ámbito con vocación de universalidad y neutralidad como es
el universitario, sin la mención a un mundo en el que, de modo progresivo,
los marcos referenciales han estallado.
Mirar solamente desde la certeza de lo que se estima "nuestro" (un
concepto por otra parte bien cambiante) resulta incapacidad para comprender
y un flaco servicio a las generaciones que tenemos la obligación
y el privilegio de intentar enseñar a entender un mundo en mutación
donde el conocimiento global resulta una herramienta imprescindible, también
para ser capaces de respetar y aceptar el laberinto de creencias, de religiones
que, como las lenguas, configuran la riqueza de las culturas humanas.
De ahí que esta oportunidad que se me brinda de repasar toda
una serie de características de las religiones en el mundo actual,
aunque resulte un reto ciertamente complicado, sirva para ilustrar en este
foro privilegiado, que el estudio de las religiones, desde una óptica
que se podría denominar científica, no solo tiene una razón
de ser, sino también resulta una enseñanza por la que merece
la pena apostar.
Posee interesantes valores formativos tanto en lo relativo a comprender
el patrimonio cultural propio (cargado de templos, de ritos, de mitos,
de leyendas, de arte y de palabras) como en esa labor imprescindible que
es enseñar en la diversidad enseñando la diversidad de un
mundo cada vez más uno pero del que cada vez hemos de ser más
conscientes de sus diferencias.
Para que quede clara la óptica de este tipo de estudios (que
se diferencian netamente de las disciplinas teológicas), hay que
plantear que uno de los principales escollos ante el que se enfrenta cualquier
trabajo de carácter científico sobre la religión es
el del religiocentrismo: una forma de etnocentrismo que lleva a una percepción
sesgada o distorsionada que se produce como resultado del peso de las creencias,
los modos de pensamiento y en general la ideología religiosa (o
no religiosa, o antirreligiosa) de quien realiza el estudio. Algún
grado de religiocentrismo es inevitable y la construcción de un
marco perfectamente neutral de estudio de las religiones una entelequia;
se trata de un problema de grados, pero hay que tomar conciencia de que
a partir de un punto la distorsión religiocéntrica puede
llevar a una completa incomprensión de lo que se desea estudiar.
La mera reflexión que tenga presente la posibilidad de existencia
de tal percepción distorsiva es un paso clave para comenzar a mitigar
sus efectos, y también para desenmascarar sus manifestaciones a
nivel social: las actitudes religiocéntricas son muy comunes, en
particular en lo que se refiere a la percepción social de la diversidad
religiosa, una de las causas del conflicto religioso, como veremos.
Un primer paso en el intento de construcción de un marco más
neutral y menos religiocéntrico pasa por la aceptación de
que cada sociedad, incluida la propia, se ha dotado de un conjunto de creencias
que, frente a la perpectiva última no histórica (revelada
o determinada por factores de carácter no humano) que defienden
las diciplinas teológicas, han de entenderse como fruto de la historia,
y sus mutaciones comprenderse en el marco de los cambios (económicos,
ideológicos, etc.) que se producen en las sociedades humanas.
Siguiendo esta mirada personal que les propongo para adentrarnos en
la diversidad de las religiones del mundo actual, partiremos de que la
totalidad de las denominadas "grandes" religiones (cristianismo, islam,
hinduismo, budismo, sincretismo chino), en las que se incluye a las tres
cuartas partes de la población mundial, surgieron en sociedades
en las que la agricultura era la base de la economía, y el universo
simbólico giraba en torno al ciclo de solsticios, equinoccios y
lunaciones, cosechas y siembras y sus ritos y tiempos (que determinan todavía
nuestro calendario festivo y sus caprichos, como el vagar de Carnaval y
Semana Santa o el ciclo semanal). Otras muchas religiones (las de mayor
número en la historia humana aunque su escala sea pequeña),
si bien relegadas a ámbitos marginales desde hace milenios y perdurando
de modo estancado o en retroceso en el mundo actual, son las más
antiguas y surgieron cuando la depredación (la caza y la recolección)
era la actividad económica exclusiva. Los grupos humanos depredadores,
al extraer su sustento de la naturaleza sin necesidad de manipulaciones
complejas, desarrollan en su seno una relación de tipo simbiótico,
insertándose en un ciclo vital de cuya estabilidad (entre recursos
y población) depende muy directamente la supervivencia; generan
un universo simbólico y religioso que se encarga de proteger ese
equilibrio vulnerable y actúa como un potente mecanismo que determina
la adaptación y la minimización del impacto antrópico
sobre el medio ambiente.
Un cambio fundamental, en cuyas consecuencias todavía estamos
insertos, se produjo con la implantación de la producción
industrial y la progresiva transformación del modelo de sociedad
cerrada de base agrícola. Las necesidades de la máquina difieren
profundamente de las de la naturaleza y la agricultura, las religiones,
al sacralizar ciertas fiestas o ciertos lugares, distorsionándo
las leyes del mercado, se estimaban obstáculos "irracionales" frente
a la "racionalidad" de los "tiempos modernos". De ahí que la sociedad
industrial tendiese a pugnar con los modelos religiosos, enfrentándolos
y determinando su mutación (aunque lenta y todavía en proceso).
Un cambio muy reciente, que modela las características de nuestro
mundo actual es la conformación de la sociedad postindustrial que
se sostiene en una serie de premisas que buscan redimensionar la cosmovisión
industrial propiciando un cambio de mentalidades que tenga presente el
carácter limitado de nuestro mundo, pero también la incógnita
de superación que resulta del desarrollo extraordinario de la ciencia
(por ejemplo en la genética) y de las tecnologías de la información.
Una premisa es el fin del crecimiento exponencial productivo inducido por
condicionantes medioambientales; esta situación conlleva el establecimiento
de una segunda premisa que es la necesidad de mitigar la explotación
incontrolada (regida por la exclusiva ley del beneficio a corto plazo)
para ello parece necesario consensuar una nueva ética mundial que
redimensione el papel del ser humano respecto del planeta y de los demás
hombres, un código de supervivencia que permita legar a las siguientes
generaciones un marco vivencial y convivencial soportable, en el que la
voz de las diferentes religiones, dado el peso de los fieles que las siguen,
habrá de ser tenida en cuenta. Una tercera premisa tiene que ver
con un aspecto muy descuidado en la sociedad industrial y que en las sociedades
tradicionales y preagrícolas tenía una cumplida cabida: la
mirada hacia el interior. El imperio del beneficio, también en este
aspecto, tiene sus límites y la cosmovisión postindustrial
tiene en cuenta esa necesidad del individuo de comprenderse que antes ofrecían
las filosofías o las creencias religiosas. La sensibilidad hacia
el potencial interior humano rompe con la regla de oro del materialismo
industrial según la cual bienestar equivale a acumulación.
Por el contario, una vez satisfechas las necesidades primarias surgen otras
más sutiles y bien conocidas en el pasado como por ejemplo ritmar
la vida (para adaptarla a la naturaleza, para hacer comprensible y aceptable
el envejecimiento), lo que en las religiones preindustriales era la adecuación
a las pautas de un tiempo estimado sagrado. De hecho quizá esta
quiebra del modelo industrial o "moderno" en la confección de unas
pautas éticas y convivenciales a largo plazo pueda resultar en síntesis
lo que ha llevado a que religiones surgidas desde los presupuestos de un
mundo ya caduco, como es el de la agricultura, a pesar de mantener rémoras
ideológicas incomprensibles, a pesar de haber perdido su papel social
estructural en aras de la modernidad, sigan no solo vivas sino incluso
en auge.
Quizá la característica más singular de las religiones
en el mundo actual tenga que ver con esta perdurabilidad, que a la par
se combina con la tendencia a la diversidad, a la variabilidad y a la creciente
multirreligiosidad.
En los modelos de explicación del mundo que generaron los pensadores
ilustrados en los albores de la industrialización, la religión
dejó de jugar el papel de instrumento para comprender, aceptar el
mundo y consensuar la convivencia y pasó en ocasiones a la categoría
de superstición que podía puntualmente poner trabas a la
nueva cosmovisión; así la modernidad vaticinó el final
de la religión. Se estaban refiriendo a las religiones que conocían
y en particular a las diferentes corrientes cristianas, que habían
sido consolidadas en el seno de sociedades de base agrícola y cuyos
marcos explicativos se estaban viniendo abajo como resultado del desarrollo
del gran producto ideológico de la modernidad que es la ciencia
(con su replanteamiento de los orígenes, la historia, el papel del
ser humano en el mundo, etc.).
Para los más influyentes materialismos del siglo XIX, a su vez
herederos y desarrollo del marco explicativo de la Ilustración,
esta posición se exacerbaba. Para Freud la religión era una
ilusión, un juego irreal que quedaba superado desde el momento en
que el psicoanálisis ofrecía unos instrumentos de interpretación
e integración mucho más eficaces que los generados por las
diferentes religiones. En consecuencia, los días de las creencias
religiosas estaban contados y se imaginaba un nuevo ser humano libre de
las caracterizaciones neuróticas y obsesivas del pensamiento religioso.
Otro pensamiento fuerte, dotado de la rotundidad de los evolucionismos
unilineales, será el marxismo, para el que la religión es
un opiáceo, un paliativo que desvía la mirada, que convierte
en soportable un mundo sin corazón, que promete posponer tras la
muerte la recompensa, y que hace dóciles, como drogadictos, a los
seres humanos para ser pasto, en última instancia, de la impune
explotación por parte de los grupos dominantes.
Pero estos dos marcos teóricos en los que la religión
quedaba caracterizada de modo radical como un obstáculo se han visto
paulatinamente puestos en duda, incluso desde su mismo interior: el método
jungiano transformó las religiones en caminos de sabiduría,
y, por ejemplo, la teología de la liberación al cristianismo
en instrumento para el cambio y la revolución.
Se fue produciendo una quiebra del modelo de evolución que caracterizaba
el futuro como no religioso, que construía una línea en la
que progresivamente las mejores mentes y luego el resto habían de
abandonar por obsoleto el pensamiento religioso: hoy tenemos claro
que no existe una línea única de desarrollo hacia la que
tengan que tender todas las sociedades humanas. A la par el asalto moderno
a la religión fue mitigándose toda vez que la religión,
por una parte quedaba progresivamente relegada al mundo de las opciones
individuales, y por otra, que las religiones mantenían su inflencia
en muchos ámbitos tradicionales (entre poblaciones rurales y en
menor medida entre los habitantes de las ciudades), convirtiéndose
en un factor de estabilidad social.
Pero el que el ateísmo no se haya convertido en la tendencia
principal, quebrándose las previsiones de los pensamientos modernos,
no quiere decir que su impacto sea desdeñable: de hecho el aumento
a nivel global tanto del número de ateos como del de no religiosos
es notable desde principios de siglo. En lo que respecta al número
de ateos los datos estadísticos resultan muy reveladores: en una
sociedad en la que son más fáciles de vivir los pensamientos
débiles, la opción por el ateísmo, que conlleva el
argumento fuerte (el necesariamente fuerte convencimiento) por lo menos
de la negación de existencia de Dios (o cualquier ente sobrenatural)
y de cualquier perspectiva de perdurabilidad tras la muerte más
allá de lo meramente biológico, no es la opción más
común, por no resultar cómoda. Además hay que tener
en cuenta que desde el desmantelamiento del comunismo real y del endoctrinamiento
en favor del ateísmo, que lo convertía en una "religión"
oficial (aunque en modo invertido), el número global de ateos es
más fiable (rondando los 200 millones, aunque perdura en parte el
enigma en China), a la vez que muchos que se denominaban con convicción
ateos ahora se encuentran más seguros tras la etiqueta menos exigente
de no religiosos.
En la línea de un pensamiento mucho menos fuerte está
la identificación como no religioso, que conviene a quien la perspectiva
que ofrecen las diferentes religiones no resulta de interés o no
es un elemento fundamental en la conformación de la escala de valores
y de las prioridades morales o sociales. Los no religiosos han crecido
de modo continuo y siguen creciendo a nivel global, superan en número
a los hinduistas, por encima de los 800. Donde la proporción no
crece responde quizá a que las estadísticas resultan inadecuadas;
tal es el caso, por ejemplo, de países musulmanes con religión
oficial donde hay un miedo a expresar las verdaderas ideas debido a las
represalias o la presión social o familiar y donde el cumplimiento,
forzado, tiende a desaparecer si las condiciones se modifican. Pensemos
en España y el descenso en los niveles de compromiso con la práctica
religiosa tras la disolución del nacionalcatolicismo que lleva a
que se estime en la actualidad que el número de ateos y no religiosos
supera los 10 millones, aunque muchos puedan ser computados, en calidad
de bautizados, también entre los católicos.
Solamente cuando existe de modo consolidado un sistema de libertades
en el que quede amparada la libertad religiosa, pueden los individuos escoger
de modo libre y consciente una opción religiosa determinada o expresar
su rechazo o indiferencia hacia la religión y sus manifestaciones.
Junto al aumento de los no religiosos, otra tendencia que se manifiesta
especialmente en Europa, y en muchas zonas, particularmente urbanas, de
América y Asia, aunque las cuantificaciones resultan muy difíciles
de establecer, es la tibieza en las prácticas y el compromiso religioso.
Se está produciendo un descenso paulatino de los niveles de cumplimiento
desde hace cuatro décadas, éste se limita en algunos casos
a los ritos de paso principales (el nacimiento, la muerte, en menor medida
el matrimonio), pero descuida las prácticas continuadas. Lo interesante
de los perfiles de estos fieles poco cumplidores es que, si se les pregunta,
afirman identificarse con una afiliación religiosa específica,
aunque la entiendan de un modo laxo en el que caben, en muchos casos, puntos
de vista personales en ocasiones bien alejados de las opiniones de los
jerarcas y responsables religiosos.
Se está configurando así un mundo en el que la diversidad
religiosa no solo se manifiesta en la presencia de religiones muy diferentes
(a las que hay que añadir el ateísmo y las opciones no religiosas),
sino también en una variedad cada vez más atomizada en los
modos de entender el compromiso religioso dentro de cada religión,
donde las opciones individuales son las que progresivamente priman. Se
trata de una tendencia en cierto sentido lógica: el mundo moderno
ubica al individuo en el centro de la escala de valores que lleva, en lo
que respecta a la religión, a desdotar progresivamente de peso a
las manifestaciones colectivas. La religión tiende a transformarse
en una seña de identidad menos grupal que puramente individual,
de ahí que la sociedad actual puede llegar a parecer menos religiosa
que las del pasado. Para calibrar correctamente esta cuestión habrá
que tener presente que los comportamientos religiosos computables socialmente
son cada vez menos notables y que la esfera de lo privado es muy difícil
de penetrar, máxime en cuestiones que atañen a ese núcleo
interior (a veces rodeado de incertidumbres e incongruencias) que resulta
ser lo que se cree. Por otra parte este sesgo individualista, abre la posibilidad
de nuevos horizontes y puntos referenciales, adaptados a las necesidades
personales: característica de nuestro mundo actual es la tendencia
al sincretismo, al mestizaje que encuentra referentes en muy diferentes
culturas y épocas. Se potencia una religión de la búsqueda
interior, muchas veces sin rumbos fijos, en la que las opciones individuales
pueden llegar a ser tantas como fieles, de tal modo que para algunos se
produce una quiebra de los instrumentos de análisis llegando a plantear
que no se trataría por tanto de verdaderos fieles ni tampoco de
verdaderas religiones. Esta postura no parece tener en cuenta que, aunque
imperceptibles y cambiantes como los individuos que las profesan, en algunos
casos sin conciencia de hacerlo, estas formas religiosas casi transparentes
resultan definitorias de una tendencia de futuro y afinar los instrumentos
para conseguir analizarlas es un reto clave para el estudioso.
Pero también hay que ser conscientes de que la religión
puede resultar una seña de identidad de tal calibre que el compromiso
religioso tenga un valor social añadido suficiente como para que
las tendencias hacia el individualismo religioso se anulen. Así,
por ejemplo, frente a los niveles mínimos en la práctica
religiosa que se detectan en Inglaterra, en el Ulster la práctica
religiosa invierte la magnitud (frente al 10% de cumplidores en Inglaterra,
en el Ulster el porcentaje casi alcanza el 90%) justamente porque se convierte
en una auténtica seña de identidad: ser católico y
cumplir el precepto dominical es un acto social que ubica al que lo lleva
a cabo en una comunidad individualizada bien diferenciada de esa otra comunidad
enemiga y percibida como invasora que se identifica con las iglesias episcopaliana
y presbiteriana. Los niveles de cumplimiento religioso activo son equivalentes
en las dos comunidades enfrentadas de católicos y protestantes del
Ulster y también en la vecina República de Irlanda. Para
los irlandeses, lo mismo que para los católicos del Ulster, el catolicismo
es una seña de identidad diferencial frente a los ingleses y un
arma de confrontación de primer orden, algo parecido ocurre con
los protestantes del Ulster. Por su parte, en Inglaterra esta proyección
social de la religión no se manifiesta y las iglesias están
vacías.
Frente a este potencial de identificación y conflicto que retomaremos
más adelante, se está produciendo en el mundo actual un fenómeno
de carácter inverso: la aceptación de la diversidad religiosa
por parte de la mayoría de las religiones. De la reflexión
sobre la incapacidad de ninguna de las religiones mayoritarias para convertirse
en universal y completamente hegemónica se ha consolidado con fuerza
en los últimos cuarenta años la tendencia al diálogo
interreligioso. La necesidad, a la par que la inevitabilidad, de la diversidad
han diseñado un marco de respeto, que entre los católicos
tuvo un hito clave en el Concilio Vaticano II. Redimensiona la mirada hacia
lo diferente de un modo que potencia las identidades y los motivos comunes
frente a las diversidades y los posibles focos de divergencia. El ecumenismo,
que busca la unificación entre los diferentes cristianismos secularmente
enfrentados, o el diálogo interreligioso, particularmente notorio
entre cristianismo y religiones orientales (y en especial el budismo) abren
una perspectiva nueva tendente a la convergencia, pero que, a su vez, obliga
a replantear todo el fenómeno misionero y los esfuerzos por propiciar
la conversión, que se enfrenta a críticas que ponen en duda
su legitimidad, tanto en el mundo de hoy como en retrospectiva en el pasado
(quedando en entredicho la evangelización cristiana en América
y en África).
La convergencia no se manifiesta solamente en encuentros y foros comunes,
como el centenario Parlamento Mundial de las Religiones, sino también
en la posibilidad de explorar ciertos caminos característicos de
religiones diferentes sin renunciar a la propia. Las técnicas meditativas
de tipo oriental se utilizan por grupos de cristianos (son numerosos los
intentos de adaptar la disciplina interior del budismo zen) y surgen maestros
que tienden puentes entre diversas tradiciones espirituales (aunque en
ocasiones sean puestos en tela de juicio, como ha sido el caso de Anthony
de Mello) o incluso que defienden un catolicismo que no renuncia a las
perspectivas budistas, hinduistas y de otro tipo en complejas síntesis
que resultan tan sugerentes como las de Raimón Panikkar.
Caminos comunes, religiones personales, diversidad de opciones y un
marco general de libertad religiosa propician que a nivel global y en la
perspectiva del futuro se esté multiplicando el fenómeno
de la multirreligiosidad, la conformación de sociedades en las que
la diversidad religiosa se convierte en una característica definitoria
o cuando menos en tendencia acusada. Esta ha sido la opción que
caracterizó a los Estados Unidos desde sus orígenes como
nación, una libertad de creencias estimada como regla principal
en el modelo de convivencia que ha llevado a que los fenómenos de
discriminación religiosa se minimicen y quepa la posibilidad de
que florezca una enorme diversidad de opciones tanto de carácter
tradicional como de carácter nuevo. Estados Unidos, junto con Japón
son las patrias de la gran mayoría de las nuevas religiones, que
presentan en muchos casos idearios adaptados a las características
del mundo moderno y tienen en cuenta el peso del individualismo, las tendencias
al sincretismo o la preeminencia otorgada a las interpretaciones científicas.
De esta adaptación al mundo actual nace la fuerza de su impacto
y su crecimiento muy notables; en ocasiones empleando técnicas proselitistas
que buscan las conversiones con muy modernos criterios que se calcan de
las estrategias empresariales de expansión de mercados que desarrollan
las corporaciones multinacionales.
La multirreligiosidad tiene en Estados Unidos no solo un modelo, sino
también un defensor comprometido (como muestran los informes anuales
del Departamento de Estado relativos a la libertad religiosa en el mundo);
desde el final de la guerra fría y la disolución del bloque
comunista (y del contramodelo ideológico que defendía en
el que la religión no tenía cabida), esta tendencia no tiene
rival y las grandes ciudades a lo largo de todo el globo (si exceptuamos
los países islámicos) tienden progresivamente a parecerse
a las ciudades norteamericanas donde conviven iglesias en múltiples
variedades, centros de oración, meditación, sinagogas y otras
muchas opciones configurando un mosaico variopinto acorde con el caracter
multicultural hacia el que tienden las metrópolis mundiales.
La multirreligiosidad resulta por tanto la tendencia principal en nuestro
mundo global y en su desarrollo resultan ingredientes principales la inmigración
y la conversión, que pasaremos a revisar de modo sintético.
Característica de nuestro mundo finimilenar es la multiplicación
de los movimientos migratorios en todas las direcciones, que son un factor
básico de multiculturalidad; pero además los inmigrantes,
al amparo de la libertad religiosa, no tienen (o no debieran tener) que
renunciar a su religión de origen en sus nuevas patrias de adopción.
El extraordinario crecimiento del islam en Alemania (ronda los 2 millones)
o Francia (supera los 3 millones) es resultado de la inmigración
lo mismo que el mosaico religioso del Reino Unido, donde a algo menos de
un millón de musulmanes se añaden casi medio millón
de hinduístas y un cuarto de millón de sijs, cumplida muestra
de lo que fue su imperio en la India. En España los musulmanes rondan
el medio millón, una cifra en crecimiento que tiende a aproximarse
en porcentaje a lo que ocurre en el Reino Unido o Italia (donde hay 700.000
musulmanes). El fenómeno migratorio no es privativo de los ámbitos
europeos y explica en gran medida el crecimiento del catolicismo en Estados
Unidos (por el aporte de poblaciones centro y sudamericanas), pero también
el aumento del sincretismo chino en lugares en los que hay un flujo migratorio
importante como en Singapur o Malasia.
El otro factor que determina el crecimiento de la multirreligiosidad
es la conversión. A escala global, el fenómeno de conversión
más notable por el volumen de población implicada se presenta
como una curiosa contrapartida a la catolización de Estados Unidos:
es el paso del catolicismo a diversos cristianismos evangélicos
(e independientes) que se lleva produciendo en Centro y Sudamérica
desde hace cuatro décadas, pero que se ha multiplicado en el último
decenio. En Brasil hay cerca de 40 millones de cristianos no católicos
frente a 120 millones de católicos (una proporción de 1 a
3, parecida a la de Haiti, siendo aún mayor el impacto en Puerto
Rico, donde la relación linda el 1:2), la proporción es de
1 a 4 en Guatemala (con 2,5 millones de cristianos no católicos),
1 a 5 en Nicaragua, 1 a 6 en Chile (con 2 millones de cristianos no católicos),
de 1 a 8 en Bolivia (cerca de 1 millón), de 1 a 10 en Argentina
(con 3 millones), los porcentajes son menores en otros países (aunque
las magnitudes sean destacables en algunos casos, como los casi 4 millones
de México, los 2 millones de Perú o el millón de Venezuela).
Los factores son difíciles de calibrar y quizá la inmediatez
de la relación del fiel con Jesucristo y el marco referencial constante
que ofrece el trabajo cotidiano con el texto bíblico sea una primera
pauta para la reflexión. Pero también las redes de autoayuda
de los grupos evangélicos, las convicciones morales y los valores
que inculcan que se adecúan al modelo ideológico imperante
en Estados Unidos (y que defiende el esfuerzo personal, la autosuperación
como medios de prosperar) convierten a las comunidades evangélicas
en modelos atractivos (además utilizan de modo magistral los medios
de comunicación de masas para el proselitismo, con la proliferación
de emisoras de radio y televisión). En ciertos casos la opción
evangélica, que suele defender posiciones muy conservadoras, ha
actuado como medio de contrarrestar el desarrollo de un catolicismo reivindicativo
de cambios inmediatos y no pospuestos que encontró su baluarte en
la teología de la liberación. En otras ocasiones, la mayor
facilidad de acceso a la condición de pastor, al no exigirse un
aprendizaje tan largo y complejo como entre los católicos, a lo
que hay que añadir la falta de obligatoriedad del celibato sacerdotal,
ha incidido en que la presencia evangélica sea en ciertas zonas
más constante que la católica, donde hay sacerdotes con parroquias
muy extensas que son incapaces de atender correctamente, máxime
con la crisis de vocaciones que sufre el catolicismo. Además, el
papel de la mujer es también mucho más activo entre los grupos
evangélicos, donde, en general, el peso de la comunidad de fieles
en la organización del culto es notable. Todos estos factores, y
otros que quedan en el tintero, pueden ayudar a explicar ese crecimiento
tan importante de la conversión evangélica en América,
un fenómeno clave en la consolidación de la multirreligiosidad
en esa zona. Pero, aunque resulte menos notable desde el punto de vista
estadístico, este proceso se está desarrollando también
en los ámbitos católicos de Europa, donde el impacto entre
grupos marginados de población es destacado (por ejemplo entre los
gitanos).
Importante también es el fenómeno de la conversión
desde opciones cristianas convencionales a cristianismos independientes
con unas estructuras de culto más participativas y menos jerárquicas,
más adaptadas a la idiosincrasia de cada comunidad, o en general
desde las opciones más arraigadas (sean cuales fueran) hacia opciones
diferentes que presenten caracteres nuevos. Destaca en particular, el auge
del pentecostalismo, del baptismo, o de las Iglesias nativas, así
como el impacto de cristianismos independientes de proselitismo agresivo
originarios de Estados Unidos como los Testigos de Jehová o la Iglesia
de los Santos de los Últimos Días (mormones).
Aunque puedan llegar a tener un impacto mediático importante
y una notoriedad destacada, por el radical cambio en las costumbres, las
reglas de convivialidad o incluso en los modos de vestir que conllevan,
los fenómenos de conversión a religiones orientales resultan
menos importantes a nivel global. El número de budistas o hinduístas
fuera de los países asiáticos y que no provengan de inmigración
es mínimo, a pesar de la notoriedad de algunos conversos. Diferente
es el caso de la aceptación de técnicas de estas religiones,
por ejemplo yóguicas o de meditación, que se hace mayoritariamente
sin conllevar una conversión (más en la línea del
diseño de una religión de caracter personal).
La conversión, la inmigración, la individualización
que atomiza las creencias están, por tanto, determinando la transformación
paulatina del mundo en un mosaico multirreligioso en el que, además,
se ha multiplicado un mecanismo imparable, la globalización, que
reduce o impide la posibilidad de mantenerse al margen del flujo económico,
ideológico o político mundial. La globalización, aunque
potenciada en los últimos decenios gracias al desarrollo de la informática,
la universalización del alcance de las televisiones en calidad de
instrumentos de propaganda, las redes mundiales de circulación de
bienes y servicios y el final de la política de bloques, es elemento
fundamental en la construcción de la modernidad, como ejemplifica
el establecimiento progresivo desde el siglo XIX de un sistema capitalista
mundial de intercambio de bienes y capitales o el ya caduco internacionalismo
proletario, con su perspectiva de una tierra unida regida según
los presupuestos comunistas. Su manifestación más clara resultó
el colonialismo, que en lo religioso determinó la expansión
de un cristianismo modernizante por todo el globo en las zonas controladas
por los colonialismos capitalistas y del ateísmo en las zonas sometidas
a los colonialismos comunistas.
Producto del pensamiento moderno, la globalización ha sido un
factor clave de mutación económica, cultural y religiosa
cuyo impacto se ha multiplicado tras la caída del comunismo soviético,
al dejar de ser éste viable como contramodelo.
Convertida en referente básico de futuro, una oposición
frontal a la globalización en lo económico resulta impracticable,
pero la oposición ideológica puede encontrar adeptos. La
cultura y los valores referenciales que se diseminan de modo incontrolable
desde el desarrollo de las televisiones por satélite son los del
mundo occidental y muchos colectivos no se encuentran satisfactoriamente
reflejados, en ocasiones porque el estatus económico secundario
en
el que están clasificados les impide el disfrute de lo que se parece
prometer si se renuncia a ciertas señas de identidad en aras de
la aceptación de la escala de valores global. Se producen, por tanto,
movimientos de oposición a los cambios uniformizadores que encuentran
un material sensible justamente en los argumentos religiosos, que pueden
detonar los mecanismos de la insatisfacción. Por otra parte la globalización
cultural, en su calidad de producto ideológico diseminado por la
televisión no resulta particularmente respetuosa con las múltiples
sensibilidades que entran en juego entre los posibles receptores de esos
mensajes. Se está potenciando, por tanto, junto a la tendencia a
la asunción del modelo común, una apuesta por defender la
riqueza de las identidades diferenciales. Las relaciones dinámicas
entre ambas tendencias puede que ofrezcan una pauta de futuro, por medio
de la conformación de una globalización que tenga en cuenta
el valor patrimonial de la diversidad cultural, que contrarreste la contraperspectiva
de la multiplicación del conflicto y en particular del que encuentra
en la religión un argumento aglutinante.
El mundo global en construcción, paradigma de la modernidad,
se enfrenta pues a un reto que puede poner en peligro su supervivencia,
que es el conflicto que opone identidad común e identidades locales
y que en muchas ocasiones toma la forma del conflicto religioso; pero antes
de pasar a revisar brevemente algunos de ellos, conviene tener en cuenta
una serie de premisas.
Los conflictos religiosos no surgen de exclusivas rivalidades de fe,
teología o liturgia y no se explican por sí mismos: tras
este tipo de enfrentamientos se ocultan razones de índole económica,
política o en general de geoestrategia. La religión ofrece
un marco para que los conflictos muestren un radicalismo que quizá
no se alcanzaría sin la presencia de ese componente: pensemos lo
que sería el conflicto en el País Vasco si se añadiese,
como ocurre en el Ulster, una seña de identidad religiosa que permitiese,
además, alterizar al diferente por medio de la religión.
La sensibilidad hacia las reglas de lo permitido y lo prohibido, lo
puro y lo impuro, lo propio y lo extraño es muy diferente en cada
una de las religiones, por lo que el abanico de agravios (y motivos de
discordia) que pueden esgrimirse es amplio. Las respuestas frente a la
injuria no suelen, por tanto, regirse por las leyes de la razón
y el fanatismo religioso tiene raíces más profundas que el
nacionalista ya que la idea de patria se enseña a los niños
en una época posterior a la de religión e impregna menos
el cuerpo de creencias del individuo. Las guerras de Bosnia o de Kosovo
ofrecen buenos y cercanos ejemplos de violencia religiosa que sirve para
exacerbar los motivos del ahínco bélico, más allá
de lo que la defensa de la idea de nación incitaría. La religión
ha sido uno de los medios más eficaces a lo largo de la historia
para consolidar una identidad grupal diferenciada. Para renegar de la integración
y marcar una frontera, cuando menos ideológica en el caso de que
no se pueda establecer una física.
Si bien en el mundo actual, las identidades diferenciadas por razones
religiosas tienden a ser menos colectivas que individuales, y la posibilidad
de los conflictos se mitiga en aras de una tendencia global a hacer de
la religión un asunto no político, el conflicto religioso
sigue presente, tanto en el marco internacional como en el seno de los
distintos marcos nacionales. En una aproximación de carácter
sintético podríamos ordenar los conflictos religiosos en
tres grandes bloques: los conflictos que caracterizan las fronteras de
expansión de las grandes religiones, los conflictos generados por
la no aceptación del marco global de la modernidad y los que surgen
como consecuencia de la multirreligiosidad.
Los conflictos de carácter más tradicional tienen que
ver con los límites en la expansión de las grandes religiones
y en particular del islam, por tanto no son privativos de la época
actual sino que sus raíces son anteriores; pero la modernidad los
dotó de una vía de manifestación nueva, que es el
nacionalismo, con su horizonte referencial absoluto de unos límites
nacionales que puedan circunscribir al grupo (religioso) que desea identificarse
excluyendo a los diferentes.
El norte del subcontinente indio, límite último de la
expansión del islam en el Asia nordoriental ha sido y sigue siendo
un vivero de este tipo de conflictos y por ello resulta ejemplar.
El más importante, cuyas más terribles consecuencias
se han superado, es el que enfrenta a musulmanes e hinduistas desde hace
más de medio siglo. A la violencia larvada se sigue oponiendo el
sueño de la convivencia pacífica interreligiosa en la India,
donde más de 100 millones de musulmanes (más que los habitantes
de los países árabes) siguen compartiendo una misma nación
con más de 800 millones de hinduistas a pesar de que organizaciones
extremistas busquen su expulsión y desencadenen matanzas esporádicas
en zonas especialmente conflictivas. La oportunidad para las opciones no
violentas parece surgir de la victoria sobre la pobreza, por el contrario
la pobreza encuentra en el fanatismo religioso un detonante que estima
intolerables las diversidades y apuesta por la exclusión como espejismo
frente a la frustración.
Una minoría religiosa que busca su identificación en
un estado nacional en el norte de la India y que resulta muy ilustrativa
son los sijs, fieles de una religión fundada en los umbrales de
los siglos XV y XVI en un intento por sintetizar islam e hinduismo y cuyo
número ronda los 22 millones de miembros. Su fuerte implantación
en el estdo indio del Punjab (donde son mayoritarios) les ha llevado a
exigir por la violencia un estado independiente, la reacción de
las autoridades de la India en 1984 llevó al asalto del Harmandir,
su templo principal y emblemático situado en la ciudad de Amritsar
y al exterminio de los radicales sijs y determinó el posterior asesinato
de la primera ministra de la India, Indira Gandhi, por su guardia personal
(formada por sijs). La religión en este caso es una seña
de identidad para una población localizada en los márgenes
del mundo indio (un territorio extremadamente conflictivo), a caballo entre
mayorías musulmanas (en Paquistán) e hinduistas. Convergen
en las proximidades del Punjab las fronteras más sensibles del mundo
actual, tres naciones que pueden utilizar la disuasión atómica
(Paquistán, India y China) en un territorio marcado por las inestabilidades
y los enfrentamientos religiosos: el integrismo afgano, el aplastamiento
del budismo y la etnia tibetana por los chinos en el Tibet, los conflictos
entre hinduistas y musulmanes, la frontera oriental entre chiísmo
y sunnismo que discurre del Paquistán al Irán, las incógnitas
de los países musulmanes del Asia Central ex-soviética y
el destino del petróleo que albergan y el trasfondo de la producción
y exportación incontrolada (como resultado de la misma inestabilidad)
de drogas y el contrabando de armas.
El sueño de algunos sijs que aúna nación y religión
resulta una mezcla explosiva en la geoestrategia de la zona que lo convierten
en un potencial peligro de desestabilización a nivel global de un
calibre quizá comparable al que genera el Estado de Israel, el paradigma
de conflicto religioso, en el que por más conocido no insistiré.
Entre los conflictos surgidos en los límites de la expansión
del islam, destacan, por su recurso a la violencia, los que se producen
en Filipinas, en los Balcanes o el Sudán. Destacado y ejemplar ha
sido el que enfrentó en el Líbano a musulmanes, cristianos
y drusos, donde las alianzas cambiantes ilustran que la religión
cumplió el papel de mero pretexto en un complejo juego de geoestrategia.
En cierto modo muchos de los conflictos anteriormente revisados incluyen
un componente de crítica a la modernidad que nos introduce en el
segundo bloque de conflictos religiosos del mundo actual, los que tienen
que ver con la no aceptación del marco global, individualista y
pluralista moderno. El modelo que ha sistematizado esta oposición
lo denominamos genéricamente fundamentalista. Tomó carta
de naturaleza en Estados Unidos a comienzos del siglo XX entre grupos protestantes
para definir una opción que buscaba volver a los fundamentos de
la religión, centrados en una literalidad bíblica convertida
en práctica de vida. Esta actitud fundamentalista no es ajena a
otras tradiciones religiosas (en particular al judaísmo o al islam,
pero también a religiones de Oriente) y de hecho parecería
asemejarse a la forma premoderna de entender el mensaje religioso; pero
se caracteriza por la novedad (y la debilidad oposicionista) de anclarse
en la posición de enfrentar la modernidad y sus premisas. En particular
ha sido ejemplar el antagonismo respecto de los logros de la ciencia en
dos campos clave y entrelazados que enfrentan lo que se estima revelación:
la teoría evolucionista y el método histórico-filológico
para el análisis de los textos religiosos. La actitud carente de
crítica frente al texto sagrado, el sacrificio de la razón
frente al dogma son actitudes mentales que intentan cerrar los ojos ante
la inadaptación de estos mensajes religiosos milenarios respecto
de los valores de la sociedad actual: la ley mosaica o la charia, por ejemplo,
entendidas en un literalismo extremista, vulneran de modo radical la igualdad
(refrendada en muchos países en sus propias constituciones) entre
hombres y mujeres, sencillamente porque fueron establecidas para sociedades
en las que el estatus de la mujer era diferente al actual. Pero esta lectura
histórica, que hace de la religión un producto de cada época,
no la aceptan los fundamentalismos, que estiman que lo que dicen que es
palabra de Dios, ha de ser entendida como un absoluto, con valores de eternidad,
con un peso legal superior a cualquier norma social. Así los grupos
fundamentalistas se transforman en entes autónomos (en la acepción
etimológica del término "regidos por sus propias leyes")
pues estiman el marco legal civil contingente mientras que la ley sagrada
la creen con validez eterna. Las actitudes fundamentalistas son profundamente
religiocéntricas y mientras solamente rigen en el interior de grupos
religiosos particulares, su capacidad de generar conflicto es pequeña.
Pero cuando los fundamentalismos se convierten en armas de acción
política, o sus defensores consiguen hacerse con el poder e imponer
a la totalidad de una nación sus puntos de vista, la situación
es mucho más complicada. El Irán de Jomeini se convirtió
en un modelo de lo que podía llegar a ocurrir, ese reino de Dios
en la tierra, utopía de tantos dirigentes religiosos que creen poder
instaurar una sociedad perfecta, contraria al individualismo, la corrupción
y la degeneración modernas.
Pero de nuevo en lo relativo a los argumentos fundamentalistas hay
que calibrar que las razones de su presencia y su éxito puntual
no se deben tanto a lo que predican cuanto a donde lo hacen. Algunos fundamentalismos
norteamericanos presentan un radicalismo notable, prometen un futuro milenarista
perfecto, pero su éxito político, como opción de futuro
es nulo. Por el contrario cuando el fundamentalismo actúa junto
a la miseria, la falta de perspectivas o la frustración, la religión
se convierte en vehículo de escape. Los fundamentalistas hindúes
toman a los musulmanes o a los modernos como diana de sus frustraciones,
los fundamentalismos islámicos a Occidente y lo que representa (aunque
para llegar a cumplir sus propósitos utilicen los vehículos
de propaganda, las armas y los conceptos, como el de partido político
o el de nación, generados por quienes desean combatir). En el mundo
islámico la opción fundamentalista parece ofrecer un contramodelo
frente al subyugamiento económico y tecnológico, frente a
la caracterización como ciudadanos de segunda (como pobres, el criterio
clave en el mundo plutocrático moderno), frente a la desidentificación
y uniformización; y puede llegar a presentar el atractivo de su
eficacia (puesto que ha funcionado) aunque resulte un terrible instrumento
en manos de líderes sin escrúpulos.
Pero en ese juego de confrontaciones, el fundamentalismo islámico
parece cumplir también el papel de paradigma de referencia del miedo
a la religión y a las religiones que se alenta en Occidente. Frente
a la diversidad del mundo islámico en el que las opciones fundamentalistas
son minoritarias, la referencia sistemática a Afganistán
o Argelia sirve para construir una alterización que tiene sus adalides
en los medios de comunicación y entre notables politólogos
y especialistas en geoestrategia occidentales cuya cabeza más visible
quizá sea Samuel Huntington (y su choque de civilizaciones donde
el islam sale bastante mal parado, en un análisis que une etnocentrismo
con lo que pudiera parecer una indigestión de Max Weber). La solución,
mas que ahondar en el lenguaje binario de la alterización y estigmatización
del diferente (en particular del musulmán en Occidente), requiere
una redimensión más respetuosa de la globalización,
que pase por combatir la miseria, verdadera razón última
de los fundamentalismos.
Los conflictos que hemos revisado hasta ahora, si se desdotan de sus
proyecciones políticas, de sus manifestaciones más allá
de lo individual, son perfectamente asumibles en el marco moderno: de hecho
pasan sencillamente a convertirse en conflictos generados por este fenómeno
definitorio del mundo actual que es la multirreligiosidad; pasamos así
al tercer bloque de conflictos religiosos que proponía revisar.
Pero en este marco, más contemporáneo, el conflicto tiene
una manifestación diferente, dependiente de factores como la difícil
gestión de la diversidad, las relaciones entre mayorías y
minorías religiosas y los mecanismos de adaptación desde
sociedades homogéneas a multirreligiosas.
Si bien la modernidad articuló, un marco igualitario sostenido
en el concepto de libertad religiosa que ha sido clave en el desarrollo
de la multirreligiosidad, hay que tener en cuenta que la materialización
de ese marco de neutralidad no fue idéntico en todas partes. El
modelo de neutralidad plena ha tenido su desarrollo más depurado
en Estados Unidos, Japón tras la derrota en la Guerra Mundial o
Francia. Pero en muchos otros países, a pesar de un marco jurídico
en ocasiones muy claro, el peso de la historia, de la opinión pública
y la actuación de diferentes grupos ideológicos y religiosos
termina distorsionando ese marco teórico de libertad en mayor o
menor medida a la par que en países con religión oficial,
tal marco no se contempla y la penetración de la diversidad religiosa
sufre múltiples trabas. Añadamos que en ciertos casos (un
buen ejemplo es España) siglos de homogeneidad religiosa (por la
existencia de religiones mayoritarias o incluso exclusivas) han instaurado
un lenguaje binario de carácter religiocéntrico que puede
llegar a estigmatizar al miembro de una religión diferente aunque
su comportamiento no difiera del de algunos miembros de la propia.
La percepción social de la diversidad, por tanto, queda distorsionada
y el umbral de tolerancia social respecto de los comportamientos religiosos
tiene diferentes peldaños, enfrentando el marco de lo real al marco
de lo teórico. Frente a la igualdad puede surgir la discriminación
que tendrá como punto de mira al diferente, al minoritario, al extraño.
Particularmente sensibles resultan las minorías religiosas que no
tienen arraigo antiguo, o las que unen diversidad religiosa a origen extranjero.
Además el rechazo social puede aderezarse desde el interior de estos
grupos con actuaciones de carácter religiocéntrico y tendentes
a la segregación o la ocultación. La negación de la
convivencia, en sus aspectos de comensalidad, cordialidad o familiaridad
(siendo ejemplar la ruptura tras la conversión al grupo religioso
de la relación entre padres e hijos o hermanos) provoca un profundo
rechazo social. Se trata de una espiral que puede generar situaciones sociales
y personales muy conflictivas puesto que el grupo o la minoría se
cierra y no participa en los mecanismos de intercambio que propician la
estabilidad social, y a la par, se desata la alarma frente a sus comportamientos
que se enjuician de un modo mucho más severo que si se realizasen
en el seno de otros grupos religiosos no segregados.
Estas situaciones conflictivas, de intolerancia social, son más
notorias en sociedades en transición desde un marco homogéneo
a otro multirreligioso; los mecanismos de identificación social,
sobre todo en estratos determinados de la población, pueden contar
con un parámetro religioso que pueda estimarse inexcusable. El rechazo
al diferente puede haber sido inculcado desde un modelo educativo que negase
los valores de la diversidad, en estos casos el papel de los educadores
resulta fundamental para favorecer el cambio de valores.
El horizonte de la multirreligiosidad que caracteriza nuestro mundo
actual, conlleva la eclosión de una gran oferta religiosa de muy
diversos orígenes y con presentaciones muy distintas. La globalización
es vehículo de penetración no sólo de corporaciones
multinacionales sino también de religiones conformadas según
las necesidades de la modernidad y de la sociedad postindustrial, que tienen
en Estados Unidos en particular, la sociedad multirreligiosa más
desarrollada, sus puntos de referencia. Este tema requiere que le dediquemos
algunas breves reflexiones, puesto que muchos de estos grupos religiosos,
denominados sectas en un juego descalificador de contornos indefinidos
en el que cualquier religión puede terminar enjaulada, son percibidos
en algunos países como peligrosos, desatándose alarmas sociales,
en muchos casos fomentadas desde unos medios de comunicación en
busca de noticias fáciles y de impacto. Quizá el primer escollo
lo plantee el propio término secta, demasiado inconcreto desde el
punto de vista de su significado y demasiado usado desde posiciones religiocéntricas
como para hallarle una acepción neutral. Otros apelativos son más
satisfactorios, como el de nuevas religiones, que identifica a las formas
religiosas surgidas desde las perspectivas de las sociedades industrial
y postindustrial.
Las nuevas religiones, salvo en Estados Unidos o Japón, patrias
de la mayoría de ellas, suelen ser en alguna medida percibidas de
modo distorsionado como resultado de muchos parámetros: la historia
(el arraigo duradero frente a la novedad), la labor social que desarrollen
(que no se dirija exclusivamente a los miembros del grupo), el umbral de
impacto (el número de miembros, su acción proselitista).
Pero también es importante la construcción de un imaginario
de la diferencia que deslegitima a estos grupos (de un modo genérico)
estimándolos no verdaderas religiones sino pretextos para la consecución
de actividades delictivas o para el enriquecimiento. Si bien es cierto
que algunos de estos grupos, al amparo de un marco general de apoyo a las
diferentes religiones pueden estar dedicándose a actividades de
carácter ilegal de las que la sociedad puede tardar en tomar conciencia,
no es menos cierto que se trata de casos mínimos o muy aislados
(de los que puede que no se libren muchas otras instituciones, también
religiosas). En cualquier caso la sociedad ha de dotarse de instrumentos
para desenmascarar las ilegalidades que no determinen una vulneración
de la libertad religiosa, lo que no resulta en ocasiones sencillo.
Dos niveles se superponen en los que el control social tiene diferentes
grados de legitimación. En el nivel colectivo la ilegalidad es más
facil de detectar (desde actividades ilegales con resultado de muerte a
las de carácter económico o contra la protección del
menor) y la actuación de los mecanismos de represión generalmente
aceptada. Pero resulta imprescindible que la sociedad, y en particular
los medios de comunicación, tengan buen cuidado de no hacer de un
caso particular (como puede ser, por ejemplo, el de los suicidios-asesinatos
colectivos que se producen esporádicamente y generan una alarma
social, por otra parte justificada) motivo para una descalificación
general de toda religión diferente.
Por otra parte en el nivel individual, el trazado de límites
entre lo legal, lo ilegal, lo tolerable o lo aceptable resulta más
difícil, puesto que en última instancia, en la mayor parte
de los casos, se trata de cuestiones que atañen a la difícil
alquimia del equilibrio (o el choque) entre libertades y derechos fundamentales.
La libertad religiosa puede quedar enfrentada al derecho a la vida (por
ejemplo en el caso de los suicidios religiosos) o la libertad de prensa
(que ampara al periodista para investigar sobre determinado miembro de
un grupo religioso) al derecho a la intimidad; pero en cualquier caso se
trata de relaciones dinámicas en las que la última palabra
han de tenerla los profesionales de la justicia (a pesar de que la judicialización
de este tema resulte controvertida, parece el camino más neutral
de enfrentarlo).
Si bien el marco jurídico es pues clave para redefinir el problema,
hay que tomar conciencia de que éste no puede plantearse de un modo
exclusivamente nacional o regional sino de un modo global. Para no generar
malentendidos o conflictos de percepción resulta imprescindible
tener en cuenta el punto de vista de los países donde este fenómeno
de las nuevas religiones y de multirreligiosidad tiene mayor arraigo y
más desarrollo, Estados Unidos y Japón (donde existe una
mayor sensibilidad hacia la protección del derecho humano fundamental
a la libertad religiosa). Solo de ese modo se podrá construir un
marco legal eficaz y lo suficientemente no religiocéntrico para
proteger a la sociedad (global en este caso) frente a las prácticas
delictivas de ciertos grupos religiosos (o pseudo-religiosos) nuevos.
Estas puntualizaciones que atañen en particular a las nuevas
religiones sirven para imaginar un horizonte en el que la multirreligiosidad
se pueda construir desde una neutralidad (siempre gradual y necesariamente
incompleta) en la que se consiga, sino erradicar, cuando menos mitigar
el conflicto, único camino para resolver algunos problemas que resultan
escollos serios en la convivencia global. Quizá el ejemplo más
acuciante y el reto cuya solución será modelo de futuro lo
ofrezca la ciudad de Jerusalén. Si se convierte en una ciudad multirreligiosa
en la que la diversidad encuentre los cauces de un verdadero respeto, se
puede estar dando un paso de gigante en la construcción de un mundo
global más estable en el que los conflictos no hallen en la religión
un condimento para su exacerbación.
En la revisión que acabamos de realizar de los conflictos religiosos han quedado sin tratar ámbitos que podríamos denominar internos y estructurales, en los que los presupuestos de la sociedad actual enfrentan los que defienden muchas de las religiones más numerosas e influyentes. Ciencia y religión es uno de ellos, y mujer y religión el otro. La discriminación, el androcentrismo, las trabas a ciertas investigaciones por parte de las autoridades religiosas, la contraperspectiva que ofrecen las religiones en lo relativo a los límites de la ciencia son temas apasionantes, retos clave en nuestro mundo actual. Pero quizá entrar en ellos nos llevaría a sobrecargar esta intervención ya demasiado larga, además en la publicación de esta lección quedan expuestos de modo sintético.
Por tanto y ya para concluir, les propongo una reflexión última:
el reto principal de futuro de cada religión en el mundo global
quizá consista en saber aceptar que ciertas certezas, algunas milenarias,
han de redimensionarse en su poder de impacto sobre los que no pertenecen
a esa religión y han de adaptarse a un mundo de diversidades individuales
y de globalidades que no puede permitirse que religión e irreligión
minen una convivencia que ha de construirse necesariamente al margen del
conflicto.
Las religiones, desde un horizonte de largos plazos, desde el peso
de los miles de millones de fieles que con ellas sintonizan, pueden, además,
ayudar a dibujar una contraperspectiva frente a la plutocracia imperante
brindando argumentos para mantener viva una reflexión común
sobre los objetivos últimos de la sociedad global y la necesidad
de superar los conflictos sociales que nacen de las desigualdades y los
individuales que surgen del descontento ante la intrascendencia de la falta
de horizontes éticos y de perspectivas más allá del
anzuelo amargo y rutinario del acumular.